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Dorogoy por Liss83

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 "Por favor no me busques. Si en ti queda algo del amor que alguna vez me juraste, olvídate de mí" fue la nota que lo esperaba en la mesita de centro de la sala. Se había ido y no sabía si lo quería buscar, después de todo, ni siquiera estaba seguro de realmente quererlo, muchos menos amarlo ¿quién podría realmente culparlo por no querer más a alguien tan traumado a su lado? Hizo una bola el papel y la lanzo al tacho de la basura. Ya volvería siempre lo hacía. James tenía esa vena masoquista y de sumiso que le encantaba y le daba el control absoluto para hacer lo que quisiera y cuando lo quisiera.

Fue a la cocina, tomo un par de cervezas del refrigerador y regreso a la sala. Se sentó y coloco los pies sobre la mesita de centro. Tomo el control de la televisión y busco su programa favorito.

Despertó cerca de las dos de la mañana debido al frio. Le pareció raro que James no lo hubiese cubierto con una frazada. Se enderezo y lo busco con la mirada pero lo único que alcanzo a ver fue la nota sobre la mesa

- ¡James ya desperté y tengo hambre! – gritó pero solo el silencio le respondió – ¡Maldita sea, James! Más te vale que estés preparándome algo, maldito holgazán, o ya verás quien soy yo

Sin embargo nadie contesto. Ni nadie le contestataria tal vez en mucho tiempo. Tiempo del cual no noto su paso, porque James ya no estaba allí.

Al abrir los ojos el calendario frente a su cama le recordó que habían pasado doce veranos ya cuando el sonido del celular lo saco del mundo del sueño. A regañadientes estiro la mano y vio la pantalla. Era un SMS de Ross, el investigador que hacía tiempo había contratado para buscar a Jumes. De un salto estuvo sentado en la cama y desbloqueo el celular. El mensaje era simple. "Lo encontré. Jamaica Multiplex Cinemas, Nueva York. Llámame antes". Por fin después de más de tanto tiempo lo volvería ver. Lo volvería a tener en sus brazos, en su cama, gimiendo y obedeciendo tal como a él le gustaba. Tal como debía de ser

- Prepárate James – se dijo sonriendo tomando el cinturón que había dejado sobre su mesa de noche junto a su cama al acostarse – no quería hacerlo cariño, pero tendré que recordarte quien manda aquí

________________

Faltaban siete minutos para las cuatro de la tarde cuando Helmut Zemo entro en el Jamaica Multiplex Cinemas, 159-02 de la Jamaica Avenue, en Queens, Nueva York. Caminó entre la gente buscando la cafetería donde vería al investigador privado Everett Ross, pero el lugar estaba abarrotado de familias yendo y viniendo, por lo que le fue imposible no chocar con alguien

- Perdón – dijo maldiciéndose internamente

- ¿Zemo? – dijo la persona a la accidentalmente había golpeado – ¿Helmut Zemo?

- ¡Sam Wilson! – dijo este sonriendo sorprendido – ¡tantos años sin verte! – y lo abrazo

- ¿Cuántos? ¿Quince años? – dijo Zemo

- Más o menos. Desde mi última visita a Sokovia – dijo Sam sonriendo – ¿Qué ha sido de tu vida?

- Nada interesante – dijo Zemo – el trabajo. Ya sabes cómo es

- ¿Y el amor? – dijo Sam con picardía contagiándole la sonrisa al sokoviano – hay alguien ¿eh?

- Si – dijo Zemo sonrojado – es especial. Tanto así que..., terminamos hace años. Bueno, fue... la cosa es que simplemente no puedo pasar la página. Por él estoy aquí. Es el amor de mi vida

- ¡uou! – exclamo el moreno – sí que estás enamorado

- Dorogoy es... sé que si hablamos – dijo Zemo ante la sonrisa de Sam – bastaría para volver a entendernos ¿me entiendes, no?

- Claro que te entiendo, amigo – dijo Sam – claro que te entiendo. Yo estoy igual de perdidamente enamorado de mi esposo

- ¿Te casaste? ­– pregunto Zemo en medio de una carcajada cuando le llego un SMS, debía ser Ross – ahora falta que me digas que tienes hijos

- Dos – dijo Sam con una sonrisa de orgullo – y estamos buscando el tercero

- Vaya – dijo Zemo conteniendo una nueva carcajada – ¡quién lo diría! Felicidades. ¿Cómo va el trabajo?

