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Percepción por rmone77

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Notas del capitulo:

—You vs them—

Kim acompañó a Do hasta que terminó dormido, sumido en la incertidumbre. Su secretaria estaba al tanto sobre el “problema”, no de los detalles, pero eso sería suficiente para justificarlo en el trabajo. A pesar de lo lamentable de su desempeño y de las constantes llamadas de atención, en ese instante, a Kim no le podía importar menos su futuro laboral. La jerarquización de sus ideales y objetivos ni siquiera había cambiado, simplemente fue abatida por entero por ese pequeño muchacho del que no tenía idea más allá de su nombre y sus escasas sonrisas.


Lo que lo despertó al día siguiente fue una mujer de mediana edad, de cabello corto y traje impecable de tonos azules. Un fuerte labial color vino hacía centrar la mirada en su rostro y, debido a eso, notó la expresión confusa cuando lo vio dentro, sentado a un costado de la cama. Se presentó como la madre de Do y a Kim le pareció que tenía rasgos similares al anciano que visitó junto al muchacho. Antes de las presentaciones respectivas, ingresó otra persona a la habitación. Esta vez era el retrato vivo, pero más envejecido, de Do. No tuvo que decirlo para que supiera que era su padre.


Kim se levantó de su asiento y aún con su aspecto desaliñado, el cabello un tanto desordenado y las ojeras pronunciadas un poco más de lo cotidiano, mantuvo una postura impecable, su presencia no pasó desapercibida y la formalidad fue íntegra en su presentación.


—   Kim JongIn, un viejo amigo de KyungSoo. ¿Y ustedes son…?


Kim extendió la mano esperando que ninguno de los dos le correspondiera el saludo. Decidió en un par de segundos que jugaría con la información que tenía. Sabía que ellos no tendrían forma de comprobar lo que dijese, pero tampoco refutarlo, puesto que no tenían ningún tipo de contacto con Do, según lo que le dijo éste, de al menos un par de años.


La mujer mostró claramente su sorpresa, pero el hombre intentó desafiarle cuando apretó su mano. Desde el primer momento y sin saber por qué, Kim sembró un profundo odio con la pareja. Quizá por lo que conocía de ambos, o por lo que desconocía. Prefería evitar las conjeturas, pero en ese instante le era imposible desconfiar un ápice de la palabra del chico.


Ninguno de los dos se acercó al lado de Do, sólo lo observaron desde diferentes distancias y, aunque la mujer hizo amago en sus pasos, bastó una mirada dura de su esposo para que se quedara en su sitio como un perro domesticado.


Justo cuando la pesadez del aire comenzaba a comerles la paciencia, la enfermera de turno se sumó a la reunión con la cortesía y soltura que la vestía y, con una actitud profesional, citó a los padres para hablar de la condición de su hijo.


Kim no se alarmó ni tuvo prisa por escuchar sobre ello, puesto que era muy probable que repitieran las mismas palabras que ya le habían sido comunicadas. Tampoco deseaba saber la opinión de ninguno de los dos porque, tal como le dijo Do en algún punto, la presencia de ambos era irrelevante para sus vidas.


Acarició la frente a penas sudorosa antes de dejarle por minutos, hablándole como si éste estuviese despierto, aguardando su regreso. Al salir de la habitación escuchó un sollozo femenino y una voz grave, alta, culpando a cada uno de los presentes por la situación. Seguramente el tema sobre el consumo de drogas había salido a la luz y los padres, ambos desconocedores y negligentes, tomaron la peor reacción. Su desinterés fue evidente, tanto que ni siquiera se tomó el tiempo de comprender la pelea, no hasta que el centro de la discusión rotó hacia otra persona, alguien que no estaba presente y del que tenía conciencia: el abuelo de Do.


—   Él tiene la culpa de lo que está sucediendo ahora. ¡Te lo dije! Ese anciano terminaría arruinándole la vida a nuestro hijo, a tu hijo, al que dejaste abandonado, al cuidado de un hombre senil que ni siquiera es capaz de recordarte.


El estruendo de una bofetada se escuchó en la amplia sala blanca en presencia del personal, de personas que visitaban a sus familiares, de la recepción y los ojos de todos se centraron en ellos. La mujer no necesitó decir más y no hubiese tenido oportunidad tampoco, puesto que el padre de Do se tocó la mejilla, bufó y se dio media vuelta, sin despedirse y sin intenciones aparentes de regresar. Una mano de consuelo se posó en el hombro de ella y fue la enfermera quien la guió a una salilla para calmarla o alejarla del barrullo.


Pasada gran parte de la tarde, Do abrió sus ojos por segunda vez. Resopló cansado, se removió como si estuviese adormilado en su cama, luego de un día agotador. Revivió en sus ojos la mirada perdida e indiferente con el mundo, pero se veía más niño aún, o a Kim le parecía por la apariencia completamente indefensa que mostraba.


Poco a poco empezó a reconocer el sitio en el que se encontraban, incluso a la mujer que lo miraba desde una esquina, sin decir una palabra, sin mostrar emoción en sus pupilas, o algún temblor de alivio. Do simplemente la evitó, la ignoró y la hizo desaparecer en su mente.


Intentó moverse, pero sintió las extremidades adoloridas, un martilleo sutil amenazaba con romperle el cráneo en algún lugar y las náuseas despertaron también, lentas, pero fuertes. No alcanzó a decir una palabra antes de vomitar el vacío de su estómago, más cansado aún, adormecido.


