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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

Recuerden que pueden seguirme en la cuenta oficial de Instagram @augusto_2414 LMDE.

LXXIII
 
El anciano despidió a los clientes que, tras una acalorada discusión, se decidieron a comprar una pintura al óleo del siglo XIX. Le satisfacía ver a las personas en su tienda, escoger sus artículos y convertirlos en tesoros.
 
Cuando buscaba con qué otra obra cubrir el vacío que dejó la recién vendida, una silueta apareció en el umbral de acceso, atrayendo su atención.
 
—Vaya, vaya, mira quién apareció.
 
—Hola, jefe, ¿qué hay? —dijo Lucas, avanzando con las manos en los bolsillos.
 
—Desapareciste por un tiempo considerable, ¿eh?, tuve que hacer todo el trabajo, a mi edad —dijo el dueño, sacudiéndose las manos para saludar al recién llegado. Luego, le miró de arriba abajo, como asegurándose de que era el mismo rubio que conocía, con sus ropas anchas y la gorra usual, a diferencia de él, que vestía un elegante traje hecho a la medida—. Y ahora, ¿a qué debo tu visita, muchacho?
 
—Vine a ver si sigues vivo, porque no me sirves muerto —dijo, encogiéndose de hombros con total descaro. El anciano sonrió ampliamente—. Ya en serio, necesito que me dejes trabajar en la tienda, tengo que pagarte el alquiler que te debo.
 
—¡Oh!, ¿estabas atrasado?, mi mujer no me lo comentó.
 
—Es porque a ella se le olvidó cobrar, pero ya ves, tienes a un inquilino responsable, ¿y bien?, ¿tienes algún trabajito para mí?
 
—Es posible —dijo, mirando a su alrededor—. ¡Es cierto!, esta semana vendrá un camión lleno de productos nuevos, podrías recibirlo y hacer el inventario.
 
—Claro, no hay problema.
 
—Además, me ayudarás a quitar muchas de las cosas que tenemos aquí, quiero renovar el catálogo y para eso, me llevaré algunas a casa.
 
—¿Y al departamento? —sugirió Lucas.
 
—Si tú quieres, sí, podemos llevar algunas cosas para allá, tendremos que revisar primero y separar, ¿estás buscando algo en especial?
 
—No, por ahora me basta con lo que tengo, aunque nada es mío después de todo —dijo, deteniéndose frente a una estantería—. Tus libros son muy interesantes, he leído muchos de ellos.
 
—Me alegra que te sean de utilidad, porque podrás llevarte todos los que quitaré.
 
—Gracias.
 
—También quitaré piezas de joyería antigua que no tengo esperanzas de vender, podrías mirar si hay alguna que te gusta y te la quedas —dijo el anciano, inclinándose sobre uno de los mostradores.
 
—¿En serio, jefe?
 
—En serio, considéralo un regalo por ser un inquilino responsable y honrado con este viejo. Cualquier otro habría guardado silencio y continuaría viviendo de gratis —dijo, tomando una bandeja con anillos de diferentes tamaños y formas—. Uno de estos te vendría bien, ¿no crees?
 
—Gracias, jefe, los miraré antes de irme. Ahora, ¿con qué quieres que empiece? —dijo Lucas, tronando los dedos.
 
—Empecemos con la vitrina del frontis, ¿sí?
 
… … … … …
 
Los cumpleaños no eran una celebración importante. Cuando las cosas eran normales, podía invitar a sus amigos, pero a medida que el tiempo pasaba, Tomás perdió el interés, sin mencionar que el cambio de residencia dificultó mantener el contacto con aquellas personas. Al final, se volvió un antisocial y salvo por los ocasionales viajes a la ciudad para atender eventos, su vida transcurriría en esa enorme residencia.
 
Si le hubiesen preguntado unos meses antes, habría contestado que el próximo natalicio sería igual a tantos otros: una cena sencilla junto a su familia. Sin embargo, ahora se sentía renovado, entusiasmado, todo gracias a Martín y Gabriel, y eso lo motivó a modificar su agenda.
 
—¿Estás seguro de que quieres hacer eso? —preguntó el pelirrojo menor durante el té.
 
—Sí, ya lo decidí. Me siento mejor y quiero que las cosas sean diferentes —respondió.
 
—¿Y crees que tu padre lo permitirá? —cuestionó Gabriel, bebiendo un café cargado.
 
—Pienso que sí, digo, no veo razón por la que se niegue a darme permiso.
 
—Es verdad, quizá se sorprenda al principio, pero no al punto de decirte que no, ¿y a quién piensas invitar? —continuó Martín.
 
—A Erika, a Lucas, a Gaspar, Rafael, también a Ivo.
 
—¿De verdad vas a invitarlos?, ha pasado un tiempo sin saber de ellos —se emocionó Martín.
 
