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Like a feather por Kitana

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Notas del capitulo:

Bueno, despues de diez mil años sin actualizar XDDD, aqui esta el capi nuevo de esto. Un beso y espero que te guste, Torres!!

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— ¿Estás bien? —le preguntó Milo mientras caminaban hacia el edificio donde se hallaba el juzgado en el que tenían audiencia.


—Si, sí, todo en orden.


—No te creo…


—Por ahora no quiero pensar en ello —dijo el sueco con poca convicción. Se  había obligado a olvidar el tema, pasando por alto todas las emociones que había estado conteniendo desde que se topara con su madre.


— ¿Sabes? Creo que mejor me ocupo yo de la audiencia.


—No, puedo con esto, es mi trabajo —dijo Afrodita con tono cortante.


—Relájate, ¿quieres? Soy tu amigo, ¿recuerdas? —dijo Milo un poco tenso.


—Lo eres, pero sabes que no soporto que nadie dude de mi capacidad, ni siquiera tú.


—No estoy dudando de tu capacidad, sólo digo que tienes un mal día y tú te niegas a admitirlo.


—Tú también lo estás teniendo, y eso no te hace mejor ni peor abogado. Conozco el caso y sé que puedo hacerlo bien yo sólo.


— ¿En serio? —dijo Milo bastante irritado —. En ese caso, me regreso a la oficina, no tiene caso que los dos vayamos a la audiencia si tú eres capaz de hacerlo solo —Afrodita  no tuvo tiempo ni de responder, para cuando intentó hilar algo coherente, Milo ya no estaba ahí, lo vio a lo lejos, esperando el semáforo.


—Maldita sea mi suerte… —gruñó en voz baja el hermoso rubio. De momento no podía correr tras Milo, tenía que llegar a tiempo a la audiencia y más tarde se ocuparía de contentar a Milo.


 


La audiencia fue bastante larga y tediosa, la parte contraria parecía muy interesada en entorpecer las cosas. Parecía como si esperaran algo. Volvió a la oficina después de la hora de comer, cansado y de muy mal humor.  Esa gente había acabado con la poca paciencia que le quedaba.


— ¿Alguna novedad? —preguntó a Cora a penas llegar.


—Nada nuevo, sólo lo de todos los meses, el director quiere saber si estamos listos para el informe mensual, pero Kanon se está ocupando de eso.


— ¿Desde cuando es Kanon y no el doctor Elythys?


—Desde que comemos juntos todos los viernes, tendrías que escuchar como cuenta chistes, ¡y que bien imita al contador! —dijo la chica con una amplia sonrisa. Afrodita sólo negó con la cabeza y se encerró en su privado. Pensó en llamar a Milo pero decidió ir a buscarlo personalmente, esperaba que a Milo se le hubiera pasado ya el enfado.


 


Se presentó ante la secretaria de su mejor amigo, Marín había vuelto por fin después de la incapacidad.


—Buenas tardes, Marín, ¿está su jefe?  —dijo intentando ser cordial.


—Buenas tardes, doctor Zlatan, lo siento, el doctor Scouros salió a comer.


— ¿Le dijo a donde?


—No, doctor. Salió muy a prisa.


—Gracias, Marín. Hasta luego —dijo y se retiró sin más. Aparentemente Milo estaba de verdad enojado. No lo había esperado para comer juntos como siempre.


 


Pidió algo al restaurante chino que estaba a unas calles y se quedó a comer en su oficina, hacía mucho tiempo que no lo hacía. A pesar de no desearlo, pronto se vio a sí mismo pensando en su madre. No podía sacarla de su mente, así como no podía sacar de su corazón todas esas cosas que había reprimido durante años, todos los rencores, todos los malos momentos… era difícil no pensar en las cosas malas cada vez que recordaba a su madre.


