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Atemporal por Kaiku_kun

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Cuando se hizo de día, un rayo de sol decidió entrar por la ventana y abrasarme el muslo izquierdo. Eso me despertó y me di cuenta de que me había dormido. Y que durante la noche me había quedado en ropa interior, porque estaba sudando.


—Nunca he lavado ropa a mano —me dije, mientras me hacía a la idea de que íbamos a pasar semanas con la misma puñetera ropa—. Espero que el tiempo también pase lento para nuestra ropa o vamos a oler como cerdos en una cuadra en nada.


—Pues has acertado.


—¡Dana!


Inmediatamente me tapé hasta los ojos. ¡Me había visto semidesnuda! ¡¿Y cuándo se había abierto esa maldita puerta?!


—¡Perdón, te juro que no he visto nada! He llamado para abrir, pero no respondías. Quería avisarte de que es hora de bañarse.


Y un cuerno que no había visto nada, si había abierto y me había escuchado, porque estaba de lado a ella y no estaba tapada antes de que me percatara de su presencia. Qué manía tenía este sitio con acercarse con sigilo y asustarme.


—Vale, ahora voy. —Dana me saludó y se dispuso a irse, algo apurada—. ¡Espera! Oye… ¿Sobrevivís bien aquí? ¿No echáis de menos el exterior?


—Es una buena vida, yo estoy feliz aquí. De vez en cuando me apetece aprender cosas de cuando iba al instituto, pero…


Se la veía bastante convencida, pero ese «pero» me dio cierta impresión. Quizás esperaba salir algún día. ¿Y si su madre se lo estaba impidiendo?


—Vale, no digas más. Me he metido donde no me llaman.


Dana me sonrió y creí que todos mis problemas se habían volatilizado. «Mierda, ya conozco esta sensación…», me dije, recordando una experiencia de hace años.


Cuando salí de la casa ya estaba sola. Fuera había algunos de nuestros compañeros explorando. Circe me esperaba en el río, al lado del refugio, tal y como Ariadna y Dana habían prometido.


—Tendrás que desnudarte —me dijo. Me sonó a enfermera que te pide que te subas a la camilla.


—¿Del todo?


—Del todo. —Luego se dio cuenta de la pega que yo encontraba: había como ocho tíos en menos de diez metros a la redonda, incluyendo mi primo, que parecía desesperado por encontrar a Dana—. Ah, claro. Perdona. A los hombres no les ha causado tanto problema.


Circe alzó la mano y un círculo con letras griegas nos envolvió. Del propio aire aparecieron zarzas y densos arbustos de hasta dos metros.


—¿Son reales?


—No, es una ilusión. Los ves tú, los veo yo, los ven tus compañeros. Pero no intentes cruzarlos, o desaparecerán.


Seguía siendo una desconocida la que me estaba diciendo que me desnudara, pero una maga atemporal era mucho mejor que mi primo el ligón. Me giré de espaldas a ella, sentada en la hierba, me quité toda la ropa y probablemente ofendí a varios dioses y sus madres con la retahíla de tacos que solté cuando puse el primer pie en el agua.


—Tu padre ha dicho cosas muy parecidas cuando le ha tocado —se rio Circe.


—¿Qué hay que hacer ahora? Antes de que me convierta en cubito de hielo. —Miré mis piernas. El río apenas cubría las rodillas, y mucho menos el resto de mi cuerpo. Parecía que mis pechos intentaran apuntar hacia el cielo, del frío que estaba pasando.


—No te preocupes, el resto es cosa mía.


Pensaba que vería el círculo de letras griegas de nuevo, pero no pasó nada. Sólo pestañeé, y al abrir los ojos me encontraba completamente sumergida en el agua y boca abajo.


Salí de un salto, cubriéndome todo lo que pude con las manos.


—¡Joder, qué frío! ¿Qué ha pasado?


—Eres un salmón muy escurridizo.


—¿Qué? —pregunté, mientras tomaba mi camiseta para ponerme algo encima. Luego dejé caer el resto de la ropa y así de medio desnuda me encaré a Circe cuando me di cuenta de lo que había hecho—: ¡¿Me has transformado en salmón?!


—Es la única manera de seguir con el ritual —dijo con calma. Yo volví a tomar mi ropa—. Los humanos estamos contaminados con pensamientos turbios y egoísmo. Mi magia no proviene de nosotros, sino de la naturaleza, así que en naturaleza os tengo que convertir.


—Entiendo… —dije, cuando ya me sentía segura con toda mi ropa (mojada) puesta.


—Ve a calentarte en la hoguera, lo necesitarás. Pensaba que Dana te había dejado una toalla en tu habitación…


Me encogí de hombros, sin querer revelar la verdadera razón por la que ni siquiera sabía que había toalla. Luego me dije que era tonto: Circe era adivina, si quisiera me haría un escáner cerebral y adiós secreto de sumario.


