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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 59

Despertó mecido por el suave movimiento del carruaje, durmió sin sueños, ni Iyad, su lugar especial o recuerdos felices o desgraciados lo acompañaron, fue como sumergirse en un pozo de oscuridad absoluta.

Aysel yacía recostado sobre el pecho de Zwein, a través de la ventana podía ver que era de noche. De la ira y amargura de horas atrás no quedaba más que un suave entumecimiento, un dolor parecido a un piquete, frágil, agudo, pero fácil de ignorar.

—Lo siento— su voz apagada resonó en el pequeño espacio, Max quién dormitaba en el asiento de enfrente despertó de repente y lo miró. Zwein lo estrechó contra si—. Lo lamento— repitió.

Su Maestro no respondió, supuso que lamentaba lo que había sucedido, pero comprendía que ya nada se podía hacer. Probablemente cuando estuvieran a solas le pediría perdón y le explicaría las cosas con calma, pero en ese momento, Zwein debía tan afectado por su regreso al lugar nació que seguramente estaba luchando consigo mismo para no desmoronarse. Aysel comprendía que exigirle consuelo y comprensión habría sido injusto de su parte.

—Todos los centauros pertenecen a su Majestad…— comenzó a hablar Max mirándolo a los ojos.

— ¡No es el momento Maximiliano! — le interrumpió con dureza Zwein—. Yo se lo diré cuando lo consideré oportuno.

— ¿Y cuándo será ese? ¿Cuándo vuelva a derrumbarse otra vez?

—Es mi Familiar y yo sé lo que es mejor para él…

—Lo quieres tratar como un igual, pero…

—Quiero escucharlo— Aysel zanjó de golpe la discusión antes de que se iniciará—. Necesito saber.

Zwein intentó disuadirlo, pero él no se dejó convencer.

—No existen criaturas más nobles y sabias que los centauros, que los humanos los hayan reducido a ese es algo imperdonable—. Miro el rostro joven y serio de Max y le ordenó—. Dime.

Max asintió sin esperar la aprobación de Zwein y comenzó a hablar.

—Los Centauros, Pegasus y Unicornios le pertenecen a la Familia Real, ellos tienen potestad absoluta sobre tales criaturas; otras familias de magos y comerciantes pueden alquilarlos, pero nadie tiene derecho a poseerlos ni reproducirlos, incluso si lo hacen, las crías le pertenecerán a su Majestad. Intentar robar o esconder cualquiera de esas criaturas es castigado con la pena de muerte. Hay quienes no les consideran ni siquiera Bestias, su magia es tan escaza que ni siquiera son capaces de establecer vínculos con los Magos, ni el Hechicero o Bruja del rango más bajo los consideraría como su Familiar…

—Tienen magia— explicó Aysel jugando con la manga de la capucha de Zwein—. Pero su magia debe ser despertada, alimentada y educada. Mi madre decía que su magia era mucho más poderosa que la nuestra, pero que los centauros eran seres demasiado nobles para usarla en contra de sus enemigos o cualquier otro ser—. Miró a Max y con voz desapacible preguntó—. ¿Qué les hacen? ¿Les arrancan los ojos, la nariz, la lengua?

Zwein fue quién le respondió, le pareció que el sonido de su voz le llegaba desde un lugar lejano.

—Privados de sus sentidos son más fáciles de domesticar. Hace mucho tiempo algún desquiciado descubrió que no necesitaban ver, hablar u oír para tirar de un carruaje o una carreta, sostener a un humano o volar por lo alto, bastaba con un buen tiro y una mano dura para guiarlos. Apenas tienen unos días de nacidos los privan de sus sentidos. Esas criaturas miserables no conocen otra cosa en la vida ni aspiran a algo más. Son fuertes, dóciles, sanan rápidamente, comen poco, apenas descansan…trabajan hasta morir y sus cuerpos son desechados igual que desperdicios, después de todo los humanos tienen listo a alguien más para ocupar su lugar. ¿Estás satisfecho, Aysel? ¿Era eso lo que tanto ansiabas escuchar?

El vampiro podía sentir la ira irradiando del cuerpo de Zwein, besó su barbilla y estrechó su cuerpo entre sí.

—No te avergüences, Maestro, tu y yo no somos humanos. Recuérdalo.

Zwein relajó su cuerpo a modo de respuesta, Max frunció el ceño, pero una suave sonrisa por parte de Aysel suavizó su semblante.

El resto del viaje transcurrió en silencio, Aysel cerró los ojos e intentó olvidar el hecho de que estaba siendo llevado por un ser al que habían despojado de cualquier vestigio de dignidad.

 

Aysel sonrió al bajar del carruaje y espero junto a Zwein a que Max arreglará sus papeles.

Volvía a sentirse emocionado, la ira continuaba rezagada dentro de sí, apuñalándolo, pero podía ignorarlo; años de abuso constante le habían enseñado a no regodearse en las desgracias, vivirlas y dejarlas pasar. Las personas y las decenas de Familiares que lo acompañaban eran su objeto de estudio en ese momento. A diferencia de Eta, en Ómicron se consideraba de mal gusto maltratar a tu Familiar en público o pasear junto a una Bestia herida, víctima de abuso y tortura; por supuesto que tales prácticas existían, pero la mayoría de los Hechiceros y Brujas tenían de dos a tres Familiares a su disposición, podían darse el lujo de mantener sus sádicos impulsos encerrados dentro de sus mansiones y a la vez tener una criatura exquisita y poderosa con la que andar ante la Sociedad.

Zwein junto a Max le habían explicado algunos detalles, aunque también insistieron en que si algo lo asustaba o alteraba debía decírselo. Querían evitar un incidente como el del Puerto, planeaban pasar algunos días desapercibidos mientras su Maestro se habituaba a la ciudad, hacía algunos contactos e iniciaba su aprendizaje con su pupilo.

Él fue quien primero lo vio.

Le llamó la atención los colores chillones que vestía y una sonrisa burlesca danzó entre sus labios antes de convertirse en una carcajada desenfada.

Soltó la mano de Zwein y se dirigió hacia el muchacho que buscaba a su contraparte con expresión ansiosa.

En menos de un minuto estuvo frente a él, su cabello oscuro y rizado era más largo, le llegaba hasta los hombros, el pantalón holgado y la camisa de almidón rojo intenso resaltaban sus intensos ojos azules y el resto de las facciones estaban ahí, la misma nariz, boca, labios y expresión de determinación, pero lo que en su gemelo era dureza, en este otro no era más que farsa.

Aysel se puso de puntillas y lo besó, un toque suave, casi casto que el muchacho respondió con pasión y una vibrante erección.

Se separó segundos después y mirándolo a los ojos añadió:

—No eres más que una mala imitación de tu hermano, me das asco.

Y al ver el dolor en los ojos del muchacho supo que no era la primera vez que se lo decían.

Cuando el hombre lo abofeteó con tanta fuerza que cayó al piso, apenas sintió el dolor.

Zwein lo levantó de la muñeca y tras revisar el daño casi inexistente en su mejilla, amenazó.

—Si lo vuelves a tocar Deux, te asesinaré.

 

 

 

 

 

 

 

 


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