 


Su infancia bien podía ser calificada como un catalogo de malas experiencias, tanto en casa, como fuera de ella. Nunca había convivido más de unas horas con su padre, un  neurocirujano afamado y demasiado ocupado como para hacerse cargo de alguien que no fuera él mismo. Su madre, una cardióloga hábil y sumamente competitiva, no veía en su hijo ninguna cualidad que mereciera la pena y por ello, no le ponía demasiada atención. Decir que creció solo era un eufemismo. Más que sólo, creció completamente abandonado. Ninguno de sus padres se ocupaba de esas minucias que los padres hacen por sus hijos. Ni su madre ni su padre se ocuparon de acudir a los festivales escolares, como tampoco se ocuparon de asistir a las premiaciones, ni nada semejante. Todos los cumpleaños, Navidades y demás, los pasaba solo, aunque sus padres se ocupaban de proporcionarle un obsequio, impersonal y costoso, con el cual silenciar sus conciencias. Pasó más tiempo con niñeras y profesores particulares que con sus padres. Ellos nunca le hicieron sentir aceptado, mucho menos amado. Sabía que no cubría las expectativas de ninguno de los dos. La principal de las razones por las que su padre se había casado con su madre era porque deseaba tener hijos hermosos, Ingrid, además de destacar por su talento en su profesión, destacaba por ser una mujer sumamente hermosa. En cuanto se percataron de que Afrodita no encajaba en el canon de belleza de ninguno de los dos,  el matrimonio se disolvió y cada uno decidió hacer lo que mejor convenía a sus intereses.  Afrodita tuvo que quedarse con su madre, mientras que Soren, su padre, contrajo un nuevo matrimonio meses más tarde y se olvidó casi por completo de él. Nunca sufrió de ninguna privación o carencia de tipo económico, sin embargo, emocionalmente, eran varias y profundas sus deficiencias.


 


Nunca iba a reconocerlo, pero todo aquello le dejó profundas marcas. Era la clase de cosas que no podría olvidar jamás y que seguían causando daño a pesar del tiempo y la distancia. Estaba molesto consigo mismo por no ser capaz de actuar como un adulto pese a que rebasaba los treinta. Su madre causaba ese efecto en él, le hacía comportarse como un mocoso incapaz de enfrentarla, de siquiera contradecirla… y estaba cansado de ello.  Tenía que terminar con esa situación. Sólo que no se sentía capaz de hacerlo, de enfrentar a Ingrid como debía haberlo hecho años atrás.


 


Mordisqueó un lápiz mientras pensaba en lo difícil que sería el ver a su madre y más difícil aún, hablar con ella. Su madre era una mujer verdaderamente obstinada y afecta a hacerse obedecer en todo momento. Contempló la tarjeta que había rescatado ya un par de veces del basurero y le dio vuelta entre sus dedos, sin decidirse a nada.


—Adelante… —dijo sin atender realmente cuando alguien llamó a su puerta.


—Doctor Zlatan, le traigo unos documentos —dijeron desde la puerta, alzó el rostro y se encontró con que se trataba de la asistente de Milo. La chica lo miraba nerviosa mientras se acercaba al escritorio.


— ¿Qué documentos son? —dijo al recibirlos.


—Los del caso Suárez, el doctor Scouros me pidió que se los devolviera —Afrodita frunció el ceño. Milo estaba llevando demasiado lejos aquello.


—Bien, gracias —dijo con gesto duro, la chica salió precipitadamente, sin que él pudiera hacerle ninguna pregunta.  Empezaba a disgustarse de verdad con Milo.  Lo que había pasado antes de ir a la audiencia había sido un simple mal entendido que su amigo estaba magnificando de manera escandalosa. Tenía que aclarar aquello de inmediato.


 


Salió de su privado sin decir nada, y sin anuncio alguno, se presentó en la oficina de Milo, sólo para encontrarse con que su amigo había dejado la oficina algunos minutos antes para atender un asunto encargado por el director de la firma. Regresó a su privado de muy mal humor. Milo estaba llevando las cosas muy pero muy lejos.


 


El resto de la tarde, intentó concentrarse en sus asuntos, intentó no pensar en las cosas que le preocupaban, pero no podía despejar su mente. A cada minuto que pasaba, se ponía de peor humor.  ¿Por qué la gente a su alrededor tenía que actuar de esa manera? No lo entendía.


