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Hojas de Almendro por Maria-sama

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La media noche estaba allí. Las antorchas habían sido apagadas. La luz lunar apenas si osaba colarse por los aposentos del gran Iason Mink, quien empezaba a despertarse de un sueño reparador, a raíz de unas sensaciones agradables en su piel: caricias. Sutiles en principio, más descaradas después, con lo cual supo que no soñaba como había creído.

Con un respingo Iason se apartó del sueño.

En la oscuridad distinguió las manos de Riki desatándole la bata.

-¿Qué haces?- cuestionó Iason medio dormido al verle.

Pero Riki parecía no oírle ya que no dijo nada. Sino que se posicionó sobre él, a horcajadas. Ya le había abierto la bata, dejándolo desnudo…

Iason no estaba listo para eso. Riki desplegaba una energía arrolladora y el rubio no tenía idea de donde procedía. Además cabía notar que ese no era el Riki, el humano que el elfo conocía.
Las morenas manos recorrían su torso con parsimonia, sin recato alguno. Marcando cada línea, cada músculo algunas veces solo con el índice, como descubriéndolas, todas y cada una de las partes del rey del Almendro. Y no únicamente eso, sino que el humano bien parecía estar sopesando lo bien constituido que estaba el cuerpo del elfo, como sometiendo a un crítico análisis la anatomía del rubio.

Iason botó un leve suspiro. Obviamente Riki le mostraba una faceta de experto que no le conocía. Intentó alejarse del humano y no pudo. Por primera vez en su larga existencia se veía débil. Alarmado vio al humano, quien solo le devolvió una mirada impasible, pero llena de una fría lujuria.

Las caricias no cesaban. De súbito Iason profería gemidos contenidos y sin embargo, el moreno seguía sin decir nada. El silencio creaba cierta tensión, más el humano seguía sin hablar, sin gemir o jadear, aunque aquello, empero, no significó que el humano dejase de repartir sus licenciosas atenciones.

Obviamente el rey no se sintió a gusto con ello. Trató de ponerse arriba, como siempre, pero esa desconocida debilidad se lo impedía. Por más que lo intentara nada pasaba, seguía su cuerpo tan inerte como si solo su conciencia hubiese surgido al mundo, menos su cuerpo. Todo resultaba en vano. Un leve temblor le acometió por entero. Por la pasión que el moreno empezaba a despertar en él, aunque también gracias a un sentimiento que el jamás antes sintió: miedo.

El rubio entendió lo que sucedía de golpe como si un ramalazo le golpeara su mente...

La diosa…

En el rostro del moreno apareció una sonrisa calculadora.

-Al fin lo entiendes elfo- dijo una poderosa voz que a pesar de ser la de Riki sonaba distante, sepulcral…

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Lo iba a hacer.

Tras recibir la misiva no tenía de otra.

La poción de Ilean le había despejado la mente. Dejó que lo bañaran los donceles, sin prestarles macha atención a cuanto en él hacían.

Sin embargo, luego de salir de la suntuosa bañera y sin darle tiempo a vestirse, un mensajero irrumpió en su aposento. Cosa que extrañamente no le molestó mucho. Lo que si cabía recordar es el sin igual atino que tuvo en pobre hombre en irse, ya que el rubio elfo estaba que trinaba de coraje, tras leer el mensaje.

No dijo nada. Se sentó esperando que los jóvenes terminaran con su labor, la de secarle y peinarle.

Los rubios cabellos le llegaban hasta la cintura. Luego de que se los peinara el efebo, los sintió frescos. La bata de baño aún se ceñía a su talle. Y sin embargo, pese a que su apariencia le parecía lo más importante ante los demás, esa mañana no tuvo fuerzas para pensar en cómo se veía.
Con suma indiferencia, despidió a los muchachos, quienes no se hicieron del rogar.

La furia dio paso a las inevitables devanadas de mente que se daba de continuo.

Otras veces Ilean, la intempestiva, mal hablada, pero siempre alegre Ilean había estado a su lado, interpretando sus mudeces, tratando de ayudarlo cuando a nadie más parecía importarle. Ella, una amiga, la única que tenía… y lo echó a perder.

Golpeó la mesa enojado. Dentro de si sabía la verdad. No todo se lo podía achacar al alcohol, no. Más bien era su, su… ¡Dioses! Ni si quiera podía pensarlo.

-Iason- botó el nombre sin querer de su ser. Un nombre, uno solo que le quemaba como ninguno, como nada más a lo largo y ancho de este o cualquier mundo. Sin embargo, se regañó, ello no significaba que podía acostarse con Ilean, por muy parecida que fuese al objeto de sus fantasías, y pensar que las cosas seguirán de la misma forma.

Ella se había ido.

Ya nada sería igual…

¿Y todo por qué? ¿Por una borrachera? ¿Por un amor no correspondido?

Estaba enojado, con todo y todos, pero mucho más consigo mismo, por dejarse así, por perder el dominio de su ser.

Volvió a ver la carta y en ella encontró de nuevo la palabra “opinión”. Arrojó en papel al suelo, furioso. Lo más importante era el reino ¿o no? Entonces no le vía el sentido a que el rey le preguntase algo a un simple súbdito sobre su opinión en el asunto: debía llevarse acabo y punto. Acatar órdenes, así veía su vida; todo lo que conocía y no era tiempo para cambiar. Por algún motivo se sentía enojado. Nada tenía que ver con el contenido de la misiva, o con Ilean, sino que se trataba de otra cosa… algo más. Al ver el mensaje a sus pies lo notó. Esta vez no deseaba saberlo. Ansió que su mente se guardara la respuesta que de antemano ya sabía. La causa era otra vez, el mismo rey. Iason. Si tan solo se hubiese limitado a darle órdenes y ya, pero no, nada podía ser fácil ¿verdad? Por lo visto no. ¿Es que acaso Iason no entendía su dolor? Siempre que emprendía sus barreras para deshacerse de ese inapropiado sentimiento que hacía su señor tenía, Iason, el propio soberano, sin saberlo daba al traste con sus proyectos. De una u otra forma el gran señor se las ingeniaba para mostrarle cierto afecto, lo cual confundía y enojaba al elfo. Si realmente Iason consideraba su opinión, ¿era por que le importaba su destino, el compartirlo con un humano? No, amargamente se tuvo que admitir que eso era soñar de más. Simplemente Iason se veía colmado de todo lo que ansiaba y era lo suficientemente caballero como para pedirle a un amigo que le ayudase en sus desfogues… ¡Como si importara!

El gran Rey del Almendro, rodeado estaba de lo mejor de sus conquistas; la más reciente un humano de las brumosas montañas: un nómada salteador de caminos.

Sintió unas apremiantes ganas de reírse de sí. El destino le jugaba unas charadas muy maquiavélicas. Raoul, el gran general, el estoico, el insensible, muerto de amor por su señor ¡JA! Hasta ridículo sonaba. Más si se le aunaba el hecho de que mientras el soñaba con dar todo por una noche con su señor ¡Que va! Por solo uno de sus besos. Por una sola de sus caricias sería capaz de todo. Incluso de volverse un mendigo, o, como dijo una vocecilla majadera de su interior, hasta ser la puta de un humano.
Y sin embargo ni eso lograría que Iason empezara a verle como algo más que un amigo. Y si de todas formas lo veía como a un insecto ¿Para qué demonios pedir su opinión?
¡Maldita sea! ¿Es que Iason era ciego? No deberías darle alas, para luego cortarlas de tajo ¡Y al diablo si lo hacía o no apropósito!

Sin embargo, muy a su pesar, vino cada una de las palabras de Ilean y con ellas, la posibilidad de renunciar… ¡Dulce Diosa! Tenía que hacer de ramera para un humano ¡Un humano! Él creció con los prejuicios que su raza imponen a los elfos con respecto a los demás seres, aunque a Raoul le enseñaron que no se trataba de prejuicio, sino de simple orden natural de las cosas: los elfos estarán por encima de los demás seres, siempre.
La supremacía elfa ¿Cuántas veces no había escuchado las peroratas de su padre y madre sobre el asunto? Una y otra vez le recordaban de pequeño que él pertenecía a la élite y luego de pasar unos ciento cincuenta años comprobándolo ¿Cómo podía pasarlo por alto?

