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Broken rules por Love_Triangle

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Si estaba allí era porque había quebrantado varias normas que sin duda alguna tendrían como consecuencia la expulsión inmediata, si es que alguien llegaba a enterarse de lo sucedido, por supuesto.


Toda aquella artimaña había comenzado en el momento en el cual me había aprovechado de la confianza que el comandante había puesto sobre mí. Me aproveché de uno de los tantos momentos en los cuales se me había permitido entrar en la base de la resistencia para echarle un vistazo a la información confidencial que allí había. Se suponía que tan solo estaba autorizado para consultar los datos de los jugadores y así poder ayudar a localizar a los imperiales desde el interior del campo o, en su defecto, buscar similitudes entre los imperiales identificados y los jugadores de este u otros equipos. Pero, obviamente, no sólo no había sido de mucha ayuda, sino que además había aprovechado uno de esos momentos para acceder a la información que el señor Hillman, Raimon y demás, habían conseguido acerca del sector quinto y sus enviados.


Al parecer el señor Evans y Frost habían localizado un lugar bautizado bajo el nombre de "Isla santuario". Este sitio era una pequeña isla dejada de la mano de Dios en la cual únicamente había una edificación, un inmenso cuartel y estadio en el cual se juntaban los mejores jugadores que el sector quinto era capaz de recolectar y, durante largos meses, recibían entrenamientos que rozaban lo inhumano en los cuales se les obligaba a, por el más sucio de los métodos, convertirse en imperiales de élite e invocadores, aunque tuviesen que cobrarse vidas para conseguir su objetivo.


No había leído mucho más, el terror que me infundía el hecho de estar consultando aquella información sin permiso me obligó a simplemente apuntar la dirección y dejar de leer.


No tenía ni la más remota idea de lo que me encontraría al otro lado de las puertas de ese edificio, pero, fuese lo que fuese, no sería agradable de ver.


Por primera vez en la vida, la Royal Academy se me antojaba como una pequeña e insignificante guardería de niños soldado. Si había algún lugar sobre la faz de la Tierra que tenía todas las papeletas para ser llamado "Cárcel" o "Campo de concentración", no era la Royal, ni siquiera la Academia militar Mar de Luna... Era aquel lugar que, pese a estar rodeado por la hermosura de la naturaleza en todo su esplendor, se elevaba ante mí como una mazmorra en la cual era difícil entrar, pero casi imposible salir.


Lo cual era en parte risible, ya que en cualquier otro contexto aquel edificio con forma de logo de farmacia me habría causado gracia en lugar de temor, pero sabiendo lo que allí se hacía... No tenía valor para esbozar siquiera una pequeña sonrisa.


A cada paso que daba en dirección a la entrada, sentía como las fuerzas me abandonaban poco a poco. Allí no estaban el comandante ni el entrenador Samford, no tenía a nadie tras el que esconderme ni a nadie que me fuese a proteger de lo que era posible que me ocurriese en aquel lugar. Es más, si algo me ocurría... Podía visualizar mi tumba en un lugar que nadie ajeno al sector quinto conocería. Nadie sabía adónde había ido ni donde me encontraba. Lo que pasase a partir de aquellos últimos segundos que me quedaban antes de meterme por completo en la boca del lobo, sería mi responsabilidad.


Tenía la ventaja de que al ir solo y entrar por la puerta principal, los imperiales no sospechaban de mí. Nadie en su sano juicio, más que yo, se atrevería a presentarse allí por las buenas y pasearse por las instalaciones como Pedro por su casa, menos todavía estando solo, por eso los imperiales me habían confundido con un iniciado al que todavía le costaba ubicarse y simplemente se habían dedicado a mirarme y reírse de mí junto a sus compañeros, como los típicos bullies de instituto que eran.


- Vaya cara de tonto que tiene el nuevo.


- Está más perdido que el Raimon en una clase de lógica.


- Ese es uno de los de la Royal.


- El gran emperador lo habrá reclutado tras la expulsión de los imperiales infiltrados.


