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De la “A” a la “Z” y del Blanco al Carmesí por xMoon

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Notas del capitulo:

 

 Hecho con amor.

 

 

 

De un tiempo para acá siento que el mundo se ha reducido a un cúmulo inagotable de puros paradigmas. Sobran preguntas y carecemos de respuestas. O hay preguntas tan buenas que no tienen respuestas. O respuestas que terminan siendo la pregunta a otra pregunta… el sólo lenguaje me genera tantísima curiosidad. En las palabras, ¿las letras se organizan acorde a un significado, o el orden de las letras es lo que reproduce un significado?

A veces, vago demasiado… me voy lejos sin saber a dónde.

Y a veces no hablo mucho porque temo no expresarme de forma adecuada. De hecho, desde muy niño he sido malinterpretado en tantas ocasiones que poco a poco fui limitándome a lo básico. Aunque casi siempre fallo en el intento.

Comunicarse puede ser incluso más difícil que aprender a caminar. O bueno, en mi caso ambas cosas han representado cierto problema; hay días en los que si no me concentro en que estoy caminando, mis piernas se ponen tímidas, empiezan a tambalearse y siento como que en cualquier momento caeré de lleno contra el suelo.

Caer. Me gusta que la “a” esté seguida de la “e”, es llamativo el efecto espejo-reflejo que hay en ellas cuando escribo en la computadora, es como si se desdoblaran. Caer puede ser hilarante o lúgubre dependiendo de la situación, del contexto, y de qué seas. ¿Qué siente una hoja al caer, por ejemplo? Podría sentirse nostálgica porque está dejando atrás el lugar del cual proviene, el lugar donde fueron puestas todas esas raíces que hicieron de ella lo que es hoy, o podría sentirse, en su defecto, venturosa por enfrentarse al mundo sin nada más que el viento acariciándola por arriba y por abajo. O podrían ser las dos. O podrían no ser nada porque al final una hoja no concibe los sentires de la misma manera que lo hacemos nosotros siendo humanos. Y es que, parece que al final el mundo es sólo una masa intangible de complejos constructos nuestros.

Así que, ¿cómo defines algo tan abstracto como “odio” o “amor”?

El otro día se lo pregunté a mi amigo, y aunque por su silencio podía jurar que sólo se había desengranado alguna tuerca oxidada en su cabeza, creo que conseguí averiarlo. Más de lo que ya estaba, quiero decir.

—¿Por qué no puedes actuar como alguien normal y simplemente preguntar si mi día marcha bien?

Fui capaz de sostenerle la vista por unos segundos pero pronto volví a distraerme con el sonido de las cuerdas. No sé si entonces arrugué mucho la nariz o hubo algún otro gesto del cual no me percaté, pero él entendió que a diferencia suya, yo no estaba bromeando. Enseguida lo siento moverse junto a mí, llenándose los pulmones con paciencia en forma de aire.

—Dicen que el amor es rojo. ¡Pero no me preguntes por qué! —Se apresura en decir al verme entreabrir los labios—. Ha de ser alguna clase de metáfora entre las pulsaciones y el color de la sangre.

—¿Y si fuera un sabor?

—Si fuera un sabor sería agridulce.

Ambos volteamos a ver al dueño de aquella voz, tan serena y segura, que poco me costaba advertir en su boca una sonrisa muy confiada.

—Oh, Ru-chan, ¿lo sabías? Shima anda algo más inquieto que de costumbre. —Se burló.

 

No estoy inquieto. Sólo estoy enamorado.

 

Takanori me dirige una mirada cómplice, como si hubiese sido capaz de leerme la mente. En nada ha agarrado a Akira y lo arrastra con él, dejándonos solos de nuevo a mí y a mi guitarra.

Si fuera un color, no creo que sea el rojo; creo que el amor, en su forma más simple, es blanco. Todo es blanco porque la paleta de colores nos pertenece y como tal depende de cada uno plasmar en su lienzo lo que mejor le parezca. Me siento intrigado, sin embargo, por ver en qué clase de composición nos habremos convertido nosotros.

Quiero pensar que es armoniosa pero no faltan los trazos que se han salido de la raya y otros tantos que no hacían ni siquiera parte del boceto. En todo caso, esta dicotomía entre cálidos y fríos no me desagrada en lo absoluto. Disfruto de la variedad, y de siempre estar improvisando.

