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Aíram, cuestiones de perspectivas por Camui Alexa

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Notas del fanfic:

Este fanfic no fue escrito por mí, sino por mi amiga Jinsei no Maboroshi. Sin embargo, es una continuación de mi fic "María", y leer este fic sin antes haber leído María no tiene sentido alguno.

Este fic fue un regalo, y Jinsei me ha dado todo el permiso de publicarlo de esta forma.

Gracias, Jin!

Una suave sensación de alivio parecía que finalmente le había alcanzado.

 

Sin embargo, aún podía sentir la pesadumbre de su pecho. Todavía vivía. El destino, siniestro amo de los seres vivos, jugaba una vez más en su contra, demostrándole cuán títere era de su carne. Sólo un muñeco, sin libertad, sin elección, condenado a padecer sus instintos, sus sentimientos, todo aquello que le hacía humano. Un humano más del común. Un humano absolutamente destrozado y misterioso. Incluso para sí mismo. ¿Tanta extravagancia le habría jugado en contra?

 

Suspiró intentando calmar aquel latente sentimiento de destrucción que hacía meses anidaba en su espíritu. Un demonio, que nadie veía. Una criatura que él resguardaba bajo su imagen de elegancia, prohibiéndole a todo curioso la mera inspección de la misma. Un ser, al que ocultaba con celosía... y sin embargo, aquel endemoniado ente no hacía más que llorar en su celda de carne.

 

La vida era imposible. ¿Cómo se podía erigir tanta imagen con cimientos arenosos?

 

-¡Ay! –susurró en alto, cuando intentó mover su muñeca, la cual sentía vendada.

 

Abrió sus ojos finalmente, y contempló el techo de aquel lugar. La horrible habitación de los espantosos lugares de su infancia. Una vez más, había caído allí.

 

-¡Idiota! Debiste de haberlo hecho bien. ¡Poeta vacío!

 

Asombrado de aquella voz misteriosa, Gakuto giró su rostro hacia su costado, y contempló a una joven mujer semitransparente, quien luego de enseñarle el dedo anular, dio media vuelta, y desapareció atravesando la pared.

 

-¡Lo que me faltaba! –susurró angustiado.

 

Se levantó de la cama con lentitud, advirtiendo el suave mareo que le perturbaba. Contempló con mayor detenimiento el cuarto: nada había cambiado de esos lugares. El mismo infierno blanco y esponjoso de siempre. Las mismas pantuflas blancas, el delantal claro, y la pulcritud de la luminosidad destrozándole, mostrándole cuánto vacío podía albergar su espíritu, a pesar de portar tan magnífica imagen.

 

Un vaso con agua sobre el buró y un pequeño recipiente plástico que contenía las pastillas diarias, le provocaron una sensación repulsiva.

 

Suspiró, dejando que la resignación atacara su espíritu con lentitud, casi sin conciencia.

 

Caminó hacia la ventana, reforzada con un tejido de acero, y contempló a través de aquella jaula la quietud del extenso jardín.

 

-¡Mierda! ¡¿Qué tienen de sedante estos lugares?!

 

Sólo podía vislumbrar hombres caminando con apagada actitud por los senderos del jardín. Algunos hablando en su propia soledad, otros mirando hacia el suelo, algunos siendo visitados por sus familiares, a pesar de la ausencia que manifestaban.

 

Todos perdidos en la irrealidad. Todos hundidos en aquella extraña dimensión de su propia inconsciencia.

 

Apoyó su mano en el vidrio helado del ventanal, y avistó hacia el cielo, justo cuando un ave lo cruzó, mostrándole con soberbia la virtud de su naturaleza.

 

Suspiró una vez más. Una vez más, no notó diferencia.

 

Allí estaba nuevamente, como había ocurrido muchos años atrás.

 

Y como había padecido, ahora más que nunca, la soledad le desgarraría.

 

-¿Señor? ¿Qué está viendo?

 

Gakuto giró sobre sus talones, y contempló una niña pequeña, quien le sonreía con inocencia. La observó con mirada perdida. No podía estar regresando a su pozo una vez más, y sin embargo...

 

-¿No escucha, señor…? ¿Qué ve por la ventana?

 

-Sólo a un ave... –respondió finalmente, resbalándose por la pared, cayendo hasta el suelo, vencido por su demonio interior.

 

-¿Un ave…? ¿Qué puede tener de interesante un ave?

