—Sabes que nada es para siempre —dijo la mujer de cabellos dorados acercándose lentamente a él— debes dejarlo ir, ¿Crees que él estaría feliz al verte en este estado?
—Fuera de aquí —la respuesta del hombre reclinado en su silla detrás del escritorio era fría, casi con odio.
—¡Entiende que no me iré sin ti!
—No lo repetiré, ¡lárgate! —su tono de voz era más fuerte.
La tensión por la ira contenida de ambas personas se hacía notar en aquella oficina, que más que eso parecía un basurero, no porque el bote de basura esté tirado en medio y su contenido que no era más que papeles regados en todas partes, eso simplemente lo haría lucir desordenado. Más bien era por la gran cantidad de botellas de licor rotas, la mayoría de estas habían sido estrelladas contra una de las paredes blancas ahora con ciertas grietas y manchadas de lo que obviamente era el licor sobrante. Otro punto eran las cajas de cigarro y varias bolsas de comida echadas a perder encima a un lado del escritorio. Era un milagro que con todo el desorden y el mal olor en aquel lugar no hayan aparecido las ratas.
—Heero enserio lo lamento —finalmente había logrado llegar hasta el escritorio. Se reclinó suavemente apoyándose en su mano derecha para con la otra poder alcanzar el rostro ojeroso de su compañero—. Déjame ayudarte, no has salido en semanas de este lugar, necesitar asearte, comer y dormir.
—Si enserio querías ayudarme debiste dejarme ir con él.
—No me arrepiento de lo que hice, ese infeliz era una amenaza para la empresa —su mano fue alejada bruscamente.
Lo vio levantarse de su asiento y caminar a ella lentamente rodeando el escritorio sin dejar de verla. A pesar de tener cierto temor, mantuvo su postura esperando la cercanía que nunca llegó. Heero se detuvo a dos pasos de ella y salió de la oficina sin decir palabra alguna dejándola sola.
Llevaba casi una hora caminando desorientado, el alcohol no se quitaba con solo una caminata nocturna. A pesar de ser más de media noche, juraría que la luna opacada por algunas nubes guiaba su camino, las calles se le hacían conocidas así que no temía que le robasen, al fin y al cabo, parecía un vagabundo sin nada más que sus prendas.
A decir verdad, Heero tenía un malestar que en ese momento, más que físico era emocional. Pues una semana atrás había empezado a tener alucinaciones, se sentía extraño, tenía una constante angustia en el pecho. Creía escuchar el ruido de su celular como si le llamaran constantemente, pero cuando tomaba el aparato para contestar se daba cuenta de que este ni si quiera tenía batería. Sumado a eso se sentía observado.
Al darse cuenta de donde estaba su cuerpo se tensó, nuevamente creyó escuchar el tono de llamada, pero esta vez proveniente del interior de aquella casa reducida a escombros. Sin pensarlo dos veces se adentró rápidamente tratando de localizar el punto exacto del sonido.
Como siempre todo era una alucinación, el lugar estaba abandonado. Tenía que relajarse o se volvería loco. Nuevamente sus pies lo guiaron a la parte trasera del lugar, reconoció el pequeño jardín lleno de flores. A pesar del abandono se había mantenido verde, pero se podía distinguir la maleza que impedía el buen desarrollo de las flores.
Tomó asiento en el pasto que parecía estar húmedo gracias a la ligera lluvia que había caído apenas salió de la empresa.
Hace no más de un mes podía recordar que estaba en el mismo lugar viéndolo a él cuidar de sus amadas flores mientras su cachorro jugaba con una de sus pelotas de hule. Cerró los ojos tratando de recordar su sonrisa mientras quitaba la maleza para que sus flores tuviesen una mejor recepción de los nutrientes.
Heero no se había percatado de que sus lágrimas caían cada vez que lo recordaba. Siempre lo hacía a pesar de querer olvidarlo con el alcohol, era algo imposible. Al abrir los ojos su mirada viajó por todos los rincones que estaban a simple vista, recordando los grandes momentos que había vivido en ese lugar. Fue en ese momento que su mirada se encontró con otra que hace mucho no había visto.
Duo estaba sentado en medio del jardín viéndolo con aquella sonrisa que siempre amaba ver. Creyó ver otra alucinación nuevamente, pero parecía tan real. No sabía cómo reaccionar, su cuerpo no reaccionaba, el sentimiento de miedo se había apoderado de él. Sus lágrimas no paraban.
Heero aún estaba en shock, ¿cómo era posible? No podía formular palabra alguna. En ese instante vio a Duo ponerse de pie y caminar a él. Vio cómo se arrodillo junto a él y con sus manos limpió las lágrimas que habían calmado con su toque. Heero finalmente salió de su trance, no estaba alucinando, era real.
