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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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Notas del capitulo:

Gracias a Adriana por comentar, me alegro que te guste...

Besos!!!

CAPÍTULO 7

La última vez que bebió sangre fue el día en que fue capturado, su madre le entregó un vaso con la sangre fresca de un grupo de seres humanos asesinados cerca de sus fronteras, Aysel la bebió con el placer propio de los niños pequeños que reciben una rara golosina sin imaginar que pasarían más de diez años antes de tener la oportunidad de volver a probarla.

Aysel cayó con tal fuerza sobre su maestro que lo tiró de la silla, ambos rodaron por el piso antes de que el joven vampiro quedará sobre el cuerpo del hechicero, la sangre manaba de la herida abierta, Aysel se inclinó sobre el cuello y por un segundo se permitió disfrutar de la fragancia del hombre debajo de sí, olía a fruta fresca, hierbas, jabón y… ¿miedo? Ocultó la cabeza sobre el pecho del hombre, ignoró todos sus sentidos, excepto el olfato y aspiro profundamente. Miedo. No se equivocaba. El hombre tenía miedo, ¿pero a qué? A él. No, se negaba a creerlo.

—La sangre se desperdicia— murmuró su Maestro a su oído—. Bebe.

Como impulsado por un resorte, Aysel reptó igual a un reptil y sacando la lengua comenzó a lamer la sangre cálida que le escurría hasta el pecho al hombre, saboreando cada pequeña gota, preguntándose como había podido sobrevivir tanto tiempo sin ese elixir. Su lengua rosada exploró cada minúsculo pedazo de piel donde la sangre se filtró, cuello, hombros, brazos, dejando tras de sí un rastro húmedo de saliva. Cuando finalmente llegó al cuello, lamió alrededor del corte sorbiendo las últimas gotas de sangre, finalmente poso sus labios sobre la herida abierta absorbiendo las últimas gotas de sangre. Permanecieron en esa posición un largo rato, Aysel encima de su Maestro quién yacía inamovible, con los ojos cerrados, la respiración acompasada. El vampiro había escuchado historias de la naturaleza poderosa de pueblo, el cómo la sangre los transformaba en criaturas impecables, pero al haber vivido casi toda su existencia en cautiverio desconocía esa sensación de poderío perteneciente a su raza. Por un par de minutos, teniendo a ese humano a su merced la experimentó y desde lo más profundo de su alma al ser, Monstruo o no, Aysel agradeció la oportunidad de disfrutar de tan especial regalo.

De repente recordó el mundo en que vivía, quién era él y todavía más importante, el hombre debajo de su cuerpo.

¡Era tan estúpido, condenado idiota! ¡Toda era una trampa! Tendría que serlo. Ningún humano, mago o no, permitiría que un bebiera de su sangre. Era un sacrilegio ¡Lo mataría! Lo castigaría de tal manera que no podría volver a levantarse.

Se levantó de repente y corrió a refugiarse a un rincón de la habitación.

Él no era el tipo de bestia valiente que tomaba los castigos con orgullo, obedecía siempre y aceptaría cualquier penitencia que le impusieran, pero jamás presentaría su cuerpo para ser herido. Sería igual a admitir que no quedaba nada dentro de si del orgulloso vampiro que se suponía debía ser.

El hombre en el suelo se levantó con lentitud, acomodó su camisa, se tocó la herida de la que apenas escurrían unas gotitas de sangre y se dirigió hasta él.

Le extendió la mano.

—Mi nombre es Zwein— se presentó—. Soy una bestia humana. Necesito de tu magia, pero también produzco la mía propia, nuestro principal trabajo será recuperar tú salud. Es hora de dormir. ¡Vamos!

Aysel estudió la mano que le ofrecían. ¿Una bestia humana? Había escuchado de ellos antes, monstruos con habilidades mágicas que eran hechos prisioneros por sus propios congéneres, siempre los imagino como seres horribles, deformes, con verrugas, desfigurados; le costaba creer que el hermoso maestro que tenía ante sí fuera de alguna manera, abstracta y lejana, igual a él.

Como adivinando sus pensamientos, su Maestro agregó.

—No te castigaré. Yo te ofrecí mi sangre voluntariamente y si me sirves bien habrá más. ¡Ven!

¿Por qué dudaba? Con cualquier maestro, habría bastado una sola mirada para que obedeciera. ¿Qué lo llevaba a ser tan audaz con este hechicero?

—Es una orden— insistió en voz baja.

Esas eran las palabras que necesitaba escuchar, Aysel tomó la mano del Maestro y se dejó conducir hasta el camastro en donde el hombre le ayudo a recostarse, lo envolvió en varias mantas y antes de murmurar un hechizo para inducir una noche de sueño apacible añadió.

—No lo olvides, mi nombre es Zwein y tú Aysel, eres mi familiar.


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