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Mi amigo por Sorgin

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El sueño se había repetido de nuevo una vez más despertándole en mitad de la noche. La sensación de ansiedad volvía a aparecer en él. Miro el reloj digital de la mesilla y suspiro, aún eran las seis de la mañana. Aunque lo intentase no volvería a dormirse. Se sentó en el colchón y miro hacía la ventana. Una cama vacía y sin sábanas se encontraba a su derecha. Chasqueó la lengua levantándose.

Tras coger una tableta de chocolate de su mesilla de noche abrió la puerta de madera de cerezo con cuidado de no hacer ruido. Cruzo el pasillo enmoquetado con los pies descalzos. Sus pantalones de pijama largos y su camiseta sin mangas parecían piezas de un chándal de color negro. Con cuidado se deslizo por las escaleras hasta el piso superior. Atravesó el largo corredor hasta la gran puerta de contrachapado que empujó haciéndola crujir.

Se adentró en el interior de la estancia mordisqueando el chocolate. Había varios bancos de madera situados a ambos lados de un estrecho pasillo que conducía hasta un altar. Decorado con un ramo de flores delante y sobre él un libro de tapas verdosas. Tras él la imagen de una mujer de extraordinaria belleza con un bebe en brazos, captaba la atención del muchacho. La talla construida en escayola había sido policromada destacando el color dorado entre todos. Contra la piel sintió el frio de la plata del crucifijo que siempre llevaba consigo.

Lo apretó por encima de la tela y suspiro. El frio del suelo de azulejo le hacía temblar ligeramente; se sentía reconfortante. Camino hasta el altar y aparto a un lado el gran libro. Se subió de un ágil salto y estiro el cuerpo en su improvisada cama. Apoyó la cabeza en el volumen y cubrió sus ojos con el antebrazo mientras el otro descansaba sobre su vientre, dejando a un lado la envoltura vacía del dulce.

El timbre del orfanato sonó y un hombre de avanzada edad se dirigió a abrir la puerta. Frente a él se encontraban una asistenta social y un muchacho de cabellos rojizos que ocultaba sus ojos bajo unas gafas de forma redonda y una maleta mediana de color naranja. Se hizo a un lado para permitirles el paso. Sin intercambiar palabras, a excepción de las fórmulas típicas de cortesía, se dirigieron hasta el despacho del director. La mujer extendió varios documentos sobre la mesa, incluyendo el expediente.

- Vaya, vaya veo que has estado con varias familias de acogida. - Miro al muchacho que no levantaba la vista del suelo. - ¿Cuántas han sido? - Empezó a contar.

- Trece. - Contestó el muchacho como si no diese importancia al número.

- Sorprendente. - Dijo en un tono triste. - Y sin embargo aquí dice que no has sido capaz de adaptarte a ninguna de ellas. Con los que más duraste fueron dos años. ¿Sabes lo qué significa eso? - Preguntó dejando escapar un suspiro.

- Matt tiene ciertos problemas para adaptarse. - Contestó la asistenta. - Pero no es un mal chico. - El hombre volvió a mirar el expediente.

- Expulsado de cinco centros públicos, por peleas con compañeros. E incluso llegaste a agredir a un profesor. - Le observo buscando su mirada, pero no la encontró.

- Simplemente tiene demasiado carácter. - La mujer tragó saliva y no pudo aguantar

aquellos ojos negros que la taladraron con una mezcla de ternura y firmeza.

- Así que te llaman Matt. Bien Matt, ¿porque no me cuentas cuál es la razón para tus constantes peleas? - El muchacho no pronunció palabra. Simplemente se quitó las gafas y miro al anciano. - Comprendo. Bien debes saber, que nosotros no expulsamos a nadie.

Sinceramente espero que puedas encontrarte a gusto aquí. Será mejor que te acompañe a tu habitación.

Tan solo eran las siete y media de la mañana del primer sábado de vacaciones de verano. El hombre trato de tomar la maleta del pequeño, pero este se la arrebató de las manos, con cierto temor. La reacción no tomó por sorpresa al caballero que sonrió y acarició el cabello rojizo del menor tranquilizándole.

