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Hojas de Almendro por Maria-sama

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Ya era tarde para estar asustado. Pero ni pensando en ello Goran conseguía calmarse.

Las amarras salieron de todos lados y él, por supuesto, ni las vio. Mucho menos las escuchó. Un hechizo sílfide, sin duda. (Únicamente un elemental de aire podría manejar tal sigilo). Las maldiciones se agolpaban en sus labios.

La situación estaba lejos de estar bajo su dominio y eso claramente lo dejaba a mal. Se había descuidado y ya era hora de pagarlo. Había salido del agua, inició su rezo, siempre viendo a la luna, que en ese momento estaba encima de la cascada, frente a él. Así que por ello no reparó en lo que venía del sotobosque. Hasta que "algo" lo sujetó muy fuerte y lo obligó a tenderse en mero suelo. Su cabeza quedó literalmente estampada con la fragante hierba. Mientras que el resto de su anatomía presentaba una pose ciertamente nada envidiable. Tenía la cadera levantada y aunque buscó la forma de desasirse notó como ese algo, aunque no lo veía, se aferraba más a su carne. Se sentía como si miles de cuerdas gruesas le apresaran. Lo peor de todo no era la pose, tal vez si el estar desnudo, pero no, más bien lo que dijo su captor... un saludo como si nada pasara.

Casi sonrió debido a lo irónico del asunto. Esa misma tarde la persona que consideró su presa, ahora estaba allí para reclamarle una retribución... quizá un poco más que eso. Estaba a merced de la ira "soldadesca".
Movió su cuerpo en busca de liberarse, pero solo consiguió identificar que ese "algo" que antes tildara de "cuerdas" o que sintió como tales, en realidad eran ramas... una dríada invisible.

Sus cánticos de refrendo del Poder habían sido brutalmente interrumpidos y nada se podía hacer, al menos nada que implicara el uso de la habilidad mágica. Raoul lo agarró justo en el momento en el que acababa de pronunciar las primeras estrofas endecasilábicas... Debió de extremar precauciones, pero al ser él, un maestro hechicero, jamás pensó que tuviese tal necesidad.

Su hermoso cuerpo relucía bajo las pequeñas gotas de agua, igual a la plata debido a la luz de la Diosa. (La luna)

El lugar que escogió el rubio para atarlo, mostraba ventajas "tácticas", por que su trasero, bien que se acoplaba con la ajena pelvis; tenía la altura necesaria como para que el general no tuviese la necesidad de inclinarse en lo más mínimo. Había hallado un sitio medio elevado acorde con su estatura, para tormento de Goran.

La noche tenuemente iluminada por una luna que se escondía tras la capa de nubes grises.

-Buenas noches- saludó el general a su presa de lo más sarcástico.

-R... Raoul... ¿qué demonios crees que haces?

El rubio sonrió no solo por el comentario sino por la impúdica pose en la que tenía sometido al hechicero. La cabeza descansaba a flor de tierra, pero las raíces de la dríada envolvían el cuerpo de Goran por las pantorrillas hasta las rodillas, obligándole a estar con el culo levantado, muy levantado. Los brazos también sufrían de la atadura, pero lo mejor de todo, es que, al ser invisibles, dejaban bien descubierto el fino cuerpo del mago. Lo que a la hiperactiva mente de Raoul le pareció como si fuese Goran el mismo que se presentaba así... que se ofrecía a él. Sonrió tan levemente que apenas si fue visible. Además del desconcierto que mostraba su presa le hacía verse de lo más... apetecible, casi sumiso.

El forcejeo no se hizo esperar; con todo un crujir ligero, las ramas no cedieron.

-Vengo a darte las gracias por lo de esta tarde- continuó el elfo rubio impertérrito.

-No... hay... necesidad... - comenzó a decir Goran con esfuerzo, en medio de los forcejeos.

-Oh claro que la hay, de hecho... viéndote de cerca me preguntó por qué no he tratado contigo antes...

Goran vio a Raoul y apreció el brillo en su mirada y en el acto comprendió que lo que el elfo buscaba, lo cual nada tenía que ver con su deceso. Ni mucho menos con insultos.
Renovó sus intentos de escape, inútilmente ya que Raoul interrumpió el ritual de refrendo y sus poderes aún no habían regresado. Sus posibilidades eran de uno sobre cien y Raoul tenía mucho más poder del que hubiese imaginado con antelación. Sin contar claro, que como civil, el general tenía mucha más fuerza física.

-Es inútil luchar Goran, además ¿qué no era lo que deseabas?- preguntó Raoul casi con inocencia, pero más con burla, marcando un glúteo expuesto con un dedo, apreciado su textura y redondez.

Ese impúdico trato le dejo muy en claro a Goran lo que de él se esperaba. Ya no le cupieron dudas. Raoul venía a algo más carnal...

Tal idea le hizo tragar duramente, a sabiendas de que su suerte estaba más que echada.

-Si realmente deseas agradecerme, ¿por qué no esperas a que obtenga mi poder? Así te daré un trato "preferencial"- dijo el mago con los dientes apretados.

-No lo dudo- dijo Raoul sin quitar esa sonrisa irónica de su rostro- sin embargo dispongo de poco tiempo, así que por esta ocasión te quedarás como estas. Además si estoy cumpliendo tu fantasía no deberías ponerte intransigente.

-Esta no es la forma en que quiero que ocurra- murmuró Goran al tiempo en el que se sonrojaba. La pose comenzaba a incomodarle, pero no daría el menor atisbo de su estado a Raoul, puesto que a leguas se notaba que lo que motivaba al rubio era el doblegarle.

-Estas tierno así sonrojado- comentó con sorna el rubio al ver la faz de aquél sumida en los tonos ligeramente rojos y más al notar sus esfuerzos por ocultarlo.

-Por lo menos podrías desatarme- propuso el hechicero, buscando cambiar el tema, a la misma vez, no mostrarse tan turbado; natural aunque imposible ya.

-Lamentablemente para ti no lo haré. Si pudieras verte en este momento, estarías de acuerdo con mis medidas, ya que ciertamente el panorama que ofreces es muy agradable de esta forma- comentó salaz, acompañando el argumento con una significativa pellizcada de ancas.

Goran respingó por aquél trato.

-La posición no me gusta- reclamó el hechicero mientras buscaba desatarse.

-Eso me da lo mismo, Goran.

-No te atrevas- advirtió azorado al ver que Raoul iba muy en serio- Si lo haces... ¡Juro que desertaré!

-Te lo estas tomando mal, Goran. No hay necesidad de preocupaciones, te aseguro que te haré gozar con el más enorme placer- murmuró acercándose al oído del indefenso hechicero y restregando expeditamente su semi erecta hombría.

-¡Ah!... no dudo de tus habilidades general, pero no es mi deseo ser tu juguete de una noche...- "y mucho menos ser el de abajo", pensó aturdido por la cercanía de tan saludable y bien formado cuerpo con su desvalida espalda.

-Quizá debiste pensar en ello esta tarde, pero ya no hay tiempo para eso... y si deseas más, bien, pero eso dependerá de tu trasero. En especial de cómo lo muevas- tras susurrar esto último el rubio elfo dejó que su lengua se presentase ante la puntiaguda oreja de Goran, quien renovó sus temblores. Aún recordaba la erección, lo grande que éste era y sobre todo su anchurosa estructura, pero la había sentido en ocasión y posición diferente. No implicaba lo mismo el sentirla ahora tras las calzas de Raoul, pues aún con la tela mediando entre ambas pieles, con todo, la sentía, grande y palpitante, y eso que le faltaba por crecer...

Deglutió con fuerza. Obviamente se las ingenió para que su enemigo no lo viese. Pero hubo de hacerlo. Lo necesitaba. Su garganta reseca estaba y su orgullo era mejor ni hablarlo, por que ya a esas alturas, tal era imposible de hallar. La promesa que encerraba tan íntimo contacto le hacía temer, pues de seguro que iba a doler.

Raoul mientras tanto, disfrutaba de la turbación en la que se encontraba Goran, pero no parecía serle suficiente. No. Había más mucho más. Sumergir el delicado cuerpo del joven hechicero en la más absoluta de las desesperaciones. Si, tal vez eso, al tiempo en el que se aseguraba de disfrutar de la dulce anatomía que tenía al descubierto, a su más entera y expedita disposición.

Marcarlo. Reclamarlo. La pálida tez de Goran parecía pedirlo a gritos y él como su general, no podía dejar de escuchar semejantes súplicas. Escucharlas no implicaba de gran esfuerzo, puesto que las gotitas de agua colándose todavía por su superficie ayudaban bastante.

