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EL RETRATO por Kitana

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Notas del fanfic:

Todos los personajes de Saint Seiya le pertenecen a MAsami Kurumada, yo solo los he tomado prestados un ratito para divertirme.

Notas del capitulo: Hem aqui molestingando con un nuevo fic, dedicado en especial a mis super friends Crawlin butterfly y Cyberia_bronce_saint, sobreo todo para tí Edu, je je sé que te encantan los gemelos y en vista de que no he avanzado nada de  lo prometido, pues me disculpo con este, a ver si les gusta, esta medio completamente raro, muy loco y muy extraño, lo dejo a su consideración bye¡¡¡
 

Nacidos en una noche que las ancianas calificaron de nefasta, en medio de truenos y relámpagos, mal presagio, anunció la vieja sirvienta de la casa. Mal presagio, repitió mientras se escuchó el llanto del primero. Gemelos. Idénticos. Unidos por algo más que la sangre. Iguales. Distintos. Luz. Sombra. Dos cuerpos y una sola alma. Eso eran ellos. Ojos verdes, cabello negro como una noche sin luna. Piel blanca como la leche. Soberbios, altivos. Hermosos, crueles... eso eran ellos. Demonios vueltos carne, sumergidos en el gozoso pecado de la carne, pecado del cual se ufanaban desde hacía ya muchas lunas. Pecado que consumaron uno en brazos del otro mientras la vida animó sus cuerpos idénticos cual gotas de agua. Siempre juntos, en la gloria y el pecado.  Siempre cerca uno del otro. Ojos verdes siguiendo a la grácil figura de piel pálida y cabellos negros.  Siendo uno la sombra del otro. Saga y Kanon eran sus nombres.

 

Se decía que el talento de esas manos, que en ese momento se dedicaban a dar y hallar placer, era cosa del mismísimo demonio. Nadie era capaz de hacer lo que ellos, de crear mundos inimaginables sobre un insignificante lienzo. Siempre se sentaban uno frente al otro pincel en mano para crear obras maravillosas, casi se juraba que aquellos cuadros tenían vida, vida nacida de esas manos que había quienes juraban habían sellado con sangre inocente un demoníaco pacto para obtener no solo ese talento sino fortuna. Los rumores que campeaban a su alrededor no eran obstáculo para que se les buscase por su talento. En su hogar no faltaba la opulencia ni la gente importante. Pero a ellos eso no les importaba. No había nadie que estuviera siquiera cerca de igualarles en talento ni fortuna. Nadie igual a ellos, solo ellos y nada más. Siempre pintaban uno frente al otro mirándose, ojos verdes sobre ojos verdes.

 

Su única ocupación era pintar, pintar y pintar, en esa labor ocupaban sus días. Sin embargo sus noches estaban dedicadas al placer de amarse. Dos cuerpos pálidos tendidos sobre sábanas de seda, perfumadas con el aroma de los cuerpos, entendiéndose en el único lenguaje que conocían para hacerse saber cuanto se amaban. Ojos verdes y cabellos negros como una noche sin luna revolviéndose entre las sábanas. Dos cuerpos que por momentos parecían uno. Fundidos en un ardiente abrazo, en un gentil coito cargado de todas las emociones que solamente ese acto genera en los cuerpos y en las mentes de quienes lo celebran entregándose al frenesí de la llama ardiente del deseo y de la expresión física de la entrega del alma al ser que se ama. Piel de leche y bocas frenéticas, devorándose, probándose, degustando esa delicada mezcla de gusto salado que emanaba de la piel del otro.

- Te amo. - gimió el mayor al tiempo que el movimiento de su cadera le permitía arrancar un soñado suspiro de esa delicada y amada garganta.

- Te amo. - repitió el otro con una voz sensual mientras sus brazos ceñían aún más a su amante, aprisionó la cintura  de su hermano entre los sedosos muslos. Sus uñas se clavaron  en la espalda del mayor al sentir que el ardiente miembro del hombre que le penetraba llegaba al punto que provocaba que pensara que el cielo estaba a su alcance con solo estirar un poco el brazo.

- No te reprimas... déjate llevar mi pequeño hermano. - dijo Saga embistiendo de nueva cuenta ese altar dedicado al dios de carne y sangre que era para él su hermano, ese que era su mundo, su todo.