Inconcientemente se mordió el labio. Ahora llegaba el tiempo de sellar un antiguo pacto con los hijos del dios del cielo y él al ser un sirviente de la diosa…

Ya no recordaba las enseñanzas en los misterios de la diosa que su madre (y otras sacerdotisas) le confiaran. Pero nadie podía reprochárselo, a fin de cuentas de eso ya hacían cientos y cientos de años. Pondría especial empeño en la ceremonia que se celebraría dentro de tres días. No estaba dispuesto a presentarse ante un rey y mostrar que no sabía mucho del tema.

Sacudió la cabeza. No se trataba de que fuese un mal servidor de la diosa: los deberes militares le consumían todo el tiempo, eso y Iason por supuesto.

Cerró los ojos con disgusto. No debía permitirse pensar semejantes estupideces. Bien sabía que más de un hechicero podría hurgar en su mente y hallar eso. Con amargura pensó en que tal vez ya fuese un secreto a voces.

Pero él no lo había pedido. Enamorarse de alguien tan inalcanzable… y por ello no debía pensar más en el asunto, se reprochó, antes de mandar a llamar a Nirlan. Garabateó una respuesta y se la tendió al joven, quien salió raudo a dejarla al aviario.

“Acepto”. Había puesto igual que los humanos dicen al contraer nupcias. ¡Qué locuras! Debía descansar, pues al parecer mucho vino azul, la poción, el coraje y la culpa le estaban dañando la psique, como para hacerle pensar en semejantes sandeces.
Aceptarse debía que pasara lo que pasase con una palabra, una muy corta y solitaria palabra había sellado su destino, echándolo al viento en las patas de una tórtola.

Tres días, pensó, mientras se cambiaba de ropa (no deseaba que los efebos lo vistieran, hoy no, por ello declinó el llamarles) Tres días para que el ritual diera comienzo. Se llevaba a cabo cada lustro humano tras la coronación del nuevo rey, para así renovar la alianza entre reinos y dioses.

Borró de su mente todas aquellas cosas, detalles que estarían prestos a cumplirse. Ya no. No ese día. Si complicado iba a ser, lo sería, entonces ¿para qué recordarlo?
Apartó de si un poco los recelos. Quedaban bastantes cosas por atender con el consejo. El avituallamiento por ejemplo.

Se vistió con una túnica corta de lana, sin demasiados adornos y se ciño la espada a la cintura. Declinó el ponerse la armadura. Se encasquetó ambas botas con desgana. Solo tenía que ver algo con el Consejo, unas nimiedades en cuanto a la victoria con los negruts y deberes varios que quedaban por atender. También se llevó una capa, una muy ligera, puesto que no quería desdeñar del todo el benéfico aire.

Sonrió con cierto pesar. Primero tildaba de importantes los asuntos del fuerte, para alejar de sí lo del los rituales y luego comprendía que aquello era fútil en más de una forma.

Al salir de sus aposentos se topó con Nirlan, quien balbucía algo sobre que la entrega había sido completada. Asintió y se alejó del joven. Nunca llegaría a comprender por qué el chico se turbaba cerca de él; no como los demás humanos o elfos, por su rango, parecía algo de índole indescifrable, diferente…

Casi levantó los hombros, restando la importancia al asunto para luego seguir su camino a la tienda del Consejo. Allí como era de esperarse estaban todos los elfos veteranos que esperaba encontrar, con miradas adustas y sonrisas maliciosas. Cada uno de ellos escuchaba al otro como si se tratase de un idiota, un idiota indispensable, pero no por ello menos idiota. Sin saber, se le veía allí pavoneándose, sin que fuese de su conocimiento que para el general todos eran igual de papanatas: él no hacía distinciones, al menos no en ese punto.
Todos sentados en torno a la gran mesa, dejando la silla de la cabecera libre para que el rubio la ocupase.

Raoul tuvo que suspirar al sentarse. Otro día junto a esos avinagrados sujetos y los dioses iban a reportarle una jaqueca más grande de la que se halla tenido noticia y quizá con indicios de impertinente permanencia pertinaz.

Nuevamente, como cada mañana todo viejo elfo decía tener en sus manos el asunto más apremiante y como siempre era recibido por ligeras y bien pensadas pullas verbales que harían palidecer al más ducho escritor. Pero los pensamientos de Raoul estaban en otro sitio y a la vez en ningún lugar, por lo que preste bien poca o ninguna atención, a final de cuentas, por lo regular eternamente peroraban de lo mismo, día tras día.

-… y no podemos esperar por más tiempo ya que el Señor Raoul debe irse al reino humano…

Alcanzó a oír el rubio y sin quererlo vio al que estaba hablando, era joven, más que los demás, pero ni eso le salvó de su ira. ¡Ese mal nacido otra vez!

Prudentemente los demás guardaron silencio. Raoul iba a hablar.

-Dispondremos más hechiceros ya que el Borde sur está a merced de criaturas más horrendas que los negruts: loearnvicnadaths. Allí la barrera Sagrada esta siendo mellada por las recientes adquisiciones de almas de las que ya disponen aquellos seres- dijo con gran majestad.

La asamblea hizo significativas muestras del asco que esas criaturas les inspiraban. Así como su nombre de difícil pronunciación, esas criaturas se mostraban en su trato. Carroñeras y asesinas, su único y vil fin era, a parte de carne elfa o humana, las almas que albergaban. A más de uno le inspiraban terror y dos que tres de los presentes se escalofriaron, seguramente recordando que, los loearnvicnadaths son bellos, como los niños de seis años más o menos, pequeños, pero sin duda letales.

Todos asintieron a la medida de protección mágica.

-Las provisiones deben ser revisadas…- continuó el rubio, pero fue interrumpido.

- Esta misma mañana las han revisado, todo en orden, pensé que ya lo sabías- dijo medio altanero el mismo elfo joven.
Raoul le fulminaba con la mirada, pero no dijo nada. Su ser fluctuaba entre el matar a ese insolente de una buena y sensata vez, y el ignorarle. Optó por lo último como siempre.

-Entonces no veo más problemas que atender- atajó Raoul como dando por concluida la sesión, sin dar cuenta de las débiles protestas.

Todos a regañadientes salieron, puesto que aún deseaban saber dos que tres detalles y cotilleos del reino, pero, si de por si el rubio no prestaba mucha atención a las juntas y hablaba menos, ese día fue ejemplarmente parco. Con un revoleo de ropas todos dejaron al rubio en la tienda del Consejo.

Raoul se reclinó en su asiento. Sobándose las sienes alejando un poco la jaqueca.

-Estás muy tenso y cansado ¿no?

Raoul se giró asombrado, pues el altanero joven aún seguía allí. Ni si quiera respondió. Se sumió en las revisiones de los mapas territoriales he hizo dos que tres anotaciones.

Con felino paso el joven se le acercó y sin más empezó a masajearle los hombros.

-¡Diosa, esto si que es tensión!- exclamó divertido y más aún al sentir que el rubio trataba de alejarse.

-Suéltame Goran- ordenó el rubio.

Entre tanto el aludido de largos cabellos lilas y ojos blancos (extrañamente blancos, solo delineados con negro para diferenciarse de la esclerótica; la inconfundible marca de hechicero)

Pero obviamente que Goran no iba a dejar de lado semejante oportunidad. Se acercó hasta quedar su boca al lado de la oreja puntiaguda…

-¿Qué te hace pensar que voy a obedecer?- ronroneó lascivo.

-A… ¡apártate!- logró espetar el rubio tras un poco de esfuerzo. El mago lo tenía bajo su poder. Maldijo por estar descuidado. Sus pensamientos le sumergieron en la debilidad, dejándolo vulnerable. Algo imperdonable. ¡Inadmisible!