 

-Tiene alas, y puede volar.

 

-Yo también... y no las tengo –sonrió con cínica expresión, demostrando un rasgo poco infantil. Gakuto, de rostro neutro, sólo la miraba con indiferencia. La resignación ya se arraigaba a su pecho.

 

-No puedes volar de igual forma...

 

La pequeña, torciendo su boca hacia un costado, se dio por vencida en aquel quedo pleito.

 

-¿Y usted cómo sabe?

 

-Tú no puedes volar... al menos no de esa forma. Ya te lo dije.

 

-Usted siempre está muy seguro de sí mismo, ¿verdad?

 

-¿Eh? –Gakuto dejó su rostro imparcial, y le miró con una ceja levantada.

 

-Usted es puro ego.

 

-No. No lo soy.

 

-El humano se infla para no notar su pequeñez –la chiquilla le espetó con un rostro demoníaco. Dirigió su mirada una vez más a la ventana, y tras una sonrisa irónica, regresó a ver a Gakuto, quien ya alterado de aquella mutación sorpresiva en la criatura espectral, tomó su actitud de defensa, listo para soportar la metamorfosis de esa imagen en el tormento con el que sus visiones siempre le aquejaban. Sin embargo, aquella figura diminuta sólo le contempló, sin modificar su burlona expresión.

 

-Vete –le exigió con trémula voz. Ya su cuerpo se tensaba, esperando el ataque de aquellas crisis. Finalmente había regresado al pasado, a su niñez, a su soledad, abandonado en tal lugar.

 

-Siempre se teme lo que no se comprende, lo que se oculta. Usted no es diferente del resto.

 

-¡Vete, maldito engendro del demonio! –gritó exasperado, tomando el jarrón que estaba en su buró, y lo arrojó contra el espectro, mas éste simplemente fue atravesado por el objeto, sin modificar por ello su expresión.

 

-El demonio, según la realidad, puede ser un ángel.

 

-... –Gakuto afinó sus ojos oscuros, y miró en silencio a la pequeña.

 

-La luz encandila. Las sombras sumergen. En ambas el humano está atrapado.

 

-¡Vete de una puta vez! ¡Eres una visión sin sentido! Cierra tu boca... –maldijo, llevando sus manos a la cabeza, intentando resguardarse de aquella voz infantil, hundiéndose en sus brazos, juntando las rodillas, empequeñeciéndose tanto como le fuera posible.

 

-¿Una visión? ¿Lo soy realmente? Tú no sabes qué es la realidad.

 

-¡Vete, maldita figura!

 

Enardecido sin sentido, enfurecido por la impotencia, se levantó como un toro, y arremetió con toda su fuerza contra la figura espectral, en una corrida impetuosa. Sin embargo, así como había acontecido con el jarrón, Gakuto atravesó a la pequeña, y ya enajenado por el tormento, no detuvo su paso, y chocó contra la pared vecina, desplomándose contra el suelo.

 

Sólo un instante de paz le pareció alcanzar en ese segundo en que duró el impacto. Toda su furia, toda su energía, se disipó con el choque [1].

 

 

Despertó mirando el techo. Una vez más. Sin embargo, la dureza bajo su cuerpo sólo le indicaba que se hallaba en el suelo. Percibió el dolor de su muñeca vendada, y aquel dolor, se le adicionó uno nuevo en su cara, en su sien, en su frente. No lo podía identificar con certeza.

 

-¡Estúpido mal parido! ¿Alardeas de tus habilidades? No puedes ni siquiera matarte tú sólo. Imbécil.

 

Gakuto se levantó con suavidad, y, sentándose en el suelo, llevó su mano a su frente, donde un prominente chichón comenzaba a formarse. Aclaró su vista a los pies de aquella misma joven que le había insultado antes, y, tras sentirse con fuerza suficiente, elevó su rostro hacia el de ella. Allí estaba otra vez esa joven de cabellos muy cortos, con un porte poco femenino, ataviada en negros y anchos pantalones con una camisa azabache. Probablemente, un espectro, el cual tras su enfurecimiento, le develase la criatura real que en su interior se resguardaba. Sólo un tormento más a su colección, uno más de los interminables que padecería hasta el final.

 

-¡Ey! ¡Qué me miras! ¡Estúpido! Levántate.

 

Gakuto la contempló con desconfianza, sin acatar sus órdenes.

