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Maullidos en la Obscuridad por Ariadne

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Notas del fanfic:

Basado en el juego RPG de la Universidad de Athenas.

 

Escrito para mi Minino.

Maullidos en la Oscuridad

 

 

 

Se conocieron por la más tonta coincidencia mientras estudiaban en la Universidad de Atenas.  Aiacos apenas comenzaba su primer año allí, mientras Bud ya pasaba hacia el tercero.  Sin embargo, y pese a los pronósticos, el estoico muchacho había aceptado al otro en su vida sin mayores objeciones.

Bud vivía fascinado con la jovialidad y amabilidad de Aiacos.  No era algo a lo que estuviera acostumbrado.  Siempre en su familia, había sido su hermano Cid quien había sido favorecido por sus padres, pero era él quien en realidad se preocupaba por ellos y por el bienestar de la familia.  Sería por eso tal vez, que el estar lejos de su casa, le había permitido conocer otras personas y con ello darse cuenta que no todo debía ser así.  Una de esas personas que le había enseñado eso, era el jovencito que ahora tenía la cabeza metida en la nevera, mientras buscaba algo de comer.

“¡¿Bud, dónde está el jamón?!”  Gritaba Aiacos desde la cocina, “Quiero hacer sánduches para la cena.”

“En la bandeja de arriba.”  Respondió el otro desde el balcón del dormitorio.  Llevaba horas allí, pensando en su familia, en Aiacos, en el estúpido gato que ronroneaba dormido en su regazo, en la luna llena que iluminaba su balcón.  Buscaba razones para lo que no las tenía.  Suspiró, no una, muchas veces, lo cual, sumado a su silencio atrajo la atención de Aiacos, haciendo que su curiosidad se desbordara.  Desde que habían llegado del campamento en ese pueblo lleno de fantasmas y cosas raras, se había estado comportando así.

“¿Amor…te pasa algo?”  Preguntó Aiacos, al venir a sentarse en frente de él en el balcón.

Bud le miró como queriendo descifrar lo que el otro mostraba en su rostro.  “No es nada.”  Respondió él con desgano.

“A ver, Minino…te escucho.”

“Ese es el problema, Aiacos, ¿cómo puedes escucharme si soy un gato que le maúlla al silencio?”

Aunque por un instante se sintió mal ante el comentario, lo único que hizo Aiacos fue levantarse para mover a Bud de la comodidad de la pared y acomodarse él allí, recostando al joven contra su pecho.  Por un momento, pensó, era mejor no decir nada.  Le dejaría que continuara rehusándose a ser abrazado, mientras él mismo se negaba a que le echara de su lado.

Methos, presintiendo que algo estaba ocurriendo, se movió de su lugar, marchándose hacia el interior del cuarto, dejándoles solos.  “Ya sólo somos tu y yo, Bud.  Háblame.”

“No tengo nada qué decir, Aiacos.”

“Sí, si tienes y mucho.  ¿Si no me lo dices a mí, entonces a quién?”

“No necesito hablar…sólo…”

“Maúlla entonces, déjame ser tu silencio.”  Le susurró el joven al oído, mientras sus brazos le abrazaban fuertemente.

“Meow.”  Respondió el otro medio en broma, medio en serio.  Le costaba hablar.  No podía confesarle que en ese día precisamente, su familia se había negado a verle.  Que sus padres y hermanos habían decidido que no querían ningún lazo con él y que a pesar del dolor que le causaba, no le sorprendía la decisión.  Siempre había sido el que hacía todo en contra de la corriente.  Siempre se había limitado a seguir las reglas que le imponían, ¿por qué entonces ahora encontraba todo tan relevante?

Sin embargo, Aiacos no se movió de allí, ni se precipitó a sacar conclusiones.  Bud siempre había sido muy solitario, incluso se atrevía a pensar que algo ermitaño, pero siempre que debía estar en grupo era amable y muy gentil.  Sólo con él hablaba por horas ya fuera acerca de tonterías o de los hechos más importantes a su alrededor.  Sería tal vez por eso que ese repentino silencio le hacía temer y no le agradaba.

“Shuuu.”  Respondió él finalmente, notando como Bud se relajaba entre sus brazos y levantaba la mirada al cielo para contemplar la luna llena.

El muchacho se removió entre los brazos de Aiacos, besando la piel que alcazaba a tocar sus labios.  El gesto del otro le había tocado muy profundo y él se giró a besarlo con tranquilidad.  Sólo necesitaba un rato con él para recordar que como estaban las cosas todo estaba bien.

“¿Y los sánduches?  Me muero de hambre.”  Dijo Bud levantándose y ayudando al otro a hacer lo mismo, le hizo caminar delante de él para darle una palmada en las nalgas y reír a carcajadas mientras le seguía hacia la cocina riendo.  Se sentía en calma gracias a esos pocos minutos que acababan de pasar.

Por fin sentía que ya no tenía que maullarle a la Oscuridad.

 

 

Ariadne – Septiembre 24 de 2006

Labrys


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