Ya otras veces, se habían visto inmersos en situaciones similares, pero siempre Raoul lograba safarse, sin elmabrgo los hados mostraban que ese día no era su día…

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Ya casi era de madrugada. Otro día para la elfa. Un día para llegar a casa, tan bueno o malo como cualquier otro.

Las confusiones no dejaban de hacer fila en la mente de Ilean Mink. Su regreso al reino no fue como esperaba. El sentimiento de felicidad por volver al hogar y haber hecho un buen trabajo se vio apagado por su noche con Raoul (no por que fuese mala noche o mal amante, sino, para su desgracia, fue todo lo contrario… ¡el mejor!)

Añadido el hecho que la sumía en el desconcierto en pleno desde su partida del fuerte sureño: la ex sacerdotisa llamada Surel.
La compañía de la humana de ojos grises, no figuraba en sus planes, desde luego, así como tampoco tenía pensado sentirse nerviosa en su presencia.

Apartó de sí la posibilidad de que sus preocupaciones se debiesen a la mojigatería. De hecho ya había tenido encuentros con el sexo bello de forma nada decorosa, y sin embargo cabía admitir que la humana la desconcertaba en diferentes formas.

¡Ay! tenía la cabeza mucho más revuelta de lo habitual y para variar, la culpa, esta vez no re cayó en unas botellas de vino azul.

El recuerdo de su viaje llegó a su mente para desesperarla aún más... Recordaba haberse tardado más de lo necesario en volver. (¡Casi una semana!) Y también aceptó el calor, la cercanía del cuerpo de la joven al momento de dormir. No la tocó, al menos no de manera… sexual y aún así en más d e una ocasión le había encendido la sangre. Fue como si Surel hubiese llevado acabo una seducción predeterminada; cada suspiro, cada respiro, cada temblor y mirada iba cargada de una inocencia tan sensual que sacudía el cuerpo de la elfa.

Movió la cabeza en un intento por alejar semejantes pensamientos. Se sonrojaba y la chica no estaba tan lejos, así que debía apartar sus locos ensueños o Surel lo notaría.

Pensó en que no debía llegar de sopetón al castillo, mejor sería pasarse por alguna de las posadas cercanas y ya más tarde iría rendirle cuentas a su hermano, primero debía de conocer la situación, y hablar con los espías que tenía cerca de su hermano.

Todo indicaba que ese era un plan genial, pero algo dentro suyo le demostraba que lo hacía solo por un motivo: la chica.
Nuevamente se reprendió y se dedicó a buscar a sus informantes.

No tardó en dar con ellos y la mayoría le confirmó sus temores: la ceremonia debía dar comienzo cuento antes y eso implicaba a cierto rubio tozudo, tan tozudo como ella misma.

Una sacudida de remordimiento y recuerdo la atacó por entero. No esperaba eso, pero ahora a cada mención, aunque fuera mental del rubio, sentía un leve escalofrío.

-Ya nada será como antes- se dijo pensativa y taciturna, haciendo eco sin pensarlo a lo que Raoul mismo pensaba.

Lo que no sabía ella es que la humana, Surel estaba inmersa en un atolladero mental igual al suyo. Cosa que no deseaba admitir claro. Según las enseñanzas de toda buena sacerdotisa de Azhu, debía ocultar sus sentimientos. Sonrió a medias al notar que por más que se decía hacerlo, seguía revuelta entre ellos.

La elfa para ella era más que una ama. Había sido un remanso de salvación.

Para Surel, el fuerte del almendro era un suplicio; siempre expuesta a las lascivas miradas y malos tratos, hasta por parte de los de su raza y entre ellos, el peor era la indiferencia, por que, luego de estar acostumbrada a las comodidades y la atención, se había vuelto, del montón; una más que debía luchar por su existencia o morir.

Y de pronto llegó a su vida Ilean. Al toparse con ella creyó que la trataría igual que los demás de la bella raza: con despotismo, pero no fue así y ya cuando quería darse por vencida, cuando pensaba en que más valía morir que seguir así, sumida en la esclavitud, llegó la rubia. Puso todo su empeño para jugar bien sus cartas en ese mundo regido por elfos y apostó por la credulidad. Le creyó. A Ilean. Sus palabras, todo, la elfa la ganó con unas cuantas palabras de aliento y con una mirada de calidez.

Así que, pensó que, si debía someterse al yugo de la esclavitud, al menos sería la esclava de alguien de la valía de la elfa.
Lo que le reportaba la incertidumbre, fue el viaje. No esperaba que fuese así. Más de una ocasión buscó acercarse a la elfa. En parte por que el frío de aquellas tierras era muy marcado. Difícilmente en su amada Azhu las noches de estío eran tan frías, pero al paso de las conversaciones y comidas, se iba acercando más y más a la elfa, dejando que su corazón latiese junto al de Ilean…

¡Dioses! Empezaba a pensar cosas inapropiadas. Ella de una manera u otra había logrado defenderse en la vida, pero la fuerte elfa le proporcionaba cierta protección que le resultaba difícil desdeñar. Su cuerpo se había acoplado al de la elfa en más de una noche y en más de un sentido se sentía conectada con ella. Lo más inquietante de todo, fue en la noche pasada, el aroma que la rubia despedía de su cuerpo… le gustó. Si, le gustaba, el bello cuerpo de su rubia ama, estaba impregnado de la ceñidas pieles de su atuendo y sin embargo tenía cierto olor a flores, femenina, pero a la vez teñida de un inquietante masculinidad que solo los dioses sabían de dónde emanaba.

Surel se ruborizó y mejor siguió preparando la alcoba de la posada donde estaban alojadas. Su señora vendría de un momento a otro y no esperaba que la hallase en semejantes cavilaciones.

Abajo, se oían los ruidos de los borrachos, carcajadas y restos de conversaciones, como un hervidero en un panal de abejas.

Bueno, se dijo la chica, por lo menos eso es algo que comparten todas las posadas del mundo: el bullicio.

----

-¡He dicho que me sueltes! - rugió Raoul, pero el mago ni se inmutó.

-¿por qué habría de hacerlo? Este tipo de oportunidades no se dan a diario- murmuró antes de dar un leve mordisco a la élfica oreja.

-¡Te mataré si no me sueltas en este instante! Quita tu… sucia y asquerosa lengua de mí…

-No, no lo harás, si me matas te quedas sin maestro hechicero y eso no es posible si es que quieres proteger tu puesto bien y sobre lo de la lengua, creo que tienes razón, la quitaré… para ponerla en un lugar mejor- terminó con aterciopelada voz.

Raoul respingó al pensar que podría ser para el mago “un lugar mejor” Con impotencia notó que no podía moverse. El mago era bueno, eso le implicaba una desventaja. ¡Si tan solo no lo hubiera agarrado desprevenido!

Para colmo de males, su vestimenta bien parecía presta a ayudar al tunante por que la túnica corta le facilitaba las cosas.

Goran abrió un poco la túnica. Metió a placer las manos en ella para tocar la piel de abajo. Calar el enorme y bien formado pecho.

-¡No!- alcanzó a decir Raoul cuando notó a que llamaba “mejor” el descarado aquél.

-Si- dijo el menor gustoso, al notar la turbación de Raoul, cuando le masajeaba las tetillas poniéndolas erectas entre sus suaves dedos de hechicero.

Ansiaba tomarlo, escuchar sus gritos de súplica o sus lamentos y lo empezaba a conseguir. Sin embargo debía darse prisa sino quería ser encontrado así. Alguien podía entrar de un momento a otro. Se hincó para poder llegar a lo que estaba buscando desde hacía mucho, mucho tiempo.

Raoul ya ni hablar podía. Su cuerpo estaba tensó al ver a Goran hincándose y más al sentir las manos lascivas subiéndole la túnica…

-¡Pero mira que tenemos aquí!- dijo el otro en tono que pretendía ser crítico y asombrado y sin embargo fue socarrón, al notar la hombría que había debajo de la faldilla corta de la túnica.

Raoul no dijo nada. La humillación era ya mucha y el pensar en las torturas que podía dispensarle aquél cuando se liberara, no le ayudaba a salir del problema.

