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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 36

Era débil, siempre lo supo, pero nunca lo acepto, ahora lo reconocía. La verdad necesitaba ser enfrentada, no evadida, ni cuestionada, sino admitida.

Zwein sostuvo a Aysel entre sus brazos con una ternura de la que no se creía capaz, él vampiro se cobijaba en su pecho mientras escuchaba con atención a Daira que no dejaba de recitarle nombres de plantas, semillas y frutos capaces de aliviar todo tipo de males. Al despertar los encontró conversando, si de esa manera se le podía llamar al torrente de palabras que se desbordaban de la boca del joven y la mirada atenta con que Aysel la estudiaba. La chica se mostraba risueña y alegre en compañía del vampiro, le gustaba, era muy pronto para decir si se trataba de algo más que amabilidad, pero a Zwein no le extrañaría, los vampiros eran criaturas sensuales capaces de atraer a cualquier ser. No eran pocos los rumores de maestros y familiares vampiros que a puerta cerrada vivían como un matrimonio.

—Daira— interrumpió de pronto—. Quiero hablar en privado con Aysel. ¿Te molestaría dejarnos a solas?

—Por supuesto.

Apenas la joven cerró la puerta tras de sí, Zwein estrechó el cuerpo de su familiar tan fuerte como sus debilitadas fuerzas se lo permitieron, no permitiría que se lo volvieran a arrebatar, morirían juntos la próxima vez.

—Maestro…— llamó Aysel con voz débil.

—Estás aquí. ¡Déjame sentirte! Cuando te llevaron creí que te perdería.

—No me habría importado morir por usted.

Aysel giró sobre su cuerpo, acarició su rostro y sonrió con tristeza.

—Le lastimaron por mi culpa— agregó con la voz rota—. Lo lamento.

Zwein nunca había sido amado, ni sus padres, hermanos o maestra; nadie habría sacrificado ni una pizca de su posición, riqueza o renombre para ayudarlo. Incluso su maestra Zenda, quién lo rescató de lo esclavitud, lo hizo a escondidas, lejos de las miradas indiscretas y las palabras desaprobadoras. Más que un acto de misericordia fue un pasatiempo, algo con lo que entretenerse, un gesto de rebeldía y enfado de una bruja en contra del sistema. El joven hechicero sabía que su naturaleza lo hacía indigno de ser amado, por lo tanto, él tampoco tenía razones para amar a nadie más que a si mismo e incluso a veces, se debatía si esto no era un desperdicio de energía. Quería venganza, estúpida, cruel, irreflexiva…no tenía nada que perder y cualquier cosa que ganará, por muy nimia o insignificante que fuera para otros, a sus ojos sería un triunfo.

El amor no existía en su mundo, existencia o vocabulario.

Sin embargo, el vampiro no había dudado en arriesgar su vida para salvarlo, asesinado a quienes lo hirieron y confiado en él con absoluta lealtad.

Era como un hombre en medio del desierto, consciente de que lo único que pueda esperar es la muerte, resignado a no probar más el agua, sumido en la más absoluta desesperación que de repente se encuentra con un riachuelo de agua limpia y pura, la esperanza renace y la idea de la muerte se torna insoportable.

Aysel era su agua, su mundo, su existencia…, uno que ni siquiera imaginó que pudiera existir porque toda su vida estuvo rodeado del desinterés, la indiferencia y el odio.

Amaba a Aysel y ese sentimiento lo convertía en un hombre débil, sin fuerza para enfrentar su destino ni a sus enemigos. No podía exponerlo al peligro, debía protegerlo, aislarlo de cualquier ser repulsivo que tan sólo pensará en herirlo, porque si Aysel moría él volvería a ser ese hombre desahuciado en el desierto.

No tan sólo era un hombre débil, incapaz de conseguir sus objetivos, también era egoísta porque deseaba a Aysel todo para sí, seguro, a salvo, feliz…

—No fue su culpa, no lo diga.

—Nos iremos muy lejos— murmuró al oído del vampiro—. A otra provincia donde nadie sepa de nosotros, comenzaremos de cero. No volverán a lastimarte, te mantendré a salvo.

Mientras el éter curaba las peores heridas de su familiar lo pensó detenidamente, abandonaría todo, sus planes de venganza, el deseo de asesinar a su padre, de ver la cara de desconcierto en el rostro de sus hermanos cuando regresará y les demostrará que a su manera había triunfado. Finalmente, tomó la decisión, era más importante mantener a salvo a Aysel, hacer de su vida una existencia pacífica y feliz, juntos, ellos dos, sin molestar a nadie. Estaba seguro de que si desaparecían en silencio los dejarían tranquilos.

Aysel dejó de acariciar su rostro, lo sujetó con fuerza de la barbilla y le obligó a mirarle.

—No me haga esto. ¡Se lo suplicó!

Abundantes lágrimas manaban por el rostro del vampiro.

Confundido exclamó.

—Creí que te haría feliz.

—Mi pueblo ha sufrido dolor y humillación durante cientos de años. ¿Cómo podría marcharme y fingir que no existen?

—Entiendo.

Zwein lo comprendió en un segundo, Aysel no era igual a él. Su familiar había amado y sido correspondido con la misma intensidad en otros tiempos. ¿De qué manera podría el privarle de la obligación de hacer todo cuanto estaba en su mano para salvar a su gente?

No sólo era débil, egoísta, sino también estúpido.

Conducirse en una misión suicida haría feliz a su familiar. De acuerdo. Él la encabezaría y lo llevaría tan lejos como el destino y suerte se los permitiera, si morían en el camino. No, pensar en esa posibilidad era demasiado horrible como para planteársela por el momento.

Apartó con sus manos las lágrimas y besó la frente de Aysel.

—Cómo prefieras.

El vampiro se cobijó en su pecho.

—Incluso si huyéramos y viviéramos muchos felices años juntos, usted envejecería y moriría. ¿Qué sería de mi entonces? ¿Cómo podría continuar viviendo en un mundo donde usted no existiera? No quiero ni imaginar ese destino. Deseo morir junto usted a su lado.

—Viviremos juntos— concluyó Zwein prometiéndose a si mismo que de alguna forma incluso si moría encontraría la manera de mantener a Aysel vivo y a salvo; él y sólo él sería el hombre en el desierto…


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