 

-Levántate.

 

-¿Qué quieres?

 

-¡Já! ¡Pregúntate eso! A mí no me mires... idiota.

 

Gakuto frunció su ceño, y volvió a fijar su vista en la pared. El aire estaba inmerso en un aroma intenso, un perfume que hacía muchos años había olvidado. Tal vez, madera de acacia.

 

Divisó una vez más la ventana, e ignorando a esa fantasmal y grosera figura, caminó hacia el vidrio, para volver a contemplar a través de ella.

 

La joven, desconcertada, levantó una ceja, torciendo su boca con indignación.

 

-¿Me escuchas? –le preguntó al notar la ida actitud que súbitamente el cantante había adquirido de vuelta.

 

Gakuto, haciendo oídos sordos, volvió a apoyar su mano en el vidrio, intentando recordar aquel perfume, buscando en todo extenso el archivo de recuerdos en que su mente se había transformado. Y de entre el dolor y el éxito, en su pensamiento se dibujó aquella expresión de sonrisa tan mística, y casi inconscientemente, copió tal gesticulación en sus labios.

 

Allí estaba, en su mente, en lo más profundo de sus imágenes superpuestas, el recuerdo de aquel ser. Ese al cual sólo podía ver desde lejos, disfrutando el paraíso del cual él había sido excluido.

 

Y allí, más que nunca, la criatura de su interior emergió con ronco llanto, en un grito de desesperación, que el cantante, aún y a pesar de todo, ahogó en silenciosas lágrimas. Todavía controlaba su imagen. Aún favorecía a más vacío.

 

-¿Por qué a veces, se es sólo espectador? –preguntó en voz alta, secando con su dorso aquellas dos lágrimas que habían saltado contra su voluntad.

 

-Oh, ¡por favor! ¡Estás loco! –concluyó fastidiada la joven, sacando un chicle de su bolsillo, el cual consumió.

 

Gakuto, extrañado de aquella afirmación imposible, de aquel comentario que nunca visión alguna padecida le había siquiera, insinuado, giró un poco su rostro y observó a esa joven, quien mirándole a los ojos, masticaba con desenfado la goma de mascar.

 

Inusualmente, el aire se llenó del aroma de la acacia y el chicle. Un perfume elegante e infantil.

 

Frunció su ceño, incomprensible a la nueva naturaleza que adquirían sus visiones. Negó en silencio con la cabeza, e ignorando aquellos aromas, volvió a fijar su vista en la ventana. Sólo podía contemplar a los locos que tenían visitas. Sólo podía ver a aquellos parientes, quienes cuerdos, se abrazaban entre sí, lamentando la desdicha del paciente, mientras que éste, ajeno, sólo contemplaba el cielo. Muy lejos, en su propia realidad.

 

Y sin quererlo, sus pensamientos se dispararon en aquella nostalgia, en aquel abandono, en ese pasado que buscaba con ahínco ocultar bajo más imágenes.

 

Gakuto se lamentó de no haber podido vivir más de sus amistades, de no haberles dejado ver el demonio que incubaba en su interior, avergonzado, adolorido. Se arrepintió de su debilidad, de su carne. Y es que en el fondo, tras toda aquella extravagancia, sólo había un solitario humano, buscando ser especial, deseando ser querido, anhelando ser único, en el medio de tanta mediocridad.

 

Y sólo pudo detener su mente en aquel hombre que nunca creyó posible de conocer, en ese hombre que sin permitírselo, le había arrebatado más esencia de lo que había creído, porque en el fondo, él mismo la había consumido. Ese ente que enjaulaba en su carne, desesperado, destrozó interiormente todo lo que aquel cantante interponía con imágenes de elegancia. Todo lo destrozaba, sólo, porque nada de aquel sentimiento tenía sentido. Simplemente las circunstancias eran erradas. Solamente, había mirado un lugar sin vacantes.

 

Suspiró con tristeza. ¿Qué más le restaba? ¿Por qué el destino se ensañaba con él? ¿Por qué aquel abrecartas delicado se clavó en su yugular de forma irremediable? Exhaló.

 

-¡Deja de respirar como afeminado! –le exigió aquella voz grave, con su manera extraña de tratarle.

 

Sin mucho ánimo, caminó hacia la joven, y quedando frente a ella, le miró a los ojos con expresión vacía. La muchacha frunció su ceño, retribuyéndole con osadía el gesto.

