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Canción para un esposo triste...
La penumbra envolvía la sala de forma absoluta, o por lo menos, eso fue lo que pensó Rogers, que sentado en el sofá frente a la puerta de entrada no podía ver nada. Aunque ese detalle realmente no le molestaba, se preguntó si su sala de estar siempre había estado tan oscura en las noches, o si solo era un reflejo de cómo se sentía en aquel momento. Pensar aquello en un momento como ese era absurdo, lo sabía; pero era mucho mejor que pensar en lo que estaba a punto de hacer. Peter y Sarah dormían en sus respectivas habitaciones en el segundo piso, así que no serían impedimento para su charla. Además, siendo casi la una de la madrugada, era muy difícil que alguno se despertara.
De pronto, el silencio y la penumbra se desvanecieron cuando el reflejo de unas luces entró por la ventana y escuchó el sonido de un auto estacionando: Tony había llegado.
Se irguió mejor en el sillón, pero no sé atrevió a ponerse de pie, pues no estaba seguro de que sus piernas no temblaran. Escuchó el tecleo de la clave de acceso siendo ingresada, y la puerta se abrió dando lugar a un sonriente Stark, quien borró su alegría en cuanto divisó a Steve tras encender la luz.
—¿Steve?
—Te estaba esperando.
—¿Qué estás haciendo ahí?
—Los niños ya se fueron a dormir y... me gustaría que hablemos.
Tony cerró la puerta tras de sí luciendo tembloroso, asustado. Algo extraño de ver en Anthony Stark.
—No lo sé Steve, estoy un poco cansado. — intentó disimular su nerviosismo, volver a su habitual confianza, pero no lo lograba. —Quizás mañana.
La resolución de Steve falló por un momento. Sus ganas de ignorar todo, cerrar los ojos y hacerse el desentendido crecían a cada momento. Quería seguir fingiendo que Tony le amaba, que Tony le adoraba como el primer día en que hicieron el amor... quería seguir fingiendo que su esposo no tenía a alguien más. Y Steve sabía que Stark jamás le dejaría si se lo pedía, si fingía que nada sucedía. Todo podía quedar ahí, ellos podían fingir.
Pero eso no era justo para ninguno de los dos.
—No trates de evitar la situación como otras veces—dijo firme, o eso intentó. —Por favor...
—No sé de qué "situación" hablas, Rogers.
Steve soltó una sonrisa triste, desolado.
—Tony, por favor, si crees que no se que pasa, es que no lograste conocerme durante todos estos años. Y eso es bastante doloroso.
9 años y 11 meses de matrimonio; apenas faltaba una semana para celebrar su décimo aniversario. A decir verdad, había pensado mucho en sí esperar o no pero, ¿de que valía eso ya? Sería una celebración vacía, sin alma. No valía de nada. Aquel matrimonio se había terminado. Las señales fueron claras aunque él no las quiso ver hasta tiempo después.
Él había perdido el amor que otra persona ya poseía.
Recordar que Tony lo amó una vez como ahora estaba amando a esa persona era quizás lo que más le dolía. Porque él pensó que podría ser dueño de ese amor por toda la vida. Porque se pensó que podría cambiar al playboy más famoso del mundo, pero se equivocó enormemente. Ya podía escuchar las voces de Natasha y de Bucky en su oído, repitiendo "te lo advertimos".
—Sé que tienes un amante.
La sencillez con la que soltó aquella frase lo asustó a sí mismo, pues se había creído incapaz de decirlo con tanta facilidad.
—¿Cómo puedes decir eso? No se quien te ha inventado...
—Tony, calma. —Lo cortó—Yo no estoy enojado, ¿sabes? No necesitas mentir.
Stark pareció tranquilizarse cuando escuchó que el otro estaba calmado, pero se pudo notar como temblaba ligeramente. Un silencio pesado los envolvió por lo que pareció una eternidad hasta que el millonario decidió hablar.
—Yo... yo lo siento. No sé qué sucedió, creo que...
Steve sintió como su pecho se oprimía, y entendió que la valentía que había pensado tener no era tan fuerte al escuchar a Tony aceptar su culpa. Él lo sabía, por supuesto que lo sabía, pero no podía negar la parte de él que deseaba mantenerse en negación; algo que ya no podía ser.
