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CUENTO DE HADAS por Mahozahamy Arisugawa

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Notas del fanfic:

UNA PEQUEÑA HISOTRIA EN ESTE DIA ESPECIAL. ES TAMBIÉN PARA COMENTAR QUE PRONTO COMENZARÉ A COLGAR LA SEGUNDA PARTE DEL SECRETO DEL PRINCIPE. AGRADEZCO SUS COMENTARIO O CRÍTICAS. QUE LO DISFRUTEN.

Notas del capitulo:  

Un cuento de hadas, su vida era ahora como un predecible final feliz. Y vivieron felices. Tan solo eso. Pues para él no era un final, ni un comienzo, nada de cursilerías, era el transcurrir de los años vacíos... nada más.

 

Sus brillantes ojos verdes miraban ahora a través de gafas con montura cuadrada, más acordes a la forma de su rostro que los infantiles y redondos que solía llevar en el colegio.

 

¿El colegio...?-inquirió la voz de su mente, aletargada, seca como una lija.

 

Levantó la vista del libro que había estado mirando por una hora sin leerlo en realidad. Vacío. Se lo sabía de memoria, decía que era su favorito, pero lo usaba como triste excusa cuando deseaba como ahora perderse en sus pensamientos.

 

Con cada año que había pasado su rostro había perdido un poco más y más de su blandura infantil y después un poco de su frescura juvenil. Ahora lucía un rostro maduro. Mucho más serio que antaño.  Apuesto como siempre, pero ahora de una manera más madura y sosegada. Después de todo habían pasado ya diecinueve años... Si, diecinueve años desde que todo para el terminó.

 

Se escribió entonces la palabra fin, celebró todo el mundo. Por todas partes hubo alegría, alivio, felicidad. Celebraciones mundiales, océanos, ya no ríos de tinta corrieron en su honor.

 

Pero desde aquel entonces todo había sido extraño, gris. Desde aquel entonces no había vuelto a sonreír con sinceridad.  Eran diecinueve años, toda una vida.

 

Diecinueve años amargos que a veces se le antojaban una mentira.

 

Una comedia triste si tal cosa pudiera existir.

 

Nada más que parodia de algún cuento infantil. Y cruel Ironía. Por que a veces todo parecía tan doloroso, tan confuso, tan atroz, que no se creía capaz de soportar un segundo más.

 

¿Por qué los años tenían que continuar?

 

Recordó las navidades. Esa fue sin duda la peor mentira de todas. Rodeado de sus amigos y su familia no fue capaz de sonreír ni siquiera una sola vez de forma auténtica. No tuvo valor.

 

Se sintió tan vacío. Tan extraño.

 

Lúgubre como la muerte.

 

Se estremeció con el libro entre sus manos, mirando entre las páginas con la mirada ausente, algo se había roto, pero no sabía que. Si era en su alma, o en la habitación.

 

Un sonido familiar le sacó de su trance. No había entendido las palabras, más colocó en su rostro esa extraña mueca que semejaba una rígida sonrisa, pero que al final de la historia no era nada más que una poco convincente excusa.

 

Un rostro alegre, hermoso y luminoso enmarcado por una larga y lisa cabellera pelirroja asomó por el marco de la puerta de la cocina, sobresaltándole ligeramente, llevaba puesto un delantal blanco sobre su vestido y batía en un tazón con una gran cuchara de madera.

 

---Estará lista en un minuto-dijo ampliando su sonrisa sincera y feliz, hablando con la voz dulce, con la actitud amable que la caracterizaba, se dio la vuelta para continuar con la labor.

 

Cuántos pequeños detalles... Una cabellera roja, una sonrisa amable. Ese esplendor... Su belleza, su juventud. Le recordaban tanto a su propia madre. Lily.

 

--- ¿Ginny? -llamó a su joven esposa con amabilidad cerrando definitivamente el libro encuadernado en rojo. Se sentía abatido... Era esa herida, se había abierto nuevamente, podía notar como sangraba.

 

La joven mujer se giró sonriente, pero su sonrisa se congeló en sus labios al mirar a su esposo. Se aterró sencillamente, al mirar la expresión de su rostro, sin saber por que le ocasionó un escalofrío y una extraña sensación de vacío, como si...

 

--- ¿Harry?-preguntó asustada, más bien aterrorizada por lo que había visto-- ¿Sucede algo? ¿Te encuentras bien?-le preguntó temerosa y corrió hacia él dejando sobre el fregadero sus utensilios. Se arrodilló a su lado, poniéndole las manos sobre las piernas.

