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Todos aman a Light, Parte II: El Caso Beyond Birthday por Camila mku

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«Te voy a dejar un día para que lo pienses con detenimiento», «el jefe del cuartel está pasando por una grave enfermedad». Lo que había dicho Akemi durante la conversación de esa tarde en la oficina se había vuelto un tornado en su cabeza. No podía conciliar el sueño. Se movía de un lado a otro y, para colmo, Rocco se desperezaba como si la cama fuese suya.

Light estiró el brazo para agarrar el celular que estaba encima de la mesa de luz. Vio la hora: las cuatro de la madrugada. Bufó. Se incorporó, prendió el velador y se puso las pantuflas para ir al baño. Cuando se vio la cara en el espejo notó sus ojeras. «¡Mierda!», pensó. Tendría que ir al día siguiente al trabajo y aguantar ocho horas frente a la computadora, revisar papeles y documentos… y sin haber dormido un cuerno.

Pensaba una y otra vez en la propuesta: le había prometido a Akemi que le daría una respuesta en la mañana siguiente. Faltaban cuatro horas para entrar a la oficina y seguía indeciso. Si decidía llevar adelante el caso, acabaría yendo irremediablemente a la jefatura de Kanto, porque el homicidio había sucedido ahí. Tendría que hablar con los detectives de Kanto, y entre ellos estaba su padre. ¡No quería verlo! Tampoco quería volver a ese lugar… le traía recuerdos nefastos.

Por otro lado, si era cierto que Soichiro estaba mal del corazón, quizás no estuviese yendo a trabajar. Light decidió que lo mejor sería esperar a que se hicieran las siete de la mañana para llamar a Sayu y que le despejara las dudas.

Se dirigió hacia la cocina. El agua de la pava que había puesto a calentar en la hornalla estaba hirviendo. Se levantó y fue por una taza, puso un saco de té en ella y sirvió el agua. Se sentó en el sofá del living y encendió el televisor. El noticiero nocturno estaba retransmitiendo el contenido del día anterior. Light leyó el encabezado: «Torturaron a un detective hasta la muerte», «aún no aparecen familiares», «el estado en el que hallaron el cuerpo es espeluznante». Todos los canales hablaban de lo mismo, pero los periodistas no podían dar más información del caso hasta que no declarara la policía forense después de haber investigado la escena del crimen y el cadáver. Se trataba de un homicidio maquiavélico que había paralizado a todo Japón en las últimas horas; era entendible que las personas no dejaran de hablar de eso.

Bebió un sorbo del té. Sintió el sonido de las patitas de Rocco acercándose hasta el sofá.

—¿Desde cuándo te da miedo quedarte solo? —le preguntó mientras le acariciaba el hocico, y el perro subió al sillón y se acurrucó a su lado.

Como acto reflejo, y mientras tomaba el té, Light agarró el celular. Se fijó la hora otra vez: las cinco de la madrugada. Le echó un vistazo al Whatsapp y vio que Blain estaba en línea, y era demasiado tarde como para que no estuviese durmiendo…

«¿Qué no era yo el comehombres?», lo pensó pero no lo escribió. No le mandó ningún mensaje. Sabía que lo más probable era que Blain también haya visto que él estaba en línea y seguramente estuviese pensando igual en ese momento… y no quería aguantar sus reclamos. Escribirle sería motivo para pelear, no tenía ganas ni paciencia para eso, no ese día ni a esa hora ni mucho menos sin haber dormido.  

«El dinero que se te dará a cambio es muy grande, Light», recordó que le había dicho Akemi. Light se mordió el labio inferior y empezó a tronarse los dedos. Desvió la atención del celular y volvió a centrar la vista en las imágenes que mostraban en el noticiero: la casa del asesinado en perfecto estado, el cadáver en el suelo, la profundidad de lo que parecían haber sido puñaladas, la sangre coagulada rodeando el cuerpo, la brutalidad de toda la escena…

…………………………

El celular sonó y Light despertó de manera precipitada. Apagó la alarma con nerviosismo. Eran las siete de la mañana. Se restregó los ojos con la manga del pijama y se puso de pie. Rocco debió hacerlo también porque se había quedado dormido a su lado en el sillón y el envión de Light lo había despertado.  

Light caminó hacia la cocina. Ya podía sentir que el trabajo se volvería tedioso y pesado para él en ese día: la cabeza le dolía por haber dormido apenas dos horas; sentía un cansancio demoledor, como una especie de bruma sobre los ojos. Se lamentó por no haber tomado una píldora para dormir la noche anterior.

Mientras se cocinaba el desayuno había estado indeciso sobre si debía llamar o no a Sayu para preguntarle por la salud de Soichiro. No le interesaba saber nada de ese sujeto, solo lo haría para asegurarse de que no se lo cruzaría, en caso de que tuviera que recurrir a la oficina de Kanto para investigar más acerca de la muerte del detective inglés. Si Sayu le respondía que Soichiro no estaba yendo al trabajo, él aceptaría el caso.

—¿Light? —preguntó Sayu con voz adormecida. Había tardado bastante en atender la llamada; parecía haberse caído de la cama.

—Sí, dormilona, soy yo —dijo él entre risas—. ¿No deberías estar despierta ya y lista para ir a clases?

Sayu bostezó.

—¡No jodas! —Y se escuchó una risa de fondo—. No voy a ir a la universidad hoy.