-Esta espada es mucho más bella que la que te ciñes a la cintura- agregó el mago descaradamente, para luego proporcionar un beso al expuesto glande.

-¡Ah! No… de-detente- dijo sofocado al notar que el mago sin ningún reparo se metía su pene a la boca.

Goran lamía y medio mordía aquella hombría, ligeramente; más pronto de lo que creyó, se irguió entre sus labios. Lo cual le reportó un enorme y secreto placer.

Se dedicó a ver qué tanto podía hacerla crecer y chupó, sacando metiendo mientras escuchaba extasiado los gemidos del rubio que mal conseguía en disimular. Masajeó con las manos las firmes piernas, para luego llegar a los testículos y darles el trato digital que se merecían. Presionándolos, marcándolos o simplemente tocándolos.

Raoul gruñía entre excitado y furioso.-Suéltame- espetó con los ojos apretados.

Goran en cambio soltó una risita incrédula.

-¡Pero sino te estoy agarrando!- dijo de lo más ofendido por que a fin de cuentas era bien cierto, las manos ya las tenía apoyadas en el piso…

Raoul se sintió peor ante la burla, pero no podía hacer ni lo más mínimo. Su voluntad, aunque fuerte, en ese momento estaba siendo de nula ayuda: mientras no se deshiciera del conjuro de inmovilidad de poco le servirían todos sus intentos y eso de sobra lo sabía su atacante.

-¡Ah!-gimió el estoico elfo.

Maldijo muy bajo; el hechicero si que usaba bien la boca. Por más que luchaba por acallar sus gemidos, éstos, insolentes, salían sin su permiso.

Goran estaba en medio del cielo. La carne palpitante era deliciosa, pero aún más el ver estampada la mueca de humillación en las hermosas facciones de su general. Imprimió mayor velocidad a sus caricias, mientras succionaba. Eso Raoul no pudo soportarlo. Echó la cabeza atrás, recargándola en el respaldo labrado de la silla.

Goran iba a preguntar sobre si le gustaba, pero no quería despegarse de su tarea, a la cual le había agarrado más gusto del que esperaba. Raoul podía ser de-li-cio-so, por ello concentró cada fibra de su boca en explorar ese magnifico miembro que parecía renuente a dejar de crecer. Metía y sacaba de su boca tan fina obra de la naturaleza, hasta que logró saborear el salino pre semen. Le gustó el sabor y por ello la punta de su lengua hurgaba en el pequeño agujero del que manaba. Para luego darle un rodeo a la glande con la lengua y con ella misma calar la parte baja de esa cabeza y notar todo eco del corazón del elfo (desbocado) en cada vena de la erección.

Los labios de Goran estaban también hinchados. El trabajo que realizaban era bastante bueno. Antes de seguir succionando la terna y dura hombría, se decidió a besar cada protuberante vena para poder confirmar la pasión que sus atenciones despertaban en el estoico elfo.

Raoul gemía. Una parte de sí admitía que había sido un necio al declinar la invitación de Goran por tanto tiempo… comprobaba el talento del de los blanquecinos ojos para los menesteres de alcoba.
Y ya no pensaba en negarse, Raoul empezó a olvidarse de donde y con quien estaba, para dejarse arrastrar por las sensaciones. Un escozor le llegó por toda la columna vertebral, hasta refugiarse en su vientre que en respuesta se encogió. No podía. Lo intentaba pero no podía negarse. Pocos sabían lo fogoso que podía llegar a ser y le molestaba que Goran se estuviese anexando a esa lista sin su permiso.

Un leve temblor le indicó a Goran que su trabajo estaba a punto de concluir. Se esforzó por lamer, sacando y metiendo con mayores bríos, ahora si valiéndose de las manos para frotar, urgiendo a Raoul a terminar. Pronto obtuvo su recompensa, la cual trago en parte, no sabía nada mal, se dijo con una media sonrisa ladina, mientras se incorporaba.

Se dio el tiempo para admirar su obra. Un hermoso rostro sonrojado, la boca ligeramente abierta, el sudor que corría con inseguridad por la bella frente y los cabellos como un adorno bien puesto, yacían dorados sobre el blanco rostro en diversos mechones, cubriendo levemente los ojos cerrados, algunos, mientras que otros se pegaban a la pálida faz.

Raoul ya volvió de pronto al mundo real para toparse con su mirada divertida y se sonrojó todavía más.

Si, definitivamente el general podía ser delicioso, muy delicioso, pensó con malicia Goran, y devolviendo la mirada acompañada con un significativo gesto: pasar su lengua por los labios, limpiándose los restos de la esencia del rubio.

Raoul lo maldijo y se maldijo todo a un mismo tiempo, lo cual hizo que Goran ampliara su sonrisa satisfecha.

-Tu néctar me ha gustado- declaró el hechicero- espero tener oportunidad de catar un poco más.

-¿Es que solo piensas en eso?- le espetó el rubio tratando de imprimir un dejo de desdén en sus palabras (y no una nota de enojo) tal como si no sucediese nada del otro mundo.

-Raoul- anunció el hechicero acercándose nuevamente a la puntiaguda oreja- no hay nada de ti en lo que yo no piense a diario.

El rubio elfo ansiaba apartarse, pero el conjuro seguía obrando en su ser. No esperaba esa confesión y de hecho no se necesitaba ser un sabio para entender a todas luces que el mago pensaba en él día y noche. Sin embargo, no se sintió con ganas de recibir halagos sin sentido. Optó por callar, desilusionando a su captor.

-¿No ibas a matarme?- preguntó divertido, al notar como el rubio hacía enormes esfuerzos por regular su respiración y a la vez que esa acción no fuese notada.

-Lo haré- dijo fríamente el mayor- pero no ahora. Lograste lo que querías y ya. Tu muerte vendrá tarde o temprano: soy paciente- aclaró el elfo con desdén, recuperando el orgullo. Poniendo los puntos sobre las íes y demostrando con ello lo indiferente que le era el joven.

Goran sonrió e hizo una fina reverencia. Nuevamente Raoul encontraba la forma de burlarse de él, a pesar de estar atado a sus poderes. Internamente estaba que trinaba de furia, pero por fuera seguía mostrando esa desfachatez tan suya.

-En lo que decides o no matarme, ¿por qué no te poseo?- soltó de lo más ufano, más para sí que para su señor.

Raoul tembló ligeramente. El hechizo estaba reforzándose, sin embargo él había encontrado ya una falla, pero ¡no le sería de ayuda si ese infeliz le poseía en ese momento! Sería bastante tarde… reconoció azuzado.

Los ruidos exteriores pusieron sobre aviso al hechicero, así que con toda la calma del mundo, volvió a hundir la rodilla y tras dar un leve beso en la punta de la hombría del general, bajo la túnica, cubriéndola. Aunque no desaprovechó la ocasión para mesar las fuertes piernas; había una para cada mano.

Raoul intentó pensar en cualquier cosa. No deseaba que Goran se enterara de que empezaba a forjarse de nuevo el intenso fuego en su interior (¿O era que jamás se fue del todo?)

Para su fortuna el lujurioso elfo lo dejó de acariciar… por poco suelta un suspiro de alivio. Pero si bien el muy tunante le dejó las piernas, también es cierto que le dejó un recuerdo.

-Por hoy te dejo “general”: yo también soy paciente y ya nos veremos de nuevo- prometió, para luego acercar su rostro al del rubio y plantarle un beso. Uno muy sensual y asfixiante en donde Goran marcaba cada labio con los propios, hasta lograr hacer que la lengua de Raoul respondiese, a medias, el desafío.
Tras abandonar la boca de Raoul, Goran vio como éste le seguía con la mirada, como si nada pasara. Le gustó en cierta forma esa fuerza que emanaba del rubio y más aún que no hiciese ascos a probarse a si mismo.

-Nos veremos- dijo teatral antes de salir el hechicero.

Ya estando una distancia prudente dejó que su hechizo terminara, liberando al rubio, pero aún con su sabor en los labios.

