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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 76

Un Familiar educado y leal debía caminar un paso detrás de su Maestro, de preferencia a la izquierda, con la mirada al frente o en el suelo, pero nunca enfocarla a una criatura u objeto que no fuera su Maestro, podía sonreír o mantener una expresión neutra, pero tenía prohibido reír o expresar cualquier otra emoción desafiante o escandalosa como risas, enfado o lágrimas. Un Mago cuya categoría fuera Diamante podía poseer cientos de Familiares bajo su dominio, no con todos establecería un contrato, le sería imposible manejar tanta magia, pero podía rentarlos como trabajadores a otros Hechiceros, Brujas, Mercaderes y cualquiera dispuesto a pagar el precio. Por supuesto que habría un favorito, un Familiar cuya magia sería su principal fuente de poder y se dejaría ver con esta criatura frente a sus colegas dentro de los límites respetables. Lo vestiría con las mejores ropas, lo alimentaría con los más deliciosos manjares y lo hospedaría cómodamente, pero jamás le permitiría olvidar su lugar ante el mundo o al menos eso es lo que ambos dirían frente a la Sociedad.

Existían cientos de Hechiceros y Brujas que amaban, incluso si lo hacían de una forma retorcida y enferma a sus Bestias, pero jamás se permitirían mostrarlo ante el mundo.

Miró por la ventana y supuso que debía sentirse nervioso, pero ni siquiera estaba asustado, sólo vagamente inquieto, algo importante pasaría ese día, un suceso que cambiaría su vida para siempre.

Respondió al suave apretón de manos de Zwein, las profundas ojeras bajo los párpados hinchados lo hacían parecer más viejo, su Maestro no tenía el aspecto de un muchacho de diecinueve años, sino de un hombre que ha peleado solo contra el mundo demasiado tiempo.

Aysel recargó la cabeza sobre su hombro y acarició con la yema de los dedos el suave rostro recién afeitado de su Maestro. A veces, no siempre, pero cada vez más seguido desde que Zwein volvió de su viaje, Aysel sentía que su Maestro lo arrastraba hacia un pozo oscuro sin fondo, él luchaba por emerger a la superficie a base de palabras dulces, el suave tacto, palabras de amor eterno, pero Zwein yacía en un lugar demasiado profundo y oscuro, uno donde él apenas alcanzaba a rozar sus dedos.

“Estoy deprimido” le dijo Zwein una mañana en que el resto de la casa yacía en silencio “No lo entenderías incluso si intentará explicártelo, en el idioma de los de tu especie esa palabra no existe. La tristeza profunda y oscura no tiene lugar entre su gente y eso es algo bueno. Sólo abráceme y hazme sentir que existe una razón por la que continuar”

Y era cierto, Aysel no lo entendía.

Sólo sabía que el Zwein decidido y confiable que gobernaba su pequeña casa con mano férrea y planeaba a largo plazo poco tenía que ver con el joven decaído que se acurrucaba debajo de las sábanas por las noches y se negaba a dormir por temor a las pesadillas.

Y Aysel era el único que convivía con ambos y a veces más que entristecerlo, eso lo enfurecía. Intentaba ser comprensivo y amable, pero no entendía que ganaba Zwein martirizándose a sí mismo, sus enemigos continuaban allá afuera gozando de sus perfectas vidas mientras el gimoteaba entre sueños. Y luego venía la peor parte que no era la furia cortante y fría, sino la culpa…porque mucho de su enfado no estaba dirigido hacia los que habían reducido a Zwein a esa cáscara de sí mismo, sino hacia su Maestro por permitirlo y él era un mal esclavo, el peor Familiar que había existido y deberían matarlo por albergar pensamientos tan horribles.

—Eres mi Compañero de Vida— le repitió Zwein apartándose suavemente y componiendo sus ropas, su rostro se deshizo de cualquier expresión de pena y se convirtió en una máscara de frialdad e indiferencia en cuestión de segundos—. Eres mi igual, caminarás a mi lado, hablarás cuando te plazca, mostrarás interés en lo que gustes.

Aysel asintió.

El concepto de “Compañero de Vida” todavía le era confuso, no era un esclavo, pero tampoco un novio o pareja oficial, sino algo que quedaba en medio de los dos y que gozaba de cierto estatus y aceptación en la Sociedad. De cualquier manera, era una manera en que Zwein le decía al mundo que él no era un esclavo, al contrario, lo consideraba un igual y esperaba el mismo tratamiento por parte de los demás, incluso de la propia familia real.

El palacio de los Jernigan, la familia que reinaba sobre Stigma y sus tierras circundantes desde que se tenía memoria no quedaba en el centro de la ciudad, al contrario, se encontraba en parte norte de la capital y el palacio junto a sus jardines ocupaba al menos una décima parte de las tierras de Ómicron. Para llegar hasta él había que atravesar varios puntos de control y contar con una invitación expedida por uno de los diez consejeros de la Familia Real.

En cada puesto de control se revisaba meticulosamente a los pasajeros y el carruaje donde viajaban, se les preguntaban sus nombres y el motivo de su visita y un sinfín de preguntas banales.

Toda esta seguridad respondía principalmente a los protocolos, hacía tiempos, al menos una centena de años que una familia noble se había alzado en contra de los Jernigan e intentando derrocarlos. Actualmente todos reconocían el enorme poder de los príncipes herederos y estaban medianamente satisfechos con la manera en que las cosas marchaban, la forma más segura de hacerse con el trono era casar a algún vástago con un príncipe y dado el gusto de los príncipes por las reuniones sociales, oportunidades no faltaban.

Por esta y otras razones el llamado del Rey de todos los Hechiceros y Brujas a la Capital había tomado por sorpresa a la mayoría de las familias nobles, en especial al saber que la princesa Elana quién ni siquiera alcanzaba la mayoría de edad, elegiría un esposo.

El paisaje era hermoso, Aysel observó con los ojos maravillados a las flores de los más diversos colores, tamaños y formas que crecían alrededor del camino, algunos en pequeños arbustos, otras entrelazadas entre los árboles, pequeños animales alados de hermosos colores revoloteaban alrededor de las flores, aunque de vez en cuando algunos caían y no volvían a levantarse.

—Son tan bonitos. ¿Qué son? —, le preguntó a Zwein quién parecía perdido en sus propios pensamientos—. ¿Por qué mueren?

—Se llaman mariposas. Son animales decorativos, se cree que en otro tiempo cumplieron una función en nuestro mundo, pero nadie está seguro de cual era. Un equipo de brujas logró traerlas de regreso basándose en un puñado de pinturas, pero su vida es demasiado corta, sólo un par de horas y mueren. Nuestro mundo les resulta tóxico. Las producen en masa sólo para el palacio y sus alrededores.

—Es cruel.

Zwein lo miró esperando a que prosiguiera.

—Traerlas al mundo sólo para morir.

—Todo lo que en este mundo nace está destinado a morir.

—No deja de ser triste.

Zwein miró a los animalitos que revoloteaban alrededor del trabajo y sin mirarlo a los ojos continuó.

—La bruja que encabezó el equipo responsable de crearlas, terminó suicidándose. No dejó una nota tras de sí, pero todos dicen que no soportó saber que la obra de su vida tuviera una vida tan breve.

Aysel no contestó.

Continuó mirando a las “mariposas”. Quizás Zwein tenía razón, su vida era corta, pero plena, volaban y disfrutaban de las flores, el Sol y el aire fresco. Una vida corta pero satisfactoria, era mejor que una larga existencia miserable. A él no le habría molestado venir a este mundo en forma de mariposa.


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