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Red Lights por Sgtjo

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Notas del fanfic:

Pensé mucho si subir esto, pero la falta de lecturas de estos dos es deprimente.

Diez años desde que abrí word para escribir algo que no fueran cosas de la escuela, y aunque me siento MUY insegura, creo que está decente.

Hasta hace poco me puse a pensar en este tema, ojalá no haya quedado muy OOC y logren disfrutarlo.

Notas del capitulo:

Nunca he visto a Gai como algo más que un padre para Lee, el exceso de miel y adjetivos es meramente paternal <3

 

SÚPER LENTO Y SOFT, no me imagino ahorita descargando mi oscuridad en ellos.

Desde que lo conoció, supo que había llegado para darle un giro de 180 grados a la vida de su niño.

En realidad, no fue nada del otro mundo (o eso pensó en aquél entonces), pero especialmente hoy recuerda que cuando estuvieron frente a frente, a punto de comenzar el combate, se encendió un foco rojo que difícilmente pudo ignorar (aunque él no es especialmente un hombre de corazonadas).

Ocurrió demasiado rápido. Iniciaron la batalla y estaba confiado, seguro de que cada tarde de entrenamientos sería admirado. El panorama era alentador, pero en menos de un parpadeo las cosas se tornaron oscuras, luego completamente negras, y no se sintió él mismo cuando los médicos ninja se encargaron de hacérselo saber. Todo se salió de control y el sudor en las manos aún es perceptible cuando recuerda detalles de aquel día. La sensación de estar desfalleciendo, y pese a no ser conocido por rendirse (de hecho, es una palabra que nadie usaría jamás para describirle) escuchar a Tsunade ser tan dura y dar un tajante veredicto le hizo pensar que quizás, y solo quizás, las cosas no iban a ser tan sencillas esta vez.

Lo que más le costaba era mostrarle una vez más el dolor, a sabiendas de cuanto sacrificó para salir de ahí.

Tanto esperar por un milagro, tanto orar, tanto... ¿por nada?

A menudo se preguntaba qué hubiera pasado si no intervenía entre ellos.

¿Hasta dónde habría llegado el chico de la arena si no lo hubiese detenido?

Maito es un hombre que ha aprendido con los años y ha pasado por cosas difíciles ¡Dios sabe que si!, pero nada, ni siquiera las constantes muertes que se viven en el camino ninja, te preparan para ver a tu más brillante y grande orgullo apagarse lentamente porque le arrebatan el único sueño que posee desde que hace uso de razón.

Recostado entre mullidas sábanas le parecía una vela a punto de terminarse, con el pabilo húmedo entre restos de cera, que no sabe si seguir brillando estando tan cerca del fin.

Sabía que nada bueno iba a salir del dichoso foco rojo, pero ¿con ese motivo había llegado Gaara? ¿Para destruirle la vida? ¿Arruinarles la existencia a ambos?

Gai jamás había sentido algo tan desagradable dirigido a alguien. Nunca. Él no alberga rencores, no se considera esa clase de persona. Y la realidad, es que era la primera vez que sólo pensar en una figura pequeña y tan pálida le revolvía el estómago. Se sentía incorrecto el ácido que subía a su garganta, quizás lo era, pero no podía quitarse la sensación, aunque la evitara hábilmente.

Resultaba difícil creer que alguien tan joven pudiera poseer esa cantidad de maldad. Con frecuencia pensaba que lo había visto casi todo en la vida, pero la mirada de Gaara en el hospital lo abofeteaba, y le daba la sensación de que estaba equivocado.

Pero no todo era tan trágico ¿verdad? Su pupilo había demostrado ser esa esperanza que no muere, la determinación que nace de nada. Por años fue testigo de cómo las cosas más bonitas de la vida ocurren después de días tormentosos y difíciles, todo de la mano de ese muchacho de ojos tristes y espesas pestañas negras... Fue por eso que tomó la decisión de arriesgarse, apostarlo todo a la probabilidad y no dar vuelta atrás (ni siquiera lo hizo cuando el niño mostraba, en el pasado, su déficit de talento para ser ninja).

Supo que ahora más que nunca debía ser la inspiración y el apoyo.

Le aconsejó, como su maestro, como el padre orgulloso que siempre había considerado ser para él, y estuvo allí a cada segundo, dando todo, como siempre, porque Rock Lee no merecía menos que eso y se encargó de recordárselo en cada etapa de su vida.