—Ya veo, ¿el que acaba de reírse es Eric?

—dijo Sayu entre risas—. Dice que te manda saludos.

—Devuélveselos —dijo Light—. Hablando de otra cosa, te llamé para preguntarte por Soichiro.

Hubo un silencio incómodo del otro lado.

—¿Quieres decir “papá”? —preguntó Sayu con ironía marcada.

La garganta de Light se cerró de repente.

—Ese tipo es tu papá, no el mío —respondió con hostilidad.

Sayu exhaló profundamente. Habían tenido esa conversación mil veces antes y estaba cansada de que ninguno de los dos diera el brazo a torcer; pero temía más por cómo acabarían las cosas en caso de que su padre continuara con los dolores de pecho recurrentes… Temía que los años continuaran pasando y siguieran peleados. Pensaba que llegaría el día en que Light cargaría con la culpa de no haber intentado hacer las pases mientras su padre aún estaba con vida.  

Él está bien, pero no está yendo a trabajar —contestó Sayu—. Tuvo una recaída hace unos días. Empezó con dolores de pecho otra vez, y tuve que llamar a la ambulancia. Está en casa, pero tiene que hacer reposo… ¿Tú ya sabías que papá estaba mal? ¿Te contó mamá?

Light titubeó.

—No, no fue mamá —dijo mientras bebía un sorbo de té y se sentaba a la mesa para desayunar—. Se esparció el rumor en la oficina de que el jefe de investigaciones de Kanto había enfermado y que alguien cubriría su puesto por unos días. Eso es todo.

Sayu volvió a suspirar con pesadez.      

Si te interesa saber cómo está, podrías venir a verlo a casa…

—¡No me interesa saber nada de él! —gruñó—. Solo pregunto porque me ofrecieron un caso en Kanto y quería saber si tendría que cruzármelo en la oficina. Nada más.

Sayu hizo silencio por un instante. Pareció decepcionada.

—¿Cuándo vas a aflojar, Light? Papá está arrepentido…

Light se mordió el labio inferior y soltó una risa vacía.

—No, no lo está —aseguró—. Si lo estuviera, ya se hubiese disculpado él mismo y no tendrías que estar haciéndolo tú por él. —Sayu estuvo a punto de reprochar, pero Light fue rápido y cortó inmediatamente la llamada. Quedó unos minutos cabizbajo, sintiéndose pesado, vacío… Esa breve conversación con Sayu le había quitado las ganas de desayunar.

Sintió a Rocco acariciándole una pierna. Lo levantó, lo sentó en su regazo y le dio una tostada con queso. Rocco acabó comiéndose una tras otra, y Light debió limpiarle la nariz con una servilleta porque la tenía llena de queso. Rocco se giró y empezó a lamerle la cara. Era como si pudiera sentir su depresión. Light volvió a dejar a Rocco en el suelo cuando vio la hora en su celular.

Se duchó, se cambió y se perfumó… el mismo ritual de todas las mañanas, solo que esta vez debió tomar una aspirina para el dolor de cabeza antes de irse.

Bajó el ascensor junto a Rocco, sosteniéndolo con la correa, para dárselo a Berta y que ella lo sacara a pasear junto con los demás perros del vecindario.

—¡Wow, Light! Te ves espléndido hoy —le dijo la pobre Berta, que claramente lo había visto de traje, perfumado, con el pelo perfectamente peinado y con los anteojos de sol puestos. No podía verle las ojeras que tenía, ni adivinar el mal humor y el dolor de cabeza que estaba soportando.

—Gracias, Berta —dijo él sin más y le entregó a Rocco.

Light subió a su auto y condujo hacia la oficina. El tráfico no estuvo tan mal esa mañana. Cuando entró, fue derecho al despacho de su jefe, y más seguro que nunca.

—¡Light, qué gusto verte! —lo saludó Akemi con una sonrisa. Estaba sentado detrás de su escritorio, como solía. Siempre llegaba media hora antes que los empleados. Era un excelente jefe. También él estaba perfumado y de traje, como solía—. ¿Lo pensaste?

Light sonrió; Akemi nunca se andaba con rodeos. Asintió con la cabeza.

—Voy a tomar el caso —dijo con firmeza, provocando una sonrisa de satisfacción en Akemi, quien se mostró complacido.

—Estoy muy feliz de escuchar eso —confesó—. Y estoy seguro de que en el departamento de Kanto también lo estarán cuando se enteren de que uno de los mejores detectives del país se hará cargo de resolverlo. —Sonrió, e igual Light. Aunque se mostró más complacido aún de saber que Soichiro no estaría ahí para verlo—. Aquí tienes el portafolio para que vayas afianzándote con la información que la policía recopiló hasta ahora.

Light sujetó la carpeta llena de papeles y salió al pasillo con esta debajo del brazo. Pasó el resto de la tarde encerrado en su oficina, leyendo con atención el contenido del portafolio. Se abatió cuando leyó que no había testigos del asesinato. El anciano había sido uno de los mejores detectives de Inglaterra durante más de cuarenta años, pero se había radicado en Kanto desde hacía diez.

¿Por qué se mudó a Kanto?, escribió Light sobre un anotador. ¿Por qué no se quedó viviendo en Inglaterra? ¿Qué vínculo tenía con Japón?, continuó escribiendo las preguntas que, a medida que leía, le parecían interesantes para descubrir todo acerca del homicidio.