- De tu mano... me dejaré llevar a donde sea, así sea el infierno... te amo... hazme gritar Saga. -  suplicó Kanon disfrutando del contacto de la piel de su hermano contra la suya, del salado sabor de esa piel sudorosa, de esos sonidos guturales que brotaban de la garganta de su amante cada vez que se sentía aprisionado en la estrecha cavidad que gustosa le recibía. Los gemidos de ambos desgarraban el silencio que  reinaba en esa casa iluminada solo por los rayos de la luna llena que cobijaba como de costumbre a los amantes.

 

Los labios de uno aprisionaban los del otro, los gemidos y gritos de placer iban a  morir en la boca del otro. Simple placer, no, no era tan simple ese placer, era el placer por excelencia, el placer por antonomasia lo que encontraban uno en el otro. Nada más existía en el mundo más que el cuerpo que tenían entre los brazos, la mirada excitada y lujuriosa, la respiración agitada, el pecho que se agitaba al jalar aire, la pasión tan profunda como un abismo cuyo fondo se desconoce, el descubrirse a sí mismo en el rostro curvado de placer del otro. Eso era todo lo que había, todo lo que necesitaban para existir.

 

El ritmo febril y salvaje que sus cuerpos habían adoptado amenazaba con hacer caer aquella cama que había sido el escenario de sus noches de pasión, de amor y de entrega mutua. Esa cama que sí pudiera, relataría noches dignas de ser atesoradas, noches llenas de pasión. Saga aceleró el ritmo cuando sintió que las uñas de Kanon se clavaban más y más en la piel de su espalda.

-Eres mi vida Saga. - musitó el menor después de lanzar un sonoro gemido.

- Y tú la mía. - dijo Saga para luego cubrirle el rostro de besos tan hambrientos y ansiosos como la primera vez.  Se fundieron en un intenso abrazo, mientras el blanquecino néctar abandonaba sus cuerpos para ir a morir en las entrañas y piel del otro conduciéndoles a un enervante orgasmo.

 

Un nuevo beso, Saga se tendió en la cama justo al lado de Kanon, las manos enlazadas y los ojos clavándose en los del ser que tenían enfrente. Poco después el menor se recostó apoyando la cabeza en el pecho de su hermano mayor, aunque solo fuera por unos minutos. Se abrazaron dispuestos a reposar en esa cama testigo de cada noche compartida, la misma cama en que se amaron por primera vez. La cama que perteneciera a sus padres.

 

Kanon levantó su rostro sonriente y aún perlado de sudor para contemplar casi con veneración a Saga. Recordó con luminosa nitidez, aquella tarde cuando ambos tenían dieciséis años.  Se recordó a sí mismo abrazado al cuerpo de su hermano, ambos tan desnudos como en ese momento. Tan felices como entonces... solo que esta vez nadie entraría y se horrorizaría al verlos de aquella forma.

- ¿En que piensas? - murmuró Saga acariciando con suavidad ese rostro idéntico al suyo.

- En ti. En lo hermoso que es estar a tu lado. - dijo sonriendo, Saga le devolvió la sonrisa. Ese era un gesto que solo se permitía a solas con Kanon, solo sonreía para él, y Kanon solo sonreía para Saga, a solas, como si cada sonrisa fuera un tesoro que no se debía compartir con nadie más.

 - Y todo es gracias a ti.

- No lo habría hecho sin ti.

- Sabes que no es cierto. Tú pudiste hacerlo solo. Nunca podría ser como tú.

-Sabes que sin ti no hubiera sido posible.

- ¿Sientes culpa?

- No. Solo la sentiría si no hubiera hecho lo necesario para estar contigo.

- Jamás habría permitido que me separaran de ti como pretendían... te amo Kanon.

- Y yo a ti Saga. - se besaron de nuevo, Kanon le miró con amor, Saga le acarició el rostro con suavidad. Por un fugaz instante el rostro de Kanon se contrajo de dolor.

- No estás bien,

- Ideas tuyas, estoy perfectamente. Hay que dormir un poco, recuerda que mañana debemos seguir.

- No, voy a inyectarte ahora mismo.

-Sabes que eso no cambiará las cosas.

- Deja de hablar como si te estuvieras muriendo.

- Los dos sabemos que no puedo hablar de otra forma porque eso es exactamente lo que esta sucediendo. - Saga apartó el rostro. - Tú sabes que no quiero... que no puedo dejarte.

- Lo sé...