Fui corriendo a la hoguera del refugio (que no era otra cosa que la chimenea donde habían cocinado verduras a la parrilla la noche anterior) sin mirar a nada y a nadie. Fue un gustazo darme cuenta de que la casa regulaba su temperatura para lo que necesitaba yo.


Hasta que no noté que cada rincón de mis capas de ropa estaba seco no alcé la cabeza del fuego. Acababa de entrar Guille, que parecía desesperado por algo.


—Oye, ¿pero qué te pasa?


—Que Dana y su madre no están.


—Estarán descansando, digo yo —repuse—. Deja a la chica en paz ya, que la acabas de conocer.


Guille se hizo el ofendidito, pero se sentó un rato a mi lado y me contó que había entrado dos veces antes y que estaba dormida junto al fuego, sentada con las piernas encogidas. Y ya era hora de comer.


—Este sitio es de locos, nunca te enteras de cuando pasan las cosas —me quejé.


La comida volvió a ser toda vegetal. Nadie protestaba. Mi padre y mi tío parecían más contentos. Y Dana y su madre no nos acompañaron esta vez, simplemente nos habían dejado la comida hecha. Yo no quería admitir que también notaba un poco la ausencia de la joven.


Los días pasaban muy rápido. El sol aparecía y desaparecía. No me daba cuenta de cuándo me quedaba dormida, a pesar de que sí soñaba. Circe me transformaba en salmón todas las mañanas y se reía porque quería salir del círculo mágico que creaba para mí. Al segundo día ya había aprendido a quitarme la ropa protegiéndome con una toalla para que ni ella me viera hasta que no me quedara más remedio.


Tampoco vimos a Dana y a su madre en un par de días. Circe me dijo en confianza que ocupaban bastante tiempo en un huerto que había al otro lado del río, detrás del bosque que había al lado de la cascada.


No pude evitar ir a echar un ojo por la noche, después de la cena. Nadie se había atrevido a explorar al otro lado del puente, por donde se suponía que había el camino de vuelta, por si Circe se volvía a enfadar. Pero nada más cruzar, bordeando el estanque, se llegaba rápidamente a un denso y oscuro bosque, a pesar de que parecía muy pequeño. Había frutos por todas partes. Se oían los pájaros cantar, aunque no sabía si eso era señal de que Circe había castigado a más gente (a pesar de que dijo que los devolvía a su forma para que aprendieran la lección).


Sin darme cuenta, llegué a un pequeño claro. No sería más que un círculo de diez metros de diámetro. Debería haberme dado algo de miedo estar tan expuesta con un bosque tan oscuro en plena noche, pero la luna tenía un aspecto radiante, los pájaros nocturnos seguían cantando alegremente y el claro me transmitía una profunda paz que comulgaba muy bien con la idea de que aquello era un balneario. Me senté en el centro.


Esta vez sí que vi a Circe acercarse.


—Ya veo que has encontrado este sitio. A veces también vengo aquí, a pensar en el tiempo que llevo en este mundo y las personas que han pasado por aquí.


—¿Ha habido más como Ariadna y Dana?


—Muchas más. Por desgracia, tener esta clase de magia me obliga a seguir viva, así que no sigo el transcurso natural de un ser humano.


—Eso es casi como ser un dios.


—Supongo, pero no me resulta agradable. Además, mis poderes se limitan a este sitio. Si dejara de ejercer esta magia todo el entorno perdería su vida y probablemente yo podría morir. Hasta ahora no he sido capaz de pensar en ello seriamente. Prefiero seguir educando a nuevos visitantes.


Era una postura razonable. Odiaba vivir en el mundo que vivía por personas opuestas a Circe.


—Por lo menos puedes hacer algo al respecto —dije.


—Me recuerdas un poco a Dana —se rio Circe—. A ella le gusta estar aquí porque puede hacer algo por los demás sin tener impedimentos. Ni que sea a poca escala. —Nombrar a Dana me hizo hacer una mueca rara—. Pronto volverán, por cierto. Se están tomando un descanso.


Suspiré. Circe, la adivina.


—¿Lo sabes?


—No hace falta ser yo para ello —dijo, repitiendo esa risita. El mundo tenía costumbre de soltarla sólo para mí, fuera dentro o fuera de ese lugar—. Sólo tienes que ser tú. Y desde luego, no seas tu primo.


—Ese tío está tonto —bufé.


Circe se acercó para darme la mano y ayudar a levantarme. Le hice caso. A pesar de que fuera prácticamente inmortal, no daba la sensación de ser una diosa más allá de cuando se cabreaba. No hacía falta que me dijera que nos dejaría ir cuando acabara el ritual, era evidente. Quién diría que las entidades con miles de años también pueden madurar. En otra época necesitó un cuchillo en el cuello para ello.