 


Por más que lo intentó, no logró concentrarse, así que creyendo que era la mejor opción posible, se retiró a casa en punto de las seis. En el estacionamiento, buscó con insistencia el auto de Milo, hasta que recordó que era lunes, el día en que su amigo no usaba el auto. Se resignó a que no aclararía aquello sino hasta el día siguiente. No le gustaba pelear con Milo, su desquiciante amigo era lo más parecido a una familia que tenía y no estaba dispuesto a perderlo tan fácilmente. Él era más que su mejor amigo. Milo era una de las pocas personas a las que consideraba importantes en su vida. Cuando lo conoció en la universidad, no tenía idea de lo que pasaría con ellos en el futuro, ni que Milo terminaría por salvarle del aislamiento en el que había vivido hasta entonces. Su amigo había servido de puente entre él y el resto del mundo.


 


Milo significaba para él más que su propia familia. Pero desconocía hasta que punto él era importante para Milo. Afrodita no tenía idea de que él era, prácticamente,  el único ser humano en el que Milo se había permitido confiar.


 


Afrodita condujo en silencio hasta su departamento, no tenía pensado ver a Shura aquel día, el español tenía guardia  y, aún si se moría por verlo, en ese  momento creyó que no era lo más apropiado presentarse ante él. Se rió de sí mismo cuando fue capaz de reconocer que necesitaba ser abrazado por ese hombre, que necesitaba escuchar de sus labios que todo saldría bien y que no tenía nada de que preocuparse, que no perdería la amistad con Milo y que su madre terminaría por entender que debía dejarlo en paz.  ¿Desde cuando él necesitaba de esas cosas? Aquello era digno de mencionarse, si Milo le hablara, se lo habría contado. Sólo que Milo estaba en quien sabe donde, haciendo quien sabe que y sin querer saber de él.


 


Cuando llegó a casa, no fue capaz de resistir, tomó el teléfono y llamó a Shura.


Tenía pensado llamarte, pero me alegra que me des sorpresas como esta, ¿sabes? Hasta podría acostumbrarme —dijo su pareja en tono risueño.


—No quiero molestar es sólo que… bueno, digamos que tengo una pequeña crisis y necesitaba hablar contigo.


¿En serio?


—Completamente… mira, la verdad es que no sé como hacer estas cosas… pero… no sé a quien más podría acudir en un caso como este. Todo el mundo sabe que mis habilidades sociales son muy limitadas —dijo el rubio, al otro lado de la línea, Shura sólo sonreía.


Bien, pues no sé que decirte, ignorando las cosas, sólo te diré que actúes con calma y pienses bien las cosas.


—Lo haces parecer tan fácil…


Podemos discutirlo más ampliamente si me das media hora.


— ¿Media hora? Se supone que tienes guardia hoy.


Se suponía, pero van a desalojar el edificio por no sé que líos de seguridad, ¿ya cenaste?


—No, aún no.


Perfecto, compraré algo en el camino. Mientras cenamos, podremos charlar sobre tu crisis.


—No sabes como te agradezco esto.


No tienes nada que agradecer, sabes que me gusta ayudarte. Intentaré llegar lo antes posible.


—De acuerdo, gracias por todo.


 


Shura llegó al departamento de Afrodita cuarenta y cinco minutos después, con una enorme bolsa bajo el brazo y una sonrisa en los labios. Afrodita se dejó envolver por esos brazos que tanto anhelaba mientras ordenaba sus pensamientos. Tenía mucho que decir, sólo que no encontraba las palabras precisas para  hacerlo.


—Se me ocurrió que podríamos cocinar algo, ¿qué te parece? —dijo  Shura cuando se separaron.


—No soy bueno en esas cosas…


—No importa, yo te diré que hacer. Saldrá bien —le dijo Shura con clama, Afrodita lo miró con una mueca de aprehensión en el rostro —. Mientras cocinamos, podemos hablar de lo que te preocupa.


—Está bien… —susurró Afrodita mientras Shura le abrazaba suavemente.


 


Minutos después, estaban instalados en la cocina. Mientras el español se ocupaba de cocinar pasta, Afrodita intentaba rebanar champiñones.