-Nos veremos- musitó repitiendo a la nada. Ensimismado, perdiéndose en la maraña de tiendas de la soldadesca. Las sensaciones las tenía todas a flor de piel. La verdad es que ansiaba humillar, pero algo muy dentro le decía que el único humillado había sido él mismo.

Sentía de pronto la garganta algo seca, pero con el vino secreto de Raoul quemándole los labios todavía; declinó hacer semejante cosa. Y aunado a ello la saliva que sellaba el pacto que se había hecho: poseer ese poderoso y bello cuerpo algún día. Por otro lado, algo en su interior le mostraba que quizá Raoul se quedó con mucho más, aunque no daba con el qué.

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Iason abrió los hermosos ojos azules más de la cuenta. La diosa estaba encarnándose, poseyendo a Riki y la verdad que eso no parecía nada bueno.

Trató de entablar alguna conversación, no sé, preguntar el por qué de la aparición, más sin embargo su lengua la sentía trabada. Nada de eso le había pasado antes, lo cual indicaba que tenía todas las de perder. Además Riki no cesaba en sus manuales atenciones.

-¿Acaso te preguntas el por qué, elfo?- cuestionó la espectral voz con malicia.

Iason iba a asentir, pero ni eso podía.

Por su parte Riki se detuvo. Las manos dejaron de vagar por el ancho torso del elfo cuando llegaron al abdomen. Se apoyó en él y sin pudor alguno empezó a mover su cadera, frotándose contra esa parte tan sensible del rubio, lo cual lo urgió a gemir. Las carnosas nalgas del moreno chocaban en directo con su miembro ya erecto.

Los movimientos circulares de cadera que había adoptado el bronceado eran enloquecedoramente placenteros para el elfo. Por un momento ansió poder moverse, para así llevar sus manos hasta ese vigoroso cuerpo para poder poseerlo con fiereza, con pasión, sin embargo aún la diosa lo mantenía en la debilidad.

-¿te gusta?- se oyó la lasciva pregunta de los labios morenos

El elfo juntando sus pocas energías asintió.

En lo más recóndito de su excitado ser entendía que había ofendido a la deidad, lo que no conseguía era dar con el cómo ni cuándo.

Sin embargo la diosa se mostró implacable. Seguía excitando al elfo, pero no le daba ninguna tregua, ninguna posibilidad de desfogar todo ese torrente de pasión que le estaba creando. Y al notar como el gran rey Iason Mink se veía reducido a un simple peón le gustaba y hacía sonreír.

Las carcajadas maliciosas de Riki horadaron los élficos oídos, hasta llegar al ya muy desgastado orgullo del rubio. Pero si con ello lograba aplacar a su deidad debía soportarlo; no es como si tuviese opciones de todas formas.

-Veo que sigues sin recordar tu falta

Iason bajó la mirada avergonzado. Otra cosa que solo conseguía en él la Diosa.

Si, por más que buscaba en su mente no daba con la afrenta cometida. Por todo y por nada, pero al mismo tiempo se recriminaba el hecho de que disfrutaba o empezaba a hallarle gusto al suplicio al que lo sometía Riki.

-Me has desafiado. No una, sino tres veces. Las primeras dos las pasé por alto, pero sabes que tu reino, tu vida, dependen por entero de mí- espetó la Diosa con una fría ira que helaba los huesos.

Iason se limitó a reconocer la razón que había en esas palabras ¡Y aún no daba con la afrenta!

-El Ritual que se llevará acabo me aplacará un poco, pero no del todo. ¡Deja de comportarte a tu conveniencia elfo!

Ahora Iason empezaba a comprender. Al hacer esclavos, siempre decía que lo había hecho a son de mejorar las relaciones divinas, pero todo era por índole personal. Así era en últimas fechas, lo cual al parecer no había agrado nada a la divinidad. Fue un tonto al pensar que no se daría cuenta, que lograría engañarla. Y allí estaba ella para demostrarle lo equivocado que estaba al respecto.

-No lo olvides elfo: estas en mi poder ¿O acaso debo dejar que el humano te posea?- preguntó dulcemente obteniendo lo que ansiaba, un ligero brillo en la mirada del rubio rey que denotaba ese temor, que ella y solo ella le conocía.

Iason no notó la sonrisa triunfal de la mujer. Se hallaba sopesando la posibilidad de “ser el de abajo”. ¡Eso si que sería una amarga lección!
Bajó la cabeza y notó como algo de su fuerza volvía.

-No lo olvides- repitió la voz y antes de abandonar el cuerpo de Riki añadió:- esta noche me la consagrarás y dejarás que el humano se desfogue ¿Comprendes?

-Si mi señora.

-Iason, ¿qué haré contigo?- preguntó con algo de ternura como una madre que reprende a su hijo, para luego marcharse. La mirada arrepentida plasmada en tan hermosas orbes, la había desarmado un poco.

El elfo no añadió más pues no estaba seguro de si ella había partido en verdad o no.

Lo que no esperaba claro está, es que el humano fuese capaz de seguir. Mostrabase como un autentico vendaval de pasión, con sus torrentes de experiencia que el elfo hasta ahora había ignorado. La cellisca lejos se hallaba de terminar, al haber abandonado el cuerpo humano la diosa. Así se lo hicieron notar las flexibles, pero firmes piernas con las que Riki lo mantenía franqueado. Temblaban de anticipación, pero igual, se movían con una cadencia indescriptiblemente ardiente, a la hora que el humano frotaba su cadera con la dureza de Iason.

-Iason- musitó el chico, medio cohibido, medio excitado y con ello hizo gruñir de mera satisfacción al elfo.

Era como si Riki hubiese estudiado a fondo algún tipo de comedia destinada simplemente a enloquecerle. Y la voz que sonaba a urgencia y a desconcierto colmaba las expectaciones del rubio rey.

Sin embargo, la pesadez que acometía a Iason no desapareció del todo, por ello no podía regresar todo aquello que Riki le daba con creces. Se limitó a recibir.

Por su parte, Riki estaba ardiendo en vida, o así lo sentía. No supo por qué, pero tuvo la necesidad de lo más imperiosa de levantarse, para luego ir a calmar su sed, una sed que primero pensó en saciar con agua fresca de la jarra que estaba en la mesa, pero tras acabársela, notaba frustrado que ésta no desaparecía, sino que, cosa extraña, se acrecentaba más todavía.

Iba a volver al lecho, pero su mente se había nublado, como si perdiese el sentido, sin embargo notaba como su cuerpo, su boca se movían. Y precisamente al despertarse del todo, al volver a dominar su cuerpo, se encontraba con que éste se había subido al cuerpo del rubio y lo masajeaba… ¡Lo seducía!

Sin embargo no pudo deshacerse de esa lujuria. Por ello ni siquiera intentó deshacerse del níveo cuerpo, que por lo demás se notaba extrañamente laxo.

Lo único que parecía vivir en el rubio ser, a parte de esos azules ojos, era el duro pene que había despertado.

Ya no podía parar. Y por ello se inclinó hasta quedar cerca de Iason, juntando su pecho con el del elfo. Comenzó a frotarse, poniendo ambos pares de tetillas enhiestas.

En respuesta Iason tiritó cual si estuviese expuesto a una corriente helada. Un saetazo que escocía le llegó desde el pecho hasta la virilidad, poniéndole a cien.

Riki notaba el efecto, pero no importaba, más que seguir, seguir con los finos escarceos que hacía. Se pegaba a la piel ajena cual gatito mimoso con su amo, en busca de esa sensación de frío placentero que el afiebrado ser élfico le reportaba.

Llevó ambas manos hasta el cuello, apoyándose y hundió su lengua en la boca del rubio.

Tomado por sorpresa, Iason abrió la boca, más no se arrepintió de ello, puesto que, como bien notó Riki mascujaba muy ligeramente sus finos labios, para luego darle unas lamidas exquisitas. Más se mostraba Riki más como una bestia en celo que como un humano henchido de pasión. Sus caderas habían decrecido el sensual movimiento, pero no cesado en absoluto, lo que lo volvía una sutil muestra de sensualidad y lascivia calculada. Era como si el humano estuviese entre la malicia por saberse el detonante para la dureza elfa, o el desconcierto de no saber de donde provenía esa misma pasión.

