Cherry Boy
—Capítulo Uno—
Todas las cosas negativas que podrían existir en una persona, estaban alojadas en mi mejor amigo. Sebastian era considerado obstinado, soberbio, arrogante, engreído, entre muchas otras palabras que se murmullaban en los pasillos de la universidad, y aun con todo, era de las personas más populares, siempre era visto con admiración por los hombres y con ojos de deseo por las mujeres; en parte por ser alto y apuesto, pero entre toda esa negatividad, lograban asomarse cosas positivas, entre ellas su ferviente confiabilidad y orgullo de Michaelis.
Los Michaelis son considerados como los políticos más influyentes en todo Japón, siendo de ellos, Sebastian el único hijo.
Todos los años a mediados de octubre la familia Michaelis organizaba una fiesta de recaudación para distintos propósitos, el objetivo de este año sería la casa hogar de huérfanos con discapacidades, aunque claro, todo aquello era una mera excusa para juntar a los políticos y personas de alta sociedad con el fin de reforzar amistades y alianzas.
—Ciel, no quiero que vayas a la fiesta de este año —soltó Sebastian sin más durante el desayuno.
—¡Qué! —escupí el rollo de huevo en un intento por no atragantarme.
—Que no quiero que vayas al…
—Eso lo escuché bien, pero no entiendo por qué.
—Solo no quiero que vayas.
Mi familia, los Phantomhive, si bien no eran los más valorados en el ámbito político, en la sociedad comprendían la cúspide del criterio y razonamiento comunal al ser dueños del 80% de los medios de comunicación (el otro 20% nos era arrebatado por el internet) de todo Japón.
—Sabes que no puedo faltar a un evento tan importante.
—Lo harás este año si valoras nuestra amistad.
—No estás siendo justo.
—Ya te dije Ciel, si te veo este año en la fiesta dejaremos de ser amigos.
Acabado de decir esto se levantó del asiento y fue a tirar las sobras de comida al basurero, después se marchó dejándome en un torbellino de interrogantes.
—¿Qué diablos le pasa a Sebastian? —exclamó Mey-Rin escupiendo fuego por la boca.
—Vamos, cálmate un poco Mey —Finnian intentaba controlar al dragón.
—No es posible que te haya pedido eso, Ciel, está llevando su arrogancia demasiado lejos.
—Debe tener un motivo —excusé a Sebastian. Nunca fui una persona de muchos amigos, y Sebastian siempre había estado para mí desde que tengo recuerdos. No podría ser tan cruel solo porque así lo quería.
—¡Pues no dejaré que se salga con la suya! —Mey-Rin golpeó la mesa de la cocina. —Irás a esa fiesta.
—¿Y cómo? Si Sebastian me ve estaré muerto, me dejará de hablar y…
Mey-Rin me interrumpió moviendo su dedo índice.
—No pasa nada si te ve, el problema es si te reconoce.
—¿Eh?
Acto seguido Mey-Rin me tomó de la mano y subimos corriendo las escaleras hasta su habitación, me tumbó sobre la cama y abrió el extenso armario, comenzó a hurgar por aquí y por allá, revolviendo todo a su paso. Al final logró formar una montaña gigantesca de ropa y accesorios.
—Tu cuerpo fino y esbelto es aproximadamente de mi complexión, por lo tanto, mi ropa te quedará bien —dijo lo anterior con una sonrisa satisfactoria, como si hubiera mostrado su más grande creación al mundo.
Tardé un poco en procesarlo, pero caí en la cuenta.
—Eh… ¡EH! —el grito que pegué fue de auténtico miedo. —¡Estás loca si crees que una idea como esa puede funcionar!
—Lo hará, Finnian, agárralo mientras le cambio la ropa.
—¡A la orden! —exclamó Finnian haciendo un saludo militar.
—¡Traidor! —pude alcanzar a gritar antes de ser sometido entre mis dos amigos.
Los conjuntos de ropa iban y venían, Mey-Rin se detenía un momento a verme y luego meneaba la cabeza en gesto de desaprobación, me desvestía y comenzaba de nuevo.