 

---Si... me encuentro bien-mintió en automático el joven de ojos verdes mirándola de nuevo con una pétrea máscara en su rostro y una falsa sonrisa, que al parecer le devolvió la tranquilidad a la joven mujer que se había quedado paralizada al mirarlo-Tan solo me he sentido un poco mareado-pretextó-Quizá será que estoy cansado-se quejó a medias-No es nada de verdad-dijo sonriendo más ampliamente.

 

--- ¿De verdad no necesitas nada? Si gustas puedo llamar a Neville, sabes que no le molestará o a Hermione seguramente conoce algún...

 

---Déjalo-pidió con algo de rudeza pero le sostuvo las manos-En verdad estoy bien-aseguró mirándola a la cara.

 

Esta vez la mujer sonrió sincera de nuevo, convencida de que todo había pasado, convencida de que no eran más que ideas suyas, quizá un mal recuerdo o un pequeño malestar pero segura que las cosas volvían a la normalidad.

 

Se levantó del suelo y sonrió a su esposo, quien le acarició el pelo con dulzura.

 

---Me asustaste-replicó ella con reproche-Me marcho a la cocina, la cena no se preparará por si sola. O bueno, casi-rió satisfecha sin duda alguna había vuelto la normalidad.

 

¿Normalidad...? Una mentira elaborada, un papel representado a la perfección, era eso solamente.

 

Lo sabían claro, todos lo sabían, a medias y sin entenderlo en realidad, pero aunque lo sabían había miedo, tanto miedo a que pudiera ser verdad que simplemente apartaban la vista, fingiendo, prefiriendo no mirar.

 

--- ¿Ginny?-volvió a llamar el joven de ojos verdes y conservó su máscara cuando apareció de nuevo en el marco de la puerta portando ahora un gran tarro que parecía contener algo parecido a crema-Voy a salir un momento-anunció poniéndose de pie al momento y dejando en la mesilla de la sala el viejo libro.

 

--- ¿Salir?-preguntó la mujer a modo de queja inflando las mejillas- ¿Ahora? ¿Y para que? ¡Por Merlín y todos los grandes magos, Harry! es enero, fuera hace demasiado frío, además ¡Estamos a punto de comenzar la cena!-dijo esta vez en severo tono de queja-Te prometo que no tardaré en terminar de prepararla ¿Podrías por lo menos esperar un poco hasta que cenemos?-suplicó al ver que Harry se levantaba dejando el libro-Es tu favorito. Si tanto te apetece salir fuera a pasear podemos ir luego.

 

---Solamente me hace falta un poco de aire, supongo,  no me he sentido bien de pronto-dijo el joven ojiverde sonriendo aún falsamente sin que ella lo notase. Pero aquella sonrisa comenzaba a bailotear en sus labios, indecisa, cansada. Diecinueve años, diecinueve años había mantenido aquella sonrisa falsa de serenidad no era extraño que lo tomase por verdadero, pero se estaba resquebrajando, ahora mismo se sentía caer, desmoronándose bajo el peso de sus recuerdos y el dolor de sus heridas abiertas-Voy a salir solo un momento, Ginny... de verdad me encuentro bien-aseguró con la voz firme, pero no iba a soportar mucho más -No sucede nada, tan solo me he adormilado-tuvo aún el valor de mostrar una sonrisa más.

 

---Muy bien pero no tardes mucho la cena estará lista en un instante y si no vienes pronto se enfriará-dijo de nuevo la mujer a modo de queja infantil-Por favor-suplicó como hacía siempre.

 

---Me voy-dijo mientras se ponía el abrigo y abría la puerta.

 

La joven esposa del salvador del mundo mágico continuó sus tareas, algo angustiada, ese "me voy" había sonado tan vacío, tan hueco pero... Tan real... Como si fuera una despedida. Sin embargo Harry había hecho eso algunas otras veces antes cuando se sentía mal por alguna razón sin que nada llegase a suceder realmente.

 

Debía tranquilizarse, ese mal presagio y ese sentimiento de vacío que había sentido al mirarlo eran seguramente ideas suyas, el miedo a perderle, pero nada más.

 

Suponía que en el corazón de Harry aún pesaban las víctimas de la guerra cruel, que en ocasiones los recuerdos eran demasiado para él, que necesitaba un tiempo de soledad para rendirles homenaje a quienes habían sacrificado sus vidas, su futuro para que los que sobreviviesen pudiesen tener una vida de felicidad y amor.