Iason por poco sonrió de ternura. Le gustaba que Riki, para variar no lo viera con odio, sino con autentico deseo. Solo que esta vez el elfo tuvo que notar que el también estaba siendo presa de dos mundos, el de la excitación y el del enojo. Y ese último no por que no pudiera moverse a voluntad, sino que, tal pareciera que Riki se contuvo todas las veces anteriores que habían tenido sexo. ¡De haber sabido lo fogoso que era su moreno, hubiese cometido más blasfemias!

Pero no era tiempo de pensar semejantes cosas y pronto Riki volvió a acaparar su atención, con besos húmedos y urgentes. La enfebrecida piel del chico constituía en si una candente caricia.

Riki sin embargo no podía solo besar al rubio. Necesitaba algo más.

Sin darse tiempo a pensarlo, el moreno se acercó a Iason y sin más lo abrazó. El contacto reportó un sonrojo para el elfo y la misma reacción para el rubio. Mientras muy bajito, pero no por ello menos sexy, el moreno musitaba cual mantra el nombre del rey.
Ya nada quedaba de aquella fría lujuria que le mostrara el humano cuando estaba en pos de la Diosa. Ahora era simplemente un humano, si, pero uno muy ardiente que buscaba refugiarse de tal vendaval de fuego en el pecho del elfo.

No supo por qué, quizá instinto, quizá otra cosa, pero con las nimias fuerzas que tenía, Iason arropó ese candente ser entre sus potentes brazos y por un instante el deseo se vio mellado. Solo un contacto, solo una sensación y ambos corazones batían ahora mucho más azorados que si estuviesen fornicando.
Pero el sensible contacto no podía quedar para siempre. Riki tuvo que separarse de dos protectores brazos de su señor, de su Iason. Ya la verdad es que nada tenía el menor de los sentidos para el humano. Si tuviese que razonar encontraría ridículo el pensar que el elfo era de su propiedad, pero aquella atormentadora pasión que hacía que su excitación se enristrara de tal forma que le ponía los pelillos de la nuca erizados y se olvidara de lo que era prudente y lo que no.

Iason seguía expectante cada movimiento que el cuero del humano trazara. Y al ver esa profusión de aturdimientos en Riki, pensó con malicia que quizá alguna ventaja podía sacarle a su condición débil.

Cuando el moreno deslizó su diestra boca por el cuello del emperador, éste vio su ocasión.

- Riki, quiero saber… ¡Ah! Quiero saber, qué es lo que piensas de mí- logró articular el rubio con sumo esfuerzo, ya que la lengua de Riki hacía deliciosos estragos en su piel.

Riki se separó un poco del elfo.

-No quiero decírtelo- dijo medio juguetón el humano, gustoso de oír la aterciopelada voz en un ligero pero apremiante susurro.

-Dilo- ordenó Iason al notar que el humano en vez de negarse de verdad, se mostraba con ganas de jugar.

-¿En verdad deseas saberlo?- ronroneó sensual el humano muy cerca de los finos labios del elfo, los mismo que volvió a besar- Me gustas, me fascinas. Haces que se me ponga dura con una sola caricia, con una mirada o con un recuerdo. Te deseo, creo que desde que te vi. Me enloqueces como nadie de tu pueblo o el mío han logrado- declaró ferviente el humano mientras besaba el pecho de su señor, hasta marcarlo, hasta humedecerlo y obtener quedos gruñidos.

Todas esas palabras bien mostraban que el momento era más que irreal, imposible y sin embargo se daba.

Iason notaba que un escalofrío le acometía. Las palabras dichas por el humano eran de una manera, lo que esperaba oír, más no de esa forma tan desesperada y caótica, como una autentica confesión que sale sin el permiso de quien la profiere, pues por si las palabras no le sonaban del todo sinceras, si que lo era la pequeña acción que el moreno empleó para remarcarlas: pegó una y otra vez su emblema masculino al plano vientre del elfo.

Una nueva lamida quitó la poca energía a Iason. Bien decía la Diosa que se había convertido en la presa.

Para quitarse un poco la sensación de haberse desnudado (en alma) Riki atacó con lametones el anchuroso pecho marfileño. Sopesaba cada músculo igual que antes hiciese la diosa a través de sus dedos. Pero la juguetona lengua le metía aquí y allá arrancando todo el estoicismo de Iason, demostrándole que los humanos también podían ser muy fogosos cuando lo ameritaba la ocasión.

Por otro lado los lametones iban acompañados de truculentos chupetones que dejaban rojizas marcas en la nívea piel. El aire se sentí viciado. El denso olor a sexo empezaba a colmar el ambiente. Iason notó que el pene de Riki empezaba a liberar un poco de pre semen; su propio miembro se encontraba en idénticas condiciones. Ambos palpitantes, igual de ansiosos.

Pronto Riki adoptó otra posición. Como su fuese a hacerle una mamada a Iason, pero únicamente rozó con sus labios la erección. A sabiendas de que la excitación estaba a su máximo, el humano simplemente optó por hacer algo que sorprendió al rey elfo: se preparaba para meterse su pene, sin preparación previa.

Iba a espetarle algo, a negarse, pero tuvo que gruñir y limitarse a jadear cuando el humano de una sola arremetida se empaló en su miembro.

El apretado y caliente ano del humano amenazaba a con hacerle acabar ya. De alguna forma esperaba que Riki profiriera ciertas exclamaciones, pero no un “¡Si!” lleno de deseo, a la vez que se dejaba arquear.
Esperó. No quiso moverse aún. Le agradaba sentirse uno con el elfo, notar su ardiente, dura y palpitante erección irrumpiendo en su interior, incendiando su vientre con una candela difícil de determinar.

Fue en ese momento en el que con una muda plegaria el mayor entregó a la diosa el pináculo del acto.

Como Iason seguía sin poder moverse, Riki fue el que llevaba la cadencia del momento. Entre quedos lloriqueos de placer, se fue moviendo. Primero lo hizo solo para encontrarse, para cerciorarse de que la hombría de Iason seguía muy adentro de su ser y al hacerlo sin darse cuenta tocó ese sensible punto de cada hombre con lo cual gimió azorado. Iason hubiera dado la mitad de su imperio para poder moverse y poner sus manos en la fina cintura del humano y así tomarlo, arremetiendo con fuerza, mucha fuerza, sin dar cuenta del dolor propio o ajeno.
Pero no podía moverse aún. Sinceramente al ver al humano tan desfogado no lo lamentaba.

Riki empezaba a cabalgar con más bríos, cada vez más profundo, más fuerte como si deseara fundirse con él, mientras dejaba salir de su boca tiernos gemiditos o exclamaciones prosaicas sobre lo mucho que gozaba de tenerla hasta adentro…

Más rápido, más, en una frenética danza, al ritmo de los gemidos de ambos, en lo que sus corazones desbocados clamaban por el fin.

Las muecas que hacía el humano era únicas y cada una demostraba lo que aquello le gustaba, lo que le extasiaba. Era como si Riki estuviera en una especie de éxtasis y no deseara salir de él.

Por un momento Iason creyó que su esencia lo había abandonado ya, para dar cuenta del majestuoso trasero moreno, tras ver como Riki presa del más apremiante desenfreno se dejaba llevar y pellizcaba sus tetillas con cierta urgencia. Pero al parecer eso no le fue suficiente, porque su miembro, el cual, hasta es e momento había permanecido rebotando sin más, fue tomado con una ansiosa mano y estrujado sin ninguna piedad.

Iason echaba la cabeza para atrás y para adelante. Hacía eones que no sentía algo así de tremendo. Algo que bullía en su interior, que recorría todo su ser, para ir a parar a todo el cuerpo, pero en especial a cada zona sensible de su ser. Un destello electrizante que subía por su extasiado miembro hasta quedar cerca de su cerebro, cosquilleándole.

Pronto solo podían jadear y gemir en espera de la culminación. De la máxima unión que les llegó con un grito mutuo, repitiendo el nombre del otro, mientras sus esencias salían al mundo erizándoles cada vello de la piel, oprimiéndoles todos los poros del cuerpo.

