Los que buscan sencillez y perfección
Su vida era sencilla. Entrenar, luchar, matar, sobrevivir, comer y dormir. Los pilares de su simpleza. La situación en que se hallaba, no se sostenía por ninguno de esos pilares.
—Estás apretando —una vez anunció su queja, no supo qué esperaba obtener con ella.
—Lo sé —respondió su compañero.
—Ésto no me gusta.
—Haber ganado la apuesta que tú mismo pensaste —ante eso, decidió callarse.
En su opinión, pocas mujeres seguían usando corsé en esos días, pero si Camus pudo conseguir uno, no debía ser tan inusual. Aunque, por más que apretara, debía saber que jamás llegaría a tener la figura apropiada. Deathmask exhaló resignado, y se alegró de notar que aún podía respirar.
Camus tardó poco más en anudar la pieza y alejarse. Deathmask volteó a verlo.
—¿Pasamos la parte difícil? —inquirió.
—Si quieres verlo así, aunque tendrás que llevarlo puesto hasta que regresemos.
—Termina de una vez.
—Hm… —el pelirrojo pareció meditar—. Tendrás que llevar una falda.
—¡Habíamos dicho que no!
—Pero no puedo hacer milagros, Death, no se me ocurre otra forma de que el ancho de tus caderas siquiera se acerque al de tus hombros.
—… ¿Qué?
—No importa, llevarás una falda.
—No todas las mujeres son estéticamente perfectas, ¿sabes?
—Soy consciente, pero siendo justos, no todas las mujeres son hombres con ropa de más —Deathmask supuso que estaba acostumbrado a ese tipo de conversaciones, pues parecía demasiado seguro de sí mismo—. Lo primordial es cubrir lo que esté fuera de lugar. Luego ya ver qué tan guapa puedes ser.
—Espero que no tomes a Afrodita como punto de referencia.
—Doratefi también se quejaba mucho al principio.
Deathmask llevó los ojos al techo. No sabía quién había pensado ese nombre, pero siendo que Camus le dio la tarea de elegir el suyo, imaginaba que Afrodita ideó el anagrama. No pensaba hacer algo tan horrible con su nombre.
—¿Puedes encorvarte?
—¿Para?
Camus sacó un par de medias de su empaque, largas y finas. Deathmask negó.
—Bien —el pelirrojo quedó frente a su compañero y se arrodilló.
De ser otra la situación, quizás sería más emocionante para el caballero italiano, mas entendía que en ese momento su compañero solo estaba trabajando. Ahora, no entendía porqué ni cómo se metía tanto en el papel. No era una misión de vida o muerte, y el lugar al que irían seguro estaría pobremente iluminado de cualquier forma.
—¿Seguro que no sería mejor si tú lo haces? —ahora que se paraba a pensarlo, quizás Camus quería ser el que se vistiera de mujer, pero se apresuró a proponerle una manera «justa» de decidir.
Acuario arqueó una ceja.
—No me gusta hacerlo, así que asúmelo.
—Dices que no te gusta —Camus lo instó a ponerse de pie para que pudiera ponerle las medias completas—… Pero empezaba a creer que tienes un fetiche con ésto.
El francés, en un movimiento inesperado aunque lento, se puso de puntillas y mordió la oreja derecha de Deathmask. El italiano apenas se quejó.
—Quizás tenga un fetiche con ésto.
Deathmask rió.
—Entonces quieres hacerme lucir como una tía buena y cogerme cuando hayamos terminado de trabajar, ¿me equivoco?
—Casi —con un corto beso en los labios que dejó al italiano descolocado, Acuario se apartó—. Buscaré una falda.
Deathmask volvió a sentarse. Podía aguantar pasar medio día como mujer. Pero hasta que debieran salir y Camus se pusiera la chaqueta del traje, se contentaba con admirar su trasero mientras rebuscaba entre la ropa de la habitación.
Su vida era sencilla, después de todo. Tener un amante con el que ya llevaba algunos años de relación —a distancia— era algo que no esperó jamás, pero, podía aceptarlo.
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