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Para domar a un conejo... ¡Hay que ser rudo! por ringox

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Notas del capitulo: Perdón por la tardanza, espero les guste este capi y actualizaré pronto. Muchas gracias a todos los que lo leen *_*.
 

Capitulo 10: "Pinchazos, renos  y un beso"

 

Camus entró al cuarto de Hyoga portando su pesado maletín, tras de él, la tía Natasha lo acompañaba preocupada por como avanzaba la recuperación de su hijo. El doctor la tranquilizó, al decirle que a primera vista, parecía que el menor estaba mucho mejor.  Se acercó hasta la cama, dónde el rubio lo miraba incomodo, sospechando lo que se avecinaba.

 

-He logrado hacerme tiempo para venir antes, ¿Te sientes mejor? - Preguntó tocándole la frente con la mano.

-Creo que ya me recuperé Camus, me siento bien - Contestó el rusito al tiempo que subía y bajaba los brazos a modo de ejercicio, pero sólo consiguiendo que la mucosidad en sus pulmones le causaran una ahogante y desesperada tos. El mayor le acercó un vaso con agua al terminar.

 

-Me alegra que la fiebre bajara, sin embargo debes permanecer en reposo aún. La fiebre está controlada por los medicamentos que te receté, pero la infección sigue en tus pulmones Hyoga, si no te cuidas como se debe, podrías tener complicaciones mucho más graves.

-Lo sé - Murmuró con frustración.

-Doctor, compramos las inyecciones, pero no sé como aplicárselas - Interrumpió la madre del rubio.

-Permítame, le mostraré para que usted misma se las inyecte. Serán una en la mañana y la otra por la noche, durante 7 días.

-¡¿Tantas?! - Exclamó el rubio obviamente asustado, las agujas no le gustaban nada.

-Lo siento Hyoga, pero es la única forma... de ahora en adelante, tienes que tener cuidado, no será bueno que regreses de inmediato al frío tampoco.

-Camus, sabes que esto nos está costando demasiado, no puedo quedarme tanto sin hacer nada.

El mayor suspiró con compresión, sabía que la familia del rubio era muy modesta. Vivían el día a día con trabajo duro y si bien no les faltaba para comer, no podían darse el lujo del descanso. Si no vendían madera y si no pastoreaban como era debido los renos, su pequeña granja se iría a pique fácilmente y ese trabajo solo para dos mujeres, era demasiado.

 

Miró con tristeza la expresión preocupada de Hyoga, siempre lo había admirado mucho. Se conocieron cuando él daba clases de biología en la escuela más cercana al pueblo y Hyoga era lejos el más brillante de todos sus alumnos, sabía que su sueño, era convertirse en un maestro, pero  no había ninguna universidad allí y simplemente no podía irse sin tener dinero para apoyar a su madre y hermana desde lejos. Intentó optar a muchas becas y para todas ellas era un buen candidato, el problema era que cubrirían sus gastos de estudio, alojamiento, vivienda, comida... pero ¿Y que pasaba con su madre y hermana? Necesitaba dinero para eso y tener un trabajo que le diera ese dinero y compatibilizarlo con las arduas jornadas de un estudiante, era imposible. Sin protestar ni culpar a nadie, había abandonado ese sueño para cuidar y apoyar a su familia que era lo más importante para él. Definitivamente Hyoga era una persona quizás demasiado candida, él mismo, no sabía si él podría hacer un sacrificio como ese.

 

-¿Y bien? Tía Natasha, le mostraré como aplicarla... Hyoga, ¿Puedes bajarte el pantalón? - El rubio no tardó en hacerlo, si le iban a pinchar, mejor que fuera rápido. Apretó los dientes y cerró los ojos con fuerza esperando que todo pasara de una buena vez.

-Relájate Hyoga, si no, te dolerá más.

 

Unos segundo de larga agonía y...

 

-¡Ouch! - Se quejó apenas cuando sintió el pinchazo y después el líquido entrar lentamente, era muy molesto y doloroso.

-¡Ya está! - Le avisó Camus regalándole una palmada cariñosa - Ya pasó. ¡Has sido un niño muy valiente! - Bromeó mientras Hyoga se incorporaba cuidando de no aplastar su recién pinchada nalga.

-Bien, creo que puedo hacerlo - Aseguró la Tía  Natasha con su tan habitual firme temperamento.

-¿Estás segura mamá? - Preguntó dudoso, si le había dolido con Camus, temía que fuera más doloroso con alguien inexperto.

-Claro que sí, cariño... confía en tu madre - Le sonrió ella mientras repasaba con Camus los detalles a considerar al momento de efectuar la inyección.