 

Y sin querer, ese extraño color terracota de los ojos de la chica, sorprendieron al cantante.

 

-¡Vas a aprender a hablar! –le amenazó la joven.

 

Ésta, con fuerza descomunal, sujetó el cuello de aquel blanco delantal que vestía el cantante, y sin cuidados, lo arrojó contra la pared, chocando toda su espalda contra ésta. El músico, temeroso, abrió sus ojos de súbito, notando la materialización nunca antes padecida en sus visiones.

 

La muchacha, con gesto burlón, sonrió de costado, y escupiendo hacia el suelo su chicle, le miró a los ojos.

 

-¿Vas a hablar? –insistió una vez más.

 

Sin embargo, a Gakuto se le comprimió la voz. Aquellos ojos terracota le torturaban.

 

Enfurecida por el silencio del alto japonés, zamarreó varias veces al cantante, haciendo que la columna de éste chocara varias veces contra el muro, generándole un extraño dolor.

 

Cansada de aquella pasiva actitud, la muchacha apretó su puño, y con fuerza masculina, golpeó el rostro del elegante japonés, provocando que cayera al suelo, inconsciente.

 

-Imbécil -susurró molesta, retomando su camino hacia algún lugar, atravesando la pared.

 

 

-Gacchan. ¿Estás bien?

 

-¿Eh?

 

Gakuto, en el suelo, despertó ante la grave voz que le sorprendió. Creyó reconocerla, ya no de una visión, o tal vez, de la peor nunca antes padecida.

 

Intentó abrir sus ojos, pero un dolor prominente en su mejilla le hizo dudar al respecto. Inmediatamente advirtió el dolor en su sien, en su muñeca, y uno nuevo, que se extendía por toda su espalda.

 

-¿Gacchan? ¿Puedes abrir los ojos?

 

El cantante, temeroso ante lo que ya suponía, abrió con lentitud sus ojos, y aclaró su vista en el rostro que tenía a su frente. Y enmudeció.

 

La visión más hermosa y torturante que nunca antes hubiera podido tener. Allí estaba él. Mirándole con rostro intrigado, parpadeando, respirando, y extrañamente, demasiado real para ser ilusión.

 

-¿Tú? ¿Qué haces aquí? –le preguntó a su deseo más obsesivo, a su capricho arraigado en sentimiento. Éste, le sonrió con timidez, y en silencio, ayudó a incorporar a Gakuto del suelo, y sentarlo en la cama.

 

-Creí que nunca despertarías.

 

-¿Me... quedé dormido? –inquirió el cantante, no sabiendo con exactitud en qué momento de su vida las cosas acontecían.

 

-No.

 

-¿Mn? –le miró sorprendido.

 

-Has estado insultándome desde que llegué. Mirabas la ventana... e intentaste golpearme, pero te esquivé y caíste al suelo. Ese golpe en la frente se ve muy  feo... –sonrió divertido, apoyando su mano en el hombro del cantante. Gakuto, frunció su ceño, y contempló a aquel hombre a su frente, preguntándose en silencio dónde estaba el límite de la verdad y la mentira. ¿En qué clase de realidad vivía?

 

-Mn... y... ¿a qué has venido? –le interrogó temeroso.

 

-¿¡A qué más!? ¡Tonto! Vine a visitar a un amigo. ¿No se puede?

 

-¿Amigo?

 

-¡Oye! No me ofendas, ¿¡sí!? –le sonrió juguetonamente.

 

Aquel hombre, tras ese gesto de amabilidad, se sentó al lado de Gakuto, y sin separar su mano del hombro donde ésta estaba posada, la deslizó por la espalda del elegante japonés, frotándole con un poco de energía, en un gesto de pura comprensión. Un movimiento, lleno de amistad, que traducido en los sentimientos del cantante, no pudo evitar el erizamiento de su piel bajo la fina bata blanca.

 

Y allí estaba él. Con su amante platónico, con el ser al que sólo podía observar tras el cortinado de su existencia, ajeno, lejano, viviendo por separado, lo que quiméricamente sería posible juntos.