En nada le siento llegar y algo en el aire resplandece de repente. Sé que no soy el único capaz de percatarse de su brillo, pero me conmueve la idea de que soy yo antes que las demás personas a su alrededor, a quien le ha permitido ver otros de sus muchos matices, incluida su opacidad.

Contrario a mí su sola presencia inspira confianza, lo demuestra en su hablar fluido y la seguridad con la que las palabras salen de su boca. Muchas veces me sorprende su elocuencia, no importa si está contando un chiste o invitándonos a corregir los errores durante algún ensayo, en cualquiera de los dos contextos, parece un verdadero demagogo.

Tiene también la capacidad de hilar las cosas como si el destino de estas estuviera entrañablemente conectado, como si todo tuviera un principio de causalidad que desembocaba en un solo propósito común. Como si ensayara el monólogo de una obra teatral, pero con una extraordinaria naturalidad, formula teorías e hipótesis tan certeras acerca de la vida, de la música, de los males, de las pasiones y de las casualidades. Muchas veces antes de conciliar el sueño me he quedado reflexionando sobre cada una de ellas. Parece un alma libre a la que las realidades y el temor no le atan ni le limitan.

O esa fue al menos la primera impresión que me dejó. Ahora entiendo su ser de una manera diferente.

Todavía recuerdo la primera vez que le vi romperse, la segunda también. A la quinta dejé de contarlas y resolví simplemente ser testigo silencioso del exorcismo que eran las lágrimas a sus sentires más profundos. Durmiendo a su lado, encaré su frustración, descubrí que después de todo, no importa cuántas cosas hagamos, cuánto nos regodeemos en los logros alcanzados y en la imagen de una vida aparentemente realizada, una humanidad que se acuesta con el cuerpo y la mente cansados pero el corazón vacío, es igual a la humanidad que habla pero no dice nada.

Él nunca se sentía satisfecho con lo que hacía, menospreciaba sus habilidades y se menospreciaba a sí mismo. Decía que entendía muchas cosas, y era cierto. De cabo a rabo mencionaba una lista interminable de lo que no funcionaba, por qué no funcionaba, y otra lista enorme de posibles soluciones, cada una más certera que la anterior. Era un filósofo que se debatía ente la ilusión y el pesimismo, un compositor al que las notas no le alcanzaban, y una persona a la que según él la compresión le había reducido la visión del mundo y apocado los sentires. Quizás por eso lo hace todo con pasión y entrega absoluta, porque teme un día despertar y ya no sentir nada.

Supongo que evidentemente es el miedo lo que nos hace más sensibles, más reales, más iguales.

Esa primera vez que lloró frente a mí, lo hicimos juntos. Estábamos ambos ya exhaustos de hacer las cosas mal, de esa gran frontera invisible entre nosotros. Él, que pocas veces experimentaba problemas para exteriorizar correctamente sus quejas, sus congojas y sus alegrías, callado y cauteloso un día se sentó frente a mí. Su silencio era mucho más intimidante que la forma en la que sus ojos oscuros se clavaban, me examinaba, escudriñaban en mi interior. Antes de sentir sus labios restregándose contra los míos, recuerdo ser presa de un temor espeluznante, provocado por él pero no hacia su persona. En parte fue por eso que no pude corresponderle, mi boca había descubierto una nueva manera de enmudecer haciéndose la indiferente.

Entonces su enojo, ese que parecía la continuación de uno que ya le había antecedido, no fue a parar en insultos o en arrepentimientos, sólo tomó forma líquida y se tradujo en algunos quejidos de desesperación.

—¿Por qué? ¿Por qué no la usas ni siquiera para besar? ¿Por qué no hablas conmigo de la misma forma en la que lo haces con los demás? ¡Háblame! ¡Habla conmigo!

Ni aunque sus manos hubiesen hurgado mi garganta o mi cerebro, habría obtenido algo diferente al silencio que hacía más evidente sus sollozos. Yo estaba consternado.

De repente alguien me había besado y al mismo tiempo me acusaba de ser el autor de un crimen que no recuerdo haber cometido. Al final lloramos ambos. Nos abrazamos mucho, nos besamos mucho, nos dijimos muy poco. Akira sí llegó a manifestarme que a veces, Yutaka mencionaba lo frustrante que era querer entablar una conversación conmigo y que no lo consiguiera porque me sentía distante, desinteresado. Un antipático menguado, fiel a los monosílabos.