- Los desayunos en verano se dan entre las ocho y media y las diez. Durante el año son a las ocho y media en punto, pero como es verano somos más flexibles. - Le sonrió. - Además tenemos varias salas de juegos y talleres. Cursos de deportes y si te portas bien, podrás venir a las excursiones a la playa. - El hombre se paró frente a una puerta que tenía un nombre escrito con letras móviles. - Por lo general aquí se comparten las habitaciones de dos en dos.

Abrió la puerta y se sorprendió al encontrarse la cama deshecha. Hecho un rápido vistazo al final a ambos lados del pasillo, pero las luces aún estaban apagadas. Se acerco al adolescente y le ayudo a colocar sus cosas.

- Si necesitas lavar algo hay un cesto en el baño con el número de la habitación y la letra de la cama. Todos los días pasan por si necesitáis lavar. Pero las camas y la habitación debéis recogerlas por vosotros mismos. Ahora es verano y podéis ver la tele hasta la hora que queráis siempre y cuando no molestéis.

- Comprendo. - La asistente observaba en silencio la escena. Con ojo crítico revisaba la habitación mientras jugaba con la mano escondida en el bolsillo.

- Una cosa más tu compañero tiene algunas manías que espero que respetes. - El pelirrojo alzo la cabeza, sorprendido. - Las cortinas de esta habitación no se cierran durante la noche. – Su mirada se volvió triste durante un instante. - Os dejaré para que os despidáis.

El hombre salió de la habitación rumbo a la pequeña capilla situada en el piso superior del orfanato. Mientras en el interior de la instancia, el muchacho colocaba sus escasas pertenencias, en el lado vació del armario. La mujer se le acerco por la espalda y abrazo con fuerza al pequeño.

- No vuelvas a meterte en líos, ¿vale? Se que la gente a veces dice cosas pero, - Le giro y retiro las gafas con cuidado para mirarle a los ojos. - no debes creerlo. Eres precioso, no lo dudes nunca. - Volvió a abrazarle.

Se separo y se secó una traviesa lágrima que había escapado. Saco un objeto envuelto en papel de colores. El muchacho tomo el regalo y lo desenvolvió con cuidado. Se trataba de un juego para su videoconsola portátil. No pudo evitar sonreír era justo el que quería.

La mujer dejo varios paquetes de pilas sobre la cama antes de salir del lugar con paso acelerado. Aunque no lo había buscado, al final había tomado un gran cariño por el pequeño del que llevaba su seguimiento desde que fue abandonado con dos meses de vida.

El director de la institución subió con tranquilidad las escaleras hasta la pequeña capilla de estilo gótico. Abrió con cuidado la puerta y observo con atención el interior, una presencia sobre el altar atrajo su atención. Era el único muchacho que podía conciliar el sueño en un lugar que a los demás atemorizaba, por su austeridad e incomprensión. La capilla cristiana era un lugar poco visitado por los niños que preferían olvidar sus oraciones por sus juegos.

Sin embargo, aquel pequeño era asiduo al lugar, tanto así que tendía a desaparecer durante las noches para ir a aquel frío templo. Tratando de no hacer ruido se dirigió hasta el muchacho que sonrió al sentir su presencia; sin embargo, no cambió su posición.

- ¿Esperas ser sacrificado Isaac? - Pregunto irónicamente cruzando los brazos. - Supongo que sabes que lo que estás haciendo podría considerarse una blasfemia.

- Solo estaba durmiendo. - Su sonrisa se amplió.

- Sobre al atar de una iglesia. - El hombre suspiro. - Mello, tienes que dejar de escaparte de tu habitación en mitad de la noche. Podrías ponerte enfermo.

- Te preocupas demasiado Roger. - Dijo bajando de la mesa. - Solo necesitaba un momento en silencio. - El hombre le dirigió una mirada de preocupación.

- ¿De nuevo el mismo sueño? - El pequeño le dirigió una despreocupada sonrisa demasiado fingida. - Sabes que la puerta de mi cuarto jamás está cerrada. Te lo dije una vez y te lo repito. Puedes venir a la hora que desees.

- Eres muy amable Roger, pero no eres mi tipo. - El hombre no pudo evitar sonreír al pícaro muchacho que disfrutaba mal interpretándole.

- Tu compañero de habitación ya ha llegado. Se llama Matt. Ve a saludarle. – El muchacho arrugo la nariz.

- ¿Por qué lo has metido conmigo?, había otra habitación libre.