Pronto, mucho más de lo que el atado esperase, Raoul comenzó a utilizar sus manos, tocándolo. Fue solo un movimiento, algo casi casual, pero lo hizo. Le recorrió con sus largos y suaves dedos fríos su expuesta espalda, hasta terminar cerca de sus nalgas, las que sujetó con cierta posesividad valiéndose de ambas manos para hacerlo mejor.

Goran, que tenía cerca un brazo, quiso morderlo, pero no pudo. Un miedo irracional empezó a colarse en su corazón, haciéndolo trabajar a des tiempos: primero parecía congelado, negado a seguir latiendo, más al momento siguiente estaba presto a latir con toda la furia y fuerza de que disponía.
Ese miedo tenía una sola fuente: no quería ser el sumiso. Con los numerosos amantes que tuvo siempre fue el dominante y siempre se hizo lo que su voluntad mandaba, así que no conocía nada más. Ahora comprendía que por ello se había vuelto fanfarrón y que jugó con fuego, un fuego que amenazaba con incinerarle, pero ¿no era eso lo que había querido? Ver hasta donde llegaba la lujuria de Raoul. Sin embargo, no lo planeó de esa guisa. Se salió todo de su control.

Con cada ademán del general aumentaba esa desazón en su piel. Temblar ya no era preciso para mostrar su terror. Ahora estaba dispuesto a rogar de ser necesario... ya luego se vengaría del rubio.

-Raoul... general, por favor... no...

-Pierdes tu tiempo y aliento, Goran- le reprendió Raoul, tras lo cual le marcó muy lentamente la espalda con sus uñas.

-¿Por qué ahora?... solo por humillarme por lo de esta tarde ¿cierto? No deberías ser tan rencoroso.- reclamó sintiendo como el miedo se adueñaba de su ser, impidiéndole razonar bien.

-En parte es porque hace falta domarte- admitió el rubio- aunque también ansío despedirme, ya sabes, debo partir a la tierra de los humanos a cumplir con mi deber para con mi señora- explicó Raoul lamiendo cada marca roja, causando escozores en Goran-... pero antes quiero divertirme un poco. Nunca he poseído a un hechicero- culminó de forma contundente pero casual, como si considerase que ya fuese hora de hacerlo.

Goran se ofendió por ese último comentario. En él notó la clara indiferencia del rubio hacia su persona. Aún ahora. Fue para él como si Raoul le diese directo a su ya muy maltrecho orgullo, al acotar y remarcar el hecho de que le daba lo mismo si fuese él u otro el hechicero en cuestión. Fue eso lo que le impulsó a olvidar un rato el miedo y hablar con toda la gazmoñería de que disponía, para marcar el sarcasmo y desdén que empezaba a sentir por la afrenta.

-Ya lo creo general, pero allá serás "el de abajo" y tendrás que abrirte de piernas para dejar que un humano te ensarte su "espada" hasta la empuñadura. Quizás eso te ayude a bajar los humos

Raoul sonrió. Ese era el Goran que conocía

-Posiblemente tengas razón conforme a la técnica y los humos, por eso he de emplearla contigo, mí querido Goran- dijo Raoul acentuando lo más posible el "mí" de propiedad y derechos, además de dejar en claro que buscaba idénticos resultados con dicho método- aunque ambos sabemos que lo dices por que un humano hará conmigo lo que tu no pudiste- susurró esto con intención, mientras se frotaba contra Goran, solo un poco, dejándole con ansias de mayor contacto-... me poseerá. Un humano arrebatándote el trofeo; es algo difícil de soportar y dudo que te siente bien.

Goran tembló. Esas palabras... no, más bien el tono en que fueron pronunciadas... era algo abrumadoramente sensual, invitante. Añadido esa inquietante cercanía.
-Admito que tienes algo de razón, pero yo solo quería corroborar ciertos rumores con respecto a cierta virginidad en tu cuerpo y ayudarte a cambiar eso, por supuesto- dijo Goran de modo inocentón como demostrando que sus intenciones eran del todo altruistas.

Raoul rió por lo bajo y ese sonido fue escalofriante para el hechicero, pero no de la forma terrorífica, no. Más bien fue algo de índole más... voluptuoso. Pocas ocasiones, tuvo el honor de oír la risa del general y al escucharla se sentía sorprendido.

-¡Qué curioso! Precisamente tengo la misma duda. Y debo decirte que detesto quedarme con dudas encima, así que debo aclararlo ahora, si no te molesta- murmuró sexy, invitador y algo sarcástico ya que era visible que el que le molestara a Goran o no le traía sin el menor de los cuidados.

No, ¡Maldita sea! No podía dejarse llevar. Raoul era un gran espécimen (en más de un sentido de la palabra) sin embargo él siempre había sido un seme, un dominante y no quería que eso cambiara. Si tan solo tuviese sus poderes de vuelta...

Tuvo que alejar su mente de tales esperanzas, porque Raoul empezaba a dar muestras de una habilidad más. Sus manos, sus lascivas manos le recorrían el pecho de forma casual, hasta tornarse intencionada, apretándole de cuando en cuando las tetillas que ya tenía erectas al estar tan cerca de la fría tierra. Pero el cambio de temperaturas fue extasiante.

La presión de las ramas sobre su piel aumentó. Pero no fue una presión que le aprisionara cruelmente, sino que más bien fue como si las ramas se uniesen a las caricias que su convocador llevaban a cabo.
Se movían de arriba a bajo, de un lado al otro, de forma casi irreflexiva y por ello más exquisita.

Más temblores.

No iba a gemir. Se lo propuso, no iba a hacerlo, aunque el delirante, fuerte, sensual y suave cuerpo de Raoul lo incitara, no iba a hacerlo. No permitía que su cuerpo disfrutase del contacto con su general. Estaba más tozudo que de costumbre. Más porque, de cierta forma se reprochaba el haberlo subestimado.

La luz lunar que lograba colarse a través de las nubes, era testigo de su sensual suplicio. Un solicito viento vino a ponerle más china la piel. El ambiente parecía confabulado con el libertino general, puesto que estaba creando una atmósfera, perfecta, hechizadora.

La diosa tampoco sería de auxilio al hechicero, ya que ella tenía en más alta estima al primo de Iason que a él, por lo que llamarla ahora solo constituiría una inutilidad y gasto de esfuerzo...

Pero no quería resignarse. ¡Todavía no!

Y resultaba difícil. Muy, muy difícil, ahora que el caliente cuerpo de Raoul lo reclamaba, lo marcaba y jugaba con su piel. Bastante difícil. El aire le faltaba y con ello empezaba a llegar una inquietante afirmación: por lo menos iba a ser tomado por todo un espécimen y no por cualquier pelagatos. Pensar eso le llevó casi a reír. Solo a él se le ocurría semejante cosa en semejante situación.

Pero la risa se negó a aflorar ya que de hacerlo Goran bien pudo haber gemido y no era para menos, Raoul ponía particular empeño en tocar la fina piel del mago.

Las torturas del rubio podían llegar a ser deliciosas. Como pudo notarlo Goran.

Raoul no pudo re huir a la idea de probar la piel, pero la más sensible, la del cuello.

Las lilas hebras de pelo de Goran fueron apartadas con elegancia; la mayoría de ellas yacía en el suelo, de forma algo heterogénea, confiriendo cierto atractivo a las salvajes y atrayentes formas del hechicero. Además sus ojos tomaron un brillo diferente.

-Son violetas, casi índigo- apreció en voz alta el rubio al ver con atención las pupilas del mago. Las verdaderas. Solo mostraba las de color blanco cuando sus poderes estaban a tope y cada que venían los refrendos, con ellos aparecía su verdadero tono, uno que solo la madre de Goran conocía.

Cerró por instinto los ojos. Había olvidado que no debía mostrar su tono real de orbes. Pero ya era demasiado tarde. Raoul tenía mucho control, ahora mucho más y no solo por esa noche...

Rogó inmensamente por que Raoul no supiese de ese convenio... de esa nueva posesión que tenía.

Ya nada sería igual, pensó con amargura, al tiempo que sus brazos y piernas empezaban a entumecérsele.

Más sin embargo empezó a reparar en que el solo contacto de su cuerpo con el del general le gustaba, constituía una caricia más, una más privada. Jamás le pasó por la cabeza el que Raoul fuese tan bueno en las artes amatorias. Así de cerca, respirándole en la mejilla, como si fuese a besarlo un roce, fino y calculado que le dejaba por completo desarmado.