Para entonces, él ya estaba cansado de cargar con dos cosas: mi aparente indiferencia y un amor no correspondido. Y seguro desconocía que, igualmente, yo también ya estaba harto de cargar conmigo.

A este que era el común entre todos los reproches que recibía, no le encontraba remedio. Mi madre solía insinuarle a mi padre el pánico que le generaba pensar en que quizás mis comportamientos retraídos podían ser los de un futuro sociópata. En el kínder y parte de la primaria, los maestros y maestras actuaban de maneras muy peculiares, unos podían ser extremadamente solidarios y se las apañaban para idear técnicas didácticas que me permitieran desenvolverme, otros en cambio, solían mostrarse reticentes, me trataban como si fuera el retrasado de la clase y me convertían en el blanco de las burlas de los otros niños.

Aun así, ni en casa ni en el colegio se habló de intervención psicológica o algo por el estilo, después de todo, y contra los pronósticos de mamá, yo era un chico inofensivo –y para su orgullo muy listo–. Al final encontré una rudimentaria solución y bajo mis propias voluntades aprendí a interpretar diversos papeles, a imitar las acciones ajenas hasta llegar a la empatía.

Pero con él me costaba actuar porque sentía que estaba mal hacerlo, que su sensatez debía ser correspondida con el mismo sentimiento.

Con pocas personas me he permitido ser auténtico, fresco. Primero con mi familia, poco a poco fui soltándome y lograba mantener conversaciones de casi media hora seguida sin perder el ritmo. Luego vino Akira Suzuki, quien con su sensibilidad perfectamente equilibrada con intrepidez, me brindó la confianza y la complicidad de un amigo. Descubrí gracias a él que la compañía de otro puede ser un suceso muy ameno en nuestras vidas, que las sonrisas no dan tregua y que son muchas más las cosas que pueden unirnos y sobreponerse a las brechas de las diferencias propias. Éramos muy niños cuando nos conocimos, pero impermeable se mantiene nuestra esencia a la humedad del tiempo.

Por supuesto hubo también otras personas, las primeras con las que salí, la primera con la que tuve sexo, la primera de la cual me enamoré… enseguida estuvieron las personas que conocí gracias a la música, y de las cuales tres en específico aún permanecen conmigo dentro de un lazo mucho más estrecho: nuestra banda.

Cuando conocí a Kai me di cuenta de inmediato que era un denso complejo de contrastes. No fui capaz de asociarlo con ninguna palabra en concreto, y en mi paleta por aquél entonces escaseaban los colores. Despertó en mí tanto interés que sin darme cuenta durante los ensayos empecé a sentarme más cerca de la batería; disfrutaba de observarlo, prestaba atención a cada cosa que decía, a cada uno de sus gestos y sus movimientos. Me di cuenta que podía ser tan inquieto e hiperactivo, como demandante y extremadanamente racional. Era el típico pasivo-agresivo del cual no podías especular nada porque todo su carácter era impredecible.

Takanori y Akira en repetidas ocasiones me sugirieron ser más discreto, insinuando que él me gustaba o algo parecido. Supongo que no entendían que lo mío era puro morbo, el morbo de querer sorprenderse con lo que pueda haber detrás de una puerta impenetrable. A pesar de eso, a veces les hacía caso porque notaba en él cierta incomodidad que a ambos terminaba por cohibirnos.

Un tiempo después en una pequeña reunión que hicimos luego de nuestro primer concierto con él como miembro oficial, mientras bebíamos y reíamos recordando viejas experiencias, incitado por un Akira burlón él confesó que también gustaba de observarme.

—Tú que prácticamente creciste a su lado es natural que sus maneras poco o nada te sorprendan. Pero para mí es una novedad. Sí, tienes razón, no puedo pasar de él… casi todo el tiempo se muestra tan despreocupado e inexpresivo que parece de otro mundo.

Su risa socarrona y un aparente desdén por primera vez me hicieron dudar de su sinceridad, no obstante, le creí al rojo en sus mejillas cuando se percató de que aquello había llegado hasta mis oídos. Si mal no recuerdo creo que sonreí, pero él no lo notó porque a partir de ese momento decidió ignorarme durante el resto de la noche.