Cuando pensaba que todo era una lucha perdida, Mey-Rin me observó y de la nada su rostro se iluminó en una destellante sonrisa de éxito.
—¡Lo encontré! —desbordaba felicidad. —Tienes que verte en el espejo.
Y eso hice. Mey-Rin contaba con un espejo inmenso dentro de su closet, que más bien parecía una habitación dedicada a la ropa. Ni siquiera yo pude distinguir quien estaba frente a mí.
La persona que me devolvía la mirada era una hermosa mujer de vestido rosa con negro, guantes hasta el codo y un peinado de coletas cubierto por un ostentoso sobrero adornado con flores.
—¡Waaaaa! ¡Finnian! ¿Estás viendo esto? —volteé a mirarlo mientras me señalaba a mí mismo con el dedo.
—L-Lo veo… —su rostro se tornó rojo y podía apreciarse una pizca de mirada lujuriosa.
—¿Por qué me ves así? —pregunté avergonzado, me cubrí instintivamente el pecho y di media vuelta dándole mi espalda semi descubierta.
—¡Perdón! Y-Yo no sé, solo no pareces Ciel Phantomhive, ¿quién diría que te verían tan…?
—¡HERMOSA! —completó Mey-Rin apreciando su creación. —Eres realmente hermosa Ciel, un ángel esculpido con el mármol más fino que alguna vez haya existido.
—¡Cállense los dos! —mi enorme sombrero lo ocultaba, pero al otro lado, mi rostro estaba ardiendo de vergüenza. —¡Ni pienses que iré así!
—Vamos, Ciel —Mey-Rin me tomó de los hombros. —Solo ve el espejo, ¿no ves que esto funcionará?
—Es verdad, Ciel, aun si Sebastian te ve, es imposible que te descubra —Finnian seguía sin poder mirarme.
Al verme detenidamente, ni yo podría saberlo, Ciel Phantomhaive no estaba, había desaparecido por completo, solo quedaba una tímida y delicada mujer en su lugar.
—De acuerdo, solo un par de horas y me iré.
Así llegó el fin de semana. Mey-Rin pasó horas arreglándome con el mismo vestido, colocó accesorios y me maquilló con un excelso cuidado digno de un artista. Al dar las ocho de la noche hizo que una de sus limosinas me llevara hasta el Club de la fiesta. Podría ser idea mía, pero incluso sentía que ni el chofer me dejaba de mirar por el retrovisor.
Las personas en la fiesta vestían costosos trajes y vestidos, tomaban el más fino licor y comían aperitivos tan pequeños que harían desmayar a cualquiera solo con saber el costo de cada uno. Esa era a la sociedad que pertenecía, toda mi vida involucrado en este tipo de eventos y ahí estaba yo, sintiéndome tan fuera de lugar como un pez en el desierto. Ya no era un Phantomhive, no era nadie en la fiesta, ¿a quién iría a ver? ¿Con quién platicaría?
Me pasé un buen tiempo solo cerca de la mesa de aperitivos, observando a la multitud moverse en grupos pequeños, platicar y desintegrarse para volver a formar otros grupos con personas distintas, viéndolo desde esta perspectiva, este evento estaba lleno de inmundicia.
Seguí observando, identifiqué a varios conocidos, Madame Red, dueña de varias cadenas de tiendas departamentales, Soma, dueño de varios petrolíferos en el extranjero, a mis padres… y a ¡Sebastian! Nuestras miradas se cruzaron por un segundo que parecieron minutos eternos. Miré hacia otro lado. Incómodo y con el corazón latiendo a mil por segundo decidí que lo mejor sería irme. Me aproximaba a la salida cuando una mano me sostuvo del hombro. Mi peor miedo se hizo realidad.
—Buenas noches —saludó Sebastian con su característica sonrisa encantadora y mirada penetrante, una mirada que tenía efecto tanto en hombres como en mujeres.