- Entonces debes hacer lo que te digo y pintarme. Quédate a mi lado hasta el fin, píntame y hazme el amor, solo eso te pido.

- Kanon...

- Hazlo Saga, es la única forma. Hazlo si quieres que sigamos juntos. Sabes que es la única forma. - dijo y se levantó de la cama. - Hazlo amor mío.

- No quiero perderte... - dijo con un rictus de dolor marcando cada centímetro de su masculino rostro. También se levantó de la cama, le alcanzó una confortable bata de seda a su hermano y se puso la propia. Kanon lo miró con una lánguida sonrisa. - Vamos. Empecemos de una vez. No hay tiempo que perder. - dijo y ambos se dirigieron al estudio. Kanon se dejó llevar. - Digas lo que digas, creo que debería inyectarte ahora mismo.

- No, no quiero. Ya no es necesario, pronto pasará el dolor. Muy pronto dejará de doler...

- ¿Tratas de decirme que...?

- Solo pinta amor, solo eso. No hagas preguntas, por favor. - dijo Kanon suplicante. El mayor siguió avanzando lentamente, abrazando el hermoso cuerpo de su  hermano. Ese hermano tan suyo, al que amaba más allá de toda cordura y límite. Simplemente lo amaba más que a su propia vida.

 

Al fin llegaron al estudio. Saga se sentía extraño desde que comenzaran con ese cuadro. Extrañamente débil, extrañamente temeroso de que en cuanto terminara ese cuadro pudiera perder a Kanon.  Tomo asiento frente al caballete en el que se encontraba ese cuadro estaba casi terminado. Sabía que nadie más que él podía hacerlo.

 

Mientras tanto, Kanon se despojó de la bata. Saga contempló embelesado el perfecto cuerpo desnudo de su hermano, quien llevando como único ornamento esa negrísima melena que escurría por su espalda hasta llegar a los bien formados glúteos de Kanon. Contempló el delgado y delicado cuerpo frente a él, era hermoso, casi etéreo, más delgado que él a causa de la enfermedad. Pero si bien era cierto que la enfermedad le consumía el cuerpo, no la pasión, y aún estando enfermo, Kanon reclamaba ser complacido en ese aspecto. Lo amaba. Demasiado tal vez.

 

Kanon se colocó frente al espejo, adoptó la postura indicada apoyando el brazo derecho en el marco del espejo mientras su mano izquierda iba a posarse en su cadera. Su rodilla derecha apoyada en un cómodo taburete púrpura, la izquierda ligeramente flexionada, completamente desnudo, mirándose a sí mismo en el espejo. Cuando le pidió a Saga que lo pintara, él mismo había elegido la postura y las especificaciones de la pintura.

 

Saga preparaba los colores. Lo hacía con desesperante lentitud. Presentía que al terminara de pintar ese cuadro Kanon se iría. Se iría y no volvería jamás. Lo perdía. Cáncer. Eso dijeron los médicos. Etapa terminal, las palabras que sentenciaron su destino. Nada que hacer sino aliviarle el dolor y esperar lo inevitable.

 

Y él estaba sano. Era la primera vez que no compartían algo. Siempre habían estado juntos, en todo momento, por doloroso que éste fuera. No solo compartían su amor, también ese secreto que sin palabras juraron no revelar a nadie.  Siempre habían estado juntos, desde el vientre materno, y la muerte iba a separarlos. Lo que nada ni nadie había conseguido la muerte lo haría, era inevitable... o tal vez no.

 

En cuanto Kanon supo que moriría, le pidió a su hermano que le hiciera ese retrato, de cuerpo completo. Saga creyó que era una forma de despedirse, de dejarle algo a que aferrarse cuando ya no estuviera. Pero no tenía conciencia de lo que en realidad fraguaba su pequeño hermano.

 

Miró a Kanon quieto frente al espejo. Y se sintió como aquel día de su adolescencia. Como aquella gris tarde de invierno. Se creyeron solos, pero no lo estaban. Los habían descubierto. Pecado, dijeron ellos. Inmoralidad. Depravación. Aberración. Asqueroso. Las palabras de ambos retumbaron en sus oídos al igual que aquella tarde en la que aturdido, desnudo y asustado solo quería proteger a Kanon. Y Kanon se comportaba justo como aquel día.

