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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 69

—Los rumores se equivocan, es mucho más lindo.

Aysel intentó no encogerse ante la mirada curiosa con que Pietro lo examinaba.

—Esta Bestia no es material para que se encuentre en tus imberbes manos, amigo; es digno de un Príncipe o Rey. Sólo míralo. Tiene dieciséis años y ya es la perfección encarnada, imagina cuando llegue a su madurez a los veintitrés. Supongo que tu Maestro es consciente de ellos, pero no será fácil mantenerlo; algún Noble de las Diez Familias lo verá y lo querrá para sí. La peculiar fama de Zwein quizás no sea suficiente para retenerlo.

—No tendré ningún otro Maestro— replicó Aysel posicionándose al lado de Max.

—La cosita tiene lengua según parece.

—Y dientes con los que morder.

—Ningún Vampiro que se respeté los esconde, querido.

Aysel todavía podía sentir el miedo estremecer todo su interior, pero no lo demostraría. Esa mujer les había recordado a las esposas de su Maestros, Brujas mucho peores a sus parejas que gozaban torturándolo; se paralizó.

El joven ante si era francamente feo, tenía la nariz demasiado grande, la frente amplia, los labios delgados y una palidez poco saludable; el cabello rubio platino recogido en una trenza le caía hasta media espalda, vestía con sobriedad y elegancia, pero al mismo tiempo daba la impresión de que su aspecto no le importaba. A Aysel le recordaba a una rata saludable y satisfecha de su lugar en el mundo. Zwein moriría de envidia al verlo, mucho de lo que su Maestro aparentaba ser ese muchacho lo encarnaba con naturalidad.

—Ahora mis queridos amigos. Según mi Madre ser un espectáculo andante siempre es maravilloso, pero creo que necesitamos algo de privacidad. Vamos a mi casa.

— ¿Dónde te hospedas? — le preguntó Max—. ¿En casa de tu padre o madre?

—En ninguno de esos lados, vivir bajo su techo es enfermizo, literalmente. Me estoy quedando en un pequeño hostal. Hay hermosos muchachos que me dan masajes en los pies, la comida es comestible y la hija del dueño y yo tenemos sexo como si al siguiente día todos fuéramos a morir. No puedo decir que la vida es buena, pero al menos es pasable.

Pietro montó con poca gracia en el jinete de Aysel, casi perdió el equilibro, pero logró sostenerse con relativa facilidad. Le lanzó una mirada desafiante al Vampiro.

—Salvé tu culo pálido de esa gorda, al menos merezco no ir caminando.

Aysel montó delante de él y se estremeció al sentir las manos del muchacho rodeando su cintura, aunque no sintió que hubiera alguna otra intención más que la de sostenerse.

Pietro los guio por calles, callejones y pasillos tan diminutos que a veces sólo podía pasar un Centauro a la vez. Aysel no había alcanzado a ver mucho de las maravillas de las que Zwein y Max le hablaban de Stigma, las calles amplias, los bonitos jardines, la gente fresca y perfumada, breves vistazos mientras era movido de un lugar a otro dentro de un carruaje; pero la miseria en la que esta gente vivía lo repugnó. Los edificios estrechos, oscuros y malolientes no se diferenciaban mucho de las mazmorras en donde había entrado y salido toda su vida, cuartos estrechos donde se apilaban de diez a quince personas, niños harapientos que miraban al vacío o pedían comida a sus padres, mujeres con el rostro demacrado y el gesto de quién ha sufrido más dolor del que puede soportar, hombres con los hombros inclinados y la mirada pérdida en la desesperanza. Todas estos hombres y mujeres habían sufrido tanto o incluso más que muchas Bestias. Ahora comprendía lo que Zwein quería decir cuando hablaba de “apoyo”, no se refería a un pequeño grupo de Magos en contra del régimen, sino a todos esos seres humanos que habían sido reducidos al mero papel de esclavos.

— ¿Por qué nos trajiste por este camino? — preguntó Max con evidente incomodidad.

—Eres uno de mis mejores amigos, sino es que el mejor Maximiliano, pero incluso tú con esa cabeza llena de sueños tontos sabes que no somos mejores que los hombres y mujeres que permiten esto. Ahora somos jóvenes, pero creceremos y nos convertiremos en nuestros padres y fingiremos que estas personas no existen. De vez en cuando me gustan venir y recordar que existen. Tienen tanto miedo de nosotros que ni siquiera piensan en asaltar a tres mocosos ricos. Creo que en algunas Bestias queda una pizca de rebeldía, pero en estos seres…

Max no contestó, al contrario, apretó el paso dispuesto a salir cuanto antes de aquel lugar.

A Aysel le habría gustado permanecer más tiempo en ese lugar, ansiaba beber cada gota conocimiento disponible en el mundo.

—Regresaremos a casa— sentenció Max una vez se encontraron en una avenida principal. En su voz había una nota de irritación y fastidio.

— ¿Te molesta ver tu realidad, amigo?

—No, me irrita ver como los estudias como si fueran animales en un zoológico.

Pietro bajo del Centauro y se pasó la mano por la trenza.

—Si no son Bestias, no son dignas de lástima.

— ¡No lo entiendes! Las Bestias se encuentran totalmente indefensas. ¡Necesitan nuestra ayuda!

— ¡Eres tú el que no lo entiende! — replicó con amargura Pietro—. Todo este asqueroso sistema está mal. Las Bestias sólo son la parte más visible, pero no son la única. Estamos podridos.

— ¡Vámonos Aysel!

— ¿Y la invitación a los Jardines Andantes no te interesa?

— ¿Me la darás!

Max se encogió de hombros como si no le importará.

—La entrada es Amana y la dirección te la haré llegar apenas la tenga.

Max dio media vuelta enfadado y Aysel lo siguió de mala gana.


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