A pesar de lo que dijo Circe sobre Dana y su madre, no las vimos el día siguiente. Guille estaba empezando a perder el interés, pero necesitaba una forma de canalizar su hiperactividad, así que me ocupé de enseñarle el bosque de día, además de que descubrimos el huerto con montones de verduras, frutas y hortalizas distintas plantadas en un espacio casi tan grande como el propio bosque. Un árbol de mediano tamaño sobresalía de todos ellos. Era una higuera.


—Aún no están maduros —dije, al ver que Guille planeaba robar un par.


—¿Y cómo lo sabes?


—No lo sé. ¿Has comido higos recientemente en la comida o la cena?


—No.


—Pues ya está.


Pasamos el día trazando los límites del valle. El camino seguía bloqueado, obviamente, pero la colina que la delimitaba era un acantilado ya al inicio del huerto, y hacía de fondo y pared del mismo. A su izquierda estaba el bosque, luego la cascada en un lateral, con el río que cruzaba el valle, y la pradera hasta el final del valle. Formaba una curiosa U invertida.


Por la noche, volví a ir al claro del bosque. No es que no pudiera dormir, pero incluso cuando sólo éramos diez excursionistas me parecía que necesitaba no compartir los mismos espacios.


—Oh, Sara, no te esperaba aquí.


Me giré de repente. Dana acababa de aparecer en el claro.


—¡Dana! Vaya, apareces y desapareces como un fantasma… ¡Espera…!


Dana se rio de mí una vez más.


—No soy un fantasma, me has visto de día.


—¿Cómo es que no os hemos visto estos días? —dije, sin ninguna clase de tacto.


—Estábamos trabajando en el huerto, y luego descansando. El refugio es grande, tenemos espacios donde no nos molestan.


—Ya veo…


Me pareció que me metía en un cenagal, y ella no quiso seguir hablando de ello, así que cambié de tema.


—¿Conocías este sitio?


—Sí. Mis padres se enamoraron en este lugar. Cuando él murió, mi madre y yo volvimos y nos quedamos.


—Lo siento…


—¡No pasa nada! Vivo feliz aquí. Es un lugar muy pacífico para tener una vida gratificante, lejos del ruido dela ciudad.


Quizás fue la magia de Circe actuando sobre ese claro, o sobre mí misma, pero me salió todo de golpe:


—Me encanta este sitio. No dejo de pensar que me gustaría quedarme. Tampoco dejo de pensar que el mundo real no es mi sitio. No sé si es cobarde decidir que simplemente no quiero eso y me quedo aquí, pero… tengo más razones para quedarme aquí que no de volver a casa.


—Así que si te dejasen, ¿te quedarías?


Miré a Dana a los ojos, bastante nerviosa.


—Ni que no me dejasen. Es mi decisión.


Quizás otro de esos saltos ocurrió mientras miraba a Dana, porque de repente estaba sintiendo sus labios y si no consideraba que ese sitio era el cielo, ahora ya lo era.


Tampoco me enteré cuándo noté de nuevo el viento enfriar mis labios por la falta de contacto.


—Quizás esto es un poco de chantaje —admitió Dana—. Perdón, no quería…


—¡No, no! ¡No pasa nada! Yo… También me gustas. —Dana se toqueteó el pelo al oírlo con su sonrisa y a mi casi me da un infarto—. No es sólo por eso por lo que me gustaría quedarme. Aún tengo que pensar. Y tenemos más de una semana para estar juntas… si quieres.


Dana me sonrió aún más y esa vez sí que vi el beso venir. Y los todos los siguientes.


Decidimos volver por separado. No queríamos despertar sospechas… aún. Me figuraba que con lo pequeño que era el lugar, tarde o temprano todos lo sabrían. Especialmente porque cuando nos sentamos en la cena, yo no podía evitar cruzar miradas con Dana y poner cara de boba. Ella, en su lugar, sonreía como esperando a que alguien dijera algo gracioso, pero sabía que era por mí. Dormí lo más tranquila que he dormido en años, a pesar de que tenía tantas cosas en las que pensar y que recordar.


El agua seguía estando congelada cuando me tocó el baño.


—¡Me cago en…! ¿No tienes manera de crear aguas termales o algo? Para rematar el balneario —protesté a Circe, que estaba a mi espalda.


—Lo siento, mi magia se superpone a la naturaleza, pero no la modifica.


—¿Y entonces el refugio qué? Ahí sí hace calorcito.


—El refugio es lo que queda de mi enorme mansión en Eea. Antes era mucho más poderosa por sí misma.