Luego sin avisos de por medio, el rubio se separó de Goran. En el momento justo e el que éste empezaba a disfrutar del trato.
Apretó los dientes, pensando en que Raoul no iba a dejar que eso fuese tan fácil. Quizá si hubiese sido él, ya habría dado al traste con la virginidad ajena, rindiéndole de inmediato tributo a tan rara condición. Sin embargo Raoul, al ser más experimentado sabía que una forma de tortura delicada es aquella en la que dejas a tu amante con ganas de ti.

Al no sentir nada más, Goran tuvo que abrir los ojos. No le gustaba ese silencio, que más bien se asemejaba al ojo del huracán.

Abrirlos fue todo un error, pues vio como el rubio empuñaba algo que traía asido de su cadera.

Un látigo. Más bien una fusta de cuero negro, rígida, pero con todo, flexible.

-Separa bien las piernas Goran, esta lección no la recibirás en cualquier sitio, es solo para ti- ordenó Raoul disfrutando de cómo su víctima le veía desde abajo, con odio. Posiblemente Goran no supiera que enojado estaba más guapo y más así de indefenso, a la merced de toda su lujuria.

La malvada sonrisa de Raoul acentuaba sus finos rasgos. Consiguió helarle la sangre a Goran.

Quiso soltarse. Ahora más que nunca, pero le falló la fuerza, apenas si tenía la necesaria para temblar, para respirar, para sentir.

-No... ¡Ni si quiera lo pienses!... no dejaré que me marques- amenazó con una voz fría con autentico rencor.

-¿No me dejarás? Como verás no estas en posición de negarte, además, no recuerdo haberte pedido tu opinión.

Goran se mordió el labio. Era cierto. Mortalmente cierto. Pero no quería que lo marcaran, no así.

-Por... por favor... no lo haga general

-Un avance, ya suplicas como se debe, pero sabrás que seguiré. Lo necesito y tu también.

Goran ya no atinó a responder. Sabía que se estaba portando como un cobarde, cosa que no debía ser. Miró a su contrincante con serenidad.

-Está bien, haz lo que debas hacer- Fue todo lo que murmuró, entregándose.

Raoul estaba exultante. Su presa se mostraba variopinta. Muy entretenida. Al principio pensó en tomarlo con fuerza y ya, pero no, le daría un recuerdo al hechicero, uno que durara lo suficiente... indeleble.

Sin ceremonias golpeó el trasero de Goran, dejando unas cuantas marcas. El hechicero apenas su gimió, pero si que cerró los ojos. Raoul plasmó una sonrisa de satisfacción. Le gustaba que Goran se resistiera, eso lo hacía más delicioso. Si debía domarlo, lo haría de la mejor forma.

A pesar de lo dicho, el pelilila se tensaba un poco tras cada golpe, tratando no gemir. Fácil era decir una cosa, pero cumplirla...

De hecho es excesivo decir que fueron golpes, si bien dejaron huella, no llevaban la fuerza debida. Podría decirse que se trató de caricias, algo fuertes, quizá, pero solo roces.

Goran gimió. No era como pensaba. Nada de lo que el otro le hiciera era como esperaba. Su sangre empezaba a bullir. Su cuerpo empezaba a reaccionar nuevamente.
Si bien es cierto que le había gustado el que Raoul lo tocara y besara, lo que ahora le hacía le gustaba aún más. Le mostraba la fuerza de Raoul, del general.

No podía expresarlo satisfactoriamente, el hecho era que lo saboreaba. Era como si una insana, pero esperada pasión se desatara, como si la lujuria hubiese llegado de improviso como una baldada de agua fría, reptando desde la zona maltratada, hasta cada rincón de su cuerpo, en un fino escalofrío extasiante que le forzaba a cerrar los ojos.

Esa secreta parte suya, ese anhelo mal disimulado le mostraba que desde hace mucho, y sin tenerlo en cuenta había esperado un trato semejante. Quizá por ello se había arriesgado a jugar con fuego. Porque los que habían tenido la gracia de conocer al rubio quedaban siempre con ganas de más.

Era extraño, muy extraño, el sentirse indefenso, pero ahora con ese escalofrío recorriéndole una y otra vez, erizándole los vellos de la piel, descubría que empezaba a cogerle el gusto al asunto.

Pero los níveos golpes cesaron. Raoul no quería dañar la exquisita piel, al menos no mucho, para que fuese irreparable. Así que se solazó con recorrer las largas piernas, con aquél largo objeto.

-¡Ah!... Raoul- gimió Goran sin esperarlo.

El aludido siguió el itinerario de la fusta. Subiendo lentamente hasta llevar cerca de la hombría de Goran y allí, le separó las piernas, un poco más.

El látigo le produjo un escozor extraño, frío pero excitante. La sensación seguía recorriéndole el cuerpo, envolviéndole en una serie de candentes espasmos que lo único que conseguían era acabar en su hombría. No entendía como esos escasos roces le mortificaban así. Ni mucho menos el comprobar en carne propia lo que le causaban. Esa erección suya parecía incapaz de detenerse en su crecer.

Se afianzó más a la tierra debajo de él. Incrustando sus uñas.

Raoul le veía con los ojos entrecerrados. Ciertamente que su hombría estaba dura cual granito, pero todavía debía domar más al hechicero; hacía falta otro poco más para dejarla al descubierto.

La fusta parecía incapaz de detenerse. Como si actuara por voz propia y no por mandato de las manos que la asían. Recorría con parsimonia y sensualidad cada rescoldo de piel. Logró colarse entre las nalgas del hechicero, obteniendo un gemido de protesta con ello.

Le ardía el cuerpo, de tal manera que ya no importaba mucho sus calambres, solo quería sentir ese frío objeto reclamando cada parte de su ser. Porque era el frío de esa cosa lo que le calmaba un poco. Sin embargo su miembro le dolía.

Como si leyera la mente de Goran, Raoul llevó el látigo entre las piernas de aquél y le rozó repetidas veces la dureza que debajo habitaba.

-¡Ah!... mmm, si... así

El delgado objeto le rozaba deliciosamente su palpitante erección, pero solo conseguía esa frugal dicha erectar más su símbolo de masculinidad.
Sudaba, lo sentía. La tierra bajo su cuerpo empezaba a caldearse aunque nunca como su fogoso ser. Hasta el viento parecía confabularse con el de los ojos verdes porque al tocar la enfebrecida piel lo único que conseguía era excitar más a su dueño, someterlo otro poco.

El sonido de la cascada llegaba amortiguado, al igual que el canto de los grillos; como si la misma naturaleza estuviese contenida, en espera de lo que el elfo pensara hacer con el hechicero. Sumido todo en la expectativa.

La vara se movía de atrás hacia delante. Rozando con mayor fuerza con cada cambio. Logró entretenerse en medio de los testículos de Goran, sin embargo el contacto no duró lo que debería.

Goran quería más, pero no podía hablar para rogar que siguiera.

La sonrisa ladina de Raoul llegó a su máximo. Lo que buscaba por fin lo tenía, por fin lograba poner a Goran excitado, jadeante, y sobre todo anhelante. Quería que el hechicero clamara por su roce, fuese o no sutil. Que se humillara por un poco más. Maltratando al mago obtendría parte de la revancha y quizá un algo más.

Goran estaba abandonado a las sensaciones, le dolía el miembro, si, pero ese mismo dolor le traía un singular placer. Jamás imaginó ser tan masoquista. Tal idea le hizo sonreír levemente.

Raoul reparó en lo hermoso que estaba el pelilargo. No solo por la pose, sino su cuerpo sudoroso, temblando, mientras profería ligeros jadeos y gemidos sensuales, con el rostro rojo y su cabello, su hermoso cabello, esparcido por el suelo de esa rebelde forma.

No se quedó en la contemplación mucho tiempo. Asió con más fuerza el látigo para terminar de recorrer la espalda, los brazos, de arriba a bajo, para inmediatamente después, hacer algo más sutil.

-Ah... no haga eso- Goran gimió sin notar que con lo excitación se volvía más respetuoso en su hablar.

Lo que Raoul inmisericorde le hacía era acariciar lentamente los cabellos con el delgado objeto, torturando al joven elfo con implacables escalofríos que no dejaban de sucederse.

Goran lo sabía, su cabello le traía sensaciones placenteras. Le gustaba que se lo acariciasen sus amantes, aunque jamás lo pedía y muy pocos lo hacían, sin embargo cabía la posibilidad de que el rubio lo supiese al tener el mismo el cabello largo. Con todo, esa sensación no le gustaba, porque le hacían ansiar más. Tal parecía ser como un gatito en busca de un mayor contacto con su amo.