La recuperación no fue fácil, aún rondan en su cabeza todas y cada una de las tardes en las que casualmente llegaba a la zona de entrenamiento ofreciéndole un reto más novedoso que el anterior. Los ojos se le llenaban de lágrimas cuando su pupilo comprendía que, de haber sido otra situación no serían cien lagartijas sino el triple, y aunque era nada comparado a lo que estaba acostumbrado, verlo asentir con la misma pasión, con el mismo fuego en la mirada, como si en realidad no hubiera pasado nada, era lo que le daba motivación para continuar.

Esos días pasaban más lentos, pero le permitían apreciar la dedicación y el esfuerzo que el pelinegro ponía en todo lo que hacía, lo que en primer lugar le hizo entregarse con tanta devoción en forma de tiempo y esfuerzo a la fierecilla que tenía por alumno. En su corazón amanecía una vez más después de la nube gris, pues las cosas encajaban y se acercaban a semejar las de antes...

No supo cómo, de un día a otro se distrajo (todo con Lee ocurre a la velocidad de un suspiro) y ocurrió lo inesperado.

Con lágrimas en los ojos vio llegar a su pupilo, brazo a brazo, codo a codo, con la persona que casi le arranca la vida.

Se mordió los labios.

¿Ahora se la debía?

La cercanía era casual y su movimiento al caminar coordinado; con las ropas maltrechas y las heridas superficiales parecerían un par de amigos regresando de un entrenamiento agotador.

Le escuchó gritarle en la lejanía, pensando que de momentos como esos en los poetas surgen frases como "el alumno ha superado al maestro"

Al verlo arrastrarse cada vez más cerca de la entrada de Konoha, confirmó que su Lee nunca sería capaz de odiar. Era educado, un alma dulce y respetuosa, con una sonrisa que aparentemente podía cambiar vidas. Se reprimió a si mismo por el sentimiento que alguna vez había albergado, por lo que decidió seguir adelante y dejar ese recuerdo maltrecho en el pasado (¿por qué un genjutsu es más fácil de disipar?).

Algo había hecho bien, pensó, con el estómago lleno de mariposas: 'creció según las expectativas'.

La tarde pasó demasiado tranquila después de todo el ajetreo que se había vivido en tan poco tiempo. La mayoría portaba una sonrisa reservada después de saber que los heridos en batalla se habían aferrado a vivir (¡su juventud era imparable!), y justo cuando empezaba a bajar la guardia y calmar su corazón entre tantas emociones, aún con el ruido de platos y muchos genin reunidos en un solo lugar, percibió el foco rojo una vez más haciendo de las suyas (esta vez no lo ignoró del todo); miró a su alrededor y fue discreto al fingir que no notaba cómo la mirada turquesa permanecía más tiempo de lo socialmente correcto en el rostro de Lee, mientras, él tan campante, relataba con emoción cómo es que el Kazekage había llegado convenientemente y justo a tiempo para enfrentar un enemigo que parecía no dar su brazo a torcer.

"¡Armas, armas con sus huesos! ¿pueden creerlo?"

Todos escuchaban emocionados mientras Maito tenía la cabeza hecha un berenjenal.

¿Era el único que notaba como en un lugar lleno de gente los ojos iban directamente a Lee? ¿Es que acaso Gaara tenía siempre así de intensa la mirada? ¿Había una razón para preocuparse?

No, no era eso. Lee de algún modo siempre había llamado la atención de las personas...

¿Entonces?

Tal vez simplemente no perderle de vista. Si. Con eso sería suficiente.

Probablemente estaba exagerando. Pero ya una vez había cometido el error de dejar pasar las señales, y Gai nunca tropieza con la misma piedra dos veces.

Así que siguió observando, de manera prudente y sin quebrar la confianza de que su alumno sabría cómo reaccionar en caso de ser necesarias otras medidas.

El tiempo pasó, casi no se notó cuando los días se convertían en semanas, las semanas en meses, y las cosas fueron tan evidentes que las visitas de Temari a Konoha parecían casuales si las comparaba con las que Lee comenzó a realizar a Tsuna.

La situación se le estaba resbalando de las manos.

La primera vez tenía la justificación escrita, la carta era muy específica después de todo: "Demostración de taijutsu para la academia de Tsunagakure". Incluso él estaba que no cabía de la emoción cuando la hokage brindó instrucciones para la petición recibida, redactada específicamente por el Kazekage. Obviamente Lee era la mejor opción para tal tarea ¡estaba tan capacitado que incluso en otras aldeas requerían de su trabajo duro como inspiración!