—Sí, tengo muchas ganas de verlos, y creo que ellos también querrán verme. Solo hemos intercambiado mensajes desde el café literario que organizamos, no hemos podido salir a comer como hacíamos antes.
 
—Dime, ¿será apropiado invitar a Lucas?, sabes que a tu padre… —dijo Gabriel, aunque sin terminar.
 
—No le diré, será una sorpresa, me imagino su rostro cuando lo vea.
 
—¿Insistes en la idea de causarle molestias? —cuestionó el moreno con seriedad.
 
—Solo quiero hacerle entender que no puede decidir sobre mi vida, a pesar de que él crea que todo lo hace por mi bien, lo hace sin preguntarme. Jamás lo ha hecho. Es mi turno de devolverle la mano.
 
Martín y Gabriel intercambiaron miradas dubitativas, sin atreverse a decir más.
 
Tras la conversación, el pelirrojo mayor se retiró a su cuarto y pasó allí el resto de la tarde. Su mente estaba demasiado enfocada en sus planes como para atender a otra cosa; fiel a su estilo, Tomás preparó las invitaciones con sus propias manos y dispuso todo para entregarlas en persona al día siguiente a cada uno de sus amigos, sin importar que le tomara toda la noche hacerlo.
 
Y así lo hizo. 
 
Ya por la mañana, cuando habló con su hermano, Martín quedó impresionado con el resultado de su trabajo y no tardó en ofrecerse a acompañarlo para hacer la entrega de las tarjetas. Tomás aceptó, indicándole que se alistara para salir tan pronto como acabaran el desayuno. No pasaron más de veinte minutos cuando ya estaban listos y a punto de irse.
 
—¿A dónde van, jovencitos? —interrogó Ágata al ver a sus hijos en el vestíbulo—. Hice una pregunta, ¿a dónde van?
 
—Vamos a la ciudad —respondió el mayor.
 
—¿A hacer qué?
 
—A repartir las invitaciones para mi fiesta de cumpleaños.
 
—¿Y quién te autorizó a organizar una fiesta?, ¿tu padre sabe de esto?
 
—No, lo he decidido por mi cuenta, ¿necesitaba permiso?
 
—Podrías haberme dicho antes, ¿no te parece?, ¿y tú, Martín?, supongo que ya estabas al tanto de todo, ¿verdad?
 
—Sí, mamá, pero no veo lo malo en que Tomás quiera hacer algo diferente para su cumpleaños.
 
—No he preguntado por tu opinión, sólo si lo sabías —fue la respuesta severa de la mujer. Los muchachos sintieron un escalofrío en la espalda. No les gustaba cuando Ágata adoptaba ese tono—. En fin, ya lo hablaremos cuando tu padre regrese. Ahora, ¿por qué no haces las invitaciones por teléfono o por correo electrónico?
 
—Mamá, eso es poco elegante y no va conmigo, quiero invitar a mis amigos personalmente, además no iré solo —dijo, indicando al sonriente Martín, que jugueteaba con uno de sus rizos.
 
—¿Y quién los llevará?
 
—Supongo que Gabriel, pero no lo hemos encontrado, ¿está en casa hoy? —preguntó el menor.
 
—Lo está, mandaré por él —dijo y envió a una de sus criadas para que lo trajera. No pasaron ni cinco minutos cuando el moreno hizo su entrada—. Qué bien que llegaste. Tengo una petición que hacer.
 
—A sus órdenes —dijo, inclinándose ante la señora de la casa.
 
—Lleva a mis hijos a la ciudad, que hagan lo que tengan que hacer y los traes de regreso, ¿entendido?, nada de regresar por la noche.
 
—Como mande, señora.
 
—Váyanse ya. Los espero para la cena y Tomás, ni creas que me olvidaré de la conversación que tenemos pendiente con tu padre.
 
—Sí, mamá. Adiós.
 
Ambos muchachos se despidieron de Ágata, que los acompañó hasta la puerta, los vio subir al vehículo junto con Gabriel y abandonar la residencia. Aunque era una madre estricta, se preocupaba por sus hijos, no se oponía a las salidas que quisieran hacer siempre que le avisaran oportunamente, sobre todo pensando en la salud del mayor, que de tanto en tanto debía aliviarse del encierro, porque pese a vivir en una casa cómoda, estaba encerrado después de todo.
 
… … … … …
 
Durante el viaje, en silencio la mayor parte, Tomás inició una plática con su hermano.
 
—Martín, te hice un encargo la última vez que fuiste a la ciudad, no me he olvidado, ¿cómo te fue con eso?
 
—Suenas a mamá diciendo eso —dijo, enarcando una ceja—. Como sea, tampoco lo he olvidado, es solo que no hacía falta mencionarlo hasta que me preguntaras. Ese día en particular te veías muy animado y no quise arruinar el momento.
 
