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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 14

Los recuerdos no podían ser empaquetados, guardarlos dentro de una caja y olvidarse de ellos. Fingías que no existías, te concentrabas en el presente, ajeno al pasado, pero en las noches, cuando todo mucho dormía, los sonidos se apagaban, las conversaciones morían, los quehaceres se suspendían, te quedabas solo en la oscuridad y las memorias regresaban todavía con mayor fuerza, reclamando su lugar, deseosos de sentarse junto a ti y conversar.

Zwein estaba acostumbrado a convivir con sus recuerdos, no recordaba un momento de su vida en que hubiera sido feliz, días buenos y malo, muchos días malos; pero ningún día desde que tenía memoria y razón de ser en que no viviera con miedo.

Miedo al llanto de su madre, los gritos de su padre, las miradas avergonzadas de sus hermanos, los susurros apenados de sus sirvientes, los castigos de su maestro una vez que fue esclavizado, a no cumplir las expectativas de su maestra cuando lo rescato, a las largas noches en que debía dormir solo en ese enorme departamento. A veces sentía que era todo cuanto conocería: miedo, miedo y más miedo.

Hasta que Aysel llegó.

Hacía dos semanas que lo sacó de los calabozos de La Academia y sólo ahora se percataba de que durante todo ese tiempo no había tenido miedo. Estaba tan ocupado preocupándose de las necesidades del joven vampiro que había olvidado sus propios temores. La angustia por saber si sería capaz de salvarlo había sustituido al temor que constantemente lo carcomía.

Recostado en la inmensa cama, sobre los grandes almohadones, Aysel se parecía a esas criaturas míticas y que a muchos les gustaba creer que alguna vez existieron llamados Ángeles, un ser demasiado precioso para este mundo: pequeño, dulce, inocente. Creyó que podría hacerlo, llevar al vampiro consigo, manipularlo, usarlo y luego desecharlo, pero no era capaz. Quizás se debiera a su hermoso aspecto, a su delicada personalidad o a que le recordaba demasiado a sí mismo, pero no podía hacerlo; no se llevaría consigo al vampiro para que lo matarán. La suya era una misión suicida, si arrastraba a alguien consigo debía asegurarse de que ese ser estuviera más allá de toda salvación o compartiera su deseo de morir.

Había cientos de criaturas rotas allá afuera, todavía le quedaba tiempo, encontraría a la adecuada.

—Maestro— la suave voz de Aysel lo sacó de sus pensamientos, el vampiro despertaba deprisa, pasaba del sueño profundo a un estado de alerta en cuestión de segundos—. ¿Dónde estamos?

—Es mi habitación.

El vampiro observó con curiosidad la habitación elegantemente amueblada, la mullida cama donde yacía, el tocador de caoba, los sillones de cedro tapizados en terciopelo natural.

—Es la habitación que me corresponde— explicó levantándose para servirle un vaso de agua—. Bonita, ¿no lo crees?

—Mucho.

La pregunta estaba escrita en el rostro infantil de Aysel, pero no se atrevía a hacerlo. Con cualquier otra persona, Zwein lo habría ignorado, pero ya que pronto se separarían y no volverían a verse jamás, poco importaba.

—Nunca duermo aquí. Prefiero la habitación donde estábamos. Si llega el día en que llegó a perder todas las comodidades a la que estoy acostumbrado, lo resentiré menos— le dio un largo vistazo a la habitación—. Además, cuando duermo en lugares como estos, tengo la sensación de que de un momento a otro llegará alguien y me gritará que me largue al lugar que me corresponde. No descanso bien— lanzó un gran suspiro—. Pero necesitas descansar y este lugar es mucho mejor que el cuchitril donde estábamos. Tengo que irme un momento. ¿Esperarás?

—Sí, Señor.

Los ojos de Aysel brillaban con una mezcla de admiración, confianza y miedo.

Una última decepción y todo se acabaría. Sería lo mejor para el vampiro.


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