Los ojos femeninos no se han detuvieron ni por un instante y fueron capaces de captar cada movimiento de Kim, incluso la sutileza que tuvo en el trato con su hijo. Desconcertada, abandonó la habitación, enmudecida, y fue en ese momento, con las arcadas forzando la indemnidad de su garganta, en que habló por primera y última vez refiriéndose a ella.


—   No quiero volver a verla.


En el nuevo turno del personal se instaura un ambiente más calmado, silencioso, se observaban más cuidadosos en el trato con los pacientes, pero también menos habladores.


Do necesita de un medicamento directo en sus venas para poder calmar las náuseas que no le han dejado estar desde que despertó. Poco a poco se va calmando y su postura también se relaja. Por fin se puede recostar y respirar profundo, aunque con la boca casi seca. No se han dicho más que palabras triviales, de alivio, porque Kim no ha querido iniciar alguna charla más profunda con el muchacho en esa condición y duda si abrir la boca incluso en el ahora, porque lo ve abatido, apenas respirando. Empero Do tiene otras cosas en mente, muchas en realidad, que necesita decirle. Algunos recuerdos han vuelto como el dolor en su garganta, irritantes, difusos, pero nada es claro, no hay rostros, nombres, palabras, sólo un montón de masas que le generan profundo dolor.


Sujeta la mano de Kim, la presiona con mucha más fuerza que antes y repite exactamente las mismas palabras anteriores, un “lo siento”, forzando un deja vú en la mente de Kim. El tiempo parece congelarse por segundos, ambos se miran, aunque ninguno puede decir nada. La culpa se transforma en lágrimas rodando por las mejillas inexistentes, Do no sabe por qué llora y, aunque logra contener sus emociones más cruentas, cree sentir alivio al tener a Kim a su lado.


A primera hora del día siguiente la policía lo visita para obtener su versión. Aún en contra de lo que piensa Kim, el médico da su autorización tanto como Do, aunque éste último no aporta la información que esperaba reunir el par de hombres. No puede forzar a su mente a recordar nada y las vagas indicaciones y relatos que entrega son tan confusos que, más que ayudar, entorpecen la investigación. No puede afirmar o negar con seguridad a casi nada de las preguntas formuladas, excepto a una.


—   No. Bebo alcohol, fumo cigarrillos y sólo eso, no consumo ese tipo de drogas.


En contraste total con su apariencia, el tono de su voz, la seriedad y firmeza que mostró, hicieron tragar saliva al entrevistador. Hasta el médico joven, allí presente, se sintió incómodo por el prejuicio que había tenido antes con él. Kim, en cambio, sólo se sintió reconfortado. Era algo que ya sabía, pero al menos ahora las demás personas comenzarían a darle la credibilidad que le pertenecía.


Cuando volvieron a su intimidad y el muchacho parecía estar en el preámbulo de su sueño, repasaron la entrevista. Kim no quería ser insistente, sólo deseaba encontrar alguna pista que les fuese útil para hallar al responsable y sacar de todo peligro a Do.


—   ¿Qué es lo último que puedes recordar?


—   Aún si lo intento, no lo sé. Fui a clase, creo que almorcé con un par de compañeros y estudié en casa. Al día siguiente me levanté normal, pero no sé qué hice durante del día. No recuerdo nada más.


Cuando Do despertó en la madrugada, Kim no estaba. El enfermero de la mañana le entregó un mensaje que había dejado. Tenía que volver a su trabajo y arreglar un par de asuntos. Ya que no tenía su móvil, lo llamaría a la habitación si algo sucedía o se atrasaba.


Fuera de todo lo sucedido, Do se sentía en una especie de burbuja. Estaba siendo consentido sin pedirlo y toda la atención de Kim siempre estaba encima de él. Debido a que no recordaba nada, no había nada por lo que lamentarse tampoco y su cuerpo se iba recuperando. Al menos ya no sentía más que picoteos de dolor que desaparecían rápidamente con la analgesia. Estaba alimentándose bien, además, todo el mundo era cordial y amable.


—   Señor Do, tengo que tomarle unas muestras de sangre.


Nunca tuvo miedo a las agujas o a procedimientos así, por lo que la solicitud del enfermero le fue un tanto indiferente. El dolor de la aguja atravesando su piel fue el esperado, aunque la imagen se le hizo similar.


—   ¿Me han tomado muestras antes?


—   Sí, cuando ingresó. Queremos comparar los resultados y ver el avance del tratamiento.


La respuesta lo dejó conforme. A decir verdad, tenía varios recuerdos del hospital también, imágenes que no encajaban en nada más y que lo mantuvieron confuso un par de horas. Optó por el descanso antes de que su cabeza empezara a martillear de nuevo.


Despertó a las horas a causa de una pesadilla sobre su infancia. Exhaló con pesadez y se limpió el sudor de la frente. La habitación estaba en absoluto silencio y la luz incandescente del exterior daba algo de forma a los objetos que había. Intentó recordar lo que soñó y aunque sentía los hechos muy frescos en sus pupilas, no era capaz de describir nada. Estaba allí, la imagen, el recuerdo del sueño, sin embargo, no podría esclarecerla. Sentía que había un muro enorme entre sus recuerdos y su presente, algo que quizá él mismo estaba creando sin darse cuenta.


Se removió en la cama y se acurrucó bajo el ropaje blanco que le hizo extrañar los colores de su pequeño hogar. Intentó volver a dormirse con nulos resultados. Los sonidos del exterior, tanto como los de otras habitaciones, lo distraían, pero no eran lo suficientemente fuertes para impedirle el descanso. Se sentía ansioso y en sus manos percibía un vacío que lo volvía nostálgico.


—   Vuelve pronto, por favor.


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