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The Sleeping Boy por Izuspp

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II

Adam se encontraba muy contento en su cuna, ignorante de todo lo que había recién ocurrido a su alrededor. Aziraphale, miraba a los reyes sin tener el valor para hacerles la alocada propuesta que se le había ocurrido, para contrarrestar el hechizo del malvado Crowley.

—¡Ya sé! Mandaremos a expulsar a todos los perros del reino. —Sugirió el rey, al no obtener respuesta de Aziraphale— No serán permitidos los perros, no será suficiente no tenerlos en el castillo, sino que los echaremos de todas estas tierras; así no habrá oportunidad de que se cumpla la maldición. Además, no será para siempre, solo hasta que cumpla once años.

—¿Pero qué tontería está sugiriendo? —Le interrumpió Aziraphale, ofendido y atónito por igual, ante tan absurda idea. —No puede simplemente deshacerse de todos los perros. Ellos tienen sentimientos y las personas los necesitan también. Para cacería por ejemplo, o para cuidar a las gallinas de los zorros que quieren comerlas, o simplemente porque “el perro es el mejor amigo del hombre” —Aziraphale amaba y respetaba a todas las criaturas, por tanto, no podía dejar que se cometiera tal injusticia.

—Entonces, lo mantendremos vigilado día y noche. No habrá momento en el que no haya alguien pendiente de él, así si vemos que un perro se acerca, evitaremos cualquier contacto con el animal. —Sugirió la reina.

—¡Es una peor idea! —No me imagino lo terrible que sería para el niño saber que siempre hay alguien vigilándolo, no pueden restringir su libertad, los niños necesitan salir, explorar y un tiempo a solas. Además, si sus amigos tienen perro y él no, probablemente se sienta celoso y quiera uno. Y ustedes no quieren tener a un niño suplicándoles día y noche por tener algo que desea.

Los reyes no tenían argumentos en contra de tal lógica, así que desesperados, le rogaron a Aziraphale nuevamente, que les ayudara.

—No creo que les agrade esto pero, pienso que la mejor manera de proteger al príncipe, es alejarlo de toda posibilidad de que se encuentre con un perro, a partir de este mismo momento. Si no los conoce, jamás querrá uno, no se puede desear lo que no se sabe que existe, ¿cierto?

—¿Acaso nos está pidiendo que encerremos a nuestro hijo por once años?

—¡Oh por Dios, no! ¡No sea ridículo! Lo que sugiero es… —se aclaró la garganta con nerviosismo antes de continuar— alejarlo del reino, de todos los reinos, aldeas o lugares en donde haya personas.

«Lo llevaré a vivir conmigo en lo más profundo del bosque, en donde ni siquiera los cazadores se adentran. Me encargaré de darle una buena educación y el día de hoy, dentro de exactamente once años, lo devolveré a ustedes; para que continúe sus estudios y se prepare por el resto de su juventud para ser el próximo rey. Es decir, en el bosque no hay perros, lobos tal vez, pero perros no. Crowley especificó que sería un perro quien lo mordería, así que, no debería haber problema.»

El rey y la reina se miraron entre sí, y luego miraron a Aziraphale, como si fuera un loco, y tal vez eso era. La idea parecía aún más absurda que las que ellos habían sugerido, pero a la vez, tenía toda la lógica del mundo. ¿Cómo iban a encontrar a un perrillo en lo más profundo del bosque? Era prácticamente imposible, así que no debería haber falla en ese plan. Luego de consultarlo cuchicheando entre ellos, llegaron a la conclusión de que, por el contrario, era un plan brillante.

—De acuerdo, confiamos en ti Aziraphale, sabemos que cuidarás bien de Adam. Pero por favor, tráelo sano y salvo, te estaremos esperando cuando hayan pasado once años.

—Tienen mi palabra de que así será.


 

Esa misma noche, los reyes se despidieron de su hijo, a sabiendas de que no le verían crecer, y lo volverían a tener a su lado hasta dentro de once largos años. La reina lloraba afligida, mientras que el rey intentaba consolarla, pero ambos sabían que era lo mejor. A su vez, maldecían al hechicero Crowley, quien ahogado en celos y envidia únicamente se dedicaba a hacer el mal. O al menos eso era lo que todos creían.