-Si te gusta ¿Por qué no quieres que lo haga?- preguntó el rubio mordaz sin detener su tarea.

-Eso es... por... ¡ah!... basta, no más- decía Goran cansado. Su cuerpo no aguantaba las sutiles caricias, los sensuales roces y se sentía más humillado de que el otro conociera su punto débil y lo sometiera tan fácil, entre estremecimientos de su vulnerable cuerpo.

Los vellos de la nuca de Goran estaban erizados. Quizá más que los del resto de su cuerpo.

-No te he dado permiso de gemir, esclavo.

Goran media cada palabra recibida, pero ese mal trato seguía hechizándole. Podía negarlo, podía seguir fingiendo sentir orgullo, pero lo que quedaba en él era únicamente las enormes ganas de sentir la fuerza de Raoul, sin importar otra cosa. Su candente cuerpo lo necesitaba y ya ni reparaba en lo que sus labios decían.

-Lo... lo siento

Raoul seguía con la tortura, complacido de hallar la debilidad del hechicero.
Con un ruego en lenguaje mágico, una dríada vino solicita a quitarle la capa a Raoul.

La figura de su general vista a media luz le gustó. Seguía detrás de él. Las ropas que llevaban se le ceñían bastante bien, y la ligera brisa le movía los cabellos, haciéndole ver como un dios, más al estar de espaldas a la luna, ese aire de superioridad se afianzaba. Pudo notar también la dureza bajo su entelada prisión.

Gimió al verla. Quería que el otro acabara. Ya no temía, más que a la crueldad de Raoul, solo necesitaba desfogarse, el orgullo ya estaba en las regiones del olvido.

-por... por favor, mi señor,... termine ya

Por fin lo notó. Era tarde. Raoul era su dueño, el poder del convenio entraba en vigor; en su contra. Raoul era su dueño y podría hacer con él lo que le viniera en gana, esa noche y cualquier otra.*

-¿Qué es lo que deseas, esclavo?- preguntó malicioso el rubio, gozando con cada palabra. Su miembro estaba a tope. Las sensaciones de posesión aumentaban su ya crecida lujuria. Lo había domado, y con tan poco.

-Lo que usted desee, solo tóqueme por favor... castígueme, tómeme, pero por favor hágame algo...- pidió Goran con lágrimas de humillación en sus ojos. Estaba cansado. No soportaba que Raoul se le quedase viendo nada más. Pues su mirada le quemaba más que sus caricias; lo humillaba más que con sus afiladas y mordaces palabras.

La voz de Goran impregnada de sumisión, humillación y cansancio le compadecieron un poco. Sacó su henchido miembro... o al menos se llevó las manos hasta él.

Al ver los movimientos de Raoul, Goran renovó sus temores, pero cerró los ojos. Todo acabaría rápido, pensaba.

Un breve susurro demostró lo que en verdad planeaba en rubio. Las dríadas le trajeron una caja y se apresuraron a abrirla. La dorada guarda, tenía dentro una serie de falos ricamente tallados en diferentes tipos de maderas y por tanto de longitudes diferentes. Con rítmicos cantos, apenas perceptibles (se asemejaban a zumbidos ligeros) rociaron uno de ellos (el más grande y se lo entregaron a Raoul.
Él iba a tomarlo, pero dejó que las enredaderas invisibles de su dríada lo insertaran.

Las dríadas, característicamente juguetonas, no obedecieron de inmediato. Como si se sumaran a la entereza de Raoul por torturar al mago, deslizaron el objeto frío lleno de aceite perfumado, en medio de las nalgas de Goran, pero sin penetrarle. Con circulares movimientos lentos torturaban la ardiente zona, concentrándose en ese punto en medio de los testículos y el ano (el pirineo)

Las risitas llegaban al hechicero con algo de claridad. Odiaba estar en medio de sus viles jugueteos. Raoul estaba asegurándose de que se arrepintiera mucho por su arrogante actitud de aquella tarde.

-... ¡Ah!... basta... mmm... no

-¿No te gusta?- preguntó Raoul malicioso, a sabiendas de que Goran se negaba más por que le gustaba que por lo opuesto.

Pero las dríadas no daban tregua de ningún tipo. Apenas si dejaban al hechicero el tiempo suficiente para jadear.

Imperceptiblemente el cuerpo de Goran empezó a recibir aquellas atenciones con mayor agrado. Sus caderas se movían levemente, al encuentro con dicho objeto. Su paciencia llegaba al límite y a ese mismo parecían llevarlo las hijas de los elementales de tierra, que, inmisericordes tocaban cada uno de los erógenos puntos del hechicero: sus cabellos, las duras tetillas, sus testículos y parte de su miembro, aunque también gozaban con el vientre bien formado.

Pero las caricias de las invisibles ramas eran escasas, sobre todo allí donde más las ansiaba, en su pene.

Jadeaba. Se escuchaba. Sabía que lo hacía de forma urgida. En cada gemido, en cada jadeo dejaba implícita una súplica, por más, por que aquello se consumara. Su miembro le dolía a horrores y al estar atado no podía tocarlo. Con todo, estaba a punto de tener un orgasmo. ¡Solo con unos cuantos roces y maltratos!

No quería venirse, no así. La humillación estaba muy alta.

Entonces la dríada jugó más rozando con la punta su sensible ano, como si fuese a meterlo, pero luego sacándolo, siguiendo el recorrido por toda la extensión de sus carnosas nalgas.

No pudo aguantarlo más y con solo un pellizco de la dríada en sus bolas, se dejó ir. Corriéndose.

Las dríadas reían complacidas de haber logrado su cometido.

Unas lágrimas rebeldes de vergüenza corrieron a gusto por las calientes mejillas de Goran al oírlas. Tenía los ojos fuertemente cerrados, para así no ver la, seguramente, triunfante mueca de Raoul.

-¿Tan pronto y ya has acabado?- preguntó Raoul con intención de molestar.

-... ya tuviste lo que buscabas... déjame ir- pidió Goran muy bajito, haciendo un enorme esfuerzo por tragarse las lágrimas que acudían en tropel.

-¿Qué te hace pensar que eso es todo?- preguntó Raoul divertido.

Goran lo miró con incredulidad, el cuerpo le dolía a horrores, pero no tanto como su orgullo.

-No, mi querido hechicero, aún falta la mejor parte. Ponte cómodo que esto acaba de empezar.

Ilean no pudo menos que hacerlo. Dos de sus agentes le dijeron que ya había rumores.

No, no era por eso.

Los chismorreos del palacio la dejaban sin cuidado. Hasta la misma aparición de Mayaris, la lombardana no le interesaba en ese momento. Ya más tarde sus agentes le comunicarían todos los pormenores de la visita de la mujer gato.

Solo quería dejar a Surel en un lugar, a salvo, pero lejos de ella.

No supo que contestar a las preguntas de la joven. No estaba haciendo nada malo. De hecho quizá eso fuera lo primero bueno que haría. Entregar a la joven al templo de la Diosa Madre. Era lo mejor. A fin de cuentas la moza bien tenía experiencia con las labores religiosas y en ese lugar sería tratada como princesa.

Si, eso era lo mejor...

Pero Surel no lo vio así. El anunció le vino de improviso, mientras estaban en la posada.
Sabía que su señora le escondía algo. La obedeció cuando le pidió que se bañara y cambiara. La elfa le trajo una bonita túnica blanca, cómoda, pero hermosa. De lino bordado.
Comieron algo frugal en la posada (queso, frutas y un poco de vino). Permanecieron en silencio.

Ilean, supo que, de hacerlo, tenía que decirlo con una frialdad que estaba muy lejos de sentir.

-Debo irme y no puedes acompañarme a todas partes. En realidad no puedo cuidarte todo el tiempo así que te dejaré en el templo de la Diosa- dijo de sopetón, calculadora y con tanta indiferencia, como si la chica no fuese más que un caballo que había que dejar porque tenía la pata lastimada... o sino entorpecería el viaje.

Ilean no supo lo que la chica pensaba, ya que Surel se limitó a asentir. Sin embargo no pudo verla a los ojos.

"Esto es lo mejor" se dijo. No quería que la chica se volviese algo más, aunque ya lo fuese. Además sus múltiples enemigos, bien podrían echar mano a la humana y ella no estaría a salvo así, si se quedaba a su lado.