—Asumo que, lo que sea que descubriste, podría molestarme.
 
—Eso no lo sé, de todas formas, querrás saberlo, ¿no?
 
—Quiero saber lo que averiguaste. Cuéntame todo.
 
—Vale, cuando estaba de regreso a casa, vi a dos personas peleando en la calle. Sería irrelevante de no ser porque se trataba de Lucas y Adolfo.
 
—¡Eso si que es interesante!, haciendo escándalos en público, ¿qué más sucedió?
 
—Nos detuvimos más adelante y regresé para ver de cerca, pero no los encontré sino al interior de un callejón ubicado allí, convenientemente, y no te imaginas lo que vi —dijo, dándole un tono de suspenso a su relato.
 
—Sí que me lo imagino, pero continúa.
 
—Lucas le estaba chupando el p*** a Adolfo, ni más ni menos.
 
—¡Oh! —exclamó, aunque más parecía decepcionado—. Pensé que habían cog***, pero supongo que no les dio tiempo de hacerlo, ¿o sí?
 
—No lo sé, no pude quedarme a ver cómo continuaban, sonó un teléfono que los interrumpió, así que corrí antes de que me descubrieran.
 
—O sea que habrías visto todo el espectáculo de haber podido —insinuó con una mirada suspicaz.
 
—Sí…, aunque primero habría rezado tres “Ave, María”, luego tomado fotografías o grabado un video —dijo, juntando sus manos y mirando al cielo—. Si tan solo hubiese cargado con mi rosario.
 
—Debiste hacerlo, te ayuda a calmar los nervios. Por lo regular, eres rápido con el celular.
 
—Estaba nervioso, sí, porque nunca había visto algo así, en vivo y en directo.
 
—¡Ja!, como si fuera a creerte eso, pervertido, de todas formas, asegúrate de registrarlo si es que hay una segunda ocasión.
 
—¿Para qué?, ¿no me digas que es para tocarte mientras lo ves?, vaya descarado que eres, y después soy yo el pervertido, tengo de quien aprender. Sería mejor conseguirte un novio para que haga contigo todas esas cosas indecorosas —dijo, apretando el crucifijo que colgaba de su cuello.
 
—No te preocupes, mi pequeño santurrón, pronto conseguiré uno y sospecho que está cerca —dijo, guiñándole un ojo a Gabriel, quien se sonrojó al verle a través del espejo retrovisor.
 
—Ten cuidado, Gaby, mi hermano es un depredador silencioso. Te descuidas un momento y caerá sobre ti antes de que puedas reaccionar —le dijo Martín al chofer.
 
—Gracias por el consejo, Martín, pero no soy una presa sumisa, no vaya a ser Tomás el que acabe devorado —dijo con una voz confiada y seria. Incluso su expresión había cambiado.
 
—Bueno, si eres tú, no me importaría ser devorado.
 
Ambos sonrieron, pero no con lascivia, sino con un repentino ataque de dulzura, como si recién se percataran de la audacia en sus comentarios. Martín se estremeció sin soltar su rosario, pero feliz de que ambos ya no fingieran indiferencia el uno por el otro. “Si se agradan y se gustan como creo, podrían aventurarse a conocerse mejor”, pensaba, “por favor, Virgencita, que se les quite la tontería y vayan en serio”.
 
… … … … …
 
Adolfo no volvió a ver a Lucas, incluso después del alta de su hermano. No recibió noticias de él, ni una sola información, ni un solo mensaje. 
 
Pese a la reprimenda que recibió de sus padres, el pelinegro menor no podía quitar de su mente la experiencia vivida en el callejón, mucho menos el deseo de repetirlo. Pensó que, como otras veces, tendría suerte de encontrarlo si daba una vuelta por el centro, sin embargo, no hubo resultados. Lucas había desaparecido.
 
Finalmente, se animó a visitarlo directamente en su casa. Desafortunadamente tampoco lo encontró ahí aquella tarde, obligándolo a marcharse con las manos vacías, sin embargo, antes de que cruzara el umbral de acceso, una persona inesperada le estaba viendo de frente. Alguien que jamás esperó encontrar en ese lugar.
 
… … … … …
 
El primer destino fue la casa de Erika, en donde los hermanos permanecieron alrededor de una hora. Tomás le extendió la invitación a su fiesta de cumpleaños, insistiéndole en que sería un evento discreto y solo para un grupo selecto de amigos, además de mencionar que le convendría salir de casa durante un fin de semana completo para cambiar de aire. Martín intervino diciendo que ambos estarían muy felices de recibirla en su casa y que podrían todo de su parte para que se sintiera cómoda, pues sabían cuanto le desagradaban las fiestas, fuera de lo que fueran.
 