Aziraphale por su parte, escondió al bebé en un canasto y salió del castillo a mitad de la noche, oculto en la oscuridad, adentrándose en el bosque. Unas horas antes había ido a explorar, para determinar cuál sería el mejor lugar para establecer su nuevo hogar. Una vez lo hubo encontrado, con su magia construyó una humilde cabaña, oculta entre la espesura del bosque. No había manera de que nadie, incluido Crowley, les encontrara ahí.

El hada voló aprovechando que esa noche no había luna, por lo que era más fácil esconderse de la mirada de cualquiera que pudiese seguirlo, y así se dirigió al que sería su hogar y el de Adam por los próximos once años.

Por otro lado, el hechicero Crowley ya había llegado a su castillo. Alejado del reino de Tadfield, más allá del bosque, en una empinada montaña en la que no crecían más que espinos y plantas venenosas, se erigía imponente y aterradora, la morada del hechicero. Un castillo que en su momento probablemente fue una magnífica edificación, pero que ahora se encontraba descuidada, sucia y abandonada.

Hacía mucho tiempo, Crowley había encontrado ese lugar y le pareció que era perfecto para establecerse. Después de todo, nadie le quería cerca y él no quería que nadie se acercara. Hizo crecer todo tipo de plantas peligrosas alrededor del castillo, para evitar que alguien fuese a acercarse, ya fuese algún curioso o un viajero buscando refugio; era prácticamente imposible penetrar aquella fortaleza.

El castillo era enorme, frío y solitario; Crowley pensaba que le quedaba de maravilla. Y aunque poseía docenas de habitaciones y galerías, el hechicero únicamente ocupaba una y la cocina cuando se le antojaba cocinar algo. La habitación de Crowley era amplia y muy al contrario del resto del castillo, era bastante acogedora. Poseía una chimenea que le proporcionaba calor en las noches frías, una alfombra de piel de oso en donde le gustaba reposar, una suave cama con frazadas de seda y almohadas de pluma.

Desde allí, día a día planeaba qué fechorías realizaría para molestar a los humanos. A Crowley realmente no le importaba asesinarlos, pensaba que causarles problemas y calamidades que les provocaran daños, era mucho mejor castigo y de paso; se vengaba de las hadas también. Esos repugnantes seres que se la pasaban ayudando a los humanos, para el hechicero, eran simplemente patéticos.


 

En un principio, fue muy difícil para Aziraphale cuidar de Adam. El hada realmente no sabía cómo cuidar a un humano y mucho menos a un bebé. No tenía la menor idea sobre cómo cocinar, limpiar, o las necesidades del niño. Pero era lo suficientemente bondadoso, como para hacerse cargo a pesar de sus limitaciones.

—Creo que, me precipité un poco con este plan, pequeño Adam… — El hada acariciaba lentamente la cabeza del bebé. —Pero te prometo que estarás bien, te cuidaré como si fueras mi propio hijo.

Aziraphale comenzó por darle comida al niño, en el reino de las hadas, los recién nacidos se alimentaban de néctar de las flores y miel de las abejas amigas. Con un movimiento de su varita, hizo aparecer un biberón lleno de néctar y un frasquito con dorada miel; que ya había preparado con anterioridad para recibir al bebé.

—Hora de comer, pequeñín. —Alegremente, el hada tomó al bebé en brazos y le acercó el biberón. Al principio el niño hizo el ademán de comer, pero en cuanto probó su contenido, apartó la cara y comenzó a llorar.

—¿No te gusta? ¡Pero si es deliciosa! —Solo para cerciorarse (y porque era bastante glotón), Aziraphale probó el contenido del biberón y para él no había nada extraño; sabía tan sabroso como lo recordaba de sus tiempos de infancia. —Tal vez, los humanos no comen esto… Nunca los he visto hacerlo, ahora que lo pienso.

Hizo un intento dándole una cucharada de miel, la cual el niño también rechazó, haciendo que su llanto arreciase.