Algo en Surel pareció romperse, sin embargo no mostró nada. Acostumbrada a los continuos abandonos, alzó la frente aceptando su destino. Total quizá estuviese mejor en el templo que cerca de aquella bola de soldados lujuriosos.
Una vez que hubieron acabado de comer, salieron. A la escolta se unieron dos o tres hombre, que, se mantenían a respetuosa distancia... como si fuesen guardaespaldas o algo más. Espías, supuso la humana.

Todo eso carecía de sentido la verdad, porque una cosa era que la elfa fuese de rango y otra que sus soldados, o lo que fueran, se portasen así.
Mientras caminaban, podía notar el bullicio que reinaba en el lugar.

Las calles estaban abarrotadas de gente ya que al parecer era día de mercado.

No faltó comerciante que le quisiera vender su mercancía y así mismo ninguno que no saludara a Ilean.

Surel notaba como algunas personas le reservaban a la elfa cierta atención bastante peculiar. Donde quiera que fueran, se veía una que otra reverencia y a menos que las costumbres élficas fuesen discordantes en ese punto con las de su pueblo, le pareció excesivo dicho trato para una general. Eso parecía más acorde con lo reservado a la nobleza.

No pudo evitar dirigir la vista a Ilean que encabezaba la marcha. Era bella si, pero sus modales distaban de ser los de una noble. Además, se dijo, de serlo, no viajaría a pie y menos con aquella discorde compañía.

Solo cuando llegaron al templo comprendió muchas cosas.
Todos los sacerdotes y las sacerdotisas se dirigían a Ilean con enorme deferencia, inclinándose en aparatosas reverencias: hasta que alguien la llamó "princesa"

Se sentía estupefacta. La elfa, una princesa. Ahora entendía el proceder de aquella. Seguramente no quería involucrarse más con alguien de su raza: no de la forma que empezaba a darse todo. Ilean no deseaba verse envuelta en dispares chismorreos que la tuvieran a ella implicada. Si, eso debía ser.

Aturdida por aquella información se dejó conducir dócilmente hasta los aposentos de las sacerdotisas. Dejó que la cambiaran y la ungieran sin prestar atención.

Ilean la había dejado, sin despedirse ni nada... típico.

Lo entendía y sin embargo... a pesar de los costosos afeites, vestidos y del remanso de estar cerca de lo divino de nuevo...a pesar de todo... ¿por qué dolía?

No, no debía pensar en ello ahora. Fuese lo que fuese, al menos la elfa se había tomado la molestia de hallarle un buen lugar para vivir...

Todo era tan repentino, sin sentido. Sin el menor d e los sentidos.

Pero ella era fuerte. Había sobrevivido a la esclavitud, sobreviviría a la pena. Lo haría. Se juró. Más también pudo notar que un vago, pero amargo sentimiento se unía a la pena. Algo que iba más allá del frío resentimiento... una insípida negrura que le mordía de lleno el corazón... ese indescifrable sentimiento que la conminaba a pensar en una sola cosa, más que la supervivencia.

Venganza.

La verdad solo Ilean la sabía. Eran muchos los que se aprovecharían de la chica para llegar a ella y eso no lo merecía Surel. Con la sonrisa desparpajada de siempre se encaminó con sus esbirros a la taberna más cercana, mostrándoles a ellos que el asunto quedaba zanjado... nada más alejado de la verdad. Sin embargo la cerveza ayudaría y el sentirse entre sus soldados le recordaría sus deberes. Ella no estaba hecha para sentir...

Ultimó todo, para que sus espías viesen los movimientos de Mayaris y de algunos otros señores de los feudos cercanos al reino, que estaban allí.

La política estaba en un tenso hilo. Quizá Iason no lo viese, pero ella si.

Pronto le llegaron los rumores de lo que las aves le respondieron a Iason. Raoul si iba al reino humano. Como era de esperarse. El rubio sabía sus obligaciones. Ella debería recordárselas a sí misma.

Se presentaría ante su hermano cuando esa "lagartona oportunista" (como solía llamar a la reina gata) se largase. Si eso haría.
Volvió a la posada tras una interminable ronda de alcohol y malas palabras. La juerga soldadesca. Ya lo extrañaba.

Sin embargo y con todos los devaneos sentimentales, se mareó más de la cuenta. Se fue a descansar un poco. La daga siempre bajo la almohada.
Había mucho que hacer, poco por dormir y todavía más por olvidar...

Estaba acorralado. El príncipe felino le recorría con calculada calma todo el cuerpo. Torturándolo siempre con esa rasposa lengua, que de momentos, parecía rasgarle la piel y en otros, solo tocarla.

-¡Ah!... señor Tiyagar...- gimió y para su entera sorpresa, tal acto no fue cosecha de la hipocresía; realmente le gustaba el trato del ronroneante desconocido.

-Hueles muy bien, elfo ¿Cuál es tu nombre?- preguntó sensual el fuerte guerrero, tras inspirar sutilmente en el cuello del elfo gris, tras la oreja, sin dejar de lado el ronroneo que empezaba a escalofriar al naguirian.

-For... ¡ah! Forferían, señor- logró responder, para luego llevarse una mano a la boca y morderse un dedo... el placer, la lujuria que el gato estaba despertando no tenía medida.

Mientras tanto, el depredador felino se solazaba con la visión del elfo que se dejaba en sus manos. La piel del joven era suave. Parecía tratarse de un esclavo, pero de un muy lindo, demasiado, para ser un cualquiera. Quizá el naguirian fuese un príncipe.
Olvidó eso al notar que el elfo, imperceptiblemente, casi por casualidad, empezaba a dejarle paso... entre sus bien torneadas piernas.

Sonrió de medio lado y al verle Forferían pensó que era encantador. Muy sensual. El alto hombre leopardo, se veía más como un tigre siberiano, un leopardo de las nieves. Su tez era morena en unos sitios, casi dorada, mientras que su pelaje (o cabello) era de un tono blanco, muy exótico y todo ello remarcado por los desconcertantes ojos de color violeta. Enmarcada por un mechón de pelo negro sobre la nariz, los demás gajos de fleco eran del color de la nieve. Detrás de éstos estaba un oscuro antifaz de finas marcas moteadas hasta las mejillas que favorecían el ya de por si bello rostro...

Y su cuerpo bastante bien constituido y de musculatura arrobadora, pero no exagerada; como si el hombre estuviese bien proporcionado, bien hecho por una secreta deidad.

Sin embargo Tiyagar no le concedió más tiempo a las contemplaciones (él también apreciaba la bella anatomía del elfo) así que sin recato, lamió nuevamente ese suculento cuerpo, guardando el sabor de cada nuevo trozo de piel probado. Era una presa deliciosa.

Forferían temblaba, de placer. Le gustaba mucho ese incesante y sexy ronroneo. Desconcertaba, pero era muy agradable.
Sin pudor alguno, se restregó contra aquél hombre que lo estaba llevando a la cima. Gimió al sentirlo tan duro como él. Ambas erecciones atrapadas entre las cortas faldillas (eso era lo único que ambos traían) llegaron a tocarse. El roce fue la gloria. Todos los vellos de su cuerpo respondieron ante aquello.

El lombardano gruñó ante el salaz contacto. No esperaba que su presa se mostrase así de lúbrica. Sonrió complacido. Hacía bastante que no le sorprendían así.

El elfo comenzaba a gemir. De una manera tan húmeda y urgida, retorciéndose de placer entre sus brazos. Luego de aquél contacto "casual" decidió mostrar su agradecimiento al joven elfo. Lo recargó en la improvisado lecho y con inusitada fuerza, lo levantó solo un poco, para poder hacerse con el sensual apéndice recién erguido del gris elfo.

Apartó de un tirón la estorbosa tela que representaba el último vilo de decoro. No solo arrancó la tela, sino también un gemido. Forferían se estaba dejando llevar. No tenía y a muy claro si eso estaba o no bien. Y dejó de importar al sentir aquella inquietante lengua en su zona más erógena.

Lamió despacio, intencionadamente. Yendo desde la parte áspera de su lengua a la suave, (la parte del dorso de la misma) escuchando extasiado los jadeos contenidos del elfo gris.

Forferían buscó más contacto, pero el depredador felino no se lo concedió, pues mejor pensó llegar a otros terrenos.

-¡Ah!... ¡Tiyagar!...- gimió azorado, al sentir aquella lengua como un ser vivo colándose por su secreto agujero.

El aludido no respondió. A pesar de que el elfo se mostraba irrespetuoso al tratarlo por su nombre no le molestó, al contrario. Le alzó las caderas hasta que solo la cabeza del naguirian quedó en la cama.