Con la esperanza de que la chica consideraría sus palabras, Tomás abandonó la casa, no sin antes permitirle a su hermano que se quedara con ella un rato más y que pasaría a recogerlo tan pronto como terminara de repartir las invitaciones. Martín no hizo más que dar las gracias con una amplia sonrisa.
 
Gabriel condujo el vehículo por las calles que el pelirrojo mayor le indicaba, hasta llegar a una estrecha callejuela que conducía a la entrada de un cité.
 
—Espera aquí, por favor, no tardaré —ordenó antes de bajarse del auto.
 
El chofer no respondió, pero le siguió con la mirada hasta que desapareció bajo el umbral de acceso.
 
Tomás esperaba tener una breve entrevista con el rubio, aunque en el fondo temía que pudiera prolongarse innecesariamente. No llegó a verlo porque se encontró de frente con Adolfo, quien iba de salida y con una expresión contrariada.
 
—¡Oh!, pero si es Adolfo, qué inesperado, ¿cómo estás? —saludó, adelantándose para estrecharle la mano, pero el pelinegro estaba estupefacto y no reaccionó—. ¿Qué te sucede?, parece como si hubieses visto un fantasma.
 
—“Un fantasma del pasado. Es lo que eres” —pensó, hasta que un ligero toque en el hombro lo sacó de su cavilación—. To… Tomás, eres tú, no sé qué decir.
 
—Podrías comenzar saludándome, es de buena educación hacerlo —dijo, tomándole él mismo de la mano. Éste se la estrechó como por reflejo para luego apartarla sin más—. ¿Qué estás haciendo aquí?
 
—Podría hacerte la misma pregunta, ¿qué haces aquí?, ¿has venido a ver a Lucas? —preguntó tras recomponerse de la impresión.
 
—Así es, ¿lo has visto?, por tu expresión parece que no.
 
—No está en su casa.
 
—Qué lástima, quería verlo y hablar con él —dijo con una expresión desanimada, antes de recobrarse—. Ya que estás aquí, haré que valga mi tiempo y hablaré contigo.
 
—¿Conmigo?
 
—No estaba en mis planes hacerlo, pero ya ves, las cosas ocurren por alguna razón, ¿me acompañas?, podemos ir y comer algo mientras charlamos, ¿qué te parece?, no tengo mucho tiempo.
 
—Supongo que está bien, tal vez sí tengas razón y era inevitable encontrarnos en este punto. Precisamente en las puertas de la casa de Lucas —contestó, avanzando hacia la salida del cité. Tomás sonrió tras oír esas palabras y le siguió.
 
—Ven conmigo, tengo un vehículo esperando —indicó.
 
Adolfo no respondió, pero internamente estaba abrumado por la presencia de Tomás: estaba consciente de que éste y su hermano pertenecían a un mundo diferente, le quedó claro cuando compartió con ellos en aquella cena. Lo mismo podía extenderse a Erika. Pero, ¿y Lucas?, ¿también pertenecía a ese mundo “de niños ricos”?
 
Gabriel reconoció a su patrón, mas no al chico que le acompañaba. Ambos abordaron el vehículo y el pelinegro dedicó un saludo cordial al chofer.
 
—Llévanos, por favor, a esa cafetería que está en las terrazas del barrio ejecutivo —ordenó Tomás.
 
—¿Qué hay de Martín? —preguntó.
 
—Encárgate de ir por él, ¿sí?, yo te llamaré después para que me recojas.
 
—De acuerdo —dijo, poniendo en marcha el auto, dejando atrás en breve las callejuelas para entrar otra vez en las avenidas transitadas de la ciudad. Miró a sus ocupantes a través del espejo y notó dos cosas: el silencio incómodo del invitado y la expresión satisfecha del pelirrojo. “¿Qué estás tramando ahora, Tomás?”
 
… … … … …
 
La visita de los hermanos la tomó por sorpresa, mas no fue una incomodidad recibirlos y compartir con ellos. Por otra parte, los padres se alegraban mucho de que su hija recibiera cada vez más amigos en la casa, diciéndoles que volvieran pronto.
 
Como era usual, ese día Erika estaba sola, así que la presencia de Martín fue refrescante pese a lo pegote que podía ser. Al ser ese un día cálido, atenuado solo por una suave brisa primaveral, decidieron tomar el té helado en la terraza, cargando una pila de libros sobre los cuales hablar. Entre otros temas, discutieron la posible fecha para un nuevo café literario, esta vez enfocado en la lectura e interpretación de obras de teatro clásicas. Para servir de ejemplo, Martín leyó en voz alta algunos pasajes del teatro de Terencio, cuyos movimientos y expresiones sacaron más de una risa a la chica.
 
—¿Y si practicamos juntos?, hay unos diálogos muy entretenidos aquí —dijo, señalando los títulos de otro autor, Luciano de Samósata, incluidos en el mismo volumen—. Aquí, comienza a leer desde este punto.
 