Continuó leyendo y, al parecer, el hombre vivía solo. No tenía hijos ni esposa. Light arrugó el entrecejo. «Todo un ermitaño», pensó. Aunque tenía que confesar que no era muy diferente de él, la verdad.  

Continuó leyendo por horas y anotando pensamientos que consideraba importantes. Para cuando llegó la hora de irse a casa, Light había empezado a sentir que el efecto de la pastilla se estaba yendo y que la jaqueca volvía. Escuchó que tocaron a la puerta y abrieron, sin darle tiempo de contestar.

—Light… —Era Akemi—. Ven a mi oficina, por favor. Llegó tu compañera de caso.

—¿Mi… compañera de caso? —preguntó Light desorientado. Había estado con las narices metidas en el homicidio del inglés desde la mañana y ya estaba agotado.

—Sí —respondió Akemi con una sonrisa—. Considerando la gravedad del homicidio, la jefatura de Kanto avisó esta tarde que nos mandaría un refuerzo para que te ayudara, y que no te vieras solo con todo esto.

«¿Compañera…? ¿Refuerzo…?», pensó. Light levantó una ceja, consternado. «¿Desde cuándo se le asignaba un ayudante al detective principal antes de que este lo pidiera?», se le cruzó por la cabeza. Además él no necesitaba ayuda, había resuelto doscientos casos solo desde que había empezado a trabajar en la jefatura de Tokio, y nunca nadie le había ayudado ni él lo había necesitado.

—Es solo para prevenir —continuó Akemi—, y porque en Kanto quieren resolver este caso cuanto antes posible. Les asusta que los medios de comunicación anden diciendo que Kanto no es un lugar seguro y temen que se vayan los turistas.

Light asintió, pero otra duda se le vino a la mente: ¿tendría que compartir la plata que le darían por descubrir el caso? Bufó, pero Akemi no lo notó. Estaba muy emocionado mientras ambos caminaban hacia su oficina. Cuando Light traspasó el umbral de la puerta se quedó helado.

—Light, ella es Takada Kimoyi —dijo Akemi, y los presentó con cordialidad—: Takada, él es Light Yagami. Ambos son los mejores detectives de sus escuadrones; Takada es la mejor de Kanto y Light… tú eres el mejor de Tokio. La idea de juntarlos para resolver este caso fue de la jefatura de Kanto y me pareció espléndida; todo con tal de que esto se resuelva cuanto antes —dijo sonriendo, sin embargo Light parecía haber visto un fantasma, porque estaba pálido y sin expresión.

Takada estaba sentada en una silla y al saber de Light se puso inmediatamente de pie. Se giró para mirarlo a los ojos, pero rápidamente agachó la mirada. Había vergüenza en su semblante.

—Hola, Light —lo saludó con un tono de voz bajito. Llevaba el pelo corto hasta los hombros, tal como la recordaba Light en la universidad. No había cambiado mucho su apariencia, solo que ahora se veía más madura y usaba otro estilo de ropa, uno más formal—. Me da gusto volver a verte —confesó, y Light no le creyó una palabra.

Light enarcó una ceja. Su mirada había pasado de escéptica a fúnebre, y pronto la desvió hacia Akemi y fingió una sonrisa cortés.

—¿Ya se conocían? —preguntó Akemi, y los recuerdos vinieron a la cabeza de Light como relámpagos, uno tras otro… Takada gritándole que era un hijo de puta, ¡un hijo de mil putas! Takada dándole un cachetazo en la cara, y otro, y otro de manera frenética, hasta dejarle la mejilla ardiendo, y él en completo estado de shock. La cara de Takada y su expresión enojada, fuera de sí, su decepción, sus ojos llorosos, su quijada apretada...—. ¿Light? —lo llamó Akemi al notar que se había quedado abstraído.

Light miró a su jefe y le sonrió con amabilidad, pero la presencia de Takada ahí le generaba un huracán de sentimientos y se estaba conteniendo para no explotar y echarla a la calle. Los recuerdos de la última vez que se vieron continuaban desembocando como una avalancha en su cabeza: ¡Creí que eras mi amigo, cabrón! Tú y Ryuzaki son la misma mierda, deberían morirse los dos. Ramero buscón, te gusta que te den por el culo, le había dicho aquella vez y lo había dejado en la calle a plena luz del día, sintiendo una humillación que lo mataba por dentro.

—Sí nos conocemos —dijo Takada rápidamente, hablándole a Akemi—. Fuimos juntos a la universidad de Kanto. Éramos compañeros de clase y Light…

—No, yo no te conozco —dijo Light, cortante y abrupto.

Takada se giró para mirarlo con sorpresa.

—Light, yo… —balbuceó.

—No. Nunca te había visto en mi vida. Debes estar confundiéndome con alguien más —agregó—. Lo siento. —Y rápidamente desvió la mirada de Takada hacia Akemi, y sostuvo hasta el final esa sonrisa amable que se esforzaba por mantener.

La atmósfera dentro de la oficina se había vuelto tensa de repente. Takada quedó perpleja y entendió que, a pesar del paso de los años, Light continuaba cargando con el peso de los recuerdos de la última vez que se vieron. Takada se sintió desecha y solo logró decir:

—Sí, tienes razón… Me debo estar equivocando.

—Con su respeto, jefe… —continuó Light—, ha sido un día de trabajo arduo y ya quiero irme a casa. Me llevaré el portafolio para acabar de leerlo.