- Con que la Royal no está entonces libre del control del sector quinto, ¿eh?


- Me parecería extraño que el gran emperador Alex Zabel lo hubiese dejado estar.


Apresuré el paso de forma inconsciente para alejarme de aquellos aliados del sector quinto antes de que siquiera pasase por sus mentes el dirigirse directamente a mí. No quería que me sometieran a preguntas, temía que me preguntasen o dijesen algo que un imperial debería de saber y no se capaz de contestar, sólo quería encontrar a Yale y pedirle respuestas, aunque... Cabía también la posibilidad de que fuese el propio Dracon Yale quien al verme diese la alarma, después de todo era sucio traidor, cobarde, mentiroso y manipulador que ni siquiera se había molestado en dejarme una mísera nota antes de desaparecer, con intención de hacerlo para siempre, de mi vida.


Tarde o temprano terminaría por arrepentirme de mi atrevimiento y, si vivía para contarlo, me imaginaba llegando a las puertas de la Royal, moribundo y abatido, suplicándole a los jefes de seguridad que me permitiesen hablar con el comandante o con el entrenador Samford para implorar su perdón por tan tremenda desobediencia y traición. Estaba en el corazón de la sede del sector quinto, buscando a un imperial porque le echaba en falta en la Royal Academy y necesitaba que me explicase el motivo de sus engaños... No había perdón posible que recibir por parte del comandante, lo que pasase de ahora en adelante recaería con todo su peso sobre mis hombros.


La construcción me recordaba ligeramente a la Royal, o es que quizás mi mente estaba desesperada por encontrar similitudes entre aquel lugar y mi zona de confort. El suelo metálico que retumbaba bajo mis pies y los de los demás imperiales, los estrechos pasillos del interior, los habitantes que parecían robots programados, el ambiente de seriedad total, la búsqueda de la perfección en cada movimiento... ¿Cómo podíamos ser los imperiales y los miembros de la Royal tan iguales y tan diferentes al mismo tiempo?


Ese pensamiento hizo que un escalofrío sacudiese de forma involuntaria mi espina dorsal, haciéndome agitar mi cuerpo sin pretenderlo y logrando que mi piel se erizase. Yale y yo éramos iguales, sólo que lo que nos diferenciaba estaba dentro de nosotros. Él era un vendido que se rendía a los pies del sector quinto, el gran emperador y el fútbol regulado, mientras que yo... Yo buscaba la perfección para lograr ser algún día de los mejores en lo que era mi pasión. Era un soldado que poco más que acatar órdenes sabía hacer, sí, pero él era un robot que ni siquiera las procesaba, simplemente actuaba sin pararse a pensar. Y si lo hacía, tendría que explicármelo cuando nos encontrásemos, si es que lo llegábamos a hacer.


A cada sala que visitaba, más me horrorizaba aquel lugar. Observaba cómo los futuros imperiales de élite eran encadenados, torturados, heridos, encarcelados, deshidratados... Cada estancia parecía tener su propio objetivo. Como la sala de invocación, la cual privaba a los jugadores de todos sus sentidos y, una vez derribadas todas sus defensas, se procedía a torturarles, agredirles, pegarles y denigrarles hasta que su sentido del peligro se disparaba ante la más pura desesperación y su espíritu guerrero acudía a ellos para protegerles de la amenaza que los propios entrenadores suponían.


De pronto, los duros entrenamientos de la Royal se me antojaban una muestra de cariño y dulzura por parte del frívolo comandante Sharp, de hecho... Comenzaba a tener miedo de que no estuviese cerca de mí. Él y el entrenador Samford eran como mis segundos padres, los míos y los de todos los del equipo... Incluso de Yale. Nos exigían, explotaban y controlaban, sí, pero ellos siempre estaban ahí para todo lo que necesitásemos, fuera y dentro del campo. El comandante no era la clase de entrenador que te recibiría con los brazos abiertos, de hecho, nunca nos habían dirigido palabras más dulces que su clásico: "Bien hecho, equipo, continuad", era frío, meticuloso y le encantaba guardar las respuestas que todos queríamos para sí mismo o, por el contrario, esperar a que fuésemos nosotros mismos los que comprendiésemos lo que pasaba por su mente, sin palabras innecesarias. Yo era el que mejor entendía el fútbol del comandante y él era el que mejor me conocía a mí, a estas alturas seguro que ya intuía que algo iba mal y se había interesado mínimamente por localizarme.