—¿Y tú? —preguntó, recibiendo el libro.
 
—Me sé el diálogo de memoria. Yo seré Caronte y tu Hermes.
 
—¿Por qué será que no me sorprende?, ¿ya tenías todo preparado?
 
—No, ¿cómo crees?
 
—Siendo así, empecemos, 
 
H. — Calculemos, barquero, si te parece, lo que me debes ya para que no discutamos otra vez por el mismo tema.
 
C. — Vamos a hacer las cuentas, Hermes, pues es mejor y mucho más cómodo dejar el tema zanjado.
 
H. — Por un ancla que me encargaste, cinco dracmas.
 
C. — Mucho dices.
 
H. — Sí, por Aidoneo, que la compré por cinco dracmas, y un estrobo por dos óbolos.
 
C. — Anota, cinco dracmas y dos óbolos.
 
H. — Y una aguja para remendar la vela; cinco óbolos pagué.
 
C. — Pues añádelos.
 
H. — Y cera para parchear las grietas del bote, y clavos y el cordel del que hiciste la braza; dos dracmas todo.
 
C. — Bien; eso lo compraste a un precio razonable.
 
H. — Esto es todo, si es que no se me ha olvidado nada al echar la cuenta. Por cierto, ¿cuándo dices que me pagarás?
 
C. — Ahora, imposible, Hermes. Si una peste o una guerra envía aquí abajo una buena remesa, entonces podré sacar alguna ganancia a base de cobrar más caro el pasaje.
 
H. — ¿O sea que voy a tener que sentarme aquí a suplicar que acaezca alguna catástrofe a ver si a resultas de ello puedo cobrar?
 
C. — No hay otra solución, Hermes. Ahora, ya lo ves, nos llegan pocos, hay paz.
 
H. — Mejor así, aunque se alargue el plazo de la cuenta que tenemos pendiente. Por lo demás los hombres de antaño, Caronte, ya sabes cómo se presentaban aquí, valientes todos, bañados en sangre y cubiertos de heridas la mayoría. Ahora, en cambio, el uno muerto envenenado por su hijo o por su mujer o con el vientre y las piernas abotargadas por la molicie; pálidos todos ellos, sin clase, en nada semejantes a aquellos de antaño. Y la mayoría de ellos llegan hasta aquí según parece luego de múltiples maquinaciones mutuas por culpa del dichoso dinero.
 
C. — Es que es muy codiciado.
 
H. — No te vaya a parecer entonces que desvarío al reclamarte con insistencia lo que me debes.” *
 
—Espero que no seas tan moroso como Caronte, porque si es así, ni creas que te prestaré dinero —dijo Erika, enarcando las cejas.
 
—Para nada y, en cualquier caso, espero no estar en necesidad de hacerlo. ¡Ja, ja, ja!
 
A espaldas de ambos se oyeron aplausos tan fuertes como repentinos. Se voltearon hacia el fondo del patio, donde estaba el muro que cerraba la propiedad, y sentado hasta arriba, en el borde, estaba Lucas.
 
—Muy bonito, ¿puedo participar? —dijo, saltando a tierra, cuidando de no lastimarse con el gran rosal que crecía allí, cuyas flores cubrían parte del muro y se mecían por el viento—. Erika, ¿por qué no respondiste mis llamadas?
 
—Porque no me pareció oportuno, por lo demás, no somos tan íntimos como para atenderte cada vez que se te ocurra —respondió, apartando el libro y quitándose las gafas—. No creí que vendrías tan pronto, pero bueno, supongo que la paciencia no es una de tus virtudes.
 
—No lo es, y se empeora cuando me ignoran deliberadamente.
 
—Lucas, ¿no crees que deberías…? —intentó decir Martín, confundido por la situación.
 
—No estoy hablando contigo —respondió, dejando mudo al pelirrojo.
 
—¿A qué has venido?, las visitas no acostumbran saltar el muro de la casa cuando vienen aquí —dijo, pasando por completo del último comentario. Para el rubio no pasó desapercibido que la actitud de la chica había cambiado, volviéndose seria y desafiante—. Déjame adivinar, ¿viniste a pedir otra recomendación de libros?
 
—Déjate de ironías, ¿quieres?, ya después podemos hablar de tus pergaminos ancestrales, tengo otros asuntos que atender.
 
—Entonces, ¿de qué se trata?, date prisa y habla, no quiero tener que dar explicaciones a mis padres.
 
—Vale, vale, pero sentémonos, será una larga conversación, podrías servirme un poco de té, ¿no te parece?, la educación, ante todo —dijo en un tono pedante.
 
—Ya veremos —dijo, regresando a su lugar, en lo que Lucas se quitaba la gorra y se ubicaba en una butaca frente a ella. Martín se quedó de pie a un costado, curioso por los temas a tratar y expectante del resultado de aquella plática.
 