 

Mientras ambos discutían el procedimiento, la mente de Hyoga vagó más allá de las paredes de su habitación, bajando la escala, abriendo la puerta y encontrándose con la imagen de un peliverde de mejillas sonrojadas por el frío, con esos labios siempre tan rosados y listos para ser besados, sus ojos tan vivaces y picaros, tan indomables, su actitud presuntuosa y desconsiderada, exigente, demandante... en medio de toda esa alucinación, el dolor se había ido y sólo quedaba la necesidad de estrecharlo fuerte en sus brazos, no importa qué... le gustaba tanto, tanto, tanto...

 

 

 

Abajo, Shun volvía a abrigarse bien para pasar el menor frío posible.

Se sentía ridículamente feliz de haberse librado del deber de la leña, porque siendo sincero consigo mismo, era fatal en eso, tenía los brazos delgados y una puntería del carajo. Sin contar con que cortar leña tenía muy poco estilo, a menos claro que estuvieras en un bosque, sin camiseta, sudado, calzado con un buen par de botas rudas y con sombrero de cow boy.  Se sonrió al imaginarse así, pero sonrió aún más cuando una imagen de Hyoga con el hacha en alto y el sol de contraste, se pasó por su cabecita peliverde robándole un feroz sonrojo.  En verdad le sentaban bien esos vaqueros deslavados que su imaginación le había puesto al Hyoga leñador, pero... pensar que le sentaba bien algo a ese animal sin gracia era demasiado para él. ¿Qué le estaba pasando?, lo sabía perfectamente bien. Estaba cachondísimo por el rubio, y lo peor de todo, es que eso lo ponía en el mismo nivel que Shaka. El nivel "Puta guarra"

 

Se dejó apoyar en los muros de la casa, aspirando la brisa fría. Era agradable aunque le provocaba ciertos escalofríos. ¿Qué estaría haciendo Ikki? ¿Ya habría recibido su carta?... ¿Qué pensaría de ello? ¿Se lo creería?... si no era así, estaría en serios problemas. ¿Cómo le explicaría a Hyoga que le había dicho a la mafia que era su amante y que pagaría su deuda por él? Era mejor rogarle a todos los demonios del megaverso por una salida en la que nadie, se enterara de nada y las cosas se solucionaran.

 

Después de todo, salir de Tokio sí había sido lo peor que le pudo pasar, porque de no haber conocido al sin gracia de Hyoga, jamás hubiera tenido pensamientos homosexuales ni se habría desaparecido de las calles despertando la ira de Shiryu.

Desde un principio supo que el moreno pelilargo, sentía una atracción mal sana por él y siempre le estaba dando todo lo que quería a crédito sin cuestionarle nada por algún interés particular que se negaba a evaluar con madurez. "Es que le caigo bien" Se decía siempre.

Si bien discernía que le miraba con algo de perversión, había ignorado esas señales para poder divertirse a destajo a costa de toda la pandillota de adolescentes que huían por las noches de casa para beber, drogarse y evadirse de sus vidas problemáticas bajo la sombra del lagarto. Fue durante mucho tiempo miembro activo de los "tijas", muchachitos que se pasaban los días vagando en grupo divirtiéndose a costa de los demás y  en un par de ocasiones, fue la policía quien lo regresó a la tutela de Ikki después de encontrarle causando desmadre con sus seudo amigos.

 

Para recibir todos los beneficios que tenía dentro de la pandilla, cumplía con ciertos favores para el clan, como hacer entregas muy, muy especiales y/o transacciones en lugares que eran poco convenientes para los líderes que ya tenían un rostro reconocible ante las autoridades.

Nunca en su vida se había sentido tan aceptado y libre, aquellos muchachos parecían los camaradas más fieles en la más alocada de las aventuras y Shiryu, era como el hermano mayor que le aceptaba todo y le quería por lo que era, sin exigirle buenas calificaciones, sin pedirle regresar temprano a casa, sin tener que ser tratado como niño en absoluto, porque él, le trataba como hombre.

 

-¡Y eso soy, un hombre! No una guarra - Murmuró con rabia, aunque inmediatamente vino a su mente una imagen de Hyoga enredado en las mantas bastante apetecible - No me lo puedo creer - Suspiró - Esto no tiene vuelta atrás. Será mejor que me ocupe de esos renos de una buena vez.

 

Esmeralda le había entregado un saquito grande de mineral. Su misión, por las gesticulaciones de la rubia, era mezclar aquellos minerales entre la comida de los renos. En invierno, era muy necesario para mantenerlos saludables y fuertes. En especial porque debían compensar la falta de liquen y musgo que solían comer los renos salvajes de entre la nieve.

