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SÍNDROME H por Aifoss

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Los juegos a la puesta del sol eran los preferidos de los niños y sus ansias. Unos columpios, viejos; troncos de árboles y la inocencia a flor de piel enmarcaban la gracia de sus travesuras.

Dejaban pasear su imaginación en el cercano parque a la salida del colegio, casi considerando una obligación sagrada el darse un tiempo de juego en su lugar especial.

 

- ¡Tetsu-kun! Te toca contar.- exclamó la pequeña de cabellos rosados.

 

-¡No hagas trampa eh!- completó la otra pequeña cabello almendra.

 

- Yo no hago trampa Riko-san.- inflaba sus mejillas el niño de ojos cielo. Se acercó a un viejo árbol, cubriendo sus ojos, comenzó a contar.- uno…dos…tres…- la niñas apuraron el paso escondiéndose donde sus cuerpos cupieran y la astucia de su amiguito no alcance.-
Diecinueve…veinte, ¡listas o no allá voy!- y empezó el juego.

 

Si bien es cierto que los niños, en las escondidas, su adrenalina permite que estén a la expectativa de cualquier descubrimiento.

El pequeño Kuroko buscó, dentro de un tobogán, en medio de un arbusto, y debajo de un banquito; fue en la tercera donde halló a la niña pelirrosa.

 

-Neh Tetsu-kun, siempre me encuentras a mi primero.- dio una pequeña patada al suelo cruzando sus bracitos.- no es justo.

 

-Creo que debes esconderte mejor a la próxima Momoi-san.- escapó una risita.- ayúdame a buscar a Riko-san.- y con la misma adrenalina siguieron su búsqueda.

 

 

La niña pelicastaña poseía el don de escabullirse en los mejores escondites, lo que convertía al juego en una misión imposible que al final obligaba al par rendirse y pedir que ella saliera.

 

Kuroko se adentró en uno de los toboganes, la fiel esperanza de que tal vez se escondió en el fondo. Sn embargo, mientras más se acercaba al final oía un sollozo, bajo pero latente.

 

Su curiosidad hizo que en la oscura profundidad hallara a alguien...no era su amiga, sino otro niño, de su misma edad. Hallábase él aferrándose a sus rodillas con el rostro cubierto por sus brazos.

 

El peliceleste se acercó despacio para no asustarlo.

 

-Ehm…disculpa…- no lo escuchaba.- …oye…-tocó su hombro lo cual hizo que el niño se asustará y pegara un chillido. Se miraron sin comprender la situación hasta que el descubridor le dijo al descubierto.- ¿Por qué estas llorando?

 

El niño, con las lágrimas y los moquillos embarrados en todo su rostro no decía nada, solo lo 
miraba con ojos de plato.

 

-¿No sabes hablar?- dijo algo inseguro y sorprendido.- no deberías llorar, mi mami dice que los niños fuertes no lloran, y tú te ves fuerte.- sonrió con ternura, el contrario se limpió las lágrimas, pero seguía sin decir nada.

 

-Bueno…creo que te estoy molestando.- dijo decepcionado.- ya me voy, lo siento.- al darse media vuelta y regresar en sus pasos sintió una pequeña mano que lo atajó de su brazo con fuerza.

 

-¡No te vayas!- el niño habló.- ¡Había una añaña!- la voz le temblaba- ¡Tengo mello a las añañas!

 

-Oh…añañas.- repitió el más pequeño.- no te preocupes, yo no.- le dio confianza.- ven, vamos a jugar.

 

Los niños salieron del tobogán a la luz nuevamente, no se percataron que habían pasado un buen tiempo escondidos, tanto que las niñas terminaron su juego y estaban preocupadas por su amigo peliceleste, una llorando y la otra muy nerviosa.

 

Al verlo salir respiraron tranquilas y fueron a su encuentro, viendo que tras él otro niño salía.

