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Mascota por RLangdon

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La llegada de un nuevo día trajo soledad y tristeza al sobrio departamento. Tendido en el sofa y siendo sus parpados ilumimados con la luminosidad del alba, Sasuke bufó. Repetir la misma rutina comenzaba a cansarle, y días atrás había tomado la desición de regresar a su hogar. Pero no lo hizo. Porque en el fondo conservaba un atisbo de esperanza por encontrar a Naruto. O al menos eso se repetía día con día, además de recordarse con angustia el estado del Uzumaki.
 
Había solicitado todo tipo de información sin resultado alguno. Después de haber llegado a su destino, le había perdido el rastro por completo.
 
Existían centenas de lugares en los que podría estar Naruto, pero de nada le servía conjeturar a esas alturas.
 
¿Qué caso tenía?
 
Ya habían transcurrido dos meses sin hallar noticia alguna sobre su paradero. Y por lo que sabía Sasuke, el rubio ingenuo bien podría haber abandonado la ciudad en días previos y él no se daría por enterado. Detestaba su situación, asi como odiaba la ubicación de su estancia temporal, ya que, en su hipótesis por encontrarse prontamente con Naruto, había decidido alquilar un departamento situado a pocos metros del aeropuerto central. El ruido de los aviones era un asco, y el clima inestable lo era todavía más.
 
Lentamente fue incorporandose. Los zapatos estaban rezagados más allá del umbral de la puerta aledaña. Siempre había sido adepto a tener las cosas en orden, sin embargo, desde la ausencia de Naruto, nada era lo mismo.
 
Para cuando se detuvo frente al lavabo, los recuerdos empezaron a inundar su mente de nuevo.
 
-¿Y bien?, ¿Qué sabes hacer?- había preguntado con calculado desdén al chiquillo de revueltos cabellos dorados y expresivos ojos celestes. Viendolo de cerca le recordaba a una de aquellas pinturas renacentistas que plasmaban los delicados rasgos de un adonis.
 
-Yo...Emh...-  cada vez más nervioso, Naruto se apresuró a tomar el plumero de la mesa y lo deslizó torpemente por la superficie, simulando de manera pésima su falta de experiencia.
 
Sasuke se entretuvo mirándole por varios minutos, en los cuales, Naruto demostró no saber absolutamente nada de limpieza general. Su belleza era equiparable a su idiotez, pero extrañamente, el Uchiha no se sintió ofendido por la falta de experticia de su nuevo subordinado. El tenía otros planes en mente para él, el aseo no era más que una excusa barata para enmascarar sus verdaderas intenciones.
 
-Lustra mis zapatos.
 
Un jarrón se hizo añicos. Naruto se había girado bruscamente para ver a su interlocutor. Cuando reparó en el daño de su torpeza ya era muy tarde. No le quedo de otra que suplicar.
 
-Lo siento. De veras, lo siento- cerró los ojos y apretó los puños a los costados de su cuerpo. Sasuke se acercó en su dirección con pasos metódicos y mirada fría, su semblante inexpresivo mutó a uno de desconcierto. Sabía perfectamente qué uso darle a Naruto, lo que no comprendía era la razon de su repentina fijación hacia él. Y es que, desde que lo había visto desfilando entre los nuevos subordinados de su padre (y los cuales estaban destinados a formar parte de la servidumbre), no había podido dejar de mirarlo, de...desearlo.
 
-Ese jarrón fue un obsequio de mi madre, y su valor es inestimable- su voz se tornó laconica. -Además, no has hecho lo que te pedí. Lustra mis zapatos.
 
Naruto abrió poco a poco los ojos. Aceptó de buena gana el trapo y el envase de aceite, intercalando su mirada entre un objeto y otro.
 
¿Tan bajo había caído para arrodillarse frente a alguien más y humillarse de esa manera?
 
Quiso contener las lagrimas en tanto vertía el aceite sobre la tela. Apenas se había agachado un poco cuando Sasuke le pasó un utensilio por el cuello. Naruto reaccionó con miedo, se levantó rápidamente y se palpó el collar de cuero que le había sido colocado en su distracción.
 
-De ahora en adelante me servirás solo a mi. Y haras lo que me plazca- sentenció el Uchiha, momentos antes de acorralarlo contra la mesa para tomarlo por primera vez. Un acto que, con el paso del tiempo, se volvería una adicción más que necesidad.
 
**
 
Terminando de enjuagarse el rostro, Sasuke se observó fijamente en el espejo de baño. Su aspecto desaliñado, en conjunto con las ojeras, le daban un ligero parecido a Itachi.
 
Golpeó con fuerza descomunal el cristal, incrustrandose varios trozos de vidrio en el proceso, abriéndose heridas en los nudillos y ensuciando a su vez el labavo con su propia sangre.
 
Ya no lo soportaba más. Y lo peor de todo es que no podía culpar únicamente a Naruto por haberse alejado cuando más lo necesitaba a su lado. Debió construir un lazo afectivo entre ellos, pero todo lo que había logrado hasta el momento lo había hecho a base de amenazas. Inculcar miedo y obtener satisfacción sexual. Había tratado a Naruto poco menos que como una mascota diseñada para obedecer órdenes y permanecer cautivo.
 
Ciertamente jamás pensó en cambiar el rol que le había designado (Porque era un bastardo sin escrúpulos y amaba tener el control de todo), pero sopesó la idea de darle mayor libertad cuando se enteró que podía procrear (otra excusa barata incentivada a raíz del egoísmo inculcado por su padre).
 
Tratando de apaciguar su humor, fue a la nevera por una botella con agua. Posteriormente encendió el televisor y se dispuso a guardar sus cosas. No tenía caso que el continuara buscando de esa futil manera. Antes bien, regresaría a la mansión y contrataría algún detective para recaudar toda la información posible.
 
Estaba por cambiar el canal cuando lo vio. Naruto, sonriendo abiertamente mientras saludaba a los reporteros.
 
Sasuke permaneció absorto frente al televisor. Sin apenas parpadear, creyendo que se trataba de alguna ilusión creada por la falta de sueño. Naruto se encontraba de pie sobre una plataforma, y junto a él yacía un enigmatico joven de tez extremadamente pálida y cabellos negros como el carbon. El chico sonreía falsamente mientras se encargaba de firmar autografos en lo que parecía ser una especie de comité estudiantil. Era Naruto quién se encargaba de repartir las pancartas antes de que el tumulto de jovenes se abarrotara alrededor de la mesa del pelinegro.
 
La rabia se disparó por su sistema, pasando a través del torrente sanguineo y luego esparciendose por todo su ser.
 
Con la mandibula apretada y el ceño fruncido, se apresuró a tomar nota del lugar señalado en la cintilla y salió sin mirar atras. Tenía cuentas pendientes por ajustar.
 

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