Akemi le sonrió a Light y asintió.

—Claro, Light —dijo, ajeno a todo ese ambiente de tensión—. Ha sido tu primer día en el caso y entiendo que estés cansado. Puedes retirarte. En cuanto a ti, Takada, voy a darte una copia del portafolio de Light. Espero mucho de ambos y sé que no van a decepcionarme. Los veré la semana que viene para que vayan manteniéndome al tanto de los adelantos.

Light fue el primero en salir de la oficina caminando a paso apurado, casi trotando, hacia la puerta de salida del edificio. Ya era de noche. Cuando entró al estacionamiento sacó inmediatamente las llaves del bolsillo de su pantalón y desactivó la alarma de su auto. Llevaba tanta prisa por salir de ahí que lo único de lo que tenía plena seguridad era que llevaba el portafolio debajo del brazo y el celular en el otro bolsillo del pantalón.

—¡Light, espera! —Oyó que le gritaba una mujer a lo lejos. Era Takada, lo había seguido—. ¡Light!

Light no se detuvo. Abrió la puerta del auto lo más rápido que pudo y se metió dentro como un relámpago. La cerró con un golpe seco. Encendió el motor y enseguida aceleró.

—¡Lárgate! —le gritó él, bajando la ventanilla. Takada había corrido hasta quedar a unos pasos del auto.

—¿Podrías, aunque sea, recapacitar por un momento? ¿Es mucho pedir? —rogó Takada, y su mirada lastimera y sus ruegos hicieron que Light enfureciera aún más—. Han pasado diez años, ¿qué te pasa? ¿Por qué te comportas como un niño?

—No entiendo cómo te da la cara para hablarme —dijo Light rodando los ojos, desde el interior del auto—. ¡No quiero verte ni saber nada de ti ni de Ryuzaki, ni de nada que tenga que ver con ustedes! —gritó enfurecido mientras se acercaba con el auto a la vereda de la calle. Takada lo miraba escéptica mientras seguía el auto a paso lento—. Formé una nueva vida aquí en Tokio y dejé en el pasado a la gente de mierda, como tú —gruñó—. Y no entiendo por qué creyeron que sería buena idea ponerte como mi compañera de caso… No eres competente ni inteligente, y podría hacerlo yo solo más rápido sin tu ayuda. ¡No te necesito! —gritó, y enseguida apretó el acelerador y pasó por un charco que salpicó con barro a Takada, manchándole el traje.

Takada apretó la quijada. Sus dientes castañearon.

—¡Sigues siendo el mismo engreído, desdeñoso y antipático que eras en la universidad! —le gritó a todo pulmón.

Light le dedicó un fuck you con el dedo medio y aceleró fuerte, perdiéndose de vista en la calle.

…………………….

Takada detuvo el auto en el estacionamiento de su casa. Todavía sentía nervios y estaba enfurecida con Light. El viaje de vuelta no había logrado tranquilizarla. Abrió el portón, metió el auto en el garaje y entró a su casa con bronca.

—Cariño, llegas tarde —le dijo Katsuro cuando la vio entrando por la puerta y arrojando la cartera sobre el sillón, se tomó un segundo para observar las manchas de barro en su traje—. ¿Qué te pasó en la ropa? ¿Te caíste? —preguntó atónito.

Takada negó con la cabeza.

—Hablemos luego de eso, ¿sí? —le pidió, casi susurrando. Tenía expresión cansada y abatida. Subió las escaleras con pocas ganas hasta su recámara y se cambió de ropa. No dedicó tiempo a pensar qué ponerse: se puso directamente el pijama y bajó de nuevo las escaleras.

—¡Mamá! —gritó Masaru cuando la vio entrando en la cocina. Takada alzó al niño en brazos y lo abrazó con fuerza—. Te extrañé, mami —le dijo y la besó en la mejilla. Fue el único que logró sacarle a Takada una sonrisa en lo que iba de la noche.

—También yo, mi amor —le susurró Takada y lo besó en la frente—. ¡Wow! Ya me duelen los brazos cuando te alzo. Pegaste un buen estirón de la semana pasada a hoy…

—¿De verdad lo crees, mami? —preguntó Masaru, con su sonrisa inmensa en su carita redonda—. ¡Papi, papi! —gritó Masaru, yendo hacia la cocina donde estaba su padre; lo jaló del pantalón para que le pusiera atención—. ¿Crees que estoy más alto?

Katsuro sonrió.

—Pues, ahora que tu madre lo dice… —Esbozó una sonrisa—, creo que, de hecho, sí pegaste un buen estirón —le mintió, sonrió con dulzura y volvió la vista a la tarta que estaba horneando.

—¡Enseguida vuelvo! —dijo Masaru y salió de la cocina a los trotes. Subió las escaleras hasta su cuarto para buscar su tablet, dejando a sus padres solos en las cocina.

Katsuro desvió la mirada por un momento y se fijó en su esposa, que se había sentado junto a la mesa y ahora mismo se masajeaba la frente con la mano. Tenía expresión abatida.

—¿Te sientes bien? —le preguntó Katsuro.

Takada simplemente elevó un poco la mirada y esbozó un intento de sonrisa muy mal fingido.

—Sí —susurró, y Katsuro no le creyó.

—Ya enserio, algo te pasa —soltó, y Takada suspiró.