Como si la sesión no hubiese sido suficiente para el humano, tras quedar ciertamente exhausto, llevó su ya trémula lengua al manchado pecho de Iason y sin reparos lamió su propio semen.

-No necesitas hacer eso- dijo el elfo también cansado.

Pero Riki se limitó a lamer.

Se sentía avergonzado si, pero a la vez muy extrañamente cómodo.

Fue como i una barrera invisible cayera para ambos y antes de irse a dormir, Riki se acurrucó contra el cuerpo del rey, apretando las piernas por las que comenzaba a resbalar el néctar de Iason. Sonrió al notarlo y casi de inmediato se quedó dormido.

Iason no tardó en seguirle al mundo onírico. Ambos atesorando latentes sensaciones que ya más tarde se pondrían a darles nombre.

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Raoul estaba medio indignado, medio furioso y ciertamente medio excitado.
Ya sabía que Goran siempre le buscaba de esa indecorosa forma, lo que le extrañaba es que hubiese dejado que el hechicero lo tomara, bueno, no exactamente tomarlo. Pero más que todo, lo que no lograba comprender fue el hecho de que semejantes caricias aún le ardieran sobre la piel.

Una parte de si clamaba venganza, pero otra, debía de admitir, necesitaba algo más.

Si realmente Goran lo deseaba ¿Por qué no dárselo?

Una sonrisa maliciosa afloro en su bello rostro. Recordaba que el hechicero estaba de muy buen ver y que, al parecer, éste al ser conciente de ello, se enfundaba en unas ropas ceñidas que dejaban ver sus hombros y largos brazos, otras veces sus piernas… en fin que el elfo no perdía tiempo en mostrar a los demás lo que los dioses le habían dado.
Coronando todo ello estaba su abundante melena larga de color lila, amarrada casi al final y tras la amarra, terminada en un par de trenzas que flotaban majestuosas al andar y que no estaban atadas, por lo que de vez en cuando los cabellos andaban sueltos en parte hasta casi rozar el suelo. En el rostro Goran llevaba solo unos pocos flecos que tapaban su arrogante mirada. Y detrás de ese fleco se encontraba parte de la diadema que ceñía la cabeza del elfo desde atrás y quedaba abierta a media frente.

Si, se dijo, mientras tomaba el vino que acababan de traerle. Ciertamente el hechicero era muy atractivo.

Raoul, como general que era no debía dar cuantas a nadie. Quizá a Iason, pero sobre su vida a nadie. El hecho de que ya se hubiese decidió sobre su persona en lo concerniente a cierto rito sexual, le puso las cosas más fáciles.

-No voy a matarte: haré algo mejor contigo- prometió Raoul en voz alta, tras beber otro sorbo. Luego volvió su atención a las notas sobre las vituallas y dos que tres mapas que debían ser revisados. Al terminar, se desperezó sobre su silla.

Con sumo deleite se puso a fraguar un plan en el que figuraba como protagonista el hechicero ojiblanco. Si debía hacerlo sería antes del tercer día en donde debía levar acabo el ritual de purificación.

De esa forma bien podía llevarse una especie de revancha, antes de ser puta de un humano haría a Goran su puta.

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Con el amanecer vinieron las responsabilidades y aun con ello el rey Iason Mink no quería levantarse.

Pero un efebo le urgió a ello, al parecer Forferían no estaba allí. Al preguntar por su paradero, el joven le dijo que se hallaba disponiéndolo todo para la audiencia de la tarde.

Iason recordó que una de sus enemigas disimiladas: la reina Mayaris Lombardan vendría esa misma mañana.
Los sirvientes le vistieron rápidamente, tras el baño.

Antes de salir de sus enormes aposentos, ordenó que Riki debiera ser puesto a punto para la ceremonia. Así que los efebos igualmente lo bañaron, lanzando miraditas maliciosas al humano. Más de uno tenía conciencia de que el humano gozaba del favor del señor.

Riki no parecía darles importancia, pero por dentro se preguntaba qué sería lo que Iason haría.

Era claro que para ambos, al menos para él, la noche pasada había sido un tanto… profunda. Se extraño de que Iason saliera sin decir palabras alguna.

Lo que no ayudó a aquietarse fueron los constantes rumores de que Mayaris y Tiyagar, lo señores de los Lombardanos llegasen esa misma mañana al castillo.

No entendía como la mujer-gato, leopardo o lo que fuese su maldita raza, se mostrara presta a postrarse a los pies de Iason, siendo de todos conocido su odio por el imperio del Almendro y más aún, si cabe, por los elfos.

Suspiró sabiendo que los atolladeros de la política tenían que ver con él bien poco. ¿Qué mas daba su opinión? Él era un simple humano prisionero que nada sabía de esos menesteres. Con amargura se puso a pensar que quizá para Iason el único valor que tenía era el de amante y ya. O, como se recordó, peor aún, el de trofeo. Chascó la lengua, furioso, sin importarle lo que los mozos pensaran de él. Dejó que le pusieran la túnica y que lo perfumaran. No era como si pudiese hacer mucho para impedirlo, era el trabajo de los menores y si no lo hacían bien a ellos los castigaban.

Una vez que estuvo listo, Forferían le indicó que su lugar estaba al lado del trono de Iason y que, ambos (incluido el naguirian) debían estar postrados.

-Como mascotas- dijo con desdén el humano

-Como mascotas- acotó el elfo, encantado que el humano entendiera. Pensaba que sería difícil hacerle entender a Riki que no debía tomárselo como una afrenta personal, sino como una jugada del rey para mostrarle a Mayaris lo que hacía con los enemigos.

Esa misma mañana el reino era un autentico hervidero de noticias. A cual más sabía que la mujer-guepardo llegaría pronto. Se especulaba de una u otra manera si la reina venia o no en son de paz.

Prono pudieron ver los gallardetes de la familia real de los lombardanos: el guepardo negro ondeaba en las oriflamas de la embajada que estaba custodiada por feroces guerreros: los Mayagardos, la élite de hombres y mujeres de la escolta personal de su majestad Mayaris.

Las flautas y tamboriles acompañaban la suntuosa litera en forma de gato que llegaba desde lontananza, para mayor deleite de los cotilleos del reino del almendro. Todos. Esclavos y amos, salieron al encuentro y varios portaban ramitas de fragante almendro con los que daban la bienvenida a los recién llegados.

No fue por que se tratase de una especie de amabilidad, no sino porque, fuesen amigos o enemigos, daban cierto color de cambio al hogar, en especial para aquellos que debía servir en el reino de Iason.

Hermosas danzarinas-gato bailaban sensuales entre la escolta de su majestad y con ello se ganaban los desgañitados sones de alabanza de los humanos, elfos, enanos y demás razas de nombres casi impronunciables.

Las puertas del reino se abrieron para los visitantes y ya dentro del castillo, los sirvientes lo habían dispuesto todo. Habitaciones para la reina y su hermano, muy suntuosas, de acuerdo con su posición, claro, pero también para los innumerables seguidores.

Esa mañana habría un gran banquete, uno mucho mayor que el que se llevara acabo por la imposición del brazalete de Riki, pues ese día se trataba de establecer vilos de lealtades que parecían muy melladas.

Riki esperaba. Escuchaba el alboroto de afuera, pero no le interesaba. Ansiaba que todo diera fin lo antes posible. No le gustaba ser parte de l espectáculo y menos claro la posición que le había tocado. Junto a él estaba Forferían, quien, antes de agachar la cabeza como a su rango convenía, espetó a dos mozos que el banquete debía servirse cuanto antes.

Al verlos partir, por fin más calmado el elfo gris, pudo sentarse y quedar sumisamente viendo al suelo.

Los sirvientes no tardaron en hacer acto de presencia y las largas mesas estaban ya colmadas de los más raros y suculentos manjares.
Esa profusión de aromas y movimientos, le hicieron añorar su vida. La pasada tarde había deambulado acuciado por las palabras de Forferían: si realmente sus amigos seguían con vida, él, como su ex jefe, debía ayudarlos y sacarlos de allí.