- Soy jefe del equipo de diseñadores de Udaku & Stark associates. La empresa de aviones. Déjame presentarte a mi familia – dijo el moreno emocionado mientras miraba sobre su hombro – ¡amor! – alzo la voz – ¡Bucky, por aquí! – y la sonrisa del ruso se congelo

"No puede ser" pensó. "Es imposible" pero... ¿A cuántas personas sobre la faz de la tierra les podrían llamar Bucky? Cuando él pensaba en ese sobrenombre solo un rostro venía a su mente. Lentamente, y con un leve temblor recorriendo su cuerpo, giro sobre sus talones para que frente a él aparecieran los ojos azules intensos que tanto había extrañado todos esos años. Unos azules que se veían opacaos y casi muertos la última vez que los había visto, pero sin embargo ahora parecían iluminar todo el lugar con su luz, y casi podría jurar que si se los encontrar a media noche en un lugar carente de electricidad pensaría que estaba en la playa de alguna isla paradisiaca al mediodía de un sofocante verano. Y su sonrisa... esa sonrisa jamás la había visto. Era una que él nunca recibió

- Te presento a mi esposo James Buchanan Barnes – dijo Sam cuando su familia llego a su lado – de Wilson – agrego abrazándolo por la cintura mientras ambos sonreían – y nuestros hijos, Joaquín y Karli – pero un nudo se formó en la garganta de Zemo que no lo dejaba hablar por lo que solo pudo asentir –. Amor, te presento a mi viejo amigo...

- Helmut Zemo – interrumpió Bucky tranquilamente sorprendiendo a su esposo quien lo miro intrigado – nos conocimos hace tiempo. ¿recuerdas el ex novio del que te conté cuando nos conocimos? – le pregunto a Sam mirándolo

- Entiendo – dijo este asintiendo lentamente

- Papi la película ya va empezar – protesto Karli

- Vamos – dijo Joaquín – o nos ganaran nuestros asientos

- Y aún no hemos comprado dulces – dijo la niña

- Claro – dijo Bucky colocando su mano en el hombro de su hija de seis años – me alegro que estés bien Zemo. Amor

- Zemo – dijo Sam en dirección de este y girando se alejó con su familia

- ¡Dorogoy! – suplicó el sokoviano desesperado, y la pareja se detuvo sin volcar a mirarlo

Por un momento su corazón abrigo la esperanza de que todo fuese solo una cruel broma del destino. Por un instante su mundo volvió a tener sentido. Pero fue solo una fracción de segundo, porque James nunca volcó a mirarlo. No fue sobre él que posó su mirada. No le dedico a él aquella sonrisa, ni fue su mano la que busco para entrelazar con la suya. No fue con él que avanzó hacia las escaleras mecánicas que lo llevaría al piso donde estaba su sala

Guardianes de la Galaxia Vol. 3 iba a ser la película del momento y casi parecía que todo Nueva York estaba allí para verla en ese momento. Zemo pensó en conseguir una entrada pero no sabía a qué sala entraría la familia. ¿Qué debía hacer? ¿Alejarse? ¿Buscarlo? James ya tenía una familia, su felicidad era casi palpable, no solo a través de las palabras de Wilson, sino en los ojos del propio James, su sonrisa, su manera de caminar, sus expresiones, su seguridad en sí mismo. Y sin decirlo directamente, había dejado muy en claro que Sam estaba más que al tanto de su historia. No tenía oportunidad. ¿Era eso lo que Ross le quería decir al citarlo allí?

Al levantar la mirada los vio. La familia entregó sus boletos y se enfilaron a la tercera sala a su derecha entre la risa de los niños y recomendaciones de los padres que iban con bandejas repletas de palomitas de maíz, gaseosas, dulces y chocolates. La fila estaba larga pero fue preguntando uno por uno quien tenía boletos para esa sala. Su tiempo se acaba cuando por fin dio con alguien, pero desgraciadamente iba acompañado de otros cinco amigos, y no quería venderle su entrada, ya que quería verla con sus acompañantes. Tuvo que comprarle la entrada de los seis chicos al triple de su precio en boletería, pero valió la pena.

En cuanto entró a la sala, buscó a la familia, pero le costó un poco ya que estaba semi-oscura. Se sentó en dirección de ellos, dos filas detrás de la pareja, quien vigilaba a sus hijos que estaban en la siguiente. Los niños estaban activos pero no lo notaron a él. Cuando la película empezó y las luces se apagaron completamente, los niños se concentraron en la película mientras sus padres comían palomitas y se robaban besos. Besos que solo la oscuridad les permitía.

Se sentía un enfermo. Un maldito enfermo de voyerismo y masoquista que no lograba controlar sus lágrimas, pero no podía dejar de ver como la pareja se comía entre besos y risas bajas, mientras las personas a su alrededor pedían silencio.

Nadie los veía realmente, excepto él. No tenían por qué fingir ni besos ni caricias. Por momentos eran solo dos adolescentes que descubrían sus cuerpos mutuamente sobre sus estorbosas ropas, por momentos dos padres responsables que vigilaban de cerca a sus hijos. James ya no era suyo, quizás nunca lo fue, y ahora sabía que nunca lo seria. Debía irse, salir de ahí, pero simplemente no podía. 

 


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