"Y dime... ¿Qué piensas hacer después de terminar tus estudios en la Royalajolotito?"


"Volver a Okinawa, no sé qué es lo que quiero hacer exactamente, pero quiero que tenga que ver con el mar"


"¿Vas a evitar la extinción de los ajolotes?"


"Pues a lo mejor sí"


"¿Y por dónde piensas empezar?, ¿por prohibir la sopa de ajolote?"


"Exactamente"


"Entonces tendré que romper las reglas una vez más y consumirla... Así vendrás a reñirme"


"Te mandaré al Seprone"


"No creo, ajolotito. Vendrás tú en persona, con tus pancartas y tu megáfono y me soltarás uno de tus discursos. Y después me vigilarás para que no vuelva a hacerlo"


"¿Vas a cobrarte la vida de un inocente ajolote para verme? No volveré a dirigirte la palabra y no descansaré hasta verte entre rejas"


"¿Entonces qué harás para que no me convierta en un malvado asesino de ajolotes?"


- Te llevaré conmigo a Okinawa y te tendré siempre a mi lado, no podrás hacer nada si te vigilo las veinticuatro horas del día. -murmuré para mí mismo metiéndome demasiado en los recuerdos.


"Pero yo no voy a estar contigo cuando termines los estudios, tendrás que ir a buscarme para llevarme a Okinawa"


- ¿Y si me niego?


"Me temo que no volverás a verme"


- ¿Dónde está ese lugar?


"Lejos de las normas de la Royal"


Yale me había anticipado lo difícil que sería mantener nuestra relación durante una conversación la cual en su momento no supe entender del todo bien, parecía estar haciéndose el interesante para tontear conmigo durante aquella tarde, pero actualmente entendía todas y cada una de las palabras que antaño no supe descifrar, me sentía idiota por ser capaz de descifrar los planes y estrategias del comandante sin demasiada dificultad, pero no haber sido capaz de comprender unas indirectas tan directas. Era como...


- ¡NO! ¡NO! ¡PUEDO HACERLO! ¡PUEDO INVOCARLO!


- Tu vida depende de ello, ¿vas a ser un fracasado?


Los repetidos cañonazos y los gritos que una voz demasiado familiar emitían, me hicieron sentir la necesidad de asomarme a uno de los diminutos ventanales que daban al interior de una de las cabinas de la sala de invocación, sólo para ser testigo de cómo unas balas de cañón salían disparadas de aquel arma letal en dirección al que había sido uno de mis compañeros de equipo hasta hacía relativamente poco. Uno de los imperiales cuyo espíritu guerrero no había salido todavía y al que estaban tratando de invocar por la fuerza.


Columbia no podía ver debido a la gran placa metálica que le habían colocado alrededor de la cabeza, justo por delante de sus ojos. Lo único que podía hacer era escuchar, rogar y tratar de esquivar los cañonazos que cada vez se acercaban más a su cuerpo y, por las marcas que habían sido dejadas en la pared, supe que no era el primero ni el segundo que disparaban contra él.


- ¡¿Fuiste capaz de cumplir tu misión?!


- ¡NO! ¡LO SIENTO! ¡LO SIENTO!


- Por culpa de fracasados como tú, la Royal Academy ya no está al servicio del sector Quinto. ¡¿Tan difícil era estar de incógnito?!


- ¡FUE CULPA DEL RAIMON! ¡HICE TODO LO QUE PUDE!


- ¡INSUFICIENTE!