No dudó que su pupilo fuera a poner en alto el combate cuerpo a cuerpo, pero aun así se encargó días antes de ayudarlo a diseñar un riguroso entrenamiento para estar seguro que sus "alumnos" aprendieran lo adecuado y avanzaran en tiempo y forma.

El día llegó y lo vio partir, el team a su lado complacido de ver como cada uno brillaba a su manera. Gai y Lee, para variar, despidiéndose con una de sus escenas, aunque no fueran a durar más de una semana distanciados. Los días pasaron y casi acampó en la entrada para verlo regresar, con más energía que la que se había llevado, con la sonrisa el doble de ancho, platicando detalles como recién llegado de un paseo escolar.

"Gai-sensei, los chicos de la arena son tan curiosos y están tan llenos de juventud!", "Ten-Ten, deberías ver sus batallas, ¡serán grandes kunoichi en el futuro!", "No hay chicos poseedores de kekkei-genkai ahí, estoy seguro que quedarían sorprendidos al ver el tuyo, Neji! ¡La próxima vez vayamos juntos al restaurante principal de ahí!"

Verlos reunidos con esa familiaridad le hacía creer que no había pasado el tiempo. Las sonrisas en la mesa eran casi infantiles, inocentes, pero observar cómo se desenvolvían entre ellos, a diferencia de tiempo atrás cuando aún eran reticentes a formar lazos poderosos, le mostraba la realidad: los niños con los que se presentó hace tantos años atrás, ahora sólo eran un dulce recuerdo en su memoria.

Todo fue algarabía esa noche, una de esas ocasiones donde el equipo brillaba; donde cada uno iba encontrando su lugar.

El tema no fue olvidado, pero si encerrado en un cajón, y trató de no mostrase sorprendido cuando hubo una segunda petición exactamente igual a la primera (¡seguro habían quedado anonadados con la demostración de Lee!), casi seguida una tercera (¡hijo, demuéstrales de que es capaz la llama de la juventud!), luego una cuarta (¿acaso estaban reciclando la misma carta y sólo cambiaban la fecha?), una quinta en la que ya parecía una costumbre verlo perderse entre los árboles y gritarle frases motivacionales mientras se alejaba...

En la sexta ya era más como un hábito.

Y después de la décima, fue que lo notó.

No podía poner el dedo en el renglón para asegurar exactamente cómo, pero Lee era diferente, y no necesitaba ser la persona que más lo conocía en el mundo (aunque lo fuera), para notarlo.

La pregunta fue protagonista de sus pensamientos por varios días, afortunadamente, no tuvo que pasar más tiempo para encontrar las respuestas que, de ser necesario, le harían voltear el mundo de cabeza para obtenerlas.

Era una tarde ocupada como cualquier otra, caminaba despreocupadamente en los pasillos de la oficina de Tsunade a punto de entregar unos reportes cuando escuchó en forma de eco la voz que aún en otra aldea reconocería. Se alegró de encontrarse a su pupilo en el camino y apresuró su andar, pero cuando reparó que estaba charlando con alguien más, paró en seco.

No supo exactamente qué le orilló a esconderse tras un pilar, como si estuviera mal interrumpir lo que sea que estuviera pasando.

(¿Algo estaba pasando? Aparentemente sí.)

Al primero que vio fue Lee, de espaldas a donde él permanecía, su cabello negro danzando graciosamente. Hablaba rápido y tropezado, no con la propiedad que normalmente le dirigía a Gaara, o al menos, no la que recordaba. Movía los brazos en todas direcciones, emocionado, con la forma tan peculiar que tenía para ser un libro abierto, mientras el otro escuchaba atentamente con los brazos cruzados y asentía en movimientos suaves, cual libro cerrado, apenas una portada para imaginar qué pasa en el interior.

No había manera de escuchar lo que allí se decía, pero en si mismo ya era todo un acontecimiento, ver el ying y yang personificado por las marcadas diferencias que caracterizaban a ambos.

