CAPÍTULO 37
Encogía los hombros, ocultaba la mirada siempre que podía y evitaba hablar, pero el vampiro había cambiado, bastaba un breve vistazo a sus ojos para saberlo; todavía miraba al mundo con temor, pero el desprecio y odio asomaban en sus ojos carmesí sin disimulo.
Podía escuchar a su familiar Darío y su antiguo alumno, Zwein discutir en la habitación al lado; seguramente sería un tema sin importancia, nunca se habían llevado bien.
Se sentó frente a Aysel quién comía con lentitud la ensalada preparada por su maestro, mordisqueaba con diligencia los arándanos, la lechuga y los tomates, encantado con su sabor. ¡Oh, cielos! ¡Era un vampiro condenadamente hermoso! La redondez de su rostro y facciones aniñadas le conferían un aspecto angelical, dentro de algunos años, la suavidad de sus mejillas se afilaría y la delgadez de su cuerpo desaparecería, dando paso a un ser de una belleza extraordinaria capaz de arrodillar a cualquiera a sus pies, incluyendo magos.
Aysel dejó de comer de pronto, alzó la mirada y la clavó en Zenda.
—Yo soy suyo— exclamó imperturbable—. Y él es mío.
Las palabras la tomaron por sorpresa. Era la primera vez que un familiar— ni siquiera Zwein tuvo tal atrevimiento en sus momentos más audaces— le hablaba con tal descaro. Como un igual.
—Zwein se pertenece a sí mismo— respondió sin demostrar su sorpresa.
—No, él me pertenece. Yo le salvé la vida. Él es mío. No permitiré que me lo arrebates.
Su mano se giró para abofetearle por su insolencia. Esa bestia necesitaba saber cuál era su lugar, ni siquiera debería pensar en desafiar a una bruja y allí estaba…
— ¡Maestro! — el vampiro se puso de pie con entusiasmo y tomó del brazo a Zwein quién venía entrando a la cocina.
Zwein miró con suspicacia a ambos, besó en una de las mejillas a Aysel y lo colocó protectoramente a su lado.
En ese instante Zenda aceptó su derrota. La inmunda bestia tenía razón, Zwein, aquel a quien quería como a un hermano menor, amaba a su familiar más que a sí mismo.
Pensó en decirle que los vampiros eran peligrosos, pero él no escucharía, nunca lo hacía. Sólo vería un alma herida que necesitaba ser protegida, ella en cambio percibía tras la máscara del vampiro: un ente engañoso, manipulador y vil.
—Tengo todo listo— dijo Zwein—. Podemos llevar la ceremonia de Maestro—Familiar hoy mismo en la tarde.
—De acuerdo.
Lo más inteligente por el momento sería retirarse.
No existían registros de donde, cuando o quienes habían participado en la primera ceremonia que había unido a un maestro y familiar en un contrato. Las cosas siempre se habían hecho de esta manera y continuarían hasta el fin de los tiempos, al menos eso decían los viejos a los jóvenes. Existían ensayos, textos e incluso teorías de lo que en un principio significó cada acción, pero la mayoría prefería de los hechiceros y brujas prefería pensar que se trataba sólo de una serie de actos necesarios para atar a una bestia a su servicio. Había una facción muy pequeña, casi invisible que pugnaba que la ceremonia en sus principios no se trató de un contrato, sino de un acuerdo de trabajo mutuo; magos y bestias trabajando juntos en un objetivo común, mismo que con el pasar del tiempo a través del miedo, la imposición y el despotismo había generado en un contrato de esclavitud.
Sin importar sus orígenes, la ceremonia requería de un hechicero o bruja que lo presidiera y un familiar que fungiera como testigo.
Zenda y Darío representarían a Zwein y Aysel.
Ambos conocían demasiado bien la ceremonia de iniciación, Zwein había tenido al menos cinco maestros antes de que Zenda lo tomará y Aysel ni siquiera se molestaba en contarlos; pero sería la primera vez que participarían en una por voluntad propia.
Despojaron al salón de todos sus muebles, en el centro, cara a cara Zwein y Aysel yacían completamente desnudos.
Tras ellos vestidos con mantos de seda blanca Zenda y Darío los observaban.
La voz envestida en gravedad y autoridad de Zenda se elevó en la habitación.
—Un maestro cuida de su familiar— comenzó dirigiéndose a Zwein—. Lo protege, auxilia y procura su bienestar. ¿Aceptas tal encomienda?
—Acepto— respondió Zwein.
Dirigió su rostro hacia Aysel.
—Un familiar le brinda su magia, fuerza y energía a su maestro. ¿Aceptas tal tarea?
—Si— la voz de Aysel resonó sin dudas.
Darío entregó un cuchillo de plata a Aysel, el vampiro se hizo un profundo corte en la mejilla derecha cortando un trozo de carne, con dedos ensangrentados se lo entregó a Zwein quién lo recibió con un breve asentimiento de cabeza.
Cada tipo de bestia entregaba algo diferente a su maestro al momento de realizar el contrato: las hadas un fragmento de su ala, los hombres lobos algún diente, las sirenas un pedazo de su cola, los vampiros un trono de carne de su rostro. Todos se volvían a regenerar, pero el gesto simbólico de sacrificar algo importante formaba parte del hechizo de la magia que compartirían.
Zenda tomó de la mano a Zwein y Darío a Aysel, los cuatro se fundieron en un círculo.
La magia de los cuatro era necesaria para completar el hechizo, su nivel de manejo o talento natural era intranscendente, bastaba con qué fueran portadores del éter; lo verdaderamente importante era que recitarán el hechizo sin error, cronometrados.
"Por la detruo de Nusku
La saĝo de Mawu—Lisa
La boneco de Yemayá
La forto de Enlil
Li dividis mian sangon, li dividis mian
spiriton, mi donas mian estaĵon "
Al terminar de repetir el hechizo, Zwein se introdujó el pedazo de carne de Aysel dentro de la boca y lo tragó.
No sucedió nada, ni luces de colores o ruidos sorpresivos, tan sólo Zwein sintió como la magia de Aysel comenzaba a fluir dentro de él, conectándose a su interior, igual a una cascada donde fluía sin cesar y con gran fuerza.
Rompió el círculo, se acercó a su familiar y acercó su mano al rostro herido donde los músculos faciales se mezclaban con los coágulos de sangre que comenzaban a formarse.
Buscó en su memoria un simple hechizo de curación que usará al agua como conducente y lo aplicó sobre la herida.
"Mi alvokas vian helpon Yemayá
Fonto de vivo
Donanto de lumo "
Imaginó a la carne restaurándose, la piel lisa, joven, rebosante de vida…sólo fue un segundo y cuando abrió los ojos la mejilla de Aysel había sanado por completo.
La magia corría en sus venas con una intensidad que jamás creyó posible, aceptó con beneplácito la mirada de incredulidad que su maestra y Darío le dirigieron.
Abrazó a Aysel con fuerza, su familiar era perfecto, de principio a fin, no necesitaba más.
—Te amo— exclamó besándolo a los labios.
—Yo también lo amo, maestro— respondió su encantador vampiro respondiendo con pasión.
FIN DE LA SEGUNDA PARTE