El "entrenador" que controlaba el cañón terminó, en un momento dado, por perder la paciencia y disparar a bocajarro en dirección a Columbia, cuyo terror le obligó a perder el equilibrio y dejarse caer al suelo, dando así por finalizada su resistencia. Uno de los cañonazos le pasó por arriba, el segundo se desvió hacia la izquierda y, sin duda, de haber continuado en pie y moviéndose le habría dado de lleno y terminado con su vida.


El cuerpo de Columbia lo sabía tan bien como yo y como su espíritu guerrero, que hizo un amago de salir, pero una vez más volvió a ocultarse muy adentro de su ser. No sabía muy bien cómo iba todo aquello de los espíritus guerreros, pues yo no tenía uno, pero si los espíritus también tienen sentimientos y emociones... El de Columbia estaba aterrorizado, como un cachorro de león el cual se ha separado de su manada. Me pregunto si en algún momento Columbia sintió que el equipo de la Royal éramos su manada...


- ¡OTRA VEZ!


El entrenador apuntó el cañón de nuevo hacia Columbia, esta vez de forma temerariamente cercana a su cuerpo.


Fue todo cuestión de pocas décimas de segundo... El ruido del cañonazo, la bala de cañón volando por el aire dejando tras de sí una nube de humo blanco, el cuerpo de Columbia tratando de incorporarse con desesperación, el impacto, el grito que apenas llegó a salir de la garganta de pobre diablo, la decapitación, la caída de su cuerpo sobre el asfalto como un peso muerto mientras que su cabeza impactaba violentamente contra la pared, el ruido viscoso y líquido del golpe, la sangre salpicando a los entrenadores, las paredes, las ventanas... Extendiéndose por el suelo como si de mera agua se tratase, el rostro desfigurado de Columbia y... Mi propio grito al ser testigo de cómo uno de mis antiguos compañeros fallecía de tan sádica forma ante mis ojos.


De forma casi automática mi boca fue oprimida por mi propia mano derecha al darme cuenta de mi terrible desliz, así como de forma también casi automática y preparada, los asesinos entrenadores ensangrentados levantaban sus cabezas y miraban en mi dirección, tratando de perforar los cristales con la mirada y de aniquilarme con ella tal y como habían aniquilado a Columbia con el cañón.


Ni unos segundos de silencio, shock o lástima sucedieron a la muerte de Columbia... De un ser humano que acababa de perder la vida... La reacción de todos los presentes fue la misma que si hubiesen aniquilado a un molesto mosquito. Yo rápidamente me había olvidado de él, entre mis prioridades tan sólo se encontraba el huir de allí cuanto antes, así como los entrenadores olvidaron que tenían a un cadáver desmembrado ante sus ojos y su única prioridad fue apretar un botón rojo que disparó todas las alarmas del Santuario mientras que de sus bocas la única palabra que salía era: "¡INTRUSO!"


Las puertas se cerraron inmediatamente, dejándome sin escapatoria alguna mientras que por todos los altavoces alguien me identificaba como si se tratase de un maldito robot programado para ello. Incluso mi nombre y apellidos fueron mencionados, así como la academia a la que pertenecía.


"Se acabó, estoy muerto"


- Comandante Sharp... -sollocé totalmente derrotado mientras que cedía ante la debilidad de mis piernas y me dejaba caer al suelo, no pudiendo hacer más que esperar a que alguien viniese a por mí y me asestase el golpe final.


Era un idiota, el comandante y el entrenador Samford no ponían las normas por amor al arte, la Royal Academy no era una cárcel, ni un infierno... Era prácticamente mi hogar, allí estaba protegido y el comandante no dejaba que me pasase nada malo, incluso luchaba junto a mí para devolver el fútbol que tanto amábamos a su estado inicial. Quería despertarme de aquel mal sueño, no quería morir, quería estar en mi academia, entrenando duro y quedándome sin aire en los pulmones... ¡Quería ir junto al comandante! Quería volver a ayudar a los novatos, quería volver a escuchar el silbato del entrenador Samford, quería volver a estar a salvo. Ahora más que nada en el mundo deseaba que el comandante me regañase, que me castigase y me mirase con esa mirada suya que indicaba que la había cagado, ¡vaya si la había cagado!, pero si el comandante me regañaba por lo menos significaba que estaba en problemas pero a salvo. ¡Quería estar a salvo!