 

Gakuto, calmado por aquel gentil movimiento, giró su rostro y observó al muchacho a su lado, recorriéndole con la mirada por todo aquel rostro de delicadas facciones. Una mixtura de infantilidad y madurez realzaban sus rasgos. Sus ojos llamativos, su nariz recta, su cabello alocado, y por sobre todo, esa sonrisa mística. La tristeza y la belleza se unían para curvar aquellos labios prohibidos. Labios que otro saboreaba, labios que no añoraban el toque de Gakuto, labios que nunca siquiera habían sospechado la idea que concebía enjaulada el fino y alto cantante.

 

-Gacchan...

 

-¿Mn? –su atención fue invocada en un tono comprimido que ese hombre dejó emerger de aquellos labios. Súbitamente, un halo de tristeza rodeó al japonés de grave voz.

 

-¿Qué pasa contigo?

 

-¿Mn?

 

-Sabes dónde estás... ¿verdad?

 

-No me lo recuerdes.

 

-¿Qué está pasándote, Gacchan...? Soy tu amigo. Puedes confiar en mí.

 

-No es cuestión de confianza.

 

Silencio.

 

Se mantuvieron callados por un par de minutos. Sin embargo, ese hombre no dejaba de frotar la espalda de Gakuto, en un gesto de amistad, de comprensión, de todo aquello que el cantante no deseaba. No exactamente aquello.

 

-Por favor, Gacchan, dime qué ocurre. ¿Por qué hiciste tal locura?

 

-Mejor cállate.

 

-Por favor, soy tu amigo –Gakuto reflexionó sobre esas palabras, y suspendiendo el momento en el aire, miró su muñeca, vendada, que latía con extraña sensación ahogada.

 

-¿Sabes? A veces uno se cansa... ¿no te ha pasado?

 

-Mn. Pero nunca he tenido tal idea.

 

-Já. Tú. No todos somos como tú.

 

-Gacchan... me preocupas...

 

-Olvídalo, ¿sí? Ya pasará...

 

-¿Lo crees? –dudó por la salud de su amigo.

 

-Todo pasa, ¿no es así? –le sonrió con abatido gesto. Todo podía pasar, menos ese cansancio producto de amar un platónico ser. De amar una quimera, de querer pertenecer a un lugar vedado, y resignarse a contemplarlo con lejanía. ¿Por cuánto tiempo se podía resistir tal sensación?

 

-¿Tienes problemas con alguien?

 

-Quién sabe...

 

-Gacchan... no juegues conmigo –respondió con velocidad, con un suave tono de molestia.

 

-Conmigo juegan todo el tiempo... y eso cansa.

 

-¿Juego? ¿Cansado? ¿Qué rayos te pasa?

 

-Sólo cansancio. ¿Uno puede pasar la vida con actitud de náufrago? –Gakuto sonrió con resignación tras sus propias palabras.

 

-¿Qué? –contempló al cantante con el ceño fruncido, incomprensible.

 

-Sólo inercia, sólo supervivencia...

 

-No entiendo qué te sucede.

 

-Ni yo.

 

-Supongo que, después de todo, éste es el mejor lugar para ti –concluyó apenado, sabiendo que la realidad no les engañaba.

 

-Tú no sabes lo que es mejor para mí. No lo sabes. Ni siquiera lo sospechas.

 

Silencio.

 

El hombre a su lado, le miró conservando su rostro intrigado, y sin meditar al respecto, deslizó su mano, poniendo fin a aquel frotamiento en la espalda de Gakuto. Las sospechas existían. La verdad, no era gustosa de ser asumida.

 

-¿Quién es el que te atormenta, Gacchan? –jugó con Gakuto una vez más, sin conciencia.

 

-No lo podrías notar nunca...

 

-Tú no dejas que nadie lo note.

 

-Nadie me mira con cuidado.

 

-Nadie puede verte, si tú no les dejas... tal vez, tengas miedo de que, tras tanta algarabía, sólo encuentren a un simple hombre, tan común a todos...

 

-... -levantó una ceja, molesto, aún contemplando su muñeca.

 

-Quizás, sólo exhibes todo esto porque no tienes nada más que mostrar, no tienes nada más que te haga sentir especial.

 

-¡No me hables de esa forma! –le exigió molesto. El murmullo de la voz de la pequeña niña espectral se confundió con aquella voz grave de ese hombre prohibido. Mente debilitada, jugaba con su criatura encerrada, torturándola, burlándose de las pesadas cadenas de la extravagancia.

 

-Es eso, ¿verdad? En el fondo, no somos nada especiales.