El viento sopló y agitó los cabellos de todos, sin apenas alterar el ambiente denso que se había levantado entre los participantes.
 
… … … … …
 
Tomás y Adolfo llegaron a su destino y tras descender del vehículo, éste se retiró y ellos ingresaron a la cafetería. Ancianos y jóvenes degustaban por igual los más variados postres, mientras que un intenso aroma a café inundaba el ambiente.
 
—Sentémonos aquí —indicó el de la trenza.
 
Ocuparon un par de butacas entre las cuales había una mesa baja, uno frente al otro, siendo atendidos en breve por una dama de mediana edad.
 
—Bienvenidos, chicos, ¿qué van a servirse? —preguntó, sosteniendo lápiz y papel.
 
—Chocolate caliente y pastel de mil hojas para mí, por favor —pidió Tomás.
 
—Anotado, ¿y usted?
 
—Un café helado, por favor, después veré si pido algo más —dijo Adolfo.
 
—Perfecto, en un momento les traigo su orden. Con permiso.
 
La mujer se retiró, dejando a los dos en silencio por unos instantes.
 
—¿Hay algo que te inquieta, Adolfo? —preguntó Tomás, viéndole con atención—. La vez anterior no me detuve a verte y ahora que lo hago, me pareces muy atractivo.
 
El pelinegro no pasó por alto el comentario y se ruborizó.
 
—Esa expresión luce mejor en tu rostro, no así la duda o la preocupación. Ya entiendo por qué Lucas se fijó en ti, eres tan lindo que hasta yo podría caer ante tus encantos.
 
La expresión de Tomás, como antes, no admitía una interpretación clara. No había gentileza en sus palabras, pero tampoco sarcasmo. Sus ojos no reflejaban lascivia, pero tampoco indiferencia. Si tuviera que decir algo del chico que estaba frente a él, Adolfo diría que se trataba de un artista, concretamente un escultor que contempla las curvas que han sido talladas en un bloque de mármol.
 
—¿Te sientes mejor?
 
—Es difícil después de oír palabras así. No acostumbro a que los hombres elogien mi aspecto físico, incluso si fuera cierto lo que dicen —respondió, intentando ocultar su nerviosismo.
 
—No miento y estoy seguro de que Lucas tampoco lo haría. Ahora, es cierto que todos tenemos defectos e intentamos disimularlos detrás de nuestras virtudes. 
 
—¿Lo dices por experiencia propia?
 
—Así es. Incluso alguien como yo tiene defectos o vicios, como me gusta llamarlos.
 
—Entiendo, supongo que yo también podría ser engañado por esa perfección que aparentas.
 
—“Oro y jade en el exterior, podredumbre y decadencia en el interior”, así dice el viejo proverbio chino —sentenció Tomás con una débil sonrisa.
 
Otro silencio. Adolfo, algo más tranquilo, supo entender que el pelirrojo no buscaba mostrarse ante él como un ser de luz, sino como lo que en verdad era, un adolescente con los mismos problemas y temores que cualquier otro.
 
—¿De qué quieres hablar conmigo? —preguntó con suavidad, puesto que su interlocutor había caído en una especie de trance.
 
—Aguardemos hasta que traigan nuestro pedido. Y descuida, no voy a decir alguna pesadez que pueda importunarte, ya lo hice trayéndote aquí.
 
—No, no lo has hecho, es solo que, si lo piensas, no nos conocemos de nada, así que estar aquí los dos me resulta extraño.
 
—Es verdad, fue un impulso el que me hizo hablarte, aunque, por otra parte, eventualmente nos volveríamos a encontrar.
 
—Todo esto, ¿es por Lucas?
 
Tomás asintió. Justo en ese momento, la camarera trajo sobre una bandeja los postres solicitados junto con el humeante tazón de chocolate.
 
—Que disfruten —dijo la mujer.
 
—Muchas gracias —respondió Adolfo, antes de volverse hacia Tomás—. ¿Hay algo que quieras contarme acerca de Lucas?
 
—Sí, mucho —comenzó a decir, ante la mirada expectante del pelinegro—. Él fue mi novio.
 
… … … … …
 
Erika aguardó durante minutos a que Lucas pronunciara palabra. Lo cierto es que el rubio, pese a sus esfuerzos por mostrarse fuerte, no sabía cómo iniciar la conversación. Fue en esos momentos que la chica reparó en las manos del visitante, cuyas uñas estaban torpemente pintadas con un esmalte color verde limón, preguntándose el porqué de tal acción. Y también algo en el rostro del chico la hizo reflexionar.
 
—Si no vas a hablar, puedes irte, con Martín estábamos ocupados en algo mucho más entretenido que mirarnos las caras. Es una pérdida de tiempo que no estoy dispuesta a tolerar —dijo Erika, mirando el libro abierto sobre la mesa.
 