Forferían trataba de buscar donde agarrarse. Sus piernas fueron acomodadas en los fuertes hombros del guerrero gato, quien con sus manos le separaba las nalgas, al tiempo mismo que le sostenía con todo su poder, para que no cayera. La lengua entrando y saliendo.

-¡Oh!... mmm... ¡Si!

Larga, muy larga era y toda ella se colaba en su interior, haciéndole estremecer. Dio un pequeño salto cuando Tiyagar logró hacerse con su próstata. La presionaba una y otra vez, para luego dejarla en paz y dedicarse a la zona circundante. Gimiendo desaforado rogaba que el hombre leopardo siguiese mandándole corrientes de pasión electrizantes, por medio del roce con tan sensible punto.

Tiyagar lo veía tratando de contener los más impúdicos gemidos, sin lograrlo. El elfo se veía hermoso cuando se dejaba arrastrar por la pasión. Salió de su interior. Dejó que el chico retomara un poco su agitada respiración.

Forferían abrió a tiempo los ojos para ver como aquél atractivo felino se quitaba su taparrabos, dejando al descubierto una ansiosa erección. Una mata de pelo albino le cubría la hombría y los músculos de las piernas las realzaban en belleza.
Tragó duro. Ansiaba unirse con el hombre. Y no le molestó mostrarlo. Abrió sus piernas sutilmente invitándolo.

Tiyagar sonrió ampliamente. Con sus grandes manos agarró al elfo por las nalgas, separándolas. La piel del elfo estaba sudorosa, casi como la propia. De un empujón metió la mitad, al ver que el elfo lo resistía metió lo que faltaba de otro golpe.

-¡Ah!... -gritó extasiado echando el cuello atrás, exponiéndose a los filosos colmillos gatunos. Pero el gato no hizo eso. Con un sentimiento de posesividad inundándolo, cargó con el níveo cuerpo hasta recargarlo a la pared. Con una mano acercó más el cuerpo jalando una pierna, con la otra mantuvo el equilibrio del joven, tomándolo por la espalda. Sus dedos cerrándose levemente sobre el vibrante cuello.
Sin esperarlo en medio de su pasión Forferían sintió como algo se enrollaba en su cintura, como una cuerda suave, tibia... muy viva.

Abrió a reniego los ojos que por éxtasis cerrara, para ver qué cosa era aquello que lo sujetaba. Cual fue sino su sorpresa al encontrarse con que se trataba de la afelpada cola del hombre-leopardo. Blanca, suave y moteada con esas finas marcas medio azulinas, medio grisáceas. La fuerza con que se asía a su cuerpo era inusitada y la suave caricia implicada en aquél dominante gesto le hizo temblar.

Sabía que no debía, que tenía que parar... el ya tenía dueño, pero quizá fuese por eso, por sentir que se rebelaba, que gemía y actuaba así de ardientemente: desconociéndose.

Buscó desesperado los labios de aquél hombre. Ambos se movían con fiereza, con pasión desmedida, sin importarles el si los escuchaban o no. Las arremetidas eran furiosas y en respuesta Forferían mascujaba, entregado, los labios del príncipe. Los húmedos y posesivos besos se sucedían. El intercambio de salivas era sensual. Todo iba muy rápido, pero no parecían conformes. Se iban sumergiendo cada vez más y más en la marea de fuego del éxtasis.

Más rápido, más adentro, más profundo, más fuerte, más, siempre más. Ambos entregados a lo que sus latientes cuerpos dictaban, ambos sudando gustosos y prodigándose mutuamente toda pasión de la que eran capaces.

Salvaje, así fue su encuentro y las embestidas. Era como si quisieran destrozarse mutuamente, comerse el uno al otro. Y mientras la vorágine seguía Tiyagar no cesaba de hacer ese ruidito tan apasionante (ronronear). Aunque a esas alturas más parecía un rugido que otra cosa.

De donde llegaba el fuego que los consumía era difícil de saber. Solo se entregaban, lo hacían fuerte, muy fuerte. Rápido, más. No era suficiente.

Forferían enlazó sus brazos en el augusto cuello ajeno y se apretó más al sentir como el orgasmo venía. Su vientre dolía... todo el estaba destrozado, pero no le impidió ello gritar desfogado al sentir su caliente semilla abandonándole.

El ambiente estaba impregnado del aroma de ambos cuerpos. Salado, el olor se volvió salado. Al notar los pequeños dientes del elfo pegados a su hombro, no logró seguir más tiempo y con un fuerte golpe (que le hizo empalarse del todo en el elfo) se derramó, notando que el elfo se quejaba, seguramente de dolor.

Sus respiraciones estaban desbocadas, sin embargo, ninguno hizo esfuerzos por separarse. Había sido muy intenso, más de lo que cada uno esperara.

Permanecieron juntos, muy juntos, hasta que sus corazones encontraron su natural cause.
La fragancia masculina de ambos llenándolos, cobijándolos...

Goran no daba crédito a lo que había escuchado como si se tratara de una broma que no acababa de entender.

Escuchó un efímero murmullo en lengua mágica y por fin su cansado cuerpo cayó en la hierba. Las dríadas lo liberaban.

Su pecho bajaba y subía con una alarmante rapidez, misma que no parecía a gusto con irse pronto.

Se quedó allí, descansando, en espera de que sus oídos lo hubiesen engañado y que Raoul no estuviera más allí.

Por un momento el rubio no hizo ni dijo nada. Estaba disfrutando enormemente de la escena, así que ¿Para que estropearla, con palabras?

El mago se veía del todo tierno así abatido y confuso. Sonrió malignamente al ver como Goran se engañaba, creyendo que estaba solo. Veía los enormes esfuerzos del hechicero por creerlo.

Cuando por fin su corazón cesó de batir cual tambor y sus fuerzas regresaron, se dirigió al lago a lavarse.

Haciendo un cuenco en sus manos lo llenó de agua y se roció con ella el rostro. Todo estaba como cuando llegó en la tarde. Así mismo al no oír a Raoul, estuviese o no allí decidió ignorarlo.
Con vacilantes pasos se adentró en la baja laguna que en su centro, no le llegaba más allá del corazón. Poco profundo.

No importaba lo que el general dijera, no quería seguir con él. Solo quería que se largara y ahora que estaba libre se propuso no dejarse atrapar de nuevo.

Goran se veía lindo, con ese aire derrotado en su semblante y las finas gotas de agua confundiéndose con las de sudor que limpiaban. Sus largos cabellos ondulantes perdiéndose cual largos eran, en las profundidades. Y todo exquisitamente bañado por ese impulso infantil de tratar de ignorarlo.

Había quebrado su orgullo, pero faltaba aún más.

Con un hechizo de levitación llegó a espaldas de Goran y sin darle importancia a que se le mojaran los pantalones, descendió limpiamente.

Goran se sobresaltó al sentir las manos del otro ciñéndose a su talle. La hombría de Raoul estaba durísima, pegada a sus nalgas desnudas.

-No me toques- espetó furioso sacando fuerzas de flaqueza, hasta deshacer el abrazo.

Raoul se limitó a verlo retroceder.

Con el forcejeo la ropa se le había mojado por entero, dejando su blanca camisa pegada a su pecho. Al igual que sus calzas. El agua no calmaba su dureza y la expresión de animal acorralado de Goran solo acentuaban ese rasgo depredador que afloraba en él.

Goran no podía creerlo ¿Qué no era suficiente para Raoul? No definitivamente. Quiso otorgarle una mirada en la que le mostraba que no estaba dispuesto a ceder... desafiándolo ahora que ya no disponía del elemento sorpresa. Y sin embargo... no esperaba que ver el varonil cuerpo del rubio que se dejaba adivinar tras las mojadas prendas le gustara.

Un traicionero sonrojo le indicó a su enemigo la verdad o al menos intuyó que Raoul comprendía sus pensamientos porque le otorgó una sonrisa francamente presumida.

No sabía bien por que, pero su cuerpo empezaba a gritarle advertencias. Quería huir, pero su mente le obligaba a quedarse y plantar cara a la ya de por si difícil situación.

No tenía el menor de los sentidos lo que le ocurría. Deseba a Raoul y lo sabía de sobra, y sin embargo se mostraba arisco con él... sin dejar de retroceder. Debía alejarse... irse, pero si lo hacía corría el enorme riesgo de no terminar a tiempo sus rezos y refrendos, permitiendo con ello que sus poderes se debilitaran. Era esa noche o nunca.

Maldijo entre dientes. Raoul parecía gozar de su turbación y de su desafío; no dejaba de avanzar.

Pronto quedaría acorralado sino hacía algo.