Caminó por interminables salas. El castillo élfico bien parecía contraído sobre los secretos del mundo, dado que se perdía en enormes y lujuriantes pasajes que se doblaban en los más locos diseños: un laberinto. Por más que dio y dio vueltas no los halló. Supo por un mozo que los prisioneros nuevos no habían ido a dar al clásico presidio. No. Se los tenía en otro sitio. Uno que no encontró Riki. Sin embargo, se prometió, los hallaría.

Con ello en mente la perspectiva de ser centro de atención de los recién llegados, le pareció menos difícil.

Las puertas se abrieron y el paje anunció con su tierna pero atronadora voz:

-La gran señora Mayaris Lombardan, reina de Se`yuisai y su hermano el señor Tiyagar

Tras eso, los recién llegados se acercaron al trono del elfo.

Riki no pudo contener una exclamación de asombro; gracias a los dioses, en bajo.

Miró a la reina de piel oscura, pero lo que más le impactó fue ver esa especie de antifaz que había en sus ojos, unas bellas líneas doradas cercadas por otras de negro enmarcaban sus bellos ojos verdes de pupilas gatunas. Además una horda de incontables collarcitos le daba vueltas alrededor del largo cuello. Llevaba un vestido de lino blanco, que dejaba a la vista su generoso pecho y se perdían entre sus piernas (ya que estaba abierto por ambos lados).

Las piernas que al caminar se le veían estaban tachonadas de manchitas, igual que los de los guepardos. Sus pies estaban enfundados en unas finas sandalias doradas y los largos cabellos negros, le quedaban amarrados por la frente en una corona labrada que mostraba jaspes verdes.

Por otro lado, el poderoso Tiyagar, iba convenientemente atrás de la soberana, con lo que Riki comprobó que el país de los lombardanos era puramente matriarcal. El lombardan llevaba un taparrabos de piel exquisitamente trabajado, pero el no calzaba sandalias, ni nada. Su único adorno consistía en collar de obsidianas. La melena leonina suelta hasta los omóplatos. Atractivo, aunque no tanto como su hermana.

Los gestos de la gran dama eran muy exquisitos y despertaban un fiero deseo en más de uno.

Sin embargo, luego d e un rato, Riki dejó de ponerles atención. Sabía que si no bajaba ya la mirada tendría problemas y no solo él sino también lo suyos, estuvieran donde estuvieran.

--Bienvenida seáis Mayaris Lombardan- saludó Iason.

-Salud Oh gran rey Iason Mink- correspondió la bella felina con naturalidad.
-Os escucho- dijo Iason ritual.

La lombardana hizo una ligera reverencia antes de proseguir.

-Hemos venido desde mis humildes tierras para traeros un regalo y con él la promesa de paz- dijo solemnemente la mujer, a la vez que alguien tras ella se habría paso, jalando un animal.

Riki sintió que su sangre se helaba; los brazos de pronto pesados…

¡No podía ser!

-Acepto vuestro presente con agrado y reafirmo la promesa- dijo Iason elevando la voz- Sea la paz entre nuestros reinos.

De inmediato todos profirieron en vítores, todos menos Riki.
Su boca se había secado de súbito. Su vista se hallaba clavada en aquello que la mujer llamaba regalo y que estaba siendo atado al lado opuesto del trono de donde él se encontraba con Forferían. También el naguirian parecía estar a la defensiva…

-Horowolf- logró pensar Riki tras un momento de pasmo. La criatura tenía patas rayadas de caballo, como las cebras, pero su lomo y cabeza eran similares a los lobos de las montañas. Nada de eso era lo que tenía a Riki mudo de miedo. Sino los ojos, los fríos ojos de la criatura: no tenían iris, solo una informidad plateada que relucía siniestramente… ¡Un guardián del plano astral medio!

Eso no era un regalo ¿Qué Iason no lo veía?

Fue como si los gritos de júbilo se hubiesen apagado para los oídos del humano. La mirada de esa cosa recayó en él y por un instante la angustia fue tanta que creyó que iba a gritar. No lo hizo, pues el animal dejó de verle.

Todo sucedió como en un mundo aparte para Riki, en el otro se veía la algarabía a su máximo y más de un espectáculo, tanto de los sirvientes de Mayaris como de manos de los del elfo no dejaban de sucederse, cosechando sonrisas y chillidos de miedo o placer.
Pero en el mundo de Riki nada pasaba. Como si el tiempo se detuviera y al mismo tiempo avanzara con vertiginosa velocidad.

No entendía nada, no sentía nada más que ese irreprimible miedo.

Todos se sentaron a comer, menos él. Forferían le trajo algo de vino, pero ni eso le calmó.

Por su azoramiento no pudo ver las constantes e insidiosas miradas que el hermano de la soberana le dispensaba. A veces de soslayo y ya otras a lo descarado, sin embargo tanto Forferían como Iason si lo notaron.

-Si caen, quiero al humano- dijo en un mordaz murmullo a su hermana, quien se limitó a recordarle con una mirada cual era su sitio.

Las parrandas, pláticas o diversiones quedaron de lado. Con una apremiante locura, Riki se dirigió a Iason.

-Solicito el permiso de mi amo y señor para retirarme- pidió con la cabeza gacha.

Sin mostrar su sorpresa Iason se lo concedió y luego de que dejara el salón corrió como si la vida se le fuera en ello.

Tiyagar lo siguió con la mirada y cuando se disponía a darle alcance, Forferían sonriente le salió al encuentro.

-¿Necesita algo señor?- preguntó al lombardan.

Frustrado por no hacerse con la piel del humano miró a quien lo interceptara. Una depredadora sonrisa le concedió al impertinente. Y se lo llevó aun rincón oscuro.

-Si, te necesito a ti- ronroneó el príncipe.

Forferían quería safarse, pero no podía. El lombardano era mucho muy fuerte, pero más que eso era que no deseba poner en mal el nombre de su señor Iason. Dejó que el desconocido lo llevara a una de las habitaciones cercanas. Cuando le hubo despojado de la ropa, el hombre-gato le empezó a recorrer el cuerpo con esa rasposa lengua.

Forferían gimió. Primero pensaba que sería asqueroso hacerlo con el atrevido guepardo, pero no fue así. La rasposa lengua le entregaba ese algo que tanto gustaba al elfo. Si, el naguirian era fanático de las caricias masoquistas, pero el lombardano era buen amante, uno muy bueno…

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El día agonizaba
Raoul lo tenía ya todo dispuesto (Había vuelto a bañarse). Esa noche de luna creciente (casi llena) el mago iba a bañarse a la cascada secreta, la misma que debía purificar al general. Pero el mago no iba a purificarse. Iba a las inmediaciones para regenerar sus vínculos con la madre tierra y por espacio de unos minutos estaría… vul-ne-ra-ble.

Sonrió satisfecho. Todos pensaban que estaba dormido. Todos, incluso su presa.

La depredación debía tener lugar en el mayor de los sigilos. No solo iba a ser una sesión de sexo, sino la muestra de sus habilidades. Bien podía decirse que se trataba de un entrenamiento. Necesitaba medir sus poderes con los del mago: éste se lo debía.

Se acercó, usando un hechizo simple, para lo que empleó su pequeña sílfide. El silencio llegó a su alrededor. Los demás sonidos seguían igual.
Los grillos arrullaban la noche. Mientras Goran estaba allí cerca. Sus canturreos demostraban que el hechicero aún no terminaba. Se felicitó por llegar a tiempo. Con un último ruego a la diosa en los labios, Raoul se aproximó a su presa.

Convocando a un elemental de tierra, logró capturar al elfo con unas enredaderas no visibles.

-Hola Goran- dijo Raoul de lo más casual.

El elfo se debatía inútilmente. El elemental era mucho más débil que él, pero ahora que su refrendo había sido interrumpido…

-Ra… Raoul- dijo el hechicero al reconocer la voz- no te… esperaba tan pronto-admitió

Raoul se felicitó secretamente. Ahora si venía la revancha…

Continuara...


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