- Lo sé. Pero me parece que estará mejor contigo. - El muchacho le lanzo una inquisidora mirada. - Digamos que tenéis mucho en común. - Con una altanera mueca el joven abandono el lugar.

El muchacho pelirrojo acabo de desempacar sus cosas y salió de la habitación dispuesto a conocer el lugar. Camino sin rumbo fijo jugando con la consola portátil mientras miraba disimuladamente las diferentes habitaciones donde niños pequeños y adolescentes compartían juegos. Su vista se fijo en un muchacho de pequeña envergadura y el cabello blanquecino. Sentado en una esquina solitaria, alejado del bullicio se encontraba tratando de montar un complicado juego de cartas. Sus ojos se clavaron en él.

Su cabello rubio ondeo despeinado mientras saltaba las escaleras para bajar más deprisa. Atravesó el pasillo de vuelta a su habitación. Por el camino observo que una de las puertas, perteneciente a la habitación de juegos se encontraba abierta y no pudo reprimir la curiosidad. Giro la cara y vio un tumulto de niños gritando mientras jugaban. Apartado de ellos estaba un muchacho albino construyendo un gran castillo de naipes.

Apenas le faltaban unas cartas para acabar. Se acerco a él y con un simple golpe sobre la mesa cerca de la base de la construcción, ésta se vino abajo. El peliblanco se quedó con las manos en alto aun sujetando las dos últimas cartas. Pero no se inmutó ante el otro, sino que volvió a empezar, como si nada hubiese pasado.

Mello le dirigió una mirada desafiante y se apoyó unos segundos sobre la mesa antes de decidir marcharse. Cada vez que le veía sucedía lo mismo; la sola presenciad de ese pequeño le sacaba de quicio. Y aunque a la vista del resto su odio fuese irracional, para él estaba más que justificado. Sus pasos fueron interceptados por un muchazo pelirrojo que se interpuso en su camino.

- ¿Deberías disculparte con él? - Mello le miro sorprendido. - Él no te ha hecho nada y tú le has estropeado el juego. Por eso debes disculparte.

- ¿Y qué pasará si no lo hago? - El pelirrojo dejo la videoconsola sobre la mesa.

- Si no tienes modales, sería bueno que alguien te los enseñase. – Respondió arremangándose.

- Y supongo que ese alguien serás tú, ¿no? - Pregunto mofándose.

- Exactamente. - Se arrojó contra su rival con el puño en alto, pero este simplemente giro su cadera para esquivarle con suma facilidad.

- Princesa vas a tener que ser más rápida si quieres cogerme. - Rió mientras el pelirrojo retomaba su ataque. Esta vez el impacto llego, sorprendiendo al rubio que rodó por el suelo. - ¿Así qué tú eres Matt? - Bufó.

- Sabes me resulta incómodo no saber el nombre de alguien qué conoce el mío. - El rubio se arrojó sobre él, pero su ataque fue invertido y quedo aprisionado en el suelo, con las muñecas sujetas por el otro. - Aún no me has dicho tu nombre. - Le recordó.

- Mello. - Contesto el albino colocando las cartas y distrayendo al pelirrojo. El rubio aprovecho ese escaso momento de confusión para liberarse y empujar al otro con un puñetazo en el rostro.

Las gafas salieron volando y quedaron tendidas a varios metros. El golpe no solo consiguió derribarle a él, sino que cayó sobre la silla que ocupaba el peliblanco tirándole al suelo. Preocupado el pelirrojo le ayudo a levantarse. La mayoría de los niños pararon de jugar para mirarlos.

-Tiene los ojos morados. - Comenzaron a cuchichear los muchachos cercanos a ellos.

- Es un problemático. - Susurró una niña pequeña que se escondió tras un gran peluche.

- Acaba de llegar y ya se cree el dueño de esto. - Dijo uno un poco más mayor.

- Deberíamos enseñarle cuál es su puesto. - Algunos muchachos se acercaron a él, para golpearle.

- ¿Quién se ha creído que es para insultar a Mello? - Dijeron algunas chicas. Por su parte el rubio tomo una chocolatina de las mesas y la abrió. Mordisqueó el dulce mientras su mirada entornada estudiaba al pelirrojo.