—B-Buenas noches —me apresuré a devolver el saludo con voz aguda. En mi rostro podía verse la incomodidad e inquietud, pues Sebastian agregó con una expresión preocupada:
—¿Te encuentras bien? ¿Algún marisco te hizo daño? Llamaré al médico, no te muevas…
—No, estoy bien —lo tomé de la mano para evitar que se fuera, —solo algo aburrida, soy nueva en todo este ambiente y no conozco a nadie.
En ese instante, por obra del destino o por una broma de muy mal gusto, la orquesta que hasta ese momento solo había estado tocando música ambiental, decidió dar vida a la fiesta con canciones de baile. Los grupos no tardaron en fragmentarse en parejas y a inundar la pista con armoniosos pasos.
—Magnífico —sonrió Sebastian, —¿podría entretenerla con una pieza de baile?
¿Entretenerme? Siempre tan arrogante.
—Me encantaría…
En el vals siempre fui malo guiando a mi pareja, pero Sebastian sin duda era un maestro, tomándome de la cintura y guiándome con su mano izquierda, pudimos realizar pasos y giros de baile que en mi vida hubiera podido ser capaz. Por primera vez en mi vida, pude sentirme cerca de Sebastian, en cuerpo y alma. Lo sentí todo de él, su exquisito olor, su suave traje y fina piel.
Cuando la música finalizó nos separamos y me di cuenta que todos a nuestro alrededor se detuvieron a vernos, dejándonos en un círculo. Sebastian se dio cuenta de lo mismo e hizo una reverencia en agradecimiento, yo lo imité; el público respondió con elogios y cortesías.
—Se me olvidó presentarme, Me llamo Sebastian Michaelis —dijo una vez todos volvieron a sus cosas.
—Yo soy…
¡Maldita sea! No había pensado en mi nombre. Rápidamente intenté hallar alguno en mi memoria, hasta que recordé el de una compañera de clases, solo me faltaba inventar algún apellido extranjero para hacer fidedigna mi historia de que soy nueva.
—Me llamo Elizabeth Midford.
—¿Midford? ¿Eres inglesa? Hablas perfectamente el japones.
—Me educaron bien en casa —mentí.
—Si no es descortesía me gustaría saber qué haces aquí.
—Bueno, mis padres se mudaron por trabajo.
—¿Qué son? ¿En dónde estudias?
—Demasiadas preguntas —dije con una mueca de inquietud.
—Lo lamento… —era la primera vez que veía a Sebastian estar tan alterado.
La música se detuvo, un tintineo resonó por todo el salón y los cuchicheos se detuvieron.
—¡Ahora con su atención, unas palabras del hijo de quienes hicieron este evento posible, Sebastian Michaelis! —el presentador lo llamó desde el escenario. Sebastian chasqueó la lengua mal humorada.
—Espérame aquí, por favor, no me tardo.
—Escuela Fuji Oma —le dije antes de que desapareciera entre los presentes.
Sebastian me miró con alivio, un brillo de confianza apareció en sus ojos.
No lo esperé, abandoné la fiesta en seguida.
El lunes Sebastian se veía decaído, se la pasó la mayor parte del desayuno moviendo el puré de papa con el tenedor.
—No se juega con la comida, ¿no te enseñaron modales? —lo regañé harto de su aire deprimente.
—Perdón, solo estoy algo pensativo —Sebastian dejó caer el tenedor sobre el puré y posó su cabeza sobre la mesa.
—¿Y en qué piensas?
—Conocí a una chica en la fiesta, hermosa como ninguna otra, estudia en la escuela Fuji Oma.
—¿Y luego?
—Le dije que me esperara un momento en lo que daba el discurso, pero cuando regresé ya no estaba, la busqué por todos lados y nada, creo que me odia, o no sé. ¿Hice algo mal?
—¿Cómo lo voy a saber? No me dejaste ir a esa fiesta, además ¿qué importa? Seguramente jamás la volverás a ver en tu vida.
—No me entiendes Ciel —Sebastian hizo una pausa dubitativa. —Creo que estoy enamorado…
‹‹Tienes que estar bromeando››
—Fin del capítulo Uno—