 

Recordó los gritos de su hermano mientras los hombres de su padre lo obligaban a entrar al sótano donde quedó encerrado bajo la vigilancia de su madre.  Recordó que su padre le empujó fuera, por un segundo creyó que le echaría de casa. Pero no lo hizo. Simplemente le obligó a subir al coche al que estaban ensillados dos caballos tan negros como sus cabellos. Su padre espoleo a los caballos, que relinchando corrieron hasta los límites de la propiedad. Lo supo. Él lo odiaba aún más. Estaba furioso. Su padre no dejaba de repetir  que aquello era asqueroso, indignante, que esos no eran los hijos que él había criado, que simplemente eran un par de depravados, pero él iba a ponerle remedio. Lo volteó a mirar y dijo "no eres más mi hijo". Simplemente no le importó, en su mente solo estaba la idea de que nada ni nadie le separaría de Kanon, ni siquiera ese hombre al que había respetado tantos años. Sintió como si la mano de su  hermano se posara en la suya y creyó escuchar la voz del menor diciéndole "no tengas miedo, nada habrá de separarnos". Y él creyó en esas palabras, creyó que de verdad él y Kanon estarían juntos por siempre.

 

Todo sucedió en un instante. Cerró los ojos y sintió ese calor surgiendo de sus manos; y de repente, el ruido de madera rompiéndose, los caballos desbocándose, y un alarido de su padre. Luego todo se puso oscuro, frío y silencioso. Al abrir los ojos lo primero que vio fue el carruaje destrozado, uno de los caballos había huido y el otro permanecía relinchando pavorosamente bajo los despojos del carruaje. Su padre estaba tendido al lado del carruaje con el cráneo destrozado, convertido en una masa sanguinolenta sobre el camino. Y él sonrió. Sonrió sabiendo que ya nada ni nadie iba a arrebatarle lo más preciado de su vida.

 

Volvió a casa andando, bajo un torrencial aguacero. Antes de entrar a la casa, sintió de nuevo ese calor tan peculiar brotando de sus manos. Dentro se escuchó un grito, era su madre. Franqueo el enorme portón que le separaba del objeto de su amor. Su madre estaba muerta. Y Kanon lo esperaba en la entrada, empapado de lluvia, sonriendo solo para él.

 

Se abrazaron, y sin pudor alguno unieron sus labios en un beso apasionado y ansioso. Estaban solos, solos y libres. Se miraron a los ojos al terminar el beso y se dedicaron la mejor de sus sonrisas, amplia, confiada, llena de amor. Sabiendo que ya nada ni nadie les impedía amarse. No hubo necesidad de palabras. Tomados de la mano subieron la escalera sin dejar de sonreír. No hubo duda, no hubo más palabras. Simplemente se dirigieron a la habitación de sus padres, y ahí, en esa misma cama, consumaron el pacto carnal de su amor, como un mudo desafío a aquellos que les habían tildado de pecadores...

 

No recordaba la fecha, ni siquiera porque cada año la leía en la lápida de sus padres. Solo recordaba el año: 1873, y que tenía dieciséis años.

 

- Hazlo ya Saga... no queda mucho tiempo. - murmuró Kanon sacándolo del mar de sus recuerdos. Saga se dispuso a continuar con su labor, plasmando cada detalle de esa sedosa melena negra que recorría cual serpiente la espalda desnuda de su hermano. Delineó cada trazo, cada ondulación de aquella forma casi viva en el lienzo.

 

Casi había terminado, solo una pincelada más para delinear los torneados muslos de Kanon y sería perfecta. Kanon dejo su puesto y así como estaba se dirigió a su hermano.

- Está hecho. - murmuró Saga sin ocultar su satisfacción.

- Es perfecto.

- Eso es porque mi modelo es perfecto.

- Y lo has terminado justo a tiempo. - murmuró Kanon llevándose la mano al vientre y apoyando su peso en el hombro de Saga. El mayor apenas tuvo tiempo de girarse para sostenerlo antes de que cayera al piso. - Sabes que te amo, ¿verdad?

- Lo sé mi pequeño hermano, ¿sabes tú que yo te amo?

- Siempre lo he sabido, aún antes que tú.

- Al igual que sabías que no verías otro amanecer, ¿no es cierto? - le interpeló Saga con  lágrimas en los ojos.

- No debes llorar, simplemente haz lo que te pido... por favor, solo hazlo sin preguntas, ya habrá tiempo de entender si es que resulta.

- Confiaré en ti como siempre lo he hecho.