 

-Tú no lo serás... –replicó con ofensa. La verdad escupida le repugnaba. Su mente, su esencia, y su imagen. Tres frentes en guerra.

 

-Já ¿y tú sí?

 

-Gacchan... nadie puede vivir con su perfecta soledad. ¿Por qué no enfrentas a tal persona? No tiene sentido que te destruyas por causa de ésta.

 

-No puedes empañar el paraíso ajeno...

 

-¿Mn?

 

-Si ya es feliz con lo que tiene... ¿qué sentido le daría a mi existencia saber que mi presencia sólo le incomodaría?

 

-¿De qué hablas?

 

-Si uno siempre sobra... no tiene mucho sentido...

 

Silencio de nuevo.

 

Aquel hombre contempló a Gakuto por un par de segundos, y, comprendiendo la evidente respuesta, mantuvo su mirada en el suelo. Los minutos se sucedían en plena quietud tensa.

 

-Gacchan.

 

-... –le miró con triste gesto.

 

-A veces... el náufrago mira el mar... esperando lo que le traiga la marea. Tal vez, algún día, la marea le alcance lo necesario para salir...

 

-¿Y me tengo que resignar a vivir con actitud expectante?

 

-Es mejor que arrojarse al mar...

 

-¿Lo crees? –espetó presto, avistándole con rencor, que se esfumó ante el silencio de éste.

 

-...

 

-Tú no sabes lo que es la soledad. No puedes hablar. Tú tienes tu edén.

 

-... –el hombre le miró con ojos sorprendidos, y lleno de tristeza, desvió su mirada, comprendiendo el mensaje.

 

-Gracias por haberme visitado... eres el único que lo ha hecho en toda mi vida –le echó con elegancia, y el hombre a su lado, aceptando aquella decisión, aquel pedido de soledad, se levantó de la cama, y caminó hasta la puerta. Desde el umbral, se giró, y le observó por última vez.

 

-Mn. Supongo... que para eso son los amigos... –susurró, desapareciendo tras las puerta, dejando en el aire, el desvaneciente sonido de sus pasos.

 

Gakuto, una vez junto a su soledad, contempló el ocaso desde su ventana. Ya no había mucho sentido para su cansancio. La inapetencia subyugaba todas sus acciones. Sólo deseaba cerrar sus ojos, y desaparecer.

 

Actitud de náufrago. Sonrió con un suave gesto irónico.

 

Aquella conducta podía servir para los mediocres, no para él.

 

Sin embargo, elevó su vista hasta la esquina de su cuarto, y lo volvió a escudriñar con atención. Avergonzado de su pensamiento anterior, desvaneció su soberbia expresión, y miró el suelo, convencido de que su voluntad hacía mucho tiempo no definía sus acciones. Sólo los mediocres sufrían con su estupidez.

 

Y sin darse cuenta, el aroma a acacia regresó al ambiente, generándole un suave dolor en la mejilla. Un dolor a beso.

 

Esperando aquella nueva quimera, contempló el cuarto con expectación, pero nadie apareció. Sólo ese perfume que tanto le hacía recordar.

 

Llevó su mano a su sien, notando que el movimiento, además de incomodarle su muñeca,  le generaba un suave dolor en su espalda. Una sensación a paz le invadió con inusual lentitud.

 

Un gusto a chicle endulzó su boca, y sin comprenderlo, meditó en su pensamiento anterior. Tal vez, en el fondo, la humanidad era una especie extraña de absoluta contradicción. Quizás, un humano tan lleno como él, podía perderse en el vacío de la soledad, sin que ello afectara su realidad.

 

Una realidad, que cada uno creaba a su antojo, a su gusto, con el único fin de sentirse especial. ¿Acaso no podía crear su propio edén, no podría soportar su vacío y controlar a aquella criatura encerrada en su interior con algo más que aquella pasiva actitud? ¿No podía forjarse él mismo una realidad, y sumirse en su locura, ajeno a la crueldad del mundo? Ésa, era una actitud de seres superiores. De seres, que huían de su condición a pesar de sus cadenas de esclavos.

 

La locura, después de todo, tenía perfume a acacia.

 

Y sonriendo con tranquila expresión, se dejó caer sobre la cama, convencido, de que mientras unos padecían sus infiernos, otros, simplemente se encerraban en sus mundos, alejándose de los dolores, de las torturas, de los más incoherentes sentidos comunes.