Cuando Katsuro le vio la cara, notó que estaba llorando. Dejó todo lo que estaba haciendo y fue hacia ella. Se sentó en una silla a su lado y se olvidó por completo de la cena.

—Cariño, ¿qué tienes? —le preguntó preocupado, y acarició su mejilla con suavidad.

Takada se apresuró a secar sus lágrimas. Muchas veces le había contado a su esposo acerca de cómo solía ser ella de joven en sus años de universidad, pero había tocado temas relacionados con sus amigos más íntimos y con su familia o los estudios en sí, jamás había hablado de Light, de Mikami o de Ryuzaki.

Ella también había iniciado una nueva vida después de graduarse. Había encontrado al amor de su vida y había formado una familia, la que siempre soñó tener. No quería contarle a Katsuro nada acerca de todo lo horrible que debió pasar con Light. No se creía capaz de desenterrar el pasado ni de traerlo al presente, para ella era algo superado. Los años habían pasado y había hecho terapia para lograr perdonarlos a los dos.

Tenía cosas más importantes por las cuales preocuparse ahora: Mansura y Katsuro eran todo para ella.

—Nada, cariño —le respondió, y esta vez su sonrisa fue triste, pero sincera—. No me pasa nada, una tontería del trabajo, nada más.

—¿Es por el nuevo caso, el del inglés?

—Sí —respondió Takada lanzando un suspiro—. Me mandaron a participar. El encargado de resolverlo es un tipo de Tokio que… —«es un patán», lo pensó pero no lo dijo, porque no lo creía realmente. Aunque estuviese furiosa por el comportamiento infantil de Light y tuviera ganas de volver a abofetearlo, no lo culpaba... simplemente no podía hacerlo—, es un inmaduro —dijo al fin, y sonrió a medias.

Katsuro se mostró preocupado.

—Oye, no tienes que aceptar el caso si no quieres —le dijo—. ¿Por qué no mejor les dices que no tienes buena relación con el sujeto y ya? Date de baja y espera otro caso —le propuso, pero Takada negó con la cabeza. Katsuro suspiró—. Me preocupas… Recién es el primer día y ya estás llorando, imagina cómo será en un par de semanas —le dijo, se dio la vuelta y abrió la cubierta del horno para sacar la tarta.

Takada respiró profundamente. Si bien era cierto lo que Katsuro le decía, no podía dejar que el recuerdo de una simple pelea de adolescentes se interpusiera entre ella y su trabajo. No le importaba qué pensaba Light y tampoco iba a aguantar sus actitudes pedantes. Por la mañana iría a la jefatura de detectives como si nada y continuaría con el caso por su cuenta, si es que Light se negaba a dejarla participar.

—Mami, ¿me ayudas a pasar este juego? —le preguntó Masaru, sentándose en su regazo.

—¡Claro! —le dijo Takada sonriendo. Se secó el resto de lágrimas que le habían quedado y enfocó su atención en su hijo. Se olvidó completamente del caso y de Light por el resto de la noche.

………………………….     

Light apagó la alarma con un golpe seco del puño. Apenas pudo separar los párpados. Dio gracias que fuera domingo, porque sentía el cuerpo aplomado después de una semana dura de trabajo. No creía tener fuerzas para levantarse. Vio la hora en su celular: las 8, tendría que estar loco para levantarse un domingo a esa hora. Decidió dormir un poco más, y para cuando cerró los ojos la alarma ya estaba sonando de nuevo: eran las 11.

No desayunó como solía, apenas tomó un té, porque sabía que cuando llegara a la casa de Lían y Mikami ellos tendrían preparados unos bocadillos; siempre que iba lo invitaban a comer.

Tampoco se esforzó mucho en elegir la ropa que usaría: shorts y una remera básica. Era verano y el sol asomaba fuerte desde ya. Se puso las zapatillas deportivas, se dio una ducha rápida, se peinó más o menos y alzó a Rocco en brazos.

Había que ver a Rocco sentado en el asiento del acompañante… Light casi estalla de la risa. Cada vez que subía a Rocco al auto, el perro podía adivinar que irían al veterinario o a lo de Mikami, y en uno la pasaba bien y en el otro, fatal. Light sonrió al ver que Rocco se mostraba impávido, no sabía con qué se iba a encontrar.

—Tranquilo, no te voy a llevar a que te saquen las pulgas —le dijo y le acarició la cabeza—. Vamos a lo de Mikami —agregó, y Rocco empezó a mover la cola con felicidad.

Las calles estaban despejadas de tránsito por ser domingo, y el sol brillaba en lo alto de un cielo turquesa; el día estaba hermoso. Conectó el celular por bluethoot a la radio y puso música de su playlist de Spotify. Rocco se puso a saltar de la emoción.

Light estacionó el auto en la vereda de la casa de Mikami y bajó a Rocco. Vio que Mikami estaba afuera, en el patio, regando las plantas con una manguera.

—¡Hey! —le chitó cuando estuvo parado detrás de las rejas del portón.

—¡Light! —dijo Mikami con alegría de verlo y, ni bien abrió el portón, acarició a Rocco en el hocico.

Light solía ir a almorzar a la casa de Mikami todos los domingos, así que prácticamente lo habían estado esperando. Lían salió al jardín al escuchar el alboroto. Saludó a Light con una sonrisa. Lo abrazó, y luego sujetó a Rocco en brazos.