—Así qué… ¿cuál es el problema? —dijo el español mientras agregaba algo a la cacerola.


—En realidad… son dos los problemas.


—Comienza por el primero.


— ¿Cronológicamente o en orden de importancia?


—Como gustes —dijo el español mirando de reojo a su pareja.


—Bien… supongo que comenzaré por lo que fue la raíz de lo otro… —dijo Afrodita en un murmullo —… mi madre… tú sabes que quiere verme y yo… bueno, no sé si tengo los deseos o el estómago para hacerlo. Ella nunca ha sido precisamente la mejor madre del mundo, ¿sabes? Siempre he tenido la impresión de que me odia,  no soy, ni remotamente, lo que ella se imaginaba cuando pensaba en su hijo. Creo que estamos mejor si estamos lejos, lo más lejos posible —Shura le escuchaba en silencio, sin atreverse a hacer más que tomarle la mano. Lo cierto era que no sabía que decir —. Es la primera vez que nos vemos en poco más de diez años. No le gustó nada la idea de que estudiara para abogado. No lo considera una profesión digna de un hijo suyo. Ella hubiera preferido que estudiara medicina… tenía todo mi futuro planeado. Hasta había decidido con quien podría casarme. Para ella no soy más que uno de sus más rotundos fracasos. No soy, de ninguna manera, lo que ella quería que fuese —dijo Afrodita con la voz quebrada —. Tal vez no debería decir esto en voz alta, pero más de la mitad de mi vida creí que lo mejor para mí hubiera sido no nacer — Shura sostuvo con más fuerza la mano del rubio, intentando pensar en qué decirle —. Desde que recuerdo, ella no ha hecho más que decirme en que me equivoco, pasando por alto las cosas que hago bien… nuestra relación, como te imaginarás, ha sido tensa y muy difícil desde el inicio. Nunca me perdonó que mi padre la dejara por culpa mía… mi padre era el hombre perfecto para estar a su lado y, de algún modo, le quité eso.


—Afrodita…


—No sé que pensar de ella, de verdad no lo sé, me gustaría definir de algún modo lo que ella me hace sentir, pero no puedo —dijo el sueco llevándose las manos al rostro.


—Sí prefieres detenerte aquí, yo…


—Necesito decirte esto, necesito decírselo a alguien, tal vez así podré pensar con mayor claridad al respecto… —dijo el rubio con calma, era verdad, necesitaba vaciar su mente, su corazón.


—Entonces, adelante…


—Cuando salimos de la preparatoria, ella me llevó a Suecia, al funeral de mi abuelo. He llegado a pensar que esa ha sido la peor época de mi vida… ella no dejaba de presionarme para que ingresara en la carrera de medicina. Yo no quería hacerlo. Nunca quise ser médico, pero ella no parecía entenderlo. Luego de aquel viaje, se suponía que debía presentar el examen para  ingresar a la facultad de medicina, en lugar de eso, sin decirle nada a ella ni a nadie, me presente al examen para la carrera de leyes. Ella no lo supo sino hasta que fue el momento de inscribirme. Se puso furiosa. Aquella vez creí que iba a golpearme. Me echó de casa después de eso, estaba furiosa y no volvimos a hablar sino un año más tarde, y porque a ninguno de los dos nos quedaba más remedio.


 


No tenía a donde ir. Contaba con muy poco dinero y, aunque conseguí una beca, a penas si tenía para lo indispensable. Fue uno de los peores tiempos de mi vida, eso te lo puedo asegurar. Me sentía mal, verdaderamente mal. Estaba… perdido… me sentía miserable, tenía la autoestima hecha pedazos y me avergonzaba de mi aspecto, en más de una forma. Llegué a considerar el pedir el cambio de carrera esperando que eso bastara para contentar a mi madre, nuestra relación siempre había sido mala, pero no tanto como entonces. Cuando se retrasó la beca, tuve que llamar a mi padre. A regañadientes, me dio algo de dinero. Había conseguido lugar en una residencia de estudiantes, no era nada glamoroso, pero me bastaba. Necesitaba un compañero para la habitación, así sería más cómodo para mí el pagar los gastos. Había perdido casi por completo la esperanza, y entonces, de la nada, con uno de mis anuncios en la mano, apareció Milo.  Cuando lo vi, me dio la impresión de ser como los otros, como todos esos que se burlaban de mí en cualquier oportunidad. Fue la necesidad lo que me orilló a aceptarlo, después de todo, él  había sido el único que se presentara y el dinero se me acababa. No nos hicimos amigos de inmediato. Él era muy distinto a mí, y también, muy distinto a como yo lo había imaginado.