- Comandante... Ayúdame... Por favor... Quiero volver a la Royal, tengo mucho miedo.


- ¡PRESTON PRINCETON! ¡¿QUÉ HACES AQUÍ?!


- Romper las reglas... -murmuré mientras los pasos de una infinidad de personas se precipitaban hacia mí, pero ya no importaba, realmente... Porque todo se estaba volviendo negro y, para cuando me alcanzasen, yo ya no estaría consciente. En aquellos momentos, lo mejor que me podía pasar era únicamente morir sin dolor, ya no pedía nada más... Sólo eso.


*****


«So this is how it endsPut your weapons down and make amendsSpent all we could spendBut don't play nice for too longThe war will begin again»


Una leve y entrecortada melodía llegaba hasta mis oídos con dificultad, como si hubiese un mar de distancia entre el dueño de aquella voz y mis oídos, o es que quizás la desolación y la desdicha que se veían reflejadas en aquella dulce y apagada voz le impedían cantar o por lo menos tararear más alto. Quizás en autor tampoco quería hacerlo o simplemente se conformaba con aquel volumen, quizás cantar fuese lo único que podía hacer para luchar contra el pesar que afligía su mente y corazón.


- Princeton... ¿Me escuchas?


"¡Comandante!"


- ¿Reacciona, Jude?


- No...


- Lleva dos semanas en coma...


- Está estable, los médicos dicen que está fuera de peligro... Es sólo cuestión de tiempo. ¿Cómo está el imperial?


- Se ha recuperado favorablemente, la única lesión que no ha terminado de curársele es la del hombro. Me complace informarle de que se ha integrado en el equipo perfectamente y de que sigue dando los mismos resultados que siempre ha dado. Sólo... No quiero ni imaginar cómo consiguió a su espíritu guerrero, pobre chico.


- Evita que fuerce el hombro, todavía es peligroso que juegue.


- Lo sé, Jude. Pero es que si no se distrajera se pasaría los días sentado junto a la camilla de Princeton y llorando mientras acaricia su mano inerte.


- ¿Sigue viniendo a visitarle?


- Todos los días, antes y después de cada entrenamiento y comida. Se siente muy culpable, Jude. Y... Y yo ya no sé si hicimos bien en echar a los imperiales... Si no los hubiésemos expulsado Columbia...


- No es culpa nuestra, Samford. No podíamos saber lo que iba a pasar.


- ¡Sí lo sabíamos, Jude! ¿Cómo consiguió sino Princeton esa información? Me siento como un asesino del calibre de los imperiales, les enviamos a la muerte directamente.


- Samford...


"No llores entrenador, Samford..."


- Lo siento, tengo que pensar. Dame una semana de vacaciones...


"¡No! ¡No te vayas, entrenador!"


- ¡David!


"¡Comandante! No me dejes solo"


- ¡Yale! ¡¿Estabas detrás de la puerta?!


- ¿Ha despertado?


- No...


"Es la voz que cantaba. El comandante no le ha regañado... ¿Qué está pasando ahí?"


- Me quedaré un rato con él, si no le importa... Lamento que Princeton haya hecho todo esto por mi culpa, siento mucho las molestias...


- Yale... Ahora lo importante es que ambos os recuperéis.


- En cuanto Pres... Princeton se despierte abandonaré la academia, se lo juro, pero déjeme hablar con él cuando lo haga.


- Ya hablaremos de tu estandía en la Royal Academy, Dracon Yale.


- Pero... Soy un imperial.


- Eras, no creo que volver allí sea la mejor de las ideas. Y aunque suene a cliché... Literalmente le has salvado la vida a Princeton, por mi parte y la de Samford todo lo que hayas hecho como imperial en la Royal, queda perdonado.


