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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 2

Los magos eran hombre y mujeres capaces de usar magia, no la producían, ni creaban, la extraían, transformaban y expulsaban.

Y para extraerla necesitaban bestias. Seres mágicos capaces de producirla, pero que en el mundo actual cada vez escaseaban más.

Un mago competente manejaría dos elementos, uno sobresaliente tres o cuatro y un verdadero prodigio los cinco elementos.

En su mayor parte se trataba de trabajo duro, práctica, pero sobre todo talento.

Las bestias eran capturadas en sus aldeas, poderosas y rebeldes por naturaleza peleaban con fiereza contra el ser humano, pero pocos dadas a las guerras y conflictos no estaban preparadas para resistir el asedio constante de los magos, no establecían alianzas entre ellos y peleaban entre si con frecuencia. Bajo la tiranía de un collar su magia desaparecía y cualquier otra habilidad quedaba reducida a una centésima parte de su capacidad, quedando en ocasiones mucho más débiles que un humano promedio.

Se las llevaban de sus bosques, lagos, montañas, desiertos y mares y los encerraban a lo largo y ancho de las prisiones que el reino de Stigma tenía en su vasto territorio.

Algunas pasaban toda su vida en esos lugares, otras alejados de todo cuanto amaban y conocían morían durante las primeras semanas, pero la gran mayoría eran comprados por los hechiceros y brujas para usarlos como “familiares”, exprimían y usaban su magia hasta asesinarlos y entonces tomaban otro “familiar”.

Multitud de veces se había intentado que las bestias se reprodujeran en cautiverio, pero, aunque lograrán que tuvieran coito en las condiciones más humillantes y la hembra quedará preñada, la cría siempre moría durante los primeros días.  Ni los mas grandes esfuerzos ni cuidados lograban mantenerla con vida.

Todavía quedaban muchas criaturas mágicas allá afuera, pero su número cada día menguaba más y los magos eran conscientes de que a la larga ese sería un problema al que irremediablemente tendrían que enfrentarse.

Alumbrado por una llama azul y fría en la mano de Tirys, Zwein descendió junto a la sirena las escaleras en completo silencio, abajo las paredes eran de dura piedra y granito, negra, oscura, impenetrable.

La oscuridad consumía cada pequeño espacio y si te quedabas mirando mucho tiempo sentías como si en cualquier momento fuera a tragarte.

Zwein escuchó el sonido de sus pasos, se imaginó dando media vuelta y abandonando el lugar. Todavía recordaba como su Padre lo había traído a los diez años por esas escaleras y él le había seguido como una oveja al matadero, demasiado intimidado por ese hombre que regía todo su universo. Si hubiera sabido lo que le esperaba allá abajo habría luchado con uñas y dientes con la esperanza de que le dispensará una muerte rápida.

—En el primer piso se encuentran las sirenas— anunció Tirys con voz apagada, como si estuviera recitando un texto memorizado tiempo atrás—. Al ser bestias que necesitan de constantes cantidades de sal para sobrevivir son la que menos posibilidades tienen de escapar—. Aguardó para ver si Zwein respondía, pero su acompañante inmerso en oscuros recuerdos dijo nada —. En el segundo piso están las hadas divididas por secciones, las más peligrosas son las que dominan el fuego y las más débiles el aire. En el tercer piso se hallan los hombres lobos, no pueden transformarse por el collar, pero son fuertes y grandes. En el cuarto piso guardamos a los vampiros. Los que hay aquí son criaturas deficientes que fueron despedidas por sus anteriores dueños, sólo esperan la muerte. Su belleza es engañosa y pérfida por lo que permanecen encadenados y con el rostro completamente cubiertos como la ley lo establece con los vampiros. Y en el último piso yacen las bestias humanas, personas que han nacido con cualidades mágicas, en espera de un maestro fuerte, sabio y poderoso que les enseñé a manejar la maldición con la que vinieron al mundo.

Zwein tragó saliva al escuchar la última frase.

Allí era donde había yacido. Preguntándose durante días y noches cuál había sido su error para terminar en ese infierno. Finalmente llegó a una conclusión. Nacer fue su pecado.