 

-¡Tetsu-kun!- le pelirrosa llorosa  se lanzó donde su amiguito.- ¡¿Dónde estabas?! ¡Tu tenías que buscarnos, no esconderte!- le regañó.

 

-¡Si Kuroko-kun! ¡Teníamos mello !-miró al niño nuevo.-¿ Y quién es él?- lo señaló con su dedo.

 

-Lo siento.- dijo apenado.- estaba buscándolas cuando me crucé con…- miró al niño.- neh…no sé tu nombre.- se quedó pensativo.

 

-¡No podemos hablar con desconocidos Tetsu-kun!- regañó la pelirrosa.- ¡Te acusaré con tu mamá!

 

-Pero es un niño igual que nosotros Momoi-san.- reprochó algo apenado.

 

-Igual Kuroko-kun, no lo conocemos, tal vez es mallo.- hablaban como si el niño no estuviera allí, el cual ya estaba enojándose.- además le diré a tu mamá.

 

-Tal vez te quería robar tu comida.- acusó Momoi.- ¡Admítelo!- apuntó al niño desconocido

 

-O tal vez quería robarte de nosotras.- miró fulminante.- si fuera así...- un grito cortó todo.

 

-¡LO SIENTO!- gritó el niño.- YO SOLO TENÍA MELLO A LA AÑAÑA Y ME AYUDÓ.- señaló a Kuroko y seguía gritando.- NO QUERÍA HACER NADA MALO, EN SERIO, SOLO TENÍA MUCHO MELLO, Y ME LLAMO KAGAMI TAIGA, NO SOY MALO.- para cuando termino de gritar ya estaba llorando nuevamente.

 

-¡Ven!- reprochó el peliceleste a sus amigas.- ustedes son malas.- les sacó la lengua. Se acercó al otro niño y lo tomó por un hombro.- Kagami-kun  no es tu culpa, tranquilo.- se miraron por un momento, Kuroko le sonrió para darle confianza.- Yo me llamo Kuroko Tetsuya, ellas son Momoi Satsuki  y Aida Riko.- las señaló.- creo que le deben una disculpa a Kagami-kun…

 

-Uhm…lo siento.- dijeron las dos apenadas.

 

-¿Es tu amigo Tetsu-kun?- el peliceleste miró al contrario y afirmando con una gran sonrisa dijo que sí.

 

-Si eres amigo de Kuroko-kun eres nuestro amigo también.- dijo Riko amable.

 

-Eh…gracias.- lo que el trío anterior ignoraba era que acababan de salvarle la vida a un niño que desde su primer día hasta el momento no había podido hacer amigos, pues muchos se burlaban de él al ser despistado y sus peculiares cejas.

 

Ya no serían más un trío, sino un “Súper Squad”.

 

La amistad del Squad era tan sólida e incondicional que se asemejaba más a una Hermandad de sangre; si ganaban algo eran los cuatro; si metían la pata eran los cuatro.

 

Así pasaron los años.

 

Se vieron caer sus dientes a los seis años; celebraron juntos sus ocho; los suspendieron de clases a los nueve; realizaron el proyecto ganador de ciencia a los diez... tantas pero tantas anécdotas compartieron que los dedos de las manos y pies no les alcanzaba. Y sobretodo, tiernas memorias calaron en ellos, que la ausencia de uno se sentía no solo fisicamente...sino en sus corazones.

 

-Yo propongo un batido de vainilla.- dijo el pelirrojo mientras devorada su hamburguesa.- le va a gustar…y también a mi bolsillo

 

-¡Bakagami! ¡¿Puedes usar por primera vez tu medio cerebro?!- una molesta castaña le arrebató el resto de su hamburguesa para tirarla lejos.

 

-¡Oe! ¡Esa era la última que tenía! 