- Dame tu mano Saga... - dijo Kanon sintiendo que la vida se le escapaba.  Saga se apresuró a tomar la mano que Kanon le tendía. Kanon le dirigió una lánguida sonrisa y él se acercó para besar los labios de Kanon. El menor se incorporó a modo de acercarse más al cuadro. Sosteniendo la mano de Saga sonrió y con su mano libre palpó la aún húmeda superficie del cuadro. - Es perfecto... como todo lo que tú haces hermano. Te amo... - fueron sus últimas palabras, Saga pudo notar que el cuerpo de su hermano comenzaba a volverse más y más pesado mientras él lloraba apoyando la frente en la de Kanon dejando que la negra melena les sirviera de cortina a ambos rostros. Súbitamente sintió ese extraño calor, no era la primera vez que lo sentía. Sin saber porque sonrió, era extraño, pero tenía la certeza de que nada ni nadie le separaría de Kanon.

- Te amo pequeño hermano. - murmuró antes de besar los labios de Kanon aún tibios. 

 

Fue una sensación extraña, demasiado para ser descrita con palabras. Pero ahí estaba Kanon, esperándolo, como si nada hubiera sucedido. No hubo palabras, solo la certeza de estar juntos, sin saber como ni por qué. Pero ahí estaban el uno para el otro, no había nada más que importara.

 

Por la mañana, a eso de las diez, su hermano menor Lucius se hizo presente en la casa. Le sorprendió no escuchar ningún ruido en la casa. Normalmente a esa hora ya podía escucharse el ruido de la música de piano con la que los gemelos solían dar la bienvenida al nuevo día. Pero esa mañana todo lo que se oía era el desesperado trinar de uno de los canarios de Saga. Pensó que tal vez no estarían, que quizá, fieles a su nada sana costumbre, habían salido a caminar juntos a la luz de la luna.

 

Siguió caminando, tal vez en el estudio, pensó. La puerta estaba entreabierta y pensó que quizá estarían ahí, sentados uno frente al otro con los lienzos como intermediarios. Los encontró, pero no como esperaba encontrarlos. Los halló desnudos uno en brazos del otro, con una sonrisa congelada en esos rostros idénticos. Se acercó con una mueca de asco y dolor pintada en el rostro. Tocó el hombro de Saga en un vano intento por arrancarle del que él creía era un plácido sueño.

- ¿Saga? - murmuró, con manos temblorosas y aterradas palpó la yugular de su hermano mayor. Nada. Estaba muerto. Repitió la operación con Kanon. Muerto. A él mismo le pareció extraño, pero pensó que ese era el final perfecto para su historia. Habían muerto de la misma manera en que habían llegado al mundo. Juntos. Amándose. Dedicándose esa sonrisa que ni el mejor embalsamador del país pudo quitarle a sus rostros. Les sepultaría juntos. Con lápidas iguales, al lado de las tumbas de sus padres.

 

Estaban juntos, juntos en la eternidad, en la vida y en la muerte.

 

Lucius recién volvía del funeral. Había decidido recoger algunas cosas de aquella casa que había sido durante treinta años el hogar de sus hermanos. La casa de la que solo muertos pudieron sacarles. Entro en el estudio con la idea de sacar lo último que Saga había pintado, aquel retrato de Kanon frente al que les sorprendió a ambos la muerte. Levantó sin mayor cuidado la tela que cubría el cuadro, Saga no había alcanzado a firmarlo pero sin duda era suyo, tenía su toque.

 

Su boca se abrió para intentar dejar salir un grito que no llegó a formarse. Lo que vio le paralizó cada músculo del cuerpo. El cuadro había cambiado. Donde antes se veía a un Kanon contemplando majestuoso a su reflejo, ahora podía vérsele depositando un delicado beso en un rostro que sobresalía del espejo, un rostro idéntico al suyo.

 

Lucius gritó llenó de miedo cuando escuchó resonar en el estudio un par de carcajadas que de inmediato reconoció como de sus hermanos. El miedo le hizo salir corriendo para jurarse que jamás volvería a pisar aquella casa en lo que le quedaba de vida ni a mover nada en ella dejándola como la dejaron ellos, sus auténticos dueños. Ellos, a los que ni la muerte pudo separar. 

 

FIN.

Notas finales: Muuuy loco verdad? en fin ya saben se aceptan críticas bye¡¡

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