—Sus obras de teatro pueden esperar, estoy seguro de que no les importará si vuelven a tu estantería polvorienta —respondió con sorna, antes de mudar en un tono más sincero—. Perdona que haya venido de repente, pero bien sabes que no tengo a donde ir.
 
—No estarás insinuando que necesitas alojamiento, ¿verdad? —se adelantó a decir Erika.
 
—No, solo tenía ganas de hablar con la única amiga que tengo.
 
—Para que digas algo como eso, más que hablar necesitas desahogarte. ¿Qué ha pasado?, ¿tiene relación con tus lesiones?, porque fuiste herido, ¿no?
 
—¿Cómo…?, ¿cómo sabes eso? —cuestionó. La observación le hizo tragar en seco y el cuerpo se le tensó. “Creí que mi rostro ya no lucía tan mal”. 
 
—Ha habido ataques recientemente y un par de conocidos míos fueron víctimas del maníaco encapuchado, ¿tuviste algo que ver con eso?, supe que los chicos se defendieron y le dieron una paliza a ese imbécil, no lo suficiente como para que lo atraparan, claro, pero algo es algo. Dime, ¿fue por eso que desapareciste en los pasados días?, ¿fue por eso que me escribiste con tanta insistencia?, ¿necesitabas ayuda?
 
Lucas guardó silencio.
 
—¿Eres tú el maníaco encapuchado? —el tono de la chica demandaba respuestas.
 
—No… ¡no!, ¡no lo soy!, ¡no soy el maníaco! —respondió bruscamente, apoyando las manos en sus rodillas, ante la mirada impertérrita de Erika—. ¿Acaso no me crees?, ¿por qué me miras así?
 
—¿Qué quieres decir con eso?, solo estoy haciendo una pregunta, ¿por qué reaccionas así? —dijo ella, encogiéndose de hombros.
 
—Porque no es verdad, ¡yo no soy el maníaco!, ¡yo no lastimé a Alejandro y Nicolás!
 
—¡Oh!
 
—¿Qué?, ¿qué pasa?
 
—Yo nunca dije que fueran Alejandro y Nicolás.
 
El rostro de Lucas palideció. Se levantó del asiento y por poco tropieza.
 
—Lo sabía.
 
—Tú, ¡tú no sabes nada, Erika!
 
—Yo creo que sabe bastante —intervino Martín, sujetando su rosario contra el pecho.
 
—¡Cállate!
 
—No… no te tengo miedo, Lucas, y tampoco… tengo miedo de decir lo que sé —agregó.
 
—¿Qué es lo que sabes?, ¡habla!
 
—Pero si acabas de decirle que se calle, eres muy extraño —dijo ella, bebiendo de su taza—. En fin, lo importante no es eso. ¿Vas a decirme eso tan importante que te hizo venir?
 
Lucas calló de nuevo.
 
—Mira, lo que tu hagas en tu tiempo libre no es de mi interés, siempre y cuando no me traiga problemas, considerando que te apareces cuando quieres en mi casa. No quisiera tener que cerrarte las puertas.
 
—Y los muros —agregó Martín.
 
—Eso… eso no es verdad, solo vengo aquí cuando tengo motivos para hacerlo. No lo hago para molestarte —aclaró Lucas.
 
—Siendo así, di lo que viniste a decir, no te des más vueltas —insistió Erika.
 
—Me… me gus… ta…, ¡mierda!, ¡me gusta alguien! —exclamó al fin.
 
—Con que de eso se trataba. Era más simple de lo que imaginé, ¿y qué dice esa persona?, ¿te corresponde?, ¿lo sabe siquiera?
 
—Lo sabe, pero se resiste…
 
—¡Oh!, ¿es por eso que atacabas a las personas?, ¿es tanta la frustración que necesitas desquitarte con los demás? —cuestionó la chica con un dejo de burla.
 
Lucas, harto de la situación, pateó bruscamente la mesa, arrojándola sobre el césped junto con el servicio de té, los libros, las gafas y todo cuanto había sobre ella, para luego acercarse a Erika en una actitud amenazante.
 
—¡Ya te dije que no soy el maniaco!, ¡en qué tono quieres que te lo diga!
 
—¡Ja, ja, ja!, tus reacciones me dicen lo contrario, ¡ja, ja, ja! —dijo, antes de continuar con su risita.
 
—¡No te burles de mí, maldita…!
 
El rubio levantó la mano e hizo el ademán de golpearla. Martín, al verlo, se apresuró a detenerlo, sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, Erika estaba sujetando a su atacante por el cuello, lo arrojó de espaldas al suelo y allí lo retuvo con fuerza.
 
—¡Argh!, ¿cómo…?, ¡argh! ¿cómo… has podido…? 
 