 

-¡Ya basta!- ordenó la pelirrosa.- En dos días es el cumpleaños de Tetsu-kun y no tenemos ni las velas.- se llevó las manos a la cabeza rendida.- Son 11 años chicos…no le vamos a dar un mísero batido que de por sí lo toma todos los días…

 

-Entonces otra cosa que le gusté mucho.- Riko miró a sus amigos pensativos, reflexionando sobre los gustos de Kuroko y concluyeron que su amigo era demasiado “simple”.

 

-Que tal una máscara.- habló el pelirrojo.- así podrá cambiar de cara.- Las chicas, por su parte, concluyeron que su amigo pelirrojo era demasiado idiota.

 

- ¡Ya sé! Le prepararemos un pastel.- sentenció Momoi.- con todo nuestro cariño será un gran pastel de vainilla y chocolate

 

-¡Sii! Lo mejor es que lo haremos nosotros…

 

-Ustedes.- cortó Kagami.- mañana tengo entrenamiento saliendo de clases, luego tengo partido y además...- entonces sintió como dos miradas de hielo le perforaban las cienes, haciéndole temblar.-… y además puedo comprarle algo... ta...tal vez la velita.

 

- ¡No!- las chicas no cambiaron de humor y Kagami seguía temblando, pues a pesar de tener rostros angelicales, las chicas podían llegar a espantar a cualquiera con su carácter...y esa no era una excepción.

 

-Que sea un pastel y un regalo.- añadió Riko con voz de mando.- asi que TU.- clavó su índice en la frente del asustado.- le comprarás el regalo y la velita...cierto?

 

- s...si

 

-¡Perfecto!- entonces volvió la paz.- Nos vemos en la casa de Tetsu-kun a las 5.- sin mas las chicas se fueron dejando a un pelirrojo perdido en sus miedos.

 

Habían transcurrido cinco años desde que  se formó el Squad y, por buena costumbre, solían preparar sorpresas en sus cumpleaños, algún detalle donde demostraban el dulce afecto que se tenían.

 

Estas ideas iban madurando conforme a su edad; dejando atrás los caramelos y piedritas pintadas, a manualidades mal hechas y alguna caja de chocolates. Reuniéndose en el Maji Burger cerca de su escuela, dejaban transcurrir las horas en pláticas y bromas a carcajada suelta; o apostando retos atrevidos según su edad mientras las hamburguesas iban y venían.Luego le brindaban al cumpleañero sus cariños improvisados; un abrazo junto a un paseo por el malecón del río, recostándose en yerba recién cortada, observaban como la noche devoraba la luz entre las montañas.

 

Sin embargo...algo sería diferente en esta ocasión.

 

Aquel partido de basket había dejado sin aliento a más de uno de los espectadores; y un muy agotado niño pelirrojo sonreía de oreja a oreja con orgullo de lo que reflejaba el marcador, más aun el saber que se debió gracias a él y aquella peculiar habilidad descubierta que guardaban sus piernas.

 

Un tigre había surgido.

 

Una gran promesa al futuro del basket.

 

En muestra de agradecimiento, respeto y un conjunto de buenos deseos; el entrenador le obsequió a Kagami el balón. Algo simple para algunos; pero para él significaba su primer partido como titular y el primero en ganar. 

Significaba su pasión por el basket.

 

Al llegar a casa poco le importó en donde dejó su mochila, cogió el balón y corrió por todas las habitaciones buscando aquella joven, su madre; con la emoción emanando los poros, ansiaba contarle su victoria.

En la 2da planta, vio la puerta de su habitación entre abierta, asomando la silueta de una cabellera rubia y una mano sosteniendo un teléfono.

Estaba por tumbar la puerta, estaba tan cerca de adentrarse y lanzarse encima de la joven que tanto quería...pero fue entonces cuando todo su ser...todo su mundo se detuvo.

 

Le falto aire a su pecho y firmeza a sus piernas; su piel perdió color sintiéndose aletargado y un sudor frío humedecía su ropa.

 

No era posible...había escuchado mal. Esas palabras que cambiaron su mundo en menos de lo que él tardó en construirlo...