Sintió sus ojos escocer, pero detuvo aquel llanto en seco, y aclaró su garganta dos veces para asegurarse de que su voz no saliera cortada. Se puso de pie antes de volver a hablar, sintiendo que se hundiría en el sofá en cualquier momento.
—No intentes inventar una explicación, te aseguro que no es necesario.
Silencio en la sala nuevamente. Steve solo podía comparar aquel momento con el tiempo donde apenas se conocían y mantenían conversaciones cortas con espacios muertos de por medio. Volvían a ser dos extraños.
—Quiero que sepas que esto no es culpa tuya. —Quizás aquella fue la primera frase firme de Tony aquella noche. Se notaba su sinceridad y su anhelo de que Steve no se culpara—. Tú... tú no hiciste nada malo, todo esto, todo esto es solo culpa mía.
Steve no pudo evitar sonreír ante la gracia que le producía ese pensamiento. Él tampoco culpaba a Tony, no podía. El playboy le había dicho desde un principio "no se si pueda cambiar", y él había creído torpemente que podría cambiarlo. ¿Quién de los dos era el culpable entonces? Exhaló y pensó, por un momento, en que lo mejor era no buscar un responsable.
No lo culpaba si su corazón ya no le quería. Tampoco pelearía por aquello, ¿de que serviría? No podía luchar por quien ya no deseaba permanecer a su lado. Lo amaba con toda su alma, eso era seguro, y estaba mas que seguro que jamás podría deshacerse de ese amor tan inmenso, pero no podía evitar aquello. Tony no era suyo, y quizás nunca lo fue. Tony era del mundo, y él fue un iluso al creer que podría haberse quedado con él.
Recordaba bien todo lo que los había llevado hasta ese momento. En algún momento pasaron de enemigos a colegas, la convivencia en la Torre de los Vengadores los fue acercando, era algo inevitable. Una noche solos, una conversación los llevó a una caricia, y la caricia pasó a los besos que se convirtieron en algo más. Tony le había dicho que no sabía cómo enamorarse y Steve sonrió despreocupado, creyéndose capaz. Un año después Peter apareció en sus vidas, era tan solo un pequeño de 3 años que deseaba un hogar. Al adoptarlo, Los Vengadores quedó en un segundo plano para ellos, de todas formas habían demasiados superhéroes capacitados. Se mudaron a una casa más sencilla de dos pisos. Tony siguió en su empresa, y Steve entrenaba a los cadetes de Shield, nada peligroso que no le permitiera llegar cada noche con su familia. Un par de meses después se casaron en un viaje furtivo a Las Vegas. Año y medio después llegó Sarah, ella apenas tenía un año cuando la adoptaron. Los años pasaron entre alegrías, caricias y discusiones ocasionales pues, después de todo, ellos siempre habían sido opuestos en todo.
No fue sino hasta unos cuantos meses antes de esa noche que Steve notó la diferencia.
Quiso creer que las llamadas a altas horas de la noche y los mensajes discretos eran cosa del trabajo. Quiso creer que cuando llegaba muy entrada la noche y salía a cada tanto eran cosas de la empresa. Trató de convencerse que sus largos periodos a solas era porque estaba trabajando en nuevos modelos. Pero cuando Pepper le bromeó diciéndole que dejara a Tony respirar, pues no estaba rindiendo en el trabajo ni asistiendo a las reuniones, supo lo que sucedía.
Se había dado cuenta que las caricias en la cama no eran las mismas, pero prefirió creer que lo estaba soñando. No dijo nada cuando Tony dejó de abrazarlo para dormir, ni cuando su beso de despedida en la mañana fue reemplazado por una sonrisa incómoda. Pero supo lo que sucedía.
El perfume que Tony usaba al inicio de su matrimonio y que tanto le gustaba, ahora solo se lo ponía en sus salidas nocturnas.
Tony era igual con sus hijos, pero ya no era igual con él. Tony era igual con sus amigos, pero ya no era igual con él. Tony estaba siendo igual con su nuevo amante como alguna vez fue con él.
Levantó la vista, Tony lo miraba expectante, como si esperara que en cualquier momento la calma en Steve se terminara. Así que jamás se esperó la pregunta que le hizo.
