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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 26

El llanto de Aysel era silencioso, suave y cadencioso, Zwein debía de esforzarse por escucharlo. Acarició los suaves mechones de cabello lila entre sus manos. No le gustaba ver a su familiar sufrir, pero disfrutaba consolando a la pequeña y frágil criatura entre sus brazos. El vampiro era tan parecido y a la vez tan diferente a él. Por mucho que Zenda y Darío lo intentarán jamás se permitió ser confortado en sus brazos, aceptaba su comida, obedecía sus instrucciones, absorbía cada migaja de conocimiento, pero nunca derrumbó las barreras que tan arduamente había construido a su alrededor. Él no confiaba en nadie y no se permitiría depositar su fe en ninguna criatura mientras continuará viviendo; en cambio Aysel era un chiquillo ansioso de amor, dispuesto a abrirse a la primera persona dispuesta a mostrarle una pizca de amabilidad. Zwein sabía que tenía suerte de haber sido la primera persona en hacerlo.

El llanto de Aysel concluyó tan rápido como inició.

Se apartó de su pecho con gesto contrariado, se limpió las mejillas con la palma de las manos y murmuró unas disculpas avergonzado.

—Lo siento.

Por un segundo Zwein pensó en mentirle, decirle que era su culpa por ser una bestia torpe y débil, pero que con su ayuda se convertiría en un familiar digno de servirle, pero la idea ni siquiera se asentó en su mente; sonrió satisfecho consigo mismo sabiendo que todavía podía ser lo suficientemente manipulador y engañoso como para cumplir sus objetivos, pero no quería lastimar más al vulnerable vampiro, deseaba convertirlo en su compañero, no en su esclavo.

—No necesitas disculparte. Los vampiros son bestias emocionales, dan rienda suelta a sus sentimientos sin pensar en las consecuencias. Pueden reír un segundo y llorar con amargura al siguiente. La mejor manera en que un vampiro es capaz de controlar su expresión ante otros que no sean sus pares consiste en mostrarse siempre enfadado o aburrido. Con el tiempo y la práctica aprenderás.

Aysel asintió con vehemencia, en su rostro no había lugar para la duda o la vacilación; aceptaba cada una de sus palabras como si vinieran de alguna deidad.

—Ahora vayamos a conocer la ciudad— agregó Zwein tomándolo de la muñeca y comenzando a caminar.

Mientras recorrían los pasillos y bajaban los pisos no se encontraron con ningún otro hechicero o bruja, detalle que Zwein agradeció profundamente, no le apetecía inmiscuirse en ninguna pelea, ni siquiera verbal con sus compañeros del gremio. Una vez aprobó el examen de magia, Zenda le había comprado ese elegante y enorme departamento en la zona residencial de los magos. Quizás su maestra creyera que realmente le estaba haciendo un generoso obsequio, pero verse rodeado de tantas personas que lo despreciaban e incluso odiaban por su condición de bestia humana lo había convertido poco a poco en prisionero de su propia casa. Las agresiones no escalaban al nivel físico ni mucho menos llegaban a convertirse en ataques mágicos, en los que él tendría ventaja, pero los insultos, humillaciones y gritos apenas se topaba con uno de sus vecinos lo sacaban de quicio; debía de controlarse mucho para no asesinar a varios magos con los que se encontraba, en especial aquellos que una vez lo habían atacado sexualmente. Ni siquiera fue capaz de conseguir a un mago que modulará la temperatura ambiental dentro de sus habitaciones, él mismo se encargó de tejer el hechizo, el resultado: sin importar la temperatura externa dentro de su apartamento siempre hacía frío. Zenda le ofreció su ayuda, podía mover sus contactos y…pero Zwein se negó de inmediato, no se permitiría depender de nadie nunca más.

—Hace calor— comentó Aysel una vez hubieran salido de la zona residencial.

—Se supone que es otoño, debería correr una brisa fresca.

Zwein había pasado un par de horas explicándole a Aysel el paisaje con el que se encontraría, como funcionaba el clima en aquella provincia y los lugares a los que planeaba llevarlo.

—Eta— repitió Aysel mirando con una sonrisa el cielo azul—. Me gusta cómo suena.

—Eta es una de las cinco Provincias más pequeñas de Stigma, sólo los magos más estúpidos son enviados a trabajar aquí. Al ritmo con que las cosas decaen quizás dentro de los próximos cien años haya desaparecido, ni siquiera le reporta grandes ingresos a la capital.

— ¿Tú maestra es estúpida? ¿Por qué vino a vivir a este lugar?

—No, mi maestra es una excéntrica. Odiaba la capital y su círculo, no se le ocurrió otra mejor manera de protestar en contra del sistema que recluyéndose en el fin del mundo. Además, es una bruja especialista en corrientes de viento, las tierras desoladas que rodean esta provincia son el lugar perfecto donde realizar sus experimentos prácticos para su investigación.

La zona residencial donde los hechiceros y brujas vivían era una vasta extensión de terreno con abundantes árboles, arbustos y flores, fuentes decorativas de las que siempre manaba agua fresca y limpia y pasto aterciopelado donde se podía caminar descalzo. El lugar estaba protegido por un hechizo que solo admitía la entrada a los usuarios de magia o quienes estos permitieran. En la capital estos magos habrían sido poco menos que sirvientes, en esta tierra olvidada de la mano de los dioses se erigirían en dueños y señores de todo cuanto quisieran y desearán.

Los departamentos se encontraban casi a la salida de la zona residencial, pese a ello tuvieron que caminar al menos media hora antes de salir totalmente del área.

—Detrás de donde vivimos se encuentran las residencias de los magos más poderosos y ricos, en su mayoría son propiedades extensas protegidas tras gruesas murallas. Mi maestra y todos aquellos quienes nos poseyeron viven en aquella zona, aunque los departamentos donde vivo son costosos no se acercan al precio que alcanzan aquellas propiedades para la mayoría de las personas de los habitantes de Eta.

—Debe ser bonito— comentó Aysel apretando su mano con fuerza mirando hacia la lejanía—. Debe ser agradable vivir en un lugar seguro, rodeado de árboles y agua, aislado del mundo, a salvo.

—Si tenemos éxito te llevaré a un lugar similar.

Aysel se giró a verlo, le sonrió con tristeza antes de acercarse a su brazo.

—Mentiroso— respondió sin verlo—. Eres un mentiroso. No importa si matamos o no al rey, de cualquier manera, moriremos, no hay manera de que nos dejen vivir.

El joven hechicero recordó los breves destellos de praderas verdes, montanas altas y ríos tintineantes que observó en los recuerdos de su vampiro. Aysel venía de un hermoso lugar, jamás volvería a ese sitio.

—Pero no me importa— agregó el vampiro con voz alegre—. Ver el cielo azul, sentir el sol sobre mi piel, la tierra seca en mis labios en suficiente para mí. Creí que pasaría el resto de mi vida en esa oscura celda. Gracias maestro.

Zwein prefirió no contestar, continuó avanzando con Aysel sujetándolo con fuerza, si lo soltaba se encontraría completamente solo en el mundo y quizás ahora no sería capaz de soportarlo.


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