—Nunca fue mi intención hacerte llorar —dijo el ojivioleta viéndolo preocupado.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Heero un poco desorientado.
—Sabes que amo este lugar, hace mucho que no nos vemos, ¿No crees? —Duo se sentó a un lado sin dejar de verlo—. Además, creo que a ti también te había empezado a gustar —volvió a sonreír dejando a Heero aún más confundido.
—¿Extrañabas venir aquí tú también? — Esta vez Heero respondió con más seguridad desviando su vista al jardín descuidado.
—Por supuesto, siempre vengo a cuidar de mis preciosas, además, en este lugar siempre podía descansar de todo el estrés que se me acumulaba.
—Lo sé, sé que amabas cuidar de estas flores—. Heero había mencionado eso son una sonrisa nostálgica en sus labios, los recuerdos lo asaltaban nuevamente.
«Jamás olvidaría el curioso gusto de Duo, pero aún estaba enojado por lo que había hecho. Sin embargo, su amor por aquel trenzado era aún más.
En el pasado Duo se había enamorado de Heero y para su suerte, ese amor era correspondido. Sin duda fueron los mejores meses de su vida, sin contar lo que realmente había hecho enojar a Heero. Aunque la excusa de Duo fue siempre que era para ayudar a su hermana, Heero nunca le perdonó.
La noche cuando Duo se iba atrever a revelar su secreto y los motivos por lo que le ocultó la verdad a Heero, simplemente Reelena se le había adelantado dándole a Heero falsas razones e inculpándolo de un espía que filtraba los datos de la empresa.
Al final cuando no pudo acercarse a Heero. Fue ahí que, en un intento de aclarar su verdad llamó en repetidas ocasiones a Heero, pero sus llamadas nunca fueron contestadas. Lo único que pudo hacer en la última llamada fue dejarle un mensaje de voz rogándole que vaya a la cafetería a la que ambos asistían luego del trabajo, incluso le había pedido a Quatre que convenza a Heero de darle solo una oportunidad de explicarse. Duo lo esperó toda la tarde, incluso uno de los chicos que atendian tuvo que disculparse con él porque ya era hora de cerrar.
Heero nunca fue capaz de llegar, la razón fue simple, Reelena le había dicho que solo buscaría el modo de convencerlo, mostrándole documentos que inculpaban a Duo más de lo que se podría imaginar.
Esa noche fue el detonante del estado actual de Heero y cómo este se ahogaba en el arrepentimiento, incluso Quatre estaba sumido en su pena por no haber sido más hábil que Reelena para convencer a Heero de ir con Duo. Al día siguiente todos despertaron con la triste noticia de que Duo había sufrido un accidente.»
Ambos se encontraban en silencio por un buen rato sin decir palabra alguna. Heero necesitaba quedarse junto a él por más tiempo, su corazón se lo pedía, él mismo rogaba que no fuese un sueño. Había extrañado a Duo por mucho, quería tenerlo en sus brazos nuevamente, decirle que lo amaba, que sin él no podía seguir viviendo.
—Te necesito —se atrevió a decir sin poder contenerse más— sabes que me haces mucha falta— nuevamente las lágrimas sin previo aviso caían.
—También te necesito —Duo volvió su vista a él sonriendole nuevamente— te amo Heero, a pesar de todo yo siempre
—No lo digas, por favor, no me importa lo que hayas hecho —esta vez fue el turno de Heero de acercase a Duo y abrazarlo— solo quédate a mi lado, te amo Duo, por favor.
—Siempre estaré a tu lado, he dejado el pasado atrás Heero, y tú también debes hacerlo, podemos empezar de cero ambos, no te quiero ver sufrir, me duele verte así —Duo limpió nuevamente las lágrimas de Heero.
—No puedo
—Sé que lo harás, ahora que lo recuerdo, eres malo Heero, nunca fuiste a verme— un puchero se había formado en los labios del ojivioleta generando que Heero sonría débilmente.
Siempre se sintió culpable, pero estaba comprendiendo que no lo era, o al menos eso hacía denotar Duo. Poco a poco se dio cuenta que la calidez que su Duo siempre emitía no estaba. El momento le duró muy poco. Lo vio ponerse de pie y caminar hacia el jardín de maleza donde lo había visto sentado antes de acercarse.
Duo se dio la vuelta con una enorme sonrisa. Heero comprendió que debía irse, muy a su pesar también se puso de pie, frotó sus ojos por la comezón que las lágrimas habían causado. Al dirigir su vista en dirección de Duo este ya no se encontraba, trató de buscarlo en alguna parte de aquel jardín, pero no lo encontró.
Entonces entendió.
Cuando salió de aquel lugar más sobrio que antes, le dio una última vista susurrando un “Volveré” dándose la vuelta se alejó lentamente.