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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 72

Pasó el paño por la maltratada piel del hombre, dos pares de ojos curiosos le observaban desde un rincón y él sólo quería tirar al cuerpo sobre la cama al suelo y acostarse a dormir unas doce horas al menos. Zwein estaba completamente exhausto. Necesitaba a Aysel y no se trataba sólo de su magia, a la que su ser ansiaba con la misma desesperación que una droga sino también de su modo práctico de ver la vida; si él estuviera a su lado en ese momento, se quejaría un momento, tal vez haría un puchero y le diría que no perdieran el tiempo pensando en lo que podría pasar, sólo lo enfrentarán.

Había pasado la noche anterior atendiendo las heridas de Ade, Leo y Nadine. Las de los niños eran sobre todo superficiales, necesitarían comida saludable, meses de reposo y juegos al aire libre antes de mejorar físicamente, pero las del hombre; reconstruir la capa de piel de su destrozada espalda había sido todo un reto, uno que perdió, tan sólo había logrado restaurar la primera capa de carne e incluso esta quedaría con cicatrices, la parte interna donde yacían los músculos, tendones y nervios seguía tan destrozada como cuando lo recogió de aquel asqueroso lugar. Era todo cuanto podía hacer por el momento, apenas estaba aprendiendo a usar su magia, la que no provenía de Aysel, los hechizos pequeños, como poner a alguien a dormir no representaban problema, pero traer a alguien de nuevo a la vida estaba en otro nivel.

—Despierta— ordenó esparciendo sobre el rostro del hombre un par de gotitas de agua que lanzaban destellos dorados.

El hombre se agitó en sueños, abrió los ojos y le miró con terror, un miedo tan completo y absoluto que por centésima vez en su viaje Zwein dudó del objetivo de su viaje.

—Tranquilízate. Respira. No te haré daño.

Leo y Nadine intentaron levantarse, pero Zwein los detuvo con la mirada, esos niños conocían bien las consecuencias de desobedecer a los adultos.

—Ade, escúchame, estás a salvo. Mi nombre es Zwein y no voy a lastimarte siempre y cuando me obedezcas. Si me entiendes, asiente con la cabeza.

El hombre asintió con la cabeza.

Todo su cuerpo temblaba, se estremecía como si se encontrará al descubierto en medio de una tormenta de una nieve y no cobijado en medio de una cálida habitación.

Con Aysel, Zwein había sido amable, tierno, considerado, porque el Vampiro era como una bomba de tiempo a la que le faltaba muy poco para explotar y supuso que su instinto se lo dijo, pero con este hombre, Ade, la bondad no sería más que un estorbo, al menos por el momento. El horror con el que había convivido desde siempre no le permitiría ver piedad en ningún lado, necesitaba firmeza y disciplina. Después de todo Zwein no buscaba su amor, sino su lealtad, una fidelidad incluso más completa y absoluta que la de Aysel.

—Leo, Nadine, vengan— llamó a los niños al lado del lecho del hombre y les dio la espalda un par de minutos, enfocando su vista en el paisaje que la ventaba le mostraba. Se distrajo pensando en las cosas que necesitaba comprar y como le daría la noticia a Aysel a su regreso de que ahora tendrían un nuevo compañero, conociendo al joven Vampiro no se lo tomaría bien, se enfadaría por decirlo amablemente…

—Gracias, gracias, Señor…— la voz agradecida del hombre, no, su nombre era Ade, debía recordarlo, le produjo nauseas. ¿Cómo si él hubiera realizado un acto extraordinario al convertirlo en su esclavo? —. Gracias por sacarlos de ese lugar, Señor. Se lo pagaré, seguro que lo pagaré…lo juro, lo prometo…

—Niños, regresen a sentarse.

Ambos chicos obedecieron sin quejarse y Zwein retomó su lugar al lado de Ade.

— ¿Qué pasó ese día Ade? ¿Cómo los mataste? Dime.