 

El mundo, no estaba hecho para su mente.

 

Cerró sus ojos, y se durmió, sintiendo aquellos dolores extraños, con ese perfume que le rodeaba, y que endulzaba su boca.

 

La locura, podía tener formas muy extrañas de enajenación.

 

 

-Gacchan... despierta...

 

-¿Mn?

 

Un rayo de sol molestó los párpados del cantante, quien soñoliento, aún quedo, se negaba a abrir los ojos a una realidad evidente. Sin embargo, los brazos de un hombre le ceñían el talle, notando que el cabello de aquella persona, se distribuía por todo su pecho.

 

Atónito, sorprendido, anonadado, abrió sus ojos con asombro.

 

Miró el techo de su casa, con un profundo alivio. Giró su rostro en dirección del buró, y observó aquel plateado abrecartas. Lo miró con intriga, casi boquiabierto por la presencia de aquel objeto limpio.

 

Levemente asustado, elevó su brazo para observar su muñeca, que apretada por una extravagante pulsera, había tornado levemente morada su mano. El movimiento, llamó la atención del hombre que estaba a su costado, quien sin romper el contacto, elevó su rostro para observarle a los ojos, con una sonrisa calma.

 

Gakuto lo observó, completamente asustado.

 

-Te dije que te sacaras la pulsera... pero tú nunca me haces caso... –le contestó juguetón, y acercándose a sus labios, le besó con profundidad.

 

Aceptando el beso, cerró sus ojos, y disfrutó de la dulce lengua que ingresaba a su boca, con un gusto suave de chicle pasado. Sorprendido, separó el contacto, e intentó levantarse de la cama, pero el quejido de su amante le detuvo. Su peso, había caído por completo en el brazo de aquel hombre que continuaba empecinado en seguir sujetándole a la cintura.

 

-Perdona –respondió apenado Gakuto, sentándose con su amante en la cama, mirándolo con asombro.

 

-Mn. No es nada... ¿y? ¿Cómo dormiste?

 

-¿Mn? –le miró intrigado, creyendo darle significado a cosas que no debían tenerla. Al menos no en esa situación.

 

-Tú me habías dicho que dormir de esa forma siempre te generaba dolor de espalda... no veo que te moleste, ¿o sí?

 

-Ah... tu brazo bajo mi espalda... –sonrió aliviado.

 

El joven a su lado volvió a acercarse al hombre, y con traviesa expresión, comenzó a besarle el cuello, levándose por sobre su mentón, hasta dar con una de sus mejillas, la cual mordió con lascivo movimiento.

 

-¡Ay! ¡No hagas eso! –comentó riendo Gakuto.

 

-Toda la noche lo he estado haciendo... y tú no te has quejado –sonrió divertido. Los besos de su amante eran intensos.

 

Comprendiendo todo lo pasado, entendiendo todo lo ocurrido, suspiró con alivio, y se dejó caer sobre la cama, sintiendo a su amante a su lado, quien le acariciaba el pecho con languidez. Sonrió para sí mismo.

 

Giró un poco su cabeza, y contempló a su compañero, quien retribuyéndole el gesto, curvó sus labios en una fina y delicada expresión.

 

Y sólo allí apreció esos ojos terracota, esos intensos ojos, que de repente, le inundaron de aroma de madera de acacia. Y logró discernir, por fin, el origen de aquel perfume. Su amante. Su ser. Aquél, dueño de la criatura interior que enjaulaba el elegante japonés. Dueño de su propia extravagancia, de su propia mediocridad. Y aquello, tampoco importaba demasiado.

 

Se acercó a su rostro, y se besaron con lentitud, una vez más.

 

La realidad, podía ser variada. La misma y única realidad.

 

-¿Gacchan…? –susurró una vez finalizado el contacto, todavía degustándose mutuamente entre el sabor a chicle y deseo.

 

-¿Mn?

 

-La actitud del náufrago tiene sus recompensas. ¿No lo crees? –le sonrió con gentil expresión.

 

Gakuto, parpadeó varias veces, extrañado. Pero no le dio importancia. La realidad podía tomar formas extrañas.

 

Después de todo, ¿dónde está la realidad?

 

 

Owatta!

 

~Fin~


Notas finales: Notas:
Neee... no pregunten... he respetado a la autora, aquí nadie sabe quién es el amante de gakuto!^_^

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