Escuché cómo el comandante dejaba escapar un pequeño grito ahogado al tiempo que algo impactaba contra sus ropas y le oprimía con fuerza, seguramente aquel pequeño e incompleto grito se debiese a que el aire le había sido arrebatado de los pulmones con fuerza y sin previo aviso, pero no hubo queja alguna por su parte que indicase que aquello le molestaba.


- Muchas gracias, comandante... Muchas gracias... -murmuró el antiguo imperial derrumbándose una vez más al ser consciente de que el comandante le había salvado la vida.


- Eh... De nada... ¿Puedes...? Ya sabes...


- ¡Es usted un pedazo de pan Jude Sharp!


Pude escuchar cómo el comandante suspiraba derrotado por primera vez en la vida, seguramente se había dejado vencer por la contagiosa emoción del chico y había cedido a devolverle el abrazo. Ojalá pudiese verlo...


- Voy a hablar con el entrenador Samford, te confío a Princeton.


- Lo defenderé como si fuese la portería de la Royal.


Sentí cómo los acelerados y torpes pasos del comandante se alejaban de mí, obviamente lo que fuese que estuviese pasado hacía que sus nervios estuviesen a flor de piel y que su frío e intransigente carácter se viniese ligeramente abajo. Me gustaría estar a su lado y echarle una mano en todo lo posible, pero mi cuerpo, por más que lo intentase, seguía sin responderme.


- Ajolotito... Ya ni sé si es cierto eso de que puedes oírme, pero... Cuando te dije que a veces está bien romper las reglas no me refería a que mirases a la muerte a los ojos y sonrieses.


"Yale..."


- Perdóname... Me fui sin decir nada precisamente para que te enfadases conmigo y no me siguieses. Es que... Si todos los ajolotes son como tú no me extraña que estén en peligro de extinción.


Sentí cómo mi mano recibía el calor de las suyas, así como el dorso era acariciado a su vez por uno de los pulgares de Yale, para posteriormente ser besado por sus labios con delicadeza y volver a depositar mi mano sobre la camilla.


- He visto que escondiste la foto en la que salíamos juntos en el último cajón, así que no sé muy bien si viniste a buscarme por amor o para matarme por ser un imperial. -trató de bromear -Oye... Despierta pronto, por favor... Cuando juego siento que mi capacidad como defensa ha empeorado, me falta un ajolote en la portería y me siento raro así...


"Si pudiera te diría que eso sentí yo durante tres semanas"


- Dentro de poco va a ser la hora del entrenamiento matutino... Si ves que te aburres ven a entrenar... Por favor... Abre los ojos, Preston. Esto no es justo.


"No llores"


- ¿Sabes? Tengo dos nuevas supertécnicas, una la ejecuto con ayuda de Drake... Se llama "Balón en extinción" y parece un ajolote que desvía el balón con su cola... Que conste que no la hice pensando en ti, eh. Que sé que tienes el ego muy subido y vas a pensar que sí.


"¡Balón en extinción no! ¡No a la muerte de ajolotes!"


- Quiero que la veas... -murmuró besando mi frente con cuidado y colocando mis cabellos de forma que pareciese que estaba medianamente peinado. -Te quiero mucho, ajolotito... Perdóname... Por ser un sucio imperial.


No, no pude decirle que yo también le quería, ni siquiera abrir los ojos para mirarle o gritarle que no era un imperial, tampoco abrazarle y llorar en sus brazos, ni compartir mi felicidad con él. Estábamos vivos y a salvo... No sé qué lesiones tendría ni cuanto había cambiado en este mes... Bueno, mes y medio en el que no había podido verle, pero... Tenerle allí, hablándome y acariciándome era suficiente para que poco a poco me fuese devolviendo la vida.


No hablé... Sólo apreté su mano con cuidado, de forma apenas perceptible pero clara. Haciéndome entender una vez más sin palabras ni miradas, sólo un pequeño gesto. Un pequeño gesto que decía: "te perdono" y un pequeño beso que aunque no pude corresponder, ambos vivimos con más pasión incluso que todos los anteriores... Porque este, este beso que ni siquiera pude devolver, decía a ambas partes: "No me arrepiento de haber roto las reglas"


 

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