Matt desvió la mirada al piso. Deseaba salir corriendo de aquel lugar y esconderse en lo más profundo de aquel entramado de habitaciones y pasillos. No había deseado ese resultado. No quería meterse en líos, simplemente odiaba que se abusara de los débiles.

Una cálida sustancia se deslizo por su rostro y tuvo que cubrirse la nariz con la mano al sentir el sabor de la sangre en su boca. El puñetazo que le había propinado había sido más fuerte de lo que había creído. Varios muchachos se abalanzaron sobre él. El pequeño albino, al que había defendido, levantó la cabeza para mirarle al notar como algunas gotas rojizas habían salpicado su inmaculado pijama blanco. El muchacho rubio miro la escena con los ojos desorbitados y un profundo y desgarrador grito salió de su garganta antes de caer de rodillas sujetándose la cabeza con ambas manos. Las lágrimas rodaron por su rostro mientras incomprensibles palabras huían de sus labios mordidos.

- Mello, ¿qué te pasa? - Pregunto un muchacho de largo cabello negro acercándose al rubio. Lo tomo entre sus brazos intentándole hacerle reaccionar, pero estaba fuera de sí. -

- ¿Qué le has hecho maldito engendro?

- ¿Yo? - Se auto señalo Matt sorprendido. El pequeño de pelo blanco le obsequio con un pañuelo con el que detuvo su hemorragia. - Yo no he hecho nada.

- Claro que sí ojos de demonio. Eres un come monstruo come niños. Seguro que has hechizado a Mello para comerte su alma. - El pelirrojo le miraba con la boca abierta. Quería defenderse, pero no le dejarían. Una pesada pieza de un juego de construcción salió volando, golpeándole la cabeza.

El impacto le hizo caer al suelo una vez más, mareado. Un fuerte pisotón en su estómago le hizo saber que su tortura apenas comenzaba. Siempre sucedía lo mismo cuando los demás niños descubrían su color de ojos. Malditos cuentos de demonios de ojos violetas que comían las almas de los niños. Le sujetaron las extremidades para que no pudiese defenderse.

- Trae el compás. - Ordeno un muchacho de unos doce años. - ¿Recordáis lo que decía el cuento? Si queremos librarnos de sus poderes tenemos que sacarle los ojos. – Sudores fríos recorrieron la espalda de Matt en un desesperado intento de supervivencia.

- ¿Qué demonios creéis qué estáis haciendo? - Grito asustada una profesora atraída por el revuelo y los ruegos de un pequeño albino, que se escondía tras ella. Matt suspiro aliviado al ver como el muchacho al que había protegido salió en busca de ayuda.

La presión que ejercían sobre él sus captores fue mermando hasta permitirle escapar. Con rápidos movimientos recogió sus gafas, la videoconsola y se dirigió a la puerta de la habitación. La mujer que le había salvado se encontraba agachada sujetando al rubio que no dejaba de llorar, meciéndose, apretándose las rodillas contra el pecho.

- ¿A dónde crees qué vas? - La mujer tomo el cuerpo de Mello en brazos con un gran esfuerzo y se acercó hasta Matt. - Sígueme hasta la enfermaría y vosotros- Se giró clavando sus penetrantes ojos marrones en los niños que tragaron saliva. - Supongo que os sentiréis orgullosos de lo que ibais a hacer.

La enfermería no quedaba lejos de allí. Salió de la habitación con el pelirrojo a su lado y el pequeño albino siguiendo sus pasos. Tambaleándose bajo el peso del pequeño de trece años, que estaba desmayado. La enfermera los miro asustada y ayudo a la profesora a ponerlo sobre la cama. Lo reviso y su mirada se tornó severa.

- Está muy asustado. - Hizo una seña al pelirrojo para que se acercará y poder revisarlo. - Levántate la camiseta. - Algunos moratones empezaban a surgir en la piel. - Primer día y ya te has pegado. No es una buena media, ¿no crees? - El muchacho no contesto.

- No fue él quien empezó. - Contesto el albino sorprendiendo al resto que no se habían percatado de su presencia.

- ¡Near! - Exclamó la profesora casi saltando. - Se me había olvidado de que estabas ahí.

Anda acompáñame al despacho supongo que el director querrá saber lo que ha sucedido. - La mujer salió de la enfermería sujetando al pequeño de los hombros.