Caminó hasta la gran cerca que separaba la casa de lo que era la zona de establo. Por la noche, los renos se metían dentro para resguardarse de la lluvia, las nevadas y del increíble descenso de la temperatura.  En cuanto estuvo frente a ellos, sintió aquel aroma en el aire, aquellos animales todos juntos  lograban enrarecer el ambiente. Miró el saquito de mineral y se preguntó en donde estaría la hierba de los renos.

Dio la vuelta y caminó hasta el establo, allí encontró lo que buscaba, guardado en pilas, enormes fardos de hierba apetitosa (según los renos), estaba almacenada de forma muy ordenada. Trató de sacar el fardo de más arriba, pero no lograba llegar hasta allí. Buscó alguna escalera, pero no la encontró. Decidió que podía escalarlos sujetándose de las amarras, era bastante liviano y ágil.  No se preguntó dos veces si sería seguro o no, y comenzó su ascenso. Cucando iba a mitad de camino, una de la cuerdas cedió a su peso y los fardones se derrumbaron en una avalancha de hierba seca que le aplastó  por completo.

 

Tuvo que usar de toda sus habilidades para escabullirse de todo el caos que había dejado en el granero, para descubrir a continuación que al otro costado del establo, habían algunos fardos ya sueltos.

 

-¡Por la puta madre...! - Murmuró con rabia sacando de su cabello las ramas secas. Tomó uno con las manos y se preguntó como se suponía que le mezclaría con los minerales. Salió con la mercancía hasta donde estaban apilados los renos y se acercó al primero para darle de comer. La mirada que le dio aquel animal fue espeluznante. El cochino reno parecía que lo conocía de antes o algo así, porque sus pupilas no dejaban de escudriñarlo como si le debiera dinero.

 

-¿Qué te pasa tonto? ¿Qué miras? - Le preguntó fastidiado - ¿Quieres tu comida? - Le preguntó con sorna mientras con la mano, empuñaba un fajo de hierbas y las subía y bajaba  provocando que los ojos del animal subiera y bajaran en la misma dirección.

-No te la doy - Alejaba el brazo - Sí te la doy - Acercaba el brazo con las hierbas ante ahora la mirada iracunda de aquel reno - No te la doy - Volvió a alejar la mano riendo divertido, la cara de pocos amigos que le daba el animal le hacía mucha gracia, hasta que en el ciclo de ir y venir, acercó la mano nuevamente y esta al instante y sin alcanzar a retroceder, fue aprensada en el hocico del animal, que victorioso, comenzó a rumiar la hierba con la pata del conejo y todo.

-¡HAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! - Probablemente ese grito lo escuchó Ikki en Tokio - ¡Suéltame cochino reno!

 

Luego de jalar un poco, el animal liberó la mano del peliverde acompañada de una generosa cantidad de baba, gentileza del goloso animalito.

-¡No me lo puedo creer! ¡Qué asco! - Maldecía al tiempo que se limpiaba la mano en el abrigo - Parece que en este lugar todos son guarros - Murmuraba mientras desataba al fardo de hierba para repartirlo entre todos los animales.

Durante toda una hora, se dedicó a repartir lo más equitativamente posible las provisiones para los animalitos. Cuando por fin había terminado, la tarde ya estaba cayendo en el horizonte blanco. El trabajo le había hecho entrar en calor y ahora podía disfrutar un poco de ese paisaje tan hermoso.

 

-En verdad... es lindo - Suspiró al ver como el sol, mientras descendía, reflejaba su luz en las blancas llanuras, creando el atardecer más hermoso que jamás había visto en su vida. Los renos comenzaron  a apretujarse entre ellos, buscando calor de sus compañeros para pasar la noche, verlos le provocó un sentimiento muy extraño, algo parecido a la nostalgia, quizás por su familia, por Ikki.

 

 

Por fin decidió entrar a la casa. Adentro, la Tía Natasha estaba horneando pan mientras cantaba una canción en ruso. Esmeralda miraba unas revistas de moda mientras escuchaba música con audífonos. La chimenea ya estaba repleta de leños y la el ambiente estaba sumamente cálido. Se quitó el abrigo para colgarlo en la puerta y subió las escaleras casi hipnotizado por las sensaciones que le abordaban por primera vez aquella tarde.

 

Tanta paz.

 

Al llegar a la habitación de Hyoga, todas las dudas se agolparon repentinamente en su cabeza. Todos aquellos aspectos que parecía atesorar del rubio y que a la vez, detestaba. Su sonrisa, su tacto, su piel en las noches, ese calor tan abrazador... esos ojos celestes... y su aroma, sus labios, sus manos tan calientes contra su cuerpo... ese cuerpo tan bueno...