—¡Qué lindo verlos! —dijo Lían—. Sobre todo a ti, pequeño gordinflón —le dijo con dulzura al perro, y Rocco le lamió la nariz.

No habían cambiado nada; el pelo rojo fuego de Lían estaba un poco más corto de lo que solía llevarlo cuando Light lo conoció, y Mikami tenía ahora una barba candado que, según él, lo hacía lucir mucho más varonil, y cada vez que Lían le insistía para que se la afeitara Mikami se negaba.

—A mi también me da gusto volver a verlos, los extrañé —dijo Light.

—Y nosotros a ti —dijo Mikami—. Lían preparó ensalada de rúcula y bistec, como te gusta. —De pronto, Mikami se fijó en lo que llevaba Light debajo del brazo—. ¿Qué es eso? —preguntó extrañado.

Light se fijó hacia donde apuntaban los ojos de Mikami y empezó a reír.

—¡Oh!, este es el portafolio del nuevo caso que estoy dirigiendo… —dijo sonriente—. El del inglés que fue asesinado en Kanto, ¿vieron las noticias?

—¿Es en serio? —le preguntó Mikami sorprendido—. ¿Te trajiste el portafolio del caso… un domingo y ¡a un almuerzo!?

Lían soltó una carcajada.

—Eres un obsesivo, Light —dijo Lían, negando con la cabeza.

Ambos ya lo conocían bien y sabían que cuando Light empezaba a meter las narices en un caso nuevo, no paraba hasta que lo descifraba.   

—Vimos las noticias con Lían —dijo Mikami, respondiendo por los dos—. No me arrepiento de haberme convertido en detective de tribunales… —confesó sonriendo—. No creo que yo pudiera soportar eso de andar viendo cadáveres mutilados como tú, Light.

Light rodó los ojos.

—Los veías en la universidad —recordó.

—Sí, pero eran fotos que llevaba el profesor para trabajos prácticos —exclamó Mikami con obviedad—, ¡no eran reales!

Light recordó la primera vez que la jefatura de detectives de Tokio le encomendó a Mikami resolver un caso junto a él. Se trataba de un homicidio aberrante: habían matado a un niño de forma maquiavélica y habían arrojado el cadáver a un río. Lían lloró durante semanas luego de que Mikami le contara, y Mikami, por su parte, había caído en un poso depresivo. Acompañó a Light hasta que, después de dos meses, descubrieron gracias a las pistas que habían sido los padres del niño quienes lo habían matado.

Mikami había sido un gran amigo y jamás había dejado a Light solo durante el caso, por más que sufriera pesadillas y tuviera que ir al médico para que lo medicara con calmantes. Pero una vez que dieron con los verdaderos asesinos, Mikami jamás volvió a aceptar un caso de detective forense. Ahora, en cambio, se dedicaba a ser detective de tribunales, lo que le venía bastante bien, ya que de esa manera pasaba más tiempo con Lían, que era abogado, y hasta habían llegado a compartir algunos casos juntos. En general, los casos en tribunales tenían que ver con asaltos, robo de dinero o estafas… No eran tan impactantes como andar lidiando con muertos.

Light, por otra parte, había encontrado su esencia al dedicarse a lo forense. Si bien estar viendo cadáveres mutilados le impactaba tanto como a Mikami, se sentía bien cuando al final llegaba a descubrir al verdadero asesino y lo mandaba a la cárcel para que cumpliera cadena perpetua. Sentía que hacía justicia y que ahora el muerto podía descansar en paz.

Entraron a la casa, los tres y Rocco, y se sentaron junto a la mesa de la cocina. Lían preparó té para los tres y le sirvió leche tibia a Rocco en un recipiente. Light puso el portafolio sobre la mesa.

—En serio, Light, ¡no jodas! —le dijo Mikami enarcando una ceja—. Vi las noticias y me pareció aberrante cómo mataron a ese tipo. No quiero ver fotos…

—Tranquilo, no te las mostraré —dijo Light para tranquilizarlo, y luego de un segundo en silencio agregó—: ¿A que no adivinan quién va a ser mi compañera en el caso? —Y soltó una risa gamberra. Lían se acercó a la mesa con las tazas de té y elevó un hombro. Mikami puso cara de no tener idea—: Takada la tarada.

Mikami inmediatamente soltó una carcajada que resonó por toda la casa. Lían rodó los ojos.

—No es gracioso —dijo Lían con cara seria.

—¡Claro que sí! —dijo Mikami—. Hasta suenan igual… parecen sinónimos. —Y volvió a reír con malicia, igual que Light.

—No sean malos —dijo Lían con desaprobación, y se sentó para tomarse el té.

Cuando el chiste perdió gracia, Mikami enarcó una ceja y le preguntó a Light:

—Pero, ¿qué no deberían estar encargándose los detectives de Kanto de ese caso? Después de todo, sucedió dentro de su jurisdicción.

Light asintió.

—Pensé lo mismo y se lo pregunté a mi jefe, pero me contestó que “estaban complacidos de encargármelo a mí” —dijo, dibujando las comillas con los dedos.

Mikami enarcó una ceja y sonrió de lado mientras bebía su té.

—Entonces, tú liderarás el caso y Takada será apenas una asistente —dijo, y Light asintió—. Eso es porque eres mucho más competente que todos los detectives de Kanto juntos —soltó, y se cruzó de brazos—. Por cierto, ¿qué es de la vida de esa tipa? —quiso saber Mikami.