“Toma a una Bestia humana, responden al amor y al afecto y no son tan diferentes como el mundo quiere hacernos creer” la había dicho su maestra “Son poderosos si puedes pulir su poder. No elijas a un hombre lobo o vampiro, su magia es antigua y poderosa, pero su gente ha sufrido demasiado: odian a la humanidad con cada fibra de su ser y quizás no puedas controlarlos por muy talentoso que seas. Guardan mucho odio, rencor y temor dentro de sí.  Eres inteligente Zwein, pero también emocional e impulsivo y eso te transforma en un estúpido en cuestión de segundos. No te dejes llevar por tus sentimientos, baja ninguna circunstancia elijas un hombre lobo o vampiro”

—Quiero un humano— le dijo a Tirys antes de llegar al primer piso.

Casi podía escuchar como la sirena exhalaba un breve suspiro de alivio antes de responder con su imperturbable tono.

—Tendremos que pasar por todos los pisos, pero no es necesario que nos detengamos en ninguno. Sígueme.

Zwein avanzó por los pisos con la mirada hacia el frente, mirando por el rabillo hacia las jaulas sucias, llenas de suciedad, sangre, excrementos y desperdicios donde las sirenas vestidas con harapos o en ocasiones completamente desnudas los observaban bajo el tenue resplandor de las antorchas que los alumbraban. No se atrevió a mirar sus ojos, temeroso de lo que se encontraría. ¿Odio, miedo, aceptación? Caminó en silencio, ignorando el olor nauseabundo que a cualquiera le haría vomitar y al por experiencia sabía terminaban acostumbrándose.

Las hadas con su aspecto delicado y grandes ojos se abrazaban entre si y tarareaban suaves canciones mirando hacia la nada para no caer en la locura.

Los hombres lobo con su feroz aspecto lo intimidaron, la mayoría pasaba los dos metros de altura, pero bajo el suave fulgor de las sombras se veían pequeños, reducidos a meras parodias de sí mismos, insignificantes.

Tirys no se detuvo y ningún prisionero mostro sorpresa o alguna otra emoción al verla.

— ¿Eres su carcelaria? — inquirió Zwein arrepintiéndose de sus palabras apenas escaparon de su boca.

Tirys no estaba en ese lugar por voluntad propia, era tan prisionera como cualquiera de esas bestias.

—Lo soy. Mi maestro es el director de la escuela. Cumplo con sus órdenes y administró sus castigos cuando es necesario.

No lo decía a modo de disculpa, sus emociones yacían muertas.

—Las Bestias me temen y me respetan— añadió llegando al piso correspondiente a los vampiros.

Cada jaula, apartada una de otra tan sólo albergaba a una bestia cuyas muñecas y brazos desollados yacían sujetos por cadenas a la pared. Cada prisionero tenía una máscara de hierro que cubría su rostro completamente, algunos estaban acostados, la gran mayoría de vampiros se acurrucaba hecho un ovillo pequeño en algún rincón del estrecho espacio.

Tenía la intención de seguir adelante, ignorante es estado de esos pobres desgraciados como estaba haciendo, cuando escuchó su voz.

—Eres lindo, más lindo que un niño humano. ¡Ven conmigo criatura hermosa!

Un hechicero sacaba a un vampiro de los cabellos de su jaula, la Bestia no oponía resistencia, pero el hombre gustaba de la violencia por simple sadismo. Zwein lo conocía muy bien, había sido uno de los muchos magos que en el pasado habían bajado para llevarlo a sus aposentos, bañarlo, perfumarlo y violarlo. Todavía podía recordar los cortes que ese hechicero en particular gustaba de realizarle mientras lo penetraba.

—Déjalo— murmuró Zwein cegado por la rabia.

El hombre alzó la mirada, soltó la cabeza del vampiro que cayó con un golpe sordo y estudio al mocoso que lo desafiaba. Lo recordaba bien. Pocos humanos, bestias o no, tenían la belleza de un vampiro o aluxe), pero lo que más le gustaba de ese precioso chiquillo no era su exquisita hermosura, sino los encantadores gritos que daba cuando estaba aterrado.

—Hola bestia humana— lo saludó.


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