 


Para empezar, él siempre me trató como a un igual. Algo que… sencillamente nadie había hecho por mí. Nos hicimos amigos, y poco a poco, gracias a él, a sus disparatadas ideas, comencé a sentirme más y más seguro. En buena parte, él es responsable del cambio en mí, y no me refiero sólo a mi aspecto, sino a la visión que tenía de mí mismo. Milo es mi familia, él me da eso que mis padres se negaron a darme…


—Afrodita…


—No sé si lo entiendas, pero… Milo es más que un amigo… es mi familia. Y ahora siento que no lo comprendo. Algo le pasa y no sé que es, me esta afectando mucho más que los problemas con mi madre.


—Deberías hablar con él y decirle lo que acabo de escuchar. Por lo que he visto, tú también eres importante para él.  Creo que él te ve también como si fueras su familia —Afrodita sonrió.


—Me gustaban esos días, cuando no éramos más que dos estudiantes pobretones que cenaban en cafés de chinos cuando alguno de los dos tenía dinero extra… me gustaba… y mucho… —dijo el rubio dando rienda suelta a sus emociones —. Él fue la primera persona que me hizo sentir cómodo conmigo mismo…


—Estoy seguro de que él te explicará esto, no tienes que preocuparte tanto.


—Es mi amigo, y no sé que le pasa, lleva días actuando de una manera extraña y yo… había estado demasiado nervioso y ocupado como para notarlo.


—Ahora que lo entiendes, ¿qué haremos al respecto? —Afrodita sonrió a penas.


—Supongo que debo ir a buscarlo… lo obligaré a escucharme aún si  no quiere hacerlo.


— ¿Voy contigo?


—Claro… te necesito ahí.


—Gracias… —dijo el español y le besó.


 


No terminaron de cocinar. Minutos después, se aparecían en el departamento de Milo, Shura decidió esperar en el auto. Ese asunto era algo que tenían que arreglar sólo entre Milo y Afrodita.


 


—Milo, sé que estás ahí, así que ábreme —dijo Afrodita luego de permanecer pegado al timbre durante un largo rato. Escuchó pasos y pronto apareció frente a él un Milo despeinado y de mal humor.


— ¿Qué quieres?


—Hablar contigo.


— ¿De qué?


—Milo, por dios, déjame entrar, tenemos cosas de que hablar.


—Está bien… —susurró el griego mucho más relajado.


 


Milo se tumbó en el mullido sillón que había en su diminuta sala.


— ¿Me vas a sermonear? —dijo Milo al notar la mirada reprobatoria de Afrodita al verle encender un cigarrillo.


—Sabes que no debes fumar…


—Estoy nervioso, necesito relajarme y hay sólo dos cosas que me relajan en casos tan extremos como este, fumar y tener sexo. Considerando que mi mano no cuenta como compañero sexual, no me queda otra más que fumar — dijo Milo con ese cinismo que solía adoptar cuando las cosas no iban bien.


—Deberías calmarte un poco. Estás demasiado alterado y quisquilloso —dijo Afrodita perdiendo su escasa paciencia. Milo se echó a reír.


—Dioses… por algo somos amigos… —susurró Milo antes de exhalar una bocanada de humo.


— ¿Ahora sí quieres hablar?


—Tarde o temprano tendré que decírtelo —susurró mientras aplastaba la colilla en el cenicero.


— ¿De qué se trata?


—Bueno, tú sabes que mi pasado es un tanto tormentoso, pero no sabes hasta que punto.  Me siento un tanto amenazado, ¿sabes?