 

La mujer terminó su llamada y aferró el aparato a su pecho en un gesto de angustia; respiró pesadamente, buscaba en su mente las palabras exactas y el momento oportuno para hablar la decisiva con su niño... y para cuando abrió la puerta de la habitación esa angustia se solidificó en su gaganta... ver aquel pelirrojo de mirada desolada y llorosa; las manos hechas puño mientras se ahogaba en espasmos...

 

- No...no es cierto- su voz estaba rota y lágrimas rodeaban sus mejillas.- A...alex dime...que no es cierto.
La mencionada se agachó a su altura atajándolo en sus brazos intentanto calmar el llanto del menor.

 

- Lo siento tanto my boy.- acariciaba su cabello.- pero tenemos que irnos...ya no tenemos nada aquí en Japón

 

¿Nada...?

 

- ¿Por qué..?- dijo quedo- por qué dices eso...- su tristeza se fue transformando en rabia.

 

Kagami no sabía como sentirse exactamente; una avalancha de emociones se agaloparon en su semblante: frustración; impotencia; rabia y desconsuelo. Además esas palabras que taladraban en su mente abrumandolo...nada...

 

Él lo tenía TODO.

 

Tenía un hogar a cual volver; una madre que afectuosa lo recibía; una pasión que era el basket; un equipo como titular; unos mejores amigos que eran su mundo y que pronto iban a iniciar la secundaria... y ahora perdía todo cuanto amaba.

 

Se perdía así mismo.

 

- Es por tu bien y en unos años lo entenderás...- besó la frente del menor.

 

-...¿cuándo?- guardaba esperanza.- cuándo volveremos a casa...- la mirada de Alex se oscurecía, buscando la respuesta sin destruir más a su niño.

 

- En una semana, pequeño- limpió sus lágrimas de forma maternal- en una semana nos irémos a Estados Unidos...y allí iniciaremos desde cero; será nuestro nuevo hogar.

 

Al caer la noche, la ciudad dormía de las frustraciones del día; sin embargo, en una de la casas, un niño se aferraba ferozmente a su almohada; ocultando tenazmente sus ojos, dejaba oír su llanto a lágrima suelta, afligiendo a la joven de la habitación continua; pues de nada sirvieron sus dulces palabras y suaves atenciones para apaciguar el desconsuelo de su niño.

 

*

Eran las once de la mañana cuando un estremecimiento nervioso lo despertó de golpe. Procuró reconciliar el sueño interrumpido, pero el recuerdo fugaz de la noche anterior no hizo más que agitar sus emociones y dolerle la cabeza.

 

Se sentía exhausto.

 

Tomó un baño alejando su cansancio. Bajó a la cocina encontrándose una joven rubia, sentada, con las manos abrazando una taza y el rostro vacío. Adornando el panorama habían cajas vacías y sábanas blancas que aguardaban ser ocupadas para la mudanza.

 

Casi podía respirar la tensión en el ambiente. En silencio; sintió como una mirada femenina estaba pendiente de sus actos. Bebió un poco de agua y mordió una tostada, tal acto solo le revolvió más el estómago dándole asco. 

 

Una necesidad cegadora lo invadió por de tener un balón en sus manos y escapar de esa abrumadora incomodidad. Cogió una manzana, su mochila y el balón; así, sin decir más, salió.

 

A su suerte, la cancha se hallaba vacía.

 

Jugó por horas; jugó hasta que los músculos le desgarrasen de cansancio y el corazón desahogara su pena.

 

El sol acababa de ocultarse, tiñiendo los cielos con esa luz topacia y apacible. Cayó rendido en la banca, observando nubes traviesas con las que se divertía años atrás en el malecón del río.

 

El malecón》

 

Entonces recordó que ese día era el cumpleaños de cierto niño peliceleste. Miró su reloj, marcaban las 4:45.

Definitivamente...sus amigas lo matarían. 


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