Ade no era joven, pero tampoco un hombre viejo, debía rondar por arriba de los treinta, no obstante, sus ojos tenían la expresión atormentada de quién siempre ha vivido en el infierno. Zwein recordó la primera vez que su Maestra le contó de él, un mes antes de que él tomará el tomará el examen del Gremio como Hechicero; casi podía escuchar el desprecio en la voz de Zenda mientras le pasaba el periódico y despotricaba en contra de los humanos que se comportaban peores que las Bestias, leyó el articulo intrigado y memorizó las partes importantes sin dejar entrever su interés, pero poniendo los cimientos de su teoría: él no era tan especial como creía ni extraño como otros le decían.

—Yo no quise hacerlo…— sollozó Ade tallándose el rostro con fuerza—. Sucedió…Ellos las mataron y paso…

— ¿A quiénes mataron?

Ade negó con la cabeza repetidas veces antes de quedarse quieto sobre la cama:

—Dijeron que no hablará de ellos o los matarían…Eran tan pequeñitas…Ellas…

—Yo soy lo suficientemente poderoso como para sacarte de ese lugar a ti y a esos niños. ¿Crees que pueden volver a hacer algo? ¿A quiénes mataron?

Zwein se obligó a mantenerse imperturbable, casi aburrido. El hombre ya estaba soportando suficiente tensión.

—Ella las odiaba. ¡Pobrecita! ¡Pobrecitas! ¡Cuánto sufrieron! ¡Y me obligaron a ver!

— ¿A quiénes?

—Mi esposa y mi niña…

— ¿Y luego que sucedió?

—No lo sé, esa maldita perra y los hombres que la ayudaron murió y dicen que yo lo hice, pero… ¿cómo pude hacerlo sino tenía cuchillos ni armas y ellos eran más? Yo no pude hacerlo…pero desearía haberlo hecho, lo desearía tanto…

—Es suficiente, Ade. Duerme.

Zwein roció un par de gotas sobre el rostro del hombre y lo sumergió en un plácido sueño de nuevo.

Equivocarse era una posibilidad, pero lo verificaría con una Prueba de los Elementos.

Siempre se había preguntado el “¿Por qué?”, pero ahora la noticia que leyó hace meses tenía sentido.

Hablaba de un Ciudadano llamado Ade Mollow nacido en la Provincia de Fi en una familia de jornaleros en la finca de una prospera familia de Comerciantes que tras enloquecer había torturado y asesinado a su esposa e hija de cinco años, al ser descubierto por su Patrona la asesinó junto a dos de sus hombres. Fue declarado culpable y condenado a muerte casi de inmediato, con el plazo de un año para ser comprado.

Lo que a Zwein le llamó la atención fue la saña con que asesinó a su esposa e hija y la falta de heridas en los otros cuerpos. Por otro lado, la vida de muchos jornaleros no se diferenciaba mucho a la de cualquier Bestia, sirviendo al mismo Amo desalmado desde el día en que servían hasta que morían. Pensó que quizás había más de lo que el periódico contaba. Meses después, mientras planteaba su teoría de humanos comunes y corrientes poseedores de éter pensó en la posibilidad de que tal vez esa mujer y sus trabajadores habían muerto a causa de un ataque de magia “accidental”, un miedo o ira desproporcionado podía provocar un suceso de ese tipo, él mismo en la infancia había tenido varios incidentes similares.

Estudió la posibilidad durante semanas hasta que finalmente se arriesgó a ir, mataría dos pájaros de un tiro, sondearía a su hermano y comprobaría su teoría. No tenía mucho que perder. En el peor de los casos ganaría a un sirviente homicida.

Y allí estaba con su teoría casi comprobada y una idea bastante clara de que es lo que realmente había sucedido.

Leo, el niño en el rincón ahogo con las manos una tos escandalosa.

Zwein se giró a verlo, esos dos niños en definitiva no entraban en su ecuación.

— ¿Tienen hambre? — les preguntó con un suspiro de cansancio.

Ninguno respondió. Esto sería más complicado de lo que esperaba.

—Vamos a desayunar algo.

Le extendió las manos a cada uno y los llevó a la cocina.


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