Con nuestro constante trabajo de mutua e indiscreta observación, sin quererlo alimentamos un cúmulo de tensiones irracionales. Éramos afables y amigables, no carecíamos de aprecios y nos respetábamos tanto como personas como por músicos, pero pocas veces conversábamos. Ante este inusual suceso, nuestros cuerpos interiorizaron la importancia de los gestos y señales. Si mi mano le extendía algo, la suya segundos antes ya esperaba por su encuentro; si alguno de los dos iba por algo de agua, bastaba con ver los labios cuarteados del otro para saber que también tenía sed; si uno se sentía desanimado, el otro ofrecía su compañía silenciosa hasta que la noche nos arrebatara las dudas para permitirnos un abrazo.

Entonces entendí que esa exótica introversión, mi problema, no era el mismo con Kai. A diferencia de las otras personas, a su lado no me preocupaba darme a entender ni por servirme al otro en una bandeja de letras y oraciones. Con él alcancé otros niveles de comunicación donde podíamos prescindir del lenguaje verbal. En verdad estaba bien con eso, tanto, que pasé a ser el único. Sin quererlo mi satisfacción había devorado la de Yutaka, y sólo fue cuestión de sucumbir al tedio de lo unilateral para quedarnos con la mera ansía del otro.

De nuevo nos habíamos degradado al blanco.

Haciendo recuento de las cosas que se sucedieron por aquél entonces, creo que fue una época algo extraña. Ninguno de los dos ensayaba tanto como antes, en parte porque ensayar era apenas una excusa para pasar tiempo juntos, y en parte también porque había cedido la mitad de su agenda a un nuevo amorío. Por consiguiente eran raras las veces en las que estábamos los cinco, incluso cada quien empezó a ensayar y componer por su cuenta sin salir de casa.

Y para saber del otro, le preguntábamos a nuestros compañeros.

 

¿Y Kai?

¿Y Uruha?

¿Vendrá hoy?

Oh, ya veo.

 

En una de esas excepcionales ocasiones en las que todos coincidíamos, Yutaka había llegado con un humor de mierda. Él no es de los que cuando está enojado se desquita con los demás, pero sí deja entrever claramente el malestar en sus acciones. Mientras interpretábamos la misma canción por cuarta vez, el estrepitoso sonido de una de las baquetas rompiéndose contra el hi-hat y enseguida Kai maldiciendo al artefacto sin el más mínimo recato, nos dejó perplejos. Aoi enfurruñado también maldijo al aire, y dispuesto a abandonar el lugar se quejó diciendo que no podía seguir trabajando con un ambiente tan pesado, Ruki enseguida le detuvo. Reita rascó su cabeza con cierta desesperación, me miró, lo miré, miró a Kai quien ahora se sobaba la sien tratando de tranquilizarse, luego me volvió a mirar y por último resopló medio frustrado. Del rincón donde estaba la batería provino una disculpa susurrada, luego hubo un silencio, y luego Ruki intervino alegando que por ese día y por lo que quedaba de la semana –era miércoles– no haríamos más, que descansáramos y que el lunes nos reuniéramos para organizar nuestros horarios de tal forma que a partir de entonces, sin ninguna excepción todos estuviéramos presentes en los ensayos.

Tres de ellos acataron la petición como si fuera una orden. Los otros dos, uno indiferente y el otro indómito, sin acuerdo previo, por esa mera casualidad que alberga y marca las más trascendentales diferencias, al otro día se reencontraron en aquella sala.

No sé por qué pero no quería deshacerme del recuerdo de su cólera, por eso volví ese jueves. Había un sentimiento de nostalgia hacia esos diminutos trozos de madera que quedaron esparcidos en el suelo y la deformidad en el platillo, mientras los veía trataba de imaginar la expresión que su rostro pudo haber tenido al momento del impacto. De verdad me habría encantado poder verla. La naturaleza del ser es agresiva porque somos demasiado indefensos, frágiles, vulnerables… por eso pienso que aquellos momentos donde el miedo o la ira nos superan, nos permiten mostrar nuestro lado más honesto, el más puro de todos.

Nunca imaginé que minutos después él atravesaría esa puerta, y de paso la de mi corazón, donde se instalaría de forma permanente. Luego de secar nuestros riachuelos, vimos en los ojos hinchados del otro nuestras verdaderas emociones. Me dijo que le gustaba, que le gustaba desde hacía ya bastante tiempo pero que no podía decírmelo porque lo consideraba poco coherente teniendo en cuenta que apenas si conseguíamos saludarnos como era debido. Me sentí tan mal, literal, además de torpe, mi cabeza no paraba de dar vueltas. Los minutos, las horas, los días siguientes y todos los meses siguientes a ese hito, nos dedicamos a explorar los cuerpos y todo lo que aún permanecía en entre dicho.