—Ni idea —contestó Light—. Y prefiero no saber nada de ella. Le voy a decir a Akemi el lunes que no pienso hacer equipo con ella, voy a resolver el caso solo —dijo con determinación.

—Estoy de acuerdo contigo —dijo Mikami—. Tú puedes con esto solo, no necesitas ayuda de nadie, y mucho menos de esa tipa.

Lían le echó un vistazo a Light de reojo. Entendía que continuara cargando con el rencor de años atrás; Light les había contado a Mikami y a él todo lo que había pasado entre él, Takada y Ryuzaki, y cómo se habían dado de mal las cosas. Lo veía a la cara y se daba cuenta de que, más allá de las bromas, no había una pizca de risa en su expresión. Lo notaba enojado y de verdad Lían creía que lo mejor sería que Light y Takada no se cruzaran, estaba de acuerdo con su novio en eso. Light seguía dolido y Lían no podía imaginárselos trabajando juntos.

Luego de almorzar, pasaron el resto de la tarde hablando de sus vidas, de sus empleos, de las vacaciones que planeaban tomarse… De vez en cuando venía a conversación el tema de Blain, pero Light no quería hablar de él y cambiaba de tema enseguida. Volvía a hablar una y otra vez sobre el inglés, la fecha en la que la policía lo encontró muerto dentro de su casa, sus anotaciones, las preguntas que tenía acerca del caso y debía empezar a investigar…

Mikami y Lían se dedicaban miradas cómplices mientras Light no paraba de hablar del homicidio. Una vez más, Light mostraba evidencias claras de estar obsesionándose con un caso.

………………………….

Cuando sonó la alarma, la apagó con tranquilidad. De todos modos, había estado despierto desde antes; se había desvelado y no entendía porqué. Se restregó los ojos y se sentó en la cama. Eran las 7 de la mañana y sus compañeros aún dormían, y el comedor de la clínica no abría hasta las nueve.

Sobre la mesa de luz estaba su medicación y la de su compañero de cuarto, Jordan. Agarró su vaso de plástico con las pastillas dentro y miró cada una. Eran tres, la azul era para la ansiedad, la blanca para reducir los síntomas de la abstinencia y la roja para combatir la depresión.

Elle suspiró. Ya llevaba cinco años internado en esa clínica de rehabilitación y debía confesar que haberse metido ahí por voluntad propia había sido la mejor decisión de su vida. Con el paso de los años, mucha determinación y fuerza de voluntad había logrado abandonar sus adicciones. Al principio no fue fácil, la falta de cocaína y el síndrome de abstinencia fueron demoledores, y necesitó de mucha terapia con el psicólogo principal de la clínica para poder afrontarlo. También fueron necesarias las pastillas para reducir los síntomas.

Sin embargo, hacía casi un año que las había abandonado. Se sintió feliz de saber que, finalmente y después de tanto esfuerzo, ya podía hacerle frente a la droga. Ya no era un adicto y no lo sería nunca más.

Cuando habló con el psicólogo sobre qué lo había llevado a drogarse durante tantos años, él respondió: «Era la manera que tenías de conectarte con tu niño interior, de olvidarte del presente y de hacerle frente a la depresión… Te escapabas». Elle acabó concluyendo que tenía razón. Había hablado tantas veces en terapia acerca de su infancia y de todo el maltrato que había recibido por parte de Lester, Tom y Jared que ahora prefería permanecer en el presente. Había sanado el pasado. No había perdonado a esos hijos de puta, jamás lo haría, pero sí se había perdonado él y, si pudo salir adelante, fue gracias a la imagen paterna de Watari. No quería defraudarlo y juró por Watari que jamás se drogaría otra vez.

Había decidido quedarse en la clínica hasta cumplir por completo con la internación, más allá de que tanto el psicólogo como la directora de la institución le habían dicho más de una vez que podía irse cuando quisiera porque ya lo consideraban “curado”. Pero Elle quería hacer las cosas bien y no se iría antes de tiempo, por más que su conducta fuera extremadamente buena y no haya tenido una recaída desde que había entrado a la clínica. Además, ir a terapia todas las semanas le hacía muy bien.

Miró de reojo a Jordan, seguía durmiendo y ya eran las 7:30. Agarró la novela que había dejado la noche anterior y se puso a leerla hasta terminarla. Se puso de pie y llevó su canasto de ropa sucia a la lavandería adentro de la clínica. Cada interno era responsable de lavar y secar su propia ropa, y también de asear su espacio personal en las recámaras.

Cuando terminó de lavar la ropa, la dejó en su cuarto y llevó el libro a la biblioteca.

—Hola, Elle —lo saludó Grace con una sonrisa. Grace era una muchacha de veintidós años que trabajaba en la clínica por la mañana y estudiaba por la tarde. Como Elle solía ir seguido a la biblioteca se habían hecho muy buenos amigos y hasta habían compartido extensas charlas acerca de las vidas de cada uno—. ¿Vienes por otra novela de misterio? Pues, lo siento, pero es mi deber avisarte que… ¡te las has leído todas! —pronunció con fiereza y luego expulsó una carcajada que resonó por cada rincón de la biblioteca.

—Carajo… —susurró Elle rodando los ojos—. ¿Y ahora qué voy a hacer? ¿Jugar a la generala con los más viejos? ¡Ni muerto!

Como no tenían permitido ver televisión o estar con los celulares todo el día, Elle presentía que se le avecinaban los días más aburridos de su vida.

