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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 8

 Zenda acarició la cabeza de Darío, el hombre postrado de rodillas reposaba su cabeza sobre su regazo.

Cuando tomó a Zwein lo hizo con la esperanza de convertirlo en un hombre similar a Darío: una bestia humana feliz de su destino, que lo aceptaba tal cuál era, capaz de perdonar y olvidar el pasado, vivir el presente y mirar hacia el futuro, pero se equivocó. El alma de Zwein que en algún momento fue pura terminó por podrirse y jamás regresaría al buen camino. Algunos caminos no podían cambiarse, simplemente debían seguirse.

Recordaba al niño aterrorizado que había encontrado en el jardín trasero del viejo maestro Triandis, durmiendo en el porquerizo junto a los cerdos, cubierto de barro, excrementos de animales y otras inmundicias, los grandes ojos azules no le miraban con curiosidad, ni le rogaban compasión, sólo le suplicaban que, por favor, por favor, una vez terminará de lastimarlo le permitiera volver a dormir junto a los animales. Tras un breve examen concluyo que no se trataba de ninguna bestia. Cuando indignada había ido a preguntar al hechicero Triandis la razón por la que mantenía a tan pobre criatura en tal estado, él junto con el resto de los magos había respondido con grandes risotadas que ignorará al mocoso inútil, después de todo era peor que cualquier bestia imaginable, se trataba nada más y nada menos que de una bestia humana, descendiente de una de las familias de hechiceros más antiguas. Su propio padre lo entrgó al Gremio tras enterarse de la desgracia de su hijo.

Él y sus amigos lo habían usado durante algún tiempo, pero su magia termino por agotarse y ahora sólo esperaba a que muriera.

Una dama tan bella y elegante como ella, que venía de la capital no debía preocuparse por tales menesteres insignificantes.

Y Zenda había sonreído divertida junto al resto de los invitados, porque eso es lo que se esperaba de ella y su distinguido abolengo. Sin embargo, al día siguiente volvió con todo el dinero del que disponía en ese momento y compró al chiquillo mugriento.

Todavía hoy en día se preguntaba con frecuencia sino hubiera sido más misericordioso dejarlo morir en ese lugar, acompañado de los cerdos, vacas, caballos y gallinas.

Y ahora, Zwein, esa bestia humana cuyos talentos mágicos superaban por mucho a cualquier otro hechicero y bruja que ella hubiera conocido acababa de tomar como familiar a un vampiro, una criatura tan destrozada tan dentro y fuera como él mismo.

Zenda se lo advirtió decenas de veces. Su familiar ideal sería una bestia humana, los seres humanos eran capaces de superar grandes sufrimientos mientras contarán con calor humano; podían dejar atrás el pasado, comenzar de nuevo si se lo proponían. Sin embargo, los vampiros no olvidaban. Jamás. El odio que profesaban a sus enemigos era eterno y bien podía durar eones, sus memorias no se diluían, pasaban de una generación tras otra, inmutables. Llegaría el día en que los humanos se arrepentirían de los sufrimientos que infligían a los vampiros, su venganza sería implacable.

—Es hora de que le hagamos una visita a nuestro viejo y querido amigo— anunció a su familiar, levantándose con la gracia de una bailarina—. No podemos evitar que cometa errores, pero quizás consigamos mantener su cabeza unida a su cuello hasta que llegue a viejo.

Darío, su familiar la envolvió en una fina bata de seda antes de marcharse a prepararle el baño.


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