Demás está mencionar que mi confesión no llegó a la par con la suya, se tardó; llevábamos ya un par de meses saliendo cuando me percaté de ello. Yo, siendo un verdadero desastre para administrar y comprender mis emociones, medio estoico, y además lento y básico en cuestiones amatorias, tardé un poco en entender que ese sentimiento, esa terrible ansía de mantenerme cerca suyo y aprender de memoria hasta el más fútil de sus hábitos, se llamaba amor. Incluso ahora después de tantos años juntos, hay cosas nuestras a las que todavía no les encuentro un lugar.

Ahora mismo se acerca con pasos perezosos, se detiene unos segundos, me mira, y luego sonríe como suele hacerlo siempre: con los ojos, la boca y el corazón. En cuanto siento su mano poner un mechón de cabello detrás de mi oreja y un besito en la yugular, le devuelvo la sonrisa y dejo la guitarra a un lado para sostener sus manos cálidas.

—Takanori ha dicho que el amor es agridulce. —Le comento mientras besos sus nudillos.

—El amor no es agridulce, Kou... —me responde jocoso como si le hablara a un niño pequeño y, de a poco, se aproxima peligrosamente.

—¿Entonces qué sabor tiene?

Como queriendo pasar de mi pregunta, hace que sus labios tiemblen sobre los míos en una clara invitación, tiene esa manía de silenciarme a punta de besos. Le gusta robarme el aire y dejar rastros de su aliento que como una droga, tortuoso me atormenta durante todo el día, anhelando una dosis más. Su lengua experta, esa con la que dice tantas cosas, se ha vuelto cómplice de la mía y poco o nada les importa lo que hagamos con ellas siempre y cuando no las privemos de estar juntas.

Tras haberme arrebatado un suspiro, se separa, vuelve a clavar esos preciosos ojos oscuros sobre mí, y lentamente me susurra:

—El amor sabe a ti.

 

Como dije, no estoy inquieto. Sólo estoy enamorado.

 

Estoy perdidamente enamorado de una palabra cuyo significado sigue en proceso de consolidación porque alberga un sinfín de entrañables conexiones entre mi mundo, su mundo, y el mundo que es nuestro. Estoy enamorado de un color que es ninguno y todos los colores a la vez… aunque, si tuviera que especificarlo ahora mismo, él probablemente sería azul. El azul te trasmite calma porque sus referentes primigenios casi siempre serán el cielo y el mar, ambos tan extensos y colmados de historias, formas y enigmas que alardean de jamás poder ser resueltos. El azul cuando es claro como el cielo a medio día, nos invita a regocijarnos en lo basto de su infinitud y lo etéreo de su naturaleza, y el azul cuando es oscuro como el mar, casi índigo, nos recuerda que cualquier cosa puede desencadenar una tempestad, que la calma sin caos no existiría. Así es como le veo, le percibo, le interpreto, le siento. Así es como le llevo en mi paleta, le plasmo en mis lienzos, le recito en mis hojas de papel… así es como le amo.

 

 

 

Notas finales:

Hoooooola~

Estoy escribiendo esto después de terminar el último párrafo de lo que acaban de leer y, ¡joli shet! ;;;; Hacía mucho no me quedaba hasta las 4 am escribiendo algo que no fuese por obligación (malditos sean los deberes académicos).

Les contaré algo, esto era un muñequito sin cabeza, sin manos y sin pies. No sé cuándo lo inicié, ni siquiera me acordaba de algo así… cuando abrí el archivo estaba en plan de ¿eeeeeeeeehhhhhhhhh? ¿Y tú de dónde putas has salido? Para mí fue hasta gracioso el hecho de pensar en si realmente era algo que había escrito yo AJAJAJAJAJAJAJA *imbécil*. Por la fecha de creación creo que pudo tratarse de alguno de mis intentos fallidos para el DIK aksajkd

Y bueno, porque no llevaba ni siquiera dos páginas escritas iba a borrarlo pero me poseyó una fuerza sobrenatural y cambié de opinión. Traté de recordar y ¿QUÉ CREEN? No pude… no tengo idea de cómo iba esto en la idea original así que, como casi todo lo que escribo, ha sido tan espontaneo que si no le hallan sentido a algunas cosas o se confunden con otras me disculpo enormemente aunque no me arrepienta de nada (¿) Y pues ya, eso.

¡Gracias por leer! ♥


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