— ¿Amenazado? ¿Otra vez Alessandro?


—No, no, creo que al fin entendió de que van las cosas, me llamó hace como un mes, sólo para disculparse por su actitud y me dijo que está tomando terapia, o algo así. Verás, alguien de quien hubiera preferido no volver a saber en toda mi condenada existencia, se apareció de nuevo en mi camino. Era estadísticamente improbable que volviera a verlo, pero me encontró…


— No entiendo…


—Afrodita, esta es la parte en la que tú dices, ¿de qué hablas?  Y yo te doy una larga explicación, que tal vez debí haberte dado antes…


—Dioses… a veces eres demasiado complicado, ¿sabías?


—Es parte de mi encanto, pero será mejor que te pongas cómodo y prometas que no vas a decirle nada de esto a nadie, ¿de acuerdo?


—Milo, los dos sabemos que soy mejor que tú en eso de guardar secretos.


—Tienes un punto con eso, es cierto, pero de todos modos, necesito una promesa de tu parte, señor abogado.


—Bien, te prometo que nada de lo que me digas aquí saldrá de esta habitación, ¿estás de acuerdo?


— ¿No se lo dirás ni siquiera al sexy español?


—Ni siquiera a él.


—Me alegro, porque lo que voy a contarte es realmente patético… —dijo Milo reacomodándose en el asiento —. Como te he dicho un montón de veces, mi pasado ha sido verdaderamente agitado. No siempre fue así… aún si lo dudas, no siempre mi familia me odio como lo hace ahora. Digamos que entonces yo era, umm sin ser pretencioso, el favorito de todo el mundo. Tenía sus desventajas, porque nadie tenía idea de lo que yo pensaba en realidad, y tampoco les interesaba demasiado lo que quería. Así que me veía constantemente en situaciones que no deseaba… digamos que, entonces,  no me importaba, no conocía otra cosa y seguía creyendo que cuando fuera mayor me dejarían en paz. Por supuesto que ninguno de ellos tenía idea de mi homosexualidad, provengo de una familia sumamente conservadora, así que cuando lo descubrí y terminé por aceptarlo, lo escondí lo mejor que pude.


 


Ellos no lo notaron, es decir, yo hacía lo que querían y me escondía bien. Tuve un noviazgo y esas cosas, lo que se espera de alguien que representa el papel del hijo ideal. Nadie lo sabía, no iba a arriesgarme a publicar aquello, pero eso no me impedía enredarme en una relación. La mayor parte de mis relaciones en esa época fueron superficiales, en realidad todas lo fueron, todas excepto una. Su nombre era Camus, y era mi profesor. Me enamoré, como un idiota, y creo que él también me amó, de una manera enferma y torcida, pero me amó,  o al menos eso era lo que él decía. Empezó como empiezan esa clase de cosas, yo era el alumno estrella y él un profesor dedicado, una cosa llevó a la otra y terminamos enredados en una especie de relación que hasta la fecha no sé definir. Cuando me harté de ver como hacía lo mismo con otros, se lo dije y también le dije que no quería volver a verlo. Enfureció y me amenazó con decirle todo a mis padres, él sabía que tan conservadores eran y lo asustado que estaba de hablarles sobre mi sexualidad. No le di importancia, me dije que él tenía tanto interés como yo de mantener aquello en secreto, así que lo mandé al diablo y di por terminada la relación. Y entonces, se desató mi infierno personal. Su primer acto de agresión se enfocó en lo académico, de la noche a la mañana pasé de ser el mejor de la clase a ser el peor. No funcionó, siempre he sido de los que no se quedan callados. Protesté todo lo que fue necesario para salvar mis notas, tenía la mira puesta en una universidad muy prestigiada y aunque mis padres iban a pagar, quería tener buenas notas para cuando llegara el momento.