—Ah. De eso ya no sé.


—¿Preparada?


—¿Puedo no estarlo? —suspiré. Circe me rio el comentario, todo se volvió negro por un segundo y me desperté empapada. Salí del río como si estuviera evitando un campo de minas y me puse la toalla—. ¿Me he movido mucho esta vez?


—Hoy no, nadabas como si el tiempo discurriera más lento —comentó.


—¿Es malo?


—No —dijo con calma—. Significa que tú también estás más tranquila. Estás encontrando tu camino.


Circe era una adivina, me iba repitiendo de vez en cuando. Pues claro que lo sabía.


—Es posible que decida quedarme —confesé—. ¿Podría?


—Nada te lo impide.


Mientras me vestía, me quedé pensando. A pesar de que no quería quedar del todo desconectada del mundo (porque seguía queriendo leer, por ejemplo), era de lo más atractivo quedarme. Vivir de la tierra, una vida sencilla, asustando a viajeros y pasando tiempo con Dana… Me seguía pareciendo que en cierto modo estaba huyendo, pero ahí fuera no era feliz. En ese lugar empezaba a serlo.


No le dije nada a Circe, aunque me figuré que lo sabría sólo con mirarme. Me despedí de ella hasta la mañana siguiente (pues era raro verla fuera de ese espacio de tiempo).


Ese mismo día, Dana quiso volver al bosque a pasar el rato, pero no fue eso lo que me alteró, sino que Guille cazara en una de esas ocasiones que hacíamos el tonto en la comida.


—Te gusta, ¿verdad?


—Sí, bueno…


—No pasa nada, primita, ya sabía que no tendría suerte. Además, si nos vamos a ir igualmente…


Ahí es donde me alteró. Mi primo no tenía ningún problema en que yo hubiera tenido un lío con Dana, pero ambas creíamos que aquello no era algo tan simple. No fui capaz de decirle lo que estaba pensando, quizás porque aún no me había decidido. Guille no dijo nada, y esperaba que su hiperactividad le hubiera provocado una falta de atención en ese instante.


Cuando llegué al claro mis pensamientos se habían dispersado ya: si me había alterado era porque quería quedarme, no por lo que Guille pensara de mí. Sólo me sentía nerviosa por cómo se lo diría al resto.


—Hola.


Evidentemente, ver a Dana me quitó todo de la cabeza de un plumazo. Me besó, yo la besé, nos atacamos a mimos y acabamos rodando haciendo la croqueta en el suelo en el más estilo película romántica sudada. Sólo bastó un «hola».


Rendida al amor y a mi propia decisión, la semana que nos quedaba pasó volando. Dana y yo dejamos de escondernos en cuanto Guille empezó a hablar más de la cuenta. Mi primo nunca había sido un experto en guardar secretos porque su hiperactividad le impedía mantenerse callado. No le culpaba, aunque había puesto la mirada de Ariadna, la de mi padre y la de mi tío sobre mí. Simplemente decidimos empezar a pasear y a pasar más tiempo juntas a la vista de todos.


Cuando el día de partir llegó, Circe se presentó encima del puente y nos reunimos todos a su alrededor.


—El ritual ha sido completado. El agua vuelve a ser pura. Vosotros casi no lo notáis, pero a mí me permite hacer cosas como la siguiente…


El agua del río se levantó como una ola e impactó en la curva de camino que había estado cerrada desde que nos secuestró. El agua simplemente hizo desaparecer toda roca y árbol como si un mago ilusionista de los comunes hubiera tirado de una capa y hubiera hecho desaparecer lo que había debajo.


—Sois libres de iros —sentenció Circe—. Espero que este tiempo en el valle os haya enseñado sobre el respeto a la naturaleza. Siempre que queráis, podréis volver.


El grupo empezó a desfilar, despidiéndose de las tres mujeres. Mis familiares se detuvieron nada más empezar porque yo ni siquiera había tomado la pequeña mochila que nos llevamos para ese lejano día de excursión.


Mi padre me miró y me abrazó:


—Sé que te vas a quedar. Me alegro de que por fin hayas encontrado tu camino.


—Te echaré de menos —le contesté, con la voz apagada—. Pero iré saliendo. Necesitaré unas cuantas cosas, ¿sabes? Que no me quiten mis libros.


—¡Si es que tenías que ser rata de biblioteca! —nos interrumpió Guille.


Después de un momento de comunión familiar, vi a todos marcharse. Dana me tomó de la mano mientras yo saludaba al grupo mientras se acercaba a la curva donde desaparecerían.


Cuando ya no les vi, me giré a las habitantes de mi nuevo hogar con una sonrisa.


—Gracias por aceptarme, ¿qué toca hacer hoy?


 


FIN


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