Aunque nunca se había detenido a observar a los humanos con sus hijos, Aziraphale recordó entonces que en las granjas, los terneros tomaban leche de las vacas y los humanos también las ordeñaban para consumirla. Pensó que no debía haber mucha diferencia entre humanos y bovinos, pero, ahí en el bosque no tenía ninguna vaca cerca.

El hada dejó al niño en su cuna y salió al bosque en donde no tardó en encontrar a una mamá ciervo, con su cervatillo. Aziraphale, que podía hablar perfectamente con los animales, la convenció de que le dejara un poco de su leche para alimentar al niño y finalmente, regresó con una botella llena de tibia leche para Adam. Para su alivio, esta vez el niño aceptó el alimento sin problemas, y luego de haber comido, se quedó dormido tranquilamente.

—Prometo que mañana iré a conseguir leche de las vacas de la aldea. Después de todo, tal vez no haya sido tan mala idea traerte aquí ¿cierto? — Dijo el hada, mientras observaba a Adam con dulzura y sintiendo cómo el amor paternal por aquel niño, invadía su cuerpo.


 

—Ey Crowley, buena idea eso de maldecir al príncipe. — Dijo Ligur, el camaleón esbirro del hechicero, quien no le tenía mucho respeto que se dijera.

—Es Lord Crowley. —Le corrigió— ¡Espera! ¿Acaso me estás felicitando?

—Oh claro, fue muy ingenioso eso de la mordida de un perro, ¡todo niño quiere tener uno después de todo! —Continuó Ligur, entre risillas.

—¿Cierto? No me gusta alardear, pero no hay manera en la que esa maldición no se cumpla. No puedo esperar para ver la angustia del reino, tratando de que el niño no sea mordido. Ya me puedo imaginar al idiota del rey, mandando a sacrificar a todos los perros o algo así.

—Bueno, así lo fue por unos instantes en realidad. —Esta vez, otro de sus esbirros: un sapo; fue quien intervino burlonamente.

— ¿Qué quieres decir con eso, Hastur? —Crowley perdió la compostura, observando enfadado a los dos animales.

Ya se le hacía raro que Ligur le estuviese elogiando, ninguno de los dos le respetaba en absoluto y siempre andaban buscando maneras de molestarlo; pero aún así se quedaban con él porque les gustaba ver las fechorías que le hacía a los humanos y también por miedo. Después de todo, el mismo Crowley fue quien los convirtió en animales, hacía ya tanto tiempo, que no recordaban cómo era su forma original; humanos probablemente o tal vez hadas.

—Quiero decir, que los reyes estaban muy desesperados en cuanto te fuiste, pero Aziraphale se encargó de solucionarles el problemita. — Compartió miradas cómplices con Ligur, mientras reían entre dientes. Amaban hacer enojar a Crowley.

—¡Explíquense de una buena vez! De lo contrario los convertiré en gusanos y los pisaré.

—Aziraphale tomó al niño y se lo llevó lejos del reino. Probablemente al reino de las hadas, allá no hay perros después de todo.

—¡¿Qué?! —Crowley explotó encolerizado— ¡Maldito Aziraphale! Pero, no creo que le dejen llevar a un humano allá…

El hechicero comenzó a caminar de un lado al otro, frente a la chimenea, tomando su barbilla, pensativo.

—Seguro lo escondió en algún otro lugar, ¡tenemos que encontrarlo!

—Buena suerte con eso. —Ligur rio.

—Dije: “tenemos” — Con un movimiento de su dedo, Crowley hizo que dos chispas saltaran de la chimenea y dieran directamente en la cola de Ligur y el trasero de Hastur; quienes salieron corriendo a lo más rápido que les daban sus pequeñas patas.

—¿Así que te crees muy listo Aziraphale? Vamos a ver si logras salirte con la tuya…

 

Continuará….

 


 

Muchas gracias por detenerse a leer, sé que esto es una tontería. También será bastante cortito, espero que en el siguiente capítulo ya acabe.

Por favor, déjenme sus comentarios, es importante para mí saber qué les parece la historia.


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