—Solo hay algo que quiero que me digas. ¿Quién es?
Tony pareció dudar, pero eventualmente Steve lo sabría, ¿o no? Era lógico que tuviese dudas.
Dijo el nombre de su amante casi en un susurro, o por lo menos eso pareció. Rogers sonrió al darse cuenta que había acertado con sus sospechas.
—Es un hombre agradable—terminó diciendo —¿Le has dicho que no sabes amar?
Tony asintió despacio, recordando las palabras de su amante:—Me ha dicho que entenderá llegado el momento.
—Espero que te quiera mucho mientras duren.
Sus palabras eran sinceras, había tenido suficiente tiempo de reflexionar que no odiaba de ninguna forma al amante de su esposo. Él no habría podido entrar en aquella relación si Tony no lo hubiese deseado.
—Prometo que no te faltará nada. —La seriedad en el rostro del millonario no dejaba lugar a dudas,— ni a ti ni a los niños. Puedes dejar de trabajar si así lo deseas.
—Siempre me has dicho eso.
—Y ahora lo reafirmo. Nada te faltará jamás mientras Industrias Stark esté en pie.
Sería inutil refutar con Tony en ese sentido, Steve lo sabía y realmente no tenía las fuerzas para llevar la contraria.
Tony dio un paso hacia delante, como si quisiera acercarse y tocarlo; y Steve se preguntó si le daría el último abrazo. Lo deseó y temió al mismo tiempo, pues no sabía que podía suceder. Pero Tony vaciló y no se acercó más, sino que se quedó inmovil, dudoso. Y Rogers comprendió que era mejor así.
—Lo mejor será que te marches ahora. —Se sentó nuevamente mientras hablaba, delimitando mejor el espacio entre los dos. Evitando cualquier contacto que pudiera provocarle daño. — Cuidate, y recuerda abrigarte al salir, está muy frío fuera.
Tony sonrió de forma sincera, como si recordara un agradable momento de su pasado.
—Tu siempre has tenido que recordármelo.
—Sí, pero ya no estaré para eso.
Quizás aquello no era del todo cierto, pues sabía que aunque ya no estarían el uno para el otro de la misma forma, sus vidas siempre se mantendrían unidas de una forma u otra. Ya sea por sus hijos, sus obligaciones con el mundo si alguna catástrofe los requiriera, o simplemente sus recuerdos. Y ambos sabían eso. Steve logró ver una sonrisa triste en el rostro de Tony antes de que este se girara y le diera la espalda, recorriendo el camino que lo separaba de la puerta.
—Quisiera venir mañana para buscar mis cosas... y hablar con los niños. Me gustaría explicarles todo.
—Si quieres yo lo hago.
—No, te debo eso por lo menos. Debo hacerme responsable de mis actos. —Un silencio, más pesado que los anteriores, siendo el indudable prólogo de la inevitable despedida. -- Steve, solo quiero que sepas que te amé de forma real todos estos años. Fui inmensamente feliz. Gracias... por todo.
Steve Rogers, aun siendo tan valiente como era, no tuvo el valor de ver al amor de su vida abrir la puerta y cerrarla para marcharse, así que bajó la vista, perdiendo de aquella forma la última mirada que Tony le dedicó. Él solo pudo quedarse en aquella sala, inmovil, escuchando los pasos que cada vez se alejaban más de él. Y luego, el sonido del auto encendiéndose y alejándose de la casa, del hogar que habían compartido.
Sabía muy bien que no sería la última vez que vería a Tony, pero sí que aquella noche era la última en ver a su esposo.
Esa noche no sería el final de todo. No se moriría por esa despedida aunque así lo estuviese sintiendo. El tiempo pasaría, quizás su corazón sanaría, o por lo menos aprendería a latir sin dolerle. Los niños entenderían, con el tiempo y mucho amor, que aunque sus padres estuvieran separados, ellos seguirían siendo amados por ambos. Las flores que plantaron juntos en el jardín trasero se marchitarían, pero habrá otras nuevas en algún momento. El mundo no se detendría, nunca lo hacía, aunque su corazón roto le diera esa impresión.
Steve se percató que ya no escuchaba el auto, y un sentimiento de desolación que hace mucho no sentía le embargó.
Y, al sentirse solo, lloró.
Fin.