La enfermera metió entre las sábanas el cuerpo agitado de Mello colocándole un paño de agua fría sobre la frente. Después se acercó al pelirrojo. Extendió una pasta transparente y fría sobe sus manos y se la aplico por las zonas doloridas con cuidado. El pequeño se quejó levemente.

- ¿Se pondrá bien? - Preguntó echando un rápido vistazo al rubio que temblaba.

- Es un chico fuerte. Se recuperará y en pocas horas seguro que le ves haciendo de las suyas. - Contesto la mujer de grandes caderas y sonrisa bonachona. - Ahora por qué no te tumbas un rato y descansas. Voy a ir a por un poco de chocolate, pero no te preocupes, vuelvo en seguida.

La puerta se cerró dejándoles solos en la habitación. Con cuidado se acerco a la cama del durmiente y aparto unos mechones rebeldes del flequillo húmedo. Le observó detenidamente durante unos breves instantes. Su rostro se encontraba contraído, pero aun así su atractivo era más que evidente. Su piel sedosa tostada por el sol estaba perlada por el sudor y su cabello rubio se pegaba a su piel dándole un aspecto angelical. No pudo evitar acercarse a esos labios sonrosados y dejar sobre ellos un tierno beso, que supo a azúcar.

El frío invernal había logrado cuajar la nieve que reposaba en la calle, atrayendo la atención del pequeño de cinco años. Sorprendido por el blanquecino paisaje pegaba sus diminutas manos contra el cristal del ventanal y en algunas ocasiones incluso su nariz. Sus risas inundaron la habitación contagiándose a sus progenitores. La mujer de largos cabellos dorados clavo sus profundos ojos azules en él.

Dejó la taza de té sobre el aparador tras intercambiar una significativa mirada con su esposo y se dirigió al dormitorio. Regreso a los pocos segundos cargando tres abrigos. El pequeño desvió los ojos ilusionados y corrió hasta ella. La mujer le sentó sobre una butaca y le calzo las botas de goma, mientras su hijo jugaba con el rosario de cuentas rojas. Le puso el abrigo y se apartó para que su marido le colocase los guantes de color blanco a juego de la bufanda y el gorro.

El hombre de cabello negro tendió la mano al pequeño y le acompañó hasta la puerta, ya abrigado con una levita de cuero negro. La mujer les esperaba en ella con un abrigo marrón de estilo ruso. Salieron a la calle y caminaron jugando con el pequeño hasta el parque situado en frente de su casa. Las manos del niño se hundieron en la blanca nieve formando bolas que arrojo con alegría a sus mayores.

Una de las ellas se equivocó de objetivo e impacto contra el rostro de un muchacho. Los ojos negros del joven hicieron que el pequeño se escondiese tras el abrigo de su madre que se disculpó con una grata sonrisa. El joven la devolvió el gesto estrechando su mano, acercando su piel a la ajena.

La mujer callo de rodillas sujetándose el estómago mientras la pura nieve se teñía de bermellón. El pequeño que aún sujetaba la punta de su abrigo sintió como éste se escapaba de entre sus dedos. Sus pequeños ojos se desviaron hasta las manos que miraba sin comprender. Su padre cruzo por su lado para arrojarse contra el agresor al que golpeó en la mejilla haciéndole tambalearse.

Un ruido seco le hizo mirar al frente y ver el cuerpo de su padre tendido sobre el piso, con el filo del metal atravesando su pecho. Sus pequeños guantes se empaparon de la cálida sangre que manaba de la herida mientras agitaba a la mujer tratando de despertarla de ese oscuro sueño en el que se sumió, dejándole completamente solo.

Una fría mano se posó sobre su hombro asustándole. Aquel que le había arrebatado todo en tan solo un segundo le sonreía empapado de aquel rojizo líquido. La nieve caía cubriendo los cuerpos, tan blanca y pura cubriendo el crimen cometido con una falsa sensación de paz y melancolía.

Abrió pesadamente los ojos azules con una amarga sensación en su estómago. Trató de recostarse, pero una mano se apoyó sobre su hombro impidiéndoselo. El pelirrojo se encontraba de pies junto a él. Sus gafas redondas ocultaban su mirada y Mello no pudo evitar sonreír. Se llevó la mano a la cabeza y toco la fría toalla que estaba casi seca. Se la quito con un movimiento cansado y volvió a cerrar los ojos.