—¡Cállate!, podría matarte aquí y ahora, ¿sabes?, irrumpes en mi casa, me insultas e intentas agredirme, ¿te parece que debo soportar algo así?, eres lo mismo que un delincuente, ¡perdón!, lo eres, maníaco encapuchado, ¿o vas a decirme que estas lesiones son casualidad?
 
Erika presionó con su mano libre las heridas del rostro, los brazos y el pecho.
 
—¡Argh!, ¡detente!, ¡argh!
 
—Confiesa quien eres y de paso discúlpate.
 
—¿Qué…?
 
—Anda, dilo, o puedes despedirte, no creas que voy a sentir pena por ti. Sé lo que eres.
 
—Señorita Erika, no debería continuar haciendo… —intentó acercarse.
 
—Quédate en donde estás, puedo hacerme cargo de esto. ¿Y bien, Lucas?
 
—Vale… vale… ganaste. Yo… ¡argh!, yo… soy… el maníaco.
 
—¿Y qué más?
 
—Lo… lo… lo siento.
 
Erika sonrió triunfal, liberó el cuello del rubio y se apartó con la misma frialdad con que había reaccionado. Lucas quedó tendido unos instantes, jadeando, intentando recobrar el aliento. Entendió que resultaría inútil amenazar a la chica. Su actitud tan extraña y la reacción frente a la agresión lo hicieron dar un paso atrás. Como pocas veces en el pasado, Erika le hizo sentir el miedo de morir en carne propia.
 
Por su parte, Martín sentía una mezcla de inquietud y fascinación. Ante sus ojos, ella había pasado de ser una reina a una diosa, tan hermosa como cruel.
 
—Levanta todo eso, por favor —le dijo Erika. El pelirrojo obedeció al instante—. Lucas, ¿te pintaste las uñas por esa persona?, ¿es ella o es él?
 
—Él. Lo… conocí en una de mis salidas, me rechazó… y cuando volví a encontrarlo en la calle… lo seguí hasta perderlo… y así estuve por días, cada vez que lo encontraba —dijo ya más calmado, inhalando y exhalando—. Lo curioso es que nunca intenté ocultarme, así que él siempre supo de mi presencia, incluso me invitaba a seguirlo, como si le gustara sentirse acosado.
 
—Y eso te excitó, ¿o me equivoco?
 
—Así fue, no sé cómo, pero me volví un juguete a su servicio, él mismo estuvo dispuesto a continuar con todo esto, acompañándome en algunas noches. Jamás creí que podría confiarle algo así, era mi secreto.
 
—Pues no más. El cazador resultó cazado —dijo ella, negando con la cabeza—. ¿Qué pasó?, ¿te enamoraste de él?
 
—Sí, y aunque le confesé como me sentía, no parece que él quiera una relación. Me cansé de jugar al gato y al ratón.
 
—¿Una relación?, pero si ya tienen una —intervino Martín.
 
—¿Cómo dices? —cuestionó Lucas.
 
—Tu y… ya sabes quien, ¿no es propio de las parejas besarse en un callejón? —continuó.
 
—¿Fuiste tu…?, tu fuiste a quien vio Adolfo…
 
—¿Adolfo?, ¿no es ese el chico que fue a cenar con nosotros?
 
—“El gato salió de la bolsa”, y eso que yo no quise decirlo —dijo, el pelirrojo juntando sus manos—. Por otro lado, deberían ser más cuidadosos, hay lugares mejores que un callejón para hacer lo que… bueno, tú sabes lo que estaban haciendo.
 
Lucas, como derrotado, se dejó caer sobre el suelo, cubriéndose el rostro con las manos.
 
—¿Quién te crees que eres para decirme eso?, la forma en que debo comportarme, ¿acaso eres el rey Minos, con autoridad para juzgar los pecados del alma? —cuestionó ofuscado.
 
—No, pero tampoco estoy impedido de decir lo que pienso, ¿o es que también te has convertido en un dios que no puede ser juzgado por hombres?
 
—Por supuesto que no, sigo siendo un mortal, es solo que no te he dado la autoridad para que puedas ordenarme qué hacer.
 
—Y Adolfo, ¿sí podría?, ¿o mi hermano?
 
—¡No te atrevas a mencionarlos!
 
—¡Cielos santo!, esto tomará un tiempo. Quédense aquí, iré a por más té. Compórtense o se largan de mi casa, han hecho demasiado alboroto.
Notas finales:

*El diálogo que interpretan se llama “Hermes y Caronte”, y forma parte del “Diálogo de los muertos”, obra del mencionado Luciano de Samósata, escritor, retórico y filósofo sirio de la lengua griega antigua, famoso por su ingenio y por la fuerte irreverencia de sus corrosivos escritos satíricos, con los que a menudo ridiculizaba la superstición, las prácticas religiosas y la fe en lo paranormal.

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.

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