 

-Mmmm - Suspiró apoyado tras la puerta.

-¿Shun? - Preguntó inquieto el ruso que lo había escuchado subir y se sentía intranquilo al no verle cruzar el umbral.

Ante el llamado, el peliverde recobró la postura y entró lentamente al cuarto, rodeando la cama hasta llegar a la ventana por dónde los últimos rayos de sol aún iluminaban algunas maderas.

-¿Cansado? - Le preguntó preocupado.

-No, estoy bien - Respondió con tranquilidad, sin ánimo de quejarse aunque sentía los brazos latiéndole y la cintura matándolo. Hyoga sintió deseos de hacerle más preguntas, pero algo le decía que era mejor guardar silencio y simplemente se quedó viendo al menor con disimulo.

 

Poco a poco, la luz se difuminaba por completo, el cuarto que momentos antes alcanzó un naranja intenso, ahora se guardaba en las sombras. El cambió hizo que Shun dejara por fin su estupor y volviera en si mismo.

 

-Tus tontos renos me babearon todo - Le dijo con una sonrisa y el rubio pensó que estaba alucinando y que la fiebre había vuelto.

-Lo siento... les diré que no lo hagan otra vez - Contestó mirándolo con amor, porque no sabía mirar al pequeño de otra forma que no fuera esa y todos sus sentimientos se multiplicaban cuando el chico frente a él, le dejaba ver su amabilidad.

-¿Y cómo les dirás? ¿Hablas reno acaso? - Se burló el peliverde recuperando algo de su agresiva actitud, pero sin llegar a ser insultante.

-Claro que sí - Aseguró rápidamente mientras trataba de incorporarse en la cama. Shun se acercó para ayudarle - Gracias - Le susurró avergonzado al sentir las manos algo frías del menor, tocando sus brazos.

-Mm - Asintió el otro sin apartar sus manos - ¿Te sientes mejor?

-Me siento genial... - Le respondió mirándole con intensidad, tratando de decirle que el tan sólo tenerlo cerca, le hacía sentir maravillosamente bien.

-¿De verdad? Yo te veo fatal - Aseguró acurrucándose lentamente entre sus brazos, como si fuera una costumbre de hace mucho tiempo hacerlo. Hyoga con ilusión lo apretó con fuerza, besando el cabello que olía levemente a reno.

-¿Estoy hediondo? - Se preocupó al notar que el otro inhalaba entre sus cabellos y cerca del cuello.

-Creo que te hace falta una ducha - Sonrió mientras simulaba que el hedor era insoportable. El peliverde se incorporó con falsa indignación, por un motivo que ya conocía muy bien, le era imposible enfadarse.

-Para que sepas, apestas a remedio y a sabana - Se quejó el otro oliéndole cerca del cuello para comprobar que era así.

-Ok, entonces... ya que apestamos por igual... es un empate - Trató de conciliar mientras abrazaba el cuerpo que comenzaba a enfriarse del menor.

-Un empate... No me gusta, a mi me gusta ganar - Pensó en voz alta mientras regresaba a la calidez del cuerpo de Hyoga, frotándose levemente en busca de calor.

-Entonces tú ganas - Consedió el rubio, sólo queriendo retenerlo en ese abrazo, en esa posición por siempre. Verlo allí, en su fase humana y no bestial, era como un sueño, los cabellos verdes desordenados sobre su pecho, la mejilla tibia y blanca apoyada en el hueco entre su hombro y cuello, su respiración golpeando suavemente su nuca y filtrándose entre algunos cabellos... ¿Se podía ser más feliz?... ¡Vendita enfermedad! Quería ahora estar allí para siempre...

... se sentía tan bien...

... Shun  entre sus brazos, dócil... amable, cariñoso...

Suspiró ahogadamente aprensándolo más y fue en ese momento que sintió una leve humedad en su cuello, un roce hirviendo sobre su piel que le produjo una onda electrizante en todo su cuerpo, por su mente pasaron miles de razones para ello, pero su corazón fue el que le entregó la más probable y certera de todas...

... Un beso

... un pequeño y delicioso beso de los labios más sabrosos del planeta Tierra.

 

Sí que se podía ser más feliz.

 

Entre los brazos del rubio, Shun se preguntaba si ahora Hyoga le pertenecía sólo a él. ¿Le quería?... Tenía casi toda la certeza de ello, pero estaba seguro, de que nadie podía querer tanto a alguien como a él, no al menos conociendo  toda la verdad.

 

Su primer beso... y aunque no fue labio a labio, logró llevar a ambos a tener el mismo deseo...

 

"Sería perfecto si no tuviera que llegar la noche y comenzar un nuevo día"

 

Continuará...


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