Estuvo así un buen rato, y cuando reparó en sí mismo se dio cuenta que había estado conteniendo la respiración y, al instante siguiente, podía escuchar su corazón retumbándole los oídos:

El Kazekage, demasiado joven como para tener una carga tan pesada sobre sus hombros, ahora sostenía, pero en sus manos, los vendados dedos de Lee de una manera casual, como si fuera una acción tan familiar como respirar. Le vio tomar la palabra, y aunque sólo era un movimiento de labios sabía que al hablar tenía ese tono autoritario y suave con el que realizaba todas sus acciones. Gai se sintió fuera de lugar y fue consciente del sonrojo que le calentó el rostro; no podía moverse, aunque lo quisiera, mucho menos cuando notó que las orejas de Lee, aun estando de espaldas, se coloreaban con ese tono que se le creaba tras haber dado quinientas vueltas a la aldea.

Permaneció boquiabierto, y al parpadear sintió que se había perdido de algo; lo que parecieron horas se convirtió en un instante mientras Lee salía disparado del lado contrario a donde él aguardaba, no sin antes hacer una pronunciada reverencia. El pelirrojo, siempre con cara de póker, entró lentamente en la oficina de Tsunade y el lugar quedó vacío, aunque aún tenía el aura de haber presenciado algo importante.

Emitió un sonoro suspiro, recargándose en la pared y mirando al atardecer que daba una hermosa vista de la aldea.

Gaara lo había reconocido, de eso no había duda. No era la máxima autoridad de su aldea únicamente por poseer el arma definitiva; sus habilidades eran más que obvias. Lee por su parte no había notado su presencia, pero había huido con una expresión en el rostro, que después de lo sucedido, era como la cereza al pastel.

(O más bien, como recibir el pastel en la cara.)

Sintió la risita nerviosa con tintes de histeria salir de sus labios: tal vez, después de tantas suposiciones, el foco rojo estaba revelando su razón de ser.

Escuchó la puerta de la oficina abrirse y pasos tranquilos uno tras otro, el choque de la suela con el piso de madera, que eran más fuertes a medida que se acercaban, hasta quedar a una distancia prudente de donde no había podido moverse ni un milímetro.

-Cuidaré de él-

Y la voz sonó tan profunda como segura, el portador apenas deteniéndose para después continuar su camino y la ocupada vida que probablemente llevaba.

Maito abrió los ojos (¿en qué momento los había cerrado?) y le observó alejarse con la misma templanza con la que se dirigió minutos antes, sin saber si gritar o llorar, hasta que permanecer ahí fue lo único que pudo hacer después de sentirse tan cercano a una taquicardia.

No habían sido necesarias más palabras. Las cartas estaban puestas sobre la mesa.

Aparentemente era el primero en saberlo y le agradecía por ello... Aunque sus puños apretándose parecieran contrariar era afirmación. Sentía algo parecido al coraje, como si le estuvieran arrancando una extremidad de su cuerpo; ardía y quemaba todo por dentro, pero al mismo tiempo no podía evitar sonreír y sentir unas intensas ganas de revolverle el cabello a Lee y abrazarlo hasta quebrarle los huesos, aunque seguro estaba ya muy lejos de ahí, preparando sus pertenencias para agarrar camino a Tsuna, el lugar al que llamaría hogar por la frecuencia de sus visitas, al que no tardaría en acostumbrarse.

Estaba bien sentirse de ese modo ¿verdad? Era normal. Gai había tenido al pelinegro llorando en sus brazos, lo había visto reír y no darse por vencido, lo había arropado cuando sufrió con su primer romance y ahora le veía ilusionarse con el más intenso que tendría...

Recordó el rostro con el que se había ido minutos atrás, y ya no le pareció el niño que estaba bajo su cobijo, ni el adolescente que le seguía en los entrenamientos más disparatados.

Ahora era un hombre, inocente, a veces ingenuo.

Pero jamás estúpido.

Si había permitido a Gaara la intimidad que, aparentemente, estaban desarrollando, es porque era lo mejor. Porque era el mejor. Maito le enseñó que no merecía menos que todo. Que su valor como shinobi y como persona, era incalculable; que sólo debía rodearse de aquello que le aportara en su vida, de aquello que lo hiciera genuinamente feliz.

Rio para sí mismo una vez más, ya menos histérico y más consciente de que, aunque su opinión fuera diferente, el mundo iba a seguir girando y él iba a ser testigo de cómo su niño emprendía el camino más complejo que había tenido en su corta vida.

El autoengaño no sirve, por supuesto que aún tenía dudas.

Pero no quedaba de otra.

Estaba seguro que el tiempo se iba a encargar de disiparlas.

 

Notas finales:

Comentarios súper apreciados.

Quédense en sus casas y cuídense mucho.

Xo


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