-Tengo cosas que hacer Raoul, así que sino te importa...

-Si que me importa Goran. Te dije que esto aún no terminaba.

-Pues para mí a terminado, así que ¡aléjate!- amenazó esperando que su voz sonara fuerte y no turbada.

Estaba ya cerca de la cascada. Las frías gotas de agua le llegaban como rocía a su caliente piel. Ya no había a donde huir y sin poderes no podía levitar.

-Déjame en paz Raoul... ya me humillaste ¿no? Entonces ya no tienes nada que hacer aquí.

-Te equivocas. Como podrás notar, has tenido cierto efecto en mí que por supuesto debes remediar.

-Lo haré luego del refrendo...

-No soy idiota Goran, así que por favor, deja de pensar en tus poderes. Lo que quiero es tu persona. Tus habilidades mágicas deberán esperar otro poco.

-¡Qué no lo entiendes, debo hacerlo ya, antes de que la luna desaparezca tras la cascada!

-Lo sé, así que entre más prisa te des en entender tu situación, más pronto tendrás lo que deseas.

Goran sopesó aquello. Indudablemente Raoul se estaba divirtiendo con ello. Al hacerle ver que todo era culpa suya y eso bien que lo sabía ya. Además el rubio bien podía tomarlo por la fuerza de nuevo, pero, al parecer quería que él se ofreciera...

Pero el hechicero estaba dolido consigo mismo por disfrutar de las humillaciones a las que lo sometió el general, tanto así que no deseaba verse en semejante situación de nuevo. Sin embargo ya comenzaba a sentir los efectos del convenio. Jamás debió haber dejado que Raoul viera su tono real de ojos. Una irracional sensación de obediencia hacia el rubio se lo confirmó.

Raoul tenía toda la razón, o en parte, así que suspirando resignado se acercó a él.

-Veo que al fin comprendes.

-Voy a matarte general... por esto

-Eso me suena familiar- admitió de buena gana Raoul.

Goran no dijo ya nada. Se pegó al fuerte cuerpo de Raoul, rogando secretamente que el rubio hiciese todo.

Raoul apreció el bello espécimen que tenía tan cerca, ciñó la esbelta cintura y le susurró al oído- Siente como me has puesto- al tiempo que sujetaba a Goran mucho más fuerte, rozando su erección con el plano vientre desnudo.

Goran evitó por cualquier medio gemir. Raoul estaba terriblemente sensual, así de demandante y... mojado. Además cuando le dijo aquello sonó a verdad, sin ese acento mordaz... solo la verdad.

Nuevamente se preguntó por que se sentía así. Por qué no simplemente se entregaba y ya.

Lo supo de improviso. No quería entregarse. Quería que Raoul lo forzara, para así tener la excusa de haber sido tomado contra su voluntad. Ya que de otra manera no podía vivir con ello. Su excesivo orgullo no se lo permitiría.

Por otro lado cabía la pequeña pregunta ¿Realmente era por eso? ¿O quizá le gustó el maltrato recibido hacía unos momentos, viéndose incapacitado para decirlo a voz en cuello?

A pesar de que su cuerpo clamaba por el del general, su mente decía cosas estúpidas y esas mismas estupideces le llevaron a empujar de nueva cuenta a Raoul y cuando trató de alejarse escuchó como el rubio pronunciaba algo. Sin sus votos no entendió el hechizo hasta que le dio de lleno.

Las frías aguas se volvieron espirales que tomaron sus muñecas, solidificándose cual si fuesen amarras, un poco más fuertes que las ramas que antes le aprisionaran.

Con pavor Goran vio que su atacante volvía a acercarse. Trató de quitarse el agua de encima, pero esta no cedía, aunque a diferencia de las dríadas, las ondinas que lo sostenían no le lastimaban.

-Te di la oportunidad de entregarte Goran, pero veo que te gusta más estar atado- dijo malicioso el rubio gozando de tener acorralado al elfo hechicero.

Por fin Goran entendía que había caído en la trampa y de lleno. Lo que Raoul realmente esperaba de él era poder someterlo.

Lo más extraño de todo, es que este elfo nada tenía que ver con el que en la tarde tratara. Como si Raoul fuese dos personas diferentes.
No, más bien podía decirse que esta personalidad solo afloraba poco, aún con todo, era éste el verdadero Raoul...

Trató de resistirse. No notaba que con ello encendía más a un Raoul de por sí caliente e insatisfecho.
Los constantes serpenteos del esbelto cuerpo de Goran le atraían más que el verlo sometido. La fuerza del carácter del hechicero constituía en sí mismo un aliciente.

Llevó sus manos para tocar la renuente anatomía.

-¡Suéltame Raoul o juro que te arrepentirás!- espetó Goran mientras buscaba alejarse de ese contacto... así como jurarse que no le agradaba en lo más mínimo.

Pero el general solo rió. Le gustaba que el temperamento cambiante del hechicero. Sin embargo su paciencia de cazador tenía límites y ya ansiaba poseerlo...

Goran vio como sus palabras en lugar de amedrentar al general lo ponían más a punto.

-No voy a soltarte. Me perteneces y ya es tiempo de que lo sepas... de que lo sientas- musitó sensual el general, mientras recorrías la tersa piel de Goran.

Nuevamente quería evitar cualquier sonido que proviniera de su garganta.

Las grandes manos del general eran suaves, mucho más de lo que la imaginación supusiera de alguien con semejante y rudo cargo. Goran sintió como esas manos varoniles tocaban su miembro, fuertemente.

-¡Ah!... no Raoul

-General- lo corrigió Raoul, no sin antes apretar más el miembro que ya comenzaba a endurecerse.

Nuevamente Goran caía en el hechizo. Raoul era arrobador cuando mostraba esa arrolladora fuerza.

-¡Ah!... por favor, general... no

Con otro conjuro Raoul había apresado su hombría con un anillo de agua, que sin importar la sustancia, apretada mucho.

-Con esto me aseguro de que no acabes antes- murmuró sexy y Goran tuvo que apartar el rostro, ya que esa inmisericorde acción consiguió erectar del todo su miembro, lo cual dolía otro poco.

Acto seguido Raoul mostró cuán creativo podía ser, por que con esas mismas acuáticas amarras, logró preparar a Goran.

-¡Agh!... ya... basta... por favor... ¡no!... de... detente- rogaba Goran para que esa columna de agua no siguiera colándose por su interior. Pero la ondina no cesaba de meterse, hasta que halló la pequeña protuberancia de la próstata y en ella concentró todos sus ataques.

Goran gritó con ello. Su cuerpo sintió una energía electrizante correr por su cuerpo, como si en vez de ser una ondina fuese un elemental del trueno, lo que lo invadiera. No conforme con ello, las amarras de agua levantaron un poco el cuerpo de Goran, abriéndole de paso las piernas y sujetando éstas con sus tobillos, dejándolo en una pose tan impúdica como en la primera ocasión que lo sometió.

-Ge-ne-ral... por favor, no... ¡ah! Ya... no siga- murmuró Goran, esperando que el otro cesara, pero a su vez que no fuese esa fría sustancia la que lo tomara sino una más templada... más suave. Su rostro estaba arrebolado. Sentía como sus cabellos eran mecidos por la ondina, dentro de las aguas y en esa pose, estaba a la total merced del libertino general. Ladeaba su rostro en busca de no mostrar lo que en verdad sentía.

La ondina era una experta que conducía las frías aguas por todo su cuerpo, haciéndole gemir desesperado.

-Debo seguir Goran o te lastimaré- dijo Raoul y si su tono no fuese burlón habría sonado comprensivo.

-No importa... solo... por favor... termine con esto...- jadeó Goran exhausto.

Raoul sonrió ya tenía lo que quería. Sacó su miembro. Con otro conjuro logró lubricarse. Tomó con fuerza las caderas del hechicero y le abrió las nalgas. Se incrustó con fuerza, hasta el fondo.

-¡Ah!...- gimió Goran... se sentía lleno. La ondina no había abandonado su cuerpo y Raoul arremetía sin piedad.

Los gemidos de Goran lo incitaban a seguir y de inmediato localizó la próstata del hechicero. Le tocó muy despacio, haciendo que Goran gimiera desbocado.

Dolía, si, pero también le gustaba. El dolor nada se comparaba con la sensación deliciosa que le producía Raoul en su próstata, la presión no cedía y eso le gustaba. Se afianzó más a las acuáticas amarras, mientras Raoul arremetía una y otra vez sin piedad.

En adelante las mismas aguas, le abrían las nalgas a Goran, con lo que Raoul podía concentrarse en penetrar con toda su energía portentosa.