- ¿Qué haces aquí? - Pregunto suspirando.

- Supongo que vengo a por tu alma.

- ¿Eh? - Preguntó mirándole de reojo. Matt se quitó las gafas y se las coloco sobre la cabeza dejando a la vista sus ojos.

- Violetas. - Sonrió Mello. - Aunque sea mi color favorito no por eso vas a empezar a caerme bien. Me has golpeado. - Apuntó.

- Y tú a mí. Así que supongo que estamos en paz. - Aclaró.

-Tú puede, pero yo…no. Nunca estaré en paz. - El pelirrojo recorrió la estancia con la mirada mordiéndose los labios en un intento de aplacar su curiosidad.

- Antes, ¿qué te paso? - Pregunto con aire distraído. - Generalmente los niños se asustan de mis rasgos. Pero tu no. Fue otra cosa lo que te hizo gritar.

- ¿Tus rasgos? - Se apoyó sobre un hombro para mirarle mejor. - ¿Qué les pasa? - Desvió el tema de conversación.

- Son diferentes. Puede que haya personas con los ojos violetas. Pero en mi caso, son demasiado…como decirlo, vistosos. - Suspiro malhumorado. - Además esos estúpidos cuentos con demonios de ojos malvas no ayudan a mejorar mis relaciones con los demás.

- Cuentos de demonios de ojos malvas. - Su tono sonaba melancólico. - Recuerdo que una profesora contó una vez algo así. Monstruos con apariencia humana y alas negras en la espalada. Los ángeles que entraban en las habitaciones de los niños a medianoche para devorar sus tiernas almas. - El pelirrojo resopló y la dulce risa de Mello se hizo presente.

- ¿Es qué ese puñetero cuento es universal? -Preguntó con fastidio. - Elisabeth Tylor tenía los ojos violetas y nadie se metió con ella por eso.

- A mí me gusta ese cuento. - El pelirrojo le miro sorprendido. - Puede que algún día te cuente mi versión.

- Si quieres cuentos Mello se sabe un montón. - Dijo Roger desde la puerta con una sonrisa. - ¿Estáis mejor? -Se acerco para revisarles de cerca.

- Me sentiría mejor con una tableta de chocolate en la boca. - El anciano revolvió el cabello del rubio de manera paternal.

- Así que ya habéis tomado primer contacto. - Suspiro resignado. - ¿Por qué tienes qué pegarte con cada persona que entra en esta institución, Mello?

- Vamos no te lo tomes así Roger, digamos que es…mi manera de hacer amigos. - Su risa infantil resonó en la habitación. El hombre dirigió la mirada al cielo mientras el pelirrojo le miraba sin comprender.

- Espero que comprendáis que voy a tener que castigaros por lo de esta tarde. Todos los que estuvisteis implicados en el alboroto debéis ser sancionados. - Matizo. - Después hablaré con vuestros compañeros. - Su voz sonaba terriblemente agotada. - He estado hablando con Near, pero no me ha sabido decir quien empezó la pelea. ¿Me daréis alguna pista?

- Fui yo. - Contesto el rubio sin darle tiempo a su compañero a reaccionar. - Molesté al mocoso y éste tonto se ofreció a enseñarme modales.

- ¿Es cierto Matt? - El pelirrojo abrió la boca, sorprendido por la franqueza del otro.

- Si, pero…- Apenas atino a balbucear.

- La violencia no lleva a nada muchachos. - Citó. - Solo con el esfuerzo y el trabajo duro podréis convertiros en personas de provecho el día de mañana. ¿Comprendéis lo que quiero decir?

- Que el único que tiene derecho a darnos una azotaina aquí eres tú. - Sentenció Mello. - Y si volvemos a usar las manos para pelearnos nos picara el culo una semana. – Acabó con una pícara sonrisa.

- Gracias por tu traducción al idioma cromañón.

- De nada. - Contestó con fingida inocencia.

- Esta noche dormiréis aquí y mañana empezaréis con vuestro castigo. Limpiareis la biblioteca.

 

Y así con una pelea, una discusión y varias risas los pequeños se dieron mutuamente la mano y comenzaron, lo que no sabían que sería una gran amistad.


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