 


Cuando creía que las cosas habían terminado, me di cuenta, de la peor manera, que a penas iba comenzando para él. Yo no lo entendía, sigo sin entenderlo, pero él se empeñó en seguir acosándome. Fueron días horribles… no sé como lo hacía, pero se las arreglaba para ponerme notas en la mochila, en las libretas, en los libros… al ver que no le hacía caso, empeoró. Un día, después del entrenamiento con el equipo, me encontré un gato muerto entre mi ropa.  Eso fue el principio de algo peor… me seguía a todas partes, amenazaba a mis amigos… y cuando lo enfrenté, me dio una golpiza monumental. Luego habló con mis padres, les dijo todo lo que yo había querido esconder y se colocó a sí mismo como la víctima de todo…


 


Mi padre no me golpeó porque aún no estaba en condiciones de soportar otra paliza, pero estoy seguro que de haber podido lo habría hecho. Mi madre dijo que no volvería a verme como a un hijo, mis hermanos y muchos de los que habían sido mis amigos, no paraban de llamarme marica, pervertido y demás palabritas lindas… mi vida se derrumbó y todo fue gracias a él…


 


No soporté vivir en casa después de aquello, en cuanto supe que me habían aceptado en la universidad, consideré mis opciones. No podía seguir ahí, y fue entonces que te encontré… y aquí estamos… —dijo Milo con la voz quebrada —. Se me aparece diez años después con ganas de seguirme jodiendo la vida… ¡es un infeliz! —gruñó con impotencia —. ¿Por qué no me deja en paz? Ya me fastidió la vida una vez… creo que tiene pensado hacerlo de nuevo y no se lo pienso permitir. Esta vez no me va a deshacer la vida. Ya no tengo dieciocho…


—Milo, yo…


—No pido demasiado, ¿sabes? Sólo vivir en paz y que no se metan conmigo… pero parece que es demasiado pedir… no sé que hacer… estoy seguro de que va a intentar hacer algo… no sé… tal vez termine trabajando en un lugar de esos en las que empezamos… no sé…


—No seas tan pesimista, la gente de la firma…


—La gente de la firma tiene una moral victoriana, ¿crees que aceptarán que uno de los socios sea exhibido públicamente como homosexual?


—No se arriesgarán a perderte, de eso estoy seguro.


—Ojala no te equivoques. No quiero perder mi trabajo.


—Si no me despidieron después de lo de Radamanthys, no creo que te despidan por saber que eres homosexual.


—Eso espero… de verdad espero que no pase nada…


— ¿Dónde lo viste?


—Ayer en la mañana estaba esperándome en el estacionamiento de la oficina. No sé como demonios supo donde estaba, creí que me había estado escondiendo bien en estos años… pero parece que este país no es tan grande como yo quise pensar… —dijo Milo cubriéndose el rostro con las manos.


—Todo va a salir bien —dijo Afrodita palmeándole la espalda.


—Eso espero, si no, tendré que irme buscando otro trabajo.


—Tranquilízate, no va a pasar nada, ya verás que te estás precipitando.


—Eso quisiera… como sea, gracias por venir y por escucharme…


—No tienes que agradecerlo.


—Sí tengo, seguro tuviste que interrumpir una sesión de sexo desenfrenado con el español para venir aquí —Afrodita se sonrojó por completo.


—Eres un idiota.


—Ve con él, yo estoy bien, además, Aldebarán no tarda en llegar —dijo Milo con una sonrisa confiada.


— ¿Te decidiste?


—Digamos que seguiré tu ejemplo y aceptaré las oportunidades que se presentan.


—Buena suerte.


—Gracias, lo mismo digo.


—Nos vemos mañana.


—OK, de verdad te agradezco esto y… perdona que haya actuado como un idiota.


—También estaba actuando como idiota… pero ahora me siento mejor.


—Igual yo…


— ¿Sabes? Eres el mejor amigo que he tenido, y en realidad eres más que eso, eres como mi familia —Milo sonrió.


—Me alegra ser útil de vez en cuando.


—Me voy, Shura espera abajo —Milo se echó a reír. Se sentía mejor, ambos se sentían mejor.


 


Afrodita bajó al encuentro de su pareja mucho más relajado, había tomado una decisión, sin importarlo que pasara, confrontaría a su madre, era el momento de cerrar ese capitulo.



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