Goran dejó escapar por fin sus lágrimas.

-¿Qué sucede? ¿Duele?- preguntó el general, con toda la intención.

-So... solo un poco... ¡ah!- concedió Goran con voz totalmente sumisa.

Raoul se apresuró a beber la salina agua, recorriendo con su diestra lengua la mejilla roja.

Su miembro iba y venía, pero el palpitante de Raoul, así como sus caricias posesivas le hacía olvidarse de él. El terrible dolor iba en aumento. Su vientre se contraía. Y sin embargo inconscientemente apretaba más aquél símbolo masculino que irrumpía tan adentro de sí. Tan caliente, tan enorme y palpitante, contrastando con la fina pátina de agua de la ondina, fundiéndose ambas para extasiar aún más al hechicero.

Por su mente jamás pasó el que la magia pudiese obrar semejantes prodigios y mucho menos el vivirlos en carne propia.

-Por... favor... más... más fuerte- pedía Goran en medio del delirio.

-¿Así?- Preguntó excitado Raoul, dándole a Goran lo que quería. Ahora el rubio estaba dejándose llevar. Las apretadas entrañas del hechicero le extasiaban. Todavía más la sensación de humedad entre ambos. Además el ver a Goran amarrado acuciaba más ese sentimiento de posesión y de fuerza en él. Le gustaba mucho ver el frágil cuerpo de Goran temblando bajo su cuerpo, por su causa, por tener dentro su ansiosa hombría.

Pensar en ello le hizo aumentar el ritmo de las embestidas.

-¡Ah!... mi señor... por favor... quiero venirme...- pidió Goran

Por fin Goran estaba vencido. Así que sin más ceremonias Raoul retiró el anillo de agua del pene del de los cabellos lilas.

Su propia ropa le excitaba más al estar húmeda y ceñirse a su cuerpo, mientras Goran no cesaba de jadear sensual. Arremetió con fuerza salvaje, pensando en que por fin había vencido, pegándose más a ese cuerpo tierno y temblante. , hasta que oyó como el otro gritaba "mi señor"
¡Oh diosa! jamás pensó que estar con Goran lo llevase a tener semejante orgasmo, pues terminó casi al mismo tiempo que su amante.

Ambos estaban cansados, pero Raoul no quería terminar aún. La ondina fue aminorando su agarre hasta dejar el cuerpo semiinconsciente de Goran en brazos del general.

-Ahora solo me aseguraré de repetirlo- musitó a sabiendas de que el hechicero no estaba del todo dormido.

Goran despertó de golpe, sintiendo como Raoul permanecía dentro suyo a pesar de haber derramado su semilla. Al oír esas palabras se alarmó.

-¿Se... señor?- Se atrevió a preguntar al notar que Raoul se las arreglaba para sujetar su cuerpo con un brazo mientras el otro recogía y mezclaba ambas simientes.

Raoul exultante notó el miedo en aquella varonil voz.

Cuando los largos dedos buscaron su vientre lo comprendió todo.

-¡NOOO!- gritó Goran intentando alejarse del general

Raoul rió abiertamente. Goran estaba asustadísimo y no era para menos. No había subestimado al mago, el conocía el hechizo a pesar de ser magia reservada para los hijos de la diosa.

-¡Piedad!... ¡no lo haga!...

-¿Por qué no?- preguntó Raoul realmente divertido.

-Si me somete así... mi poder... ¡Mi poder se verá reducido a la mitad!- jadeó desesperado renovando sus esfuerzos por soltarse, sin el menor resultado. Aunque nadie podía culparlo por intentarlo, ya que el rubio general no cesaba de llevar a cabo el ritual.

-¿Y eso es malo?

-¡Por supuesto!... ya no podré ser maestro hechicero.

-Te equivocas. Únicamente tu poder se someterá a mí... igual que tu cuerpo.

-¡No!... haré lo que quieras... ¡lo que sea! Pero no lo hagas, por favor... - rogó Goran completamente abatido.

Por fin eso dio resultado. Raoul lo dejó y Goran quedó aún unido a él.

-Mírame Goran- ordenó el general- te dejaré solo por que tu poder me conviene, pero deberás demostrarme que harás todo lo que te ordene de ahora en adelante.

El hechicero vio a los ojos con renuencia a Raoul y musito una respuesta afirmativa.

No era necesario que Raoul lo marcara como un esclavo... el ya lo era.

-Bien, ahora muéstrame tu lealtad. Déjame ver tu refrendo.

Goran suspiró al sentir como Raoul por fin salía de su cuerpo.

-Debo lavarme primero- dijo todo rojo, odiándose por ser tan débil y mostrarse como si tuviese menos de cien años...

-No será necesario, yo te lavaré- murmuró sensual el general.

-¡No!... es... decir, no es necesario... yo puedo, hacerlo solo.

-Dije que es necesario y que yo lo haré ¿Qué parte no entendiste?- preguntó enojándose un poco.

Goran tembló al ver en las esmeraldas orbes del otro la amenaza.

-Co... como diga... mi señor- dijo al fin tragándose su orgullo. Todo era mejor que el que Raoul lo marcase, como lo había hecho el gran Iason Minkaisel con ese humano moreno...

Riki no podía creer que nadie se tomara enserio el quesque regalo e los lombardanos. O la ingenuidad de Iason era mucha o quizá solo fingiese no saber nada al respecto.

Pero tener cerca de uno de los guardianes del reino de la muerte... es decir... eso no era lo que se dice alentador.

Como sea. Lo importante ahora era encontrar la forma de buscar a sus amigos y sacarlos de allí. Y si antes creyera que debía liberarlos por el sentimiento de culpa que lo invadía, ahora debía hacerlo por algo más apremiante: el salvarlos del horowolf.

Aprovechando que nadie parecía otra su presencia, se escabulló de la fiesta, hasta que estuvo seguro de que los tamboriles ya no se escuchaban.

Se dejó llevar hasta el lugar más profundo del castillo. Por fortuna el bueno Forferían le había dado un cristal guía, mediante el cual podía saber a ciencia cierta donde estaban los aposentos de Iason. Cosa útil porque a fin de cuentas si lo deseaba volvería fingiendo que no sabía nada de nada.

Los pasajes se fueron volviendo cada vez más raros. Posiblemente los rumores sobre el castillo de los Minkaisel eran verdaderos; un laberinto milenario. Pero una cosa eran las habladurías en las que siempre se entretiene el vulgo y otra la realidad. Esa realidad que parecía aplastarle. Pronto, la sensación de claustro y mareo no tuvo igual. Tuvo que detenerse en una pared a descansar... tuvo que hacerlo por que todo ese oscuro mundo de pasajes sin fin iluminados algunos parcamente, otros a oscuras, amenazaban con devorarlo.

Más o menos tambaleante se dirigió a una de las habitaciones que estaba iluminada. Ya estando allí notó que la luz era diferente. En vez de ser ambarina o blanca, era azul... de un azul pálido, muy bello. Una sensación de paz, tranquilidad, pero sobre todo de añejo respeto le hizo estremecer y volver a los cabales que creyera perdidos.

Se fijo mejor en el lugar. Parecía un calco de la sala del trono de la que saliera, solo que la piedra fría de mármol, estaba algo desgastada, aunque no por ello, menos apabullante.

Lo que le sacó de sitió casi sacudiéndole la razón de nuevo, fue el ver en un trono una figura conocida.

-¿Iason?- dijo al ver al rubio, pero éste no contestó.

Al ver mejor se percató de que no tenía nada que ver con Iason, se parecía, si, pero era un poco más alto y fuerte. Además sus níveos cabellos caían en cascada hasta el mismo suelo.

-Te equivocas humano. Yo soy el gran Orferius Minkaisel... el padre de Iason.

*El convenio, viene a ser un trato entre la diosa y el aspirante a Hechicero. Ella le prodiga poderes, si, pero con ellos la responsabilidad de consagrarse a alguien, ser su esclavo. Esa una especie de maldición, ya que con ello la diosa obliga al poseedor del Poder a entrenarse, para así jamás quedar vulnerable ante ese posible amo. Por eso ella se muestra implacable con quienes han sido sometidos (es decir, hallados con la guardia baja, como el caso de Goran) así que de ahora en adelante, Raoul tiene bajo su dominio al hechicero.

Supone complicaciones engorrosas y hasta ahora, nadie más que la madre de Goran conocía la verdadera esencia de hijo. Los elfos de la dinastía Minkaisel, creen que la esencia se guarda en los ojos y con ellos el poder del espíritu.

Continuara...


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