—Puedes llevarte una novela de romance… —propuso Grace, pero Elle arrugó la expresión.

—Sabes que no me gustan.

—Lo sé. No te has llevado ni una desde que llevo trabajando aquí —dijo sonriendo—, pero esta es muy buena —le dijo, y se estiró para agarrar un libro que estaba en una estantería—. Te la recomiendo, no es cursi ni nada de eso.

Elle enarcó una ceja.

—Bueno… podría intentarlo —dijo, sonando no muy convencido.

Grace escribió los datos en un cuaderno y Elle salió fuera de la biblioteca con el libro en manos. Para las 3 de la tarde de ese mismo día ya había leído hasta la mitad y confesaba que no estaba tan mal, a no ser por el sentimentalismo excesivo del protagonista: «Y mis ojos sangraban si no la veía, si ella no estaba ahí podría llegar a morir».

—Sí, claro —dijo Elle en voz alta rodando los ojos. Estaba tan cansado de verlo decir que sin ella seguro moriría, que Elle esperaba que se muriera de verdad y pronto. Aunque claramente eso no pasaría porque era el protagonista.

Se notaba que era una novela para hombres heterosexuales porque el autor se tomaba un tiempo considerable en describir la figura de los personajes femeninos: los pechos grandes y redondos, las caderas pronunciadas, la silueta curvilínea… Y nada de eso le llamaba la atención a Elle.

—Hola —le dijeron desde la puerta. Se trataba de James, uno de los enfermeros. A Elle se le encandilaron los ojos cuando lo vio—. ¿Puedo pasar a recoger las píldoras? —le preguntó, y Elle asintió sin decir nada.

Elle vio cómo James caminó lento hacia la mesa de luz, recogió los vasos de plástico con las píldoras y los miró con atención: el vaso de Jacob seguramente estuviese vacío. Jacob acababa de entrar a la clínica y le costaba hacerle frente a las crisis de ansiedad. El vaso de Elle, en cambio, estaba lleno.

—No me las tomé —dijo Elle adivinando sus pensamientos, y James sonrió.

—Ya no las necesitas —le dijo. Le dedicó una mirada afectiva y, cuando se dio la vuelta para salir del cuarto, Elle aprovechó para mirarle el culo. ¡Tenía un culo del infarto!

De todos los enfermeros, James era el que más ponía a Elle. Le encantaba. No era muy alto, pero sí era esbelto, castaño y de facciones finas.

Pero había malas noticias en cuanto a James: la primera que era heterosexual, estaba casado y tenía un hijo, la segunda que era diez años más grande que Elle y la tercera era que Elle mismo, al entrar a la clínica, había prometido por Watari que abandonaría todos sus vicios, y su problema con el sexo era uno de ellos.

No iba a negar que se moría por coger a James, pero eso jamás sucedería y hasta se lo prohibía a él mismo; no quería tener relaciones sexuales con nadie dentro de la clínica porque eso estropearía su avance y, quien sabe, seguramente se ganara la expulsión. Además, estaba seguro de que James lo rechazaría, era definitivamente heterosexual. La masturbación estaba bien para él por ahora. Ya no sentía la necesidad compulsiva de tener sexo ni de usar a las personas únicamente con esos fines. Y se alegraba por eso.  

Pasaron las horas y Elle continuó encerrado en su cuarto leyendo. Había empezado a llover y el goteo tranquilo sobre los cristales de la ventana le daba sueño, así que decidió que iría a ver un poco de televisión para desperezarse.

Salió del cuarto y fue hasta la sala. Había muchos sillones y sillas alrededor del televisor, y todas estaban ocupadas, así que se conformó con sentarse en el piso. No podía cambiar de canal porque, por regla general, debían ver lo que la mayoría quería, y Elle notó que los más ancianos habían elegido el noticiero internacional.

—Esta es una noticia que ha sacudido a Japón, John —dijo la periodista—. Crece la inseguridad en Kanto por un homicidio que se ha llevado a cabo hace apenas unos días; se trata de la muerte de quien fue identificado como Quillsh Wammy. —Elle había estado con la mirada distraída hasta el segundo en que escuchó ese nombre. Se petrificó—. Se trata de un detective de nacionalidad inglesa con residencia en Japón, más específicamente en la ciudad de Kanto.

—Es un crimen horrendo, Margaret —dijo John, el otro periodista—. Hablamos de una tortura que lo llevó hasta la muerte.

—La embajada de Inglaterra está interviniendo en el caso, pero especulaciones recientes aseguran que las jefaturas de Kanto y Tokio ya están trabajando…      

—Es hora de la merienda —dijo Grace entrando a la sala con una sonrisa. Los ancianos se pusieron de pie y caminaron a paso lento fuera de la sala con ayuda de sus bastones, pero Elle no se movió de su lugar. Mantenía la mirada fija en el televisor… completamente abstraído—. Elle, ¿estás bien? —le preguntó, y su expresión cambió de una sonriente a una preocupada, una muy preocupada—. ¿Te pasa algo?

Elle no lograba salir del trance.

Estaba muerto.

Watari había sido asesinado.

 

     

 

   

 

 

 

 

 

  

   

 

  

       

 

 

 

 

 

 

      

 

Notas finales:

Si me dejan un review se los agradacería <3 Los quiero :) Nos vemos en la actualización. bye, bye <3


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