 

Ella solía hacerlo a menudo, un agradecimiento mudo y de corazón para todos aquellos que habían sido héroes de guerra y que habían permitido que finalmente pudiese tener lo que más deseaba, una hermosa familia de la cual cuidar, un esposo al cual amar y amigos con quienes contar.

 

Todo era perfecto en sus vidas ahora que Lord Voldemort había muerto bajo la mano implacable de su amado Harry y ella Ginny Weasley estaba orgullosa de ser su esposa. De ser siempre su baluarte en momentos de necesidad y dolor.

 

Pero ¿Por qué seguía creyendo que algo faltaba? Todo era perfecto, Harry era un amante tierno aunque tímido, un dulce esposo, excelente padre, extraordinario mago, pero... Pero ¿Qué? ¿Qué era eso que no lograba definir? ¿Qué era lo que vivía en la mirada de Harry y que no podía comprender? Creía que lo sabía pero era tan aterrador... Dejaba a Harry tan lejos de ella, tan fuera de su alcance...

 

A lo lejos la silueta delgada de Harry Potter se fundía con la oscuridad y la nieve, a pasos lentos se dirigió hacia el bosque el viento helado le alborotaba su larga cortina de cabello negro, más a él parecía no importarle en absoluto pronto, tal vez muy pronto comenzaría a nevar, de nuevo, caminaba absorto en sus pensamientos, en sus dudas, en el dolor que no podía dejar de recordar. Ni rastro de aquella sonrisa quedaba ya en su rostro, serio y apagado.

 

Miró sobre su hombro izquierdo y miró su casa. Exactamente en el lugar donde había estado la anterior. La de sus padres. Cerca en el cementerio se hallaban las tumbas tan amadas de Lily y James.

 

¿Por qué todo lo que amaba había cesado de existir?

 

Lily...

 

James...

 

Sirius...

 

Remus...

 

Dumbledore...

 

Y...

 

Con una última mirada se internó en el bosque del valle de Godric con pasos ligeros aún cuando la oscuridad había cubierto por completo el lugar, siguió caminando sin pausa, a pasos ligeros por algún tiempo hasta que notó que estaba completamente internado en el bosque.

 

Se hacía tarde. Bien, eso era incorrecto, siempre fue tarde, solo que él fue incapaz de comprenderlo.

 

La oscuridad, fiel amiga y compañera le cubría con su manto, reconfortándole en ese momento de soledad, de dolor. Y el la abrazaba, adentrándose lentamente.

 

A pesar de que la noche seguía haciéndose más oscura a cada paso y que el tiempo inexorable seguía su curso no dio marcha atrás, tampoco pensó en aparecerse cerca de casa, no pensaba en nada realmente.

 

El tiempo... había dejado de tener sentido para él. A penas era consiente de sí mismo, el sentimiento aún le embargaba.

 

Profundo y doloroso.

 

Siguió caminando hasta el corazón mismo del bosque donde la nieve en esa época parecía eterna, continua y un viejo roble le contemplaba sereno, sabio, ancestral.

 

Otro año comenzaba. Terminaban las vacaciones invernales y el valle de Godric se mostraba nuevamente silencioso, sereno, todos los jóvenes que residían en él y que habían venido por la temporada habían vuelto ahora la prestigiosa Hogwarts escuela de magia y hechicería.

 

Sí. Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Donde su vida había tenido algún significado verdadero. Solo en aquel lugar, pero sobre todo en ese momento...

 

Hogwarts, Hogwarts... Mí querida Hogwarts...

 

No pudo evitarlo las lágrimas inundaron sus ojos rápidamente y no tardaron en derramarse por sus pálidas mejillas. Para ser luego barridas por el viento, brillar por un instante y perderse en el infinito.

 

Siguió caminando. Sus pasos eran cada vez más rápidos.

 

Cada vez más largos, pero decididos. Al cabo de unos segundos estaba corriendo mientras lloraba.

 

A cada paso escuchaba su voz. A cada lágrima recordaba cada momento que le había visto, cada momento en que había convivido con él. Cada palabra, cada detalle. Por nimio e insignificante que fuese. Escuchaba su voz y eso... Era tan doloroso que no podía soportarlo.

 

Desde el primer momento. Desde ese primer encuentro fue así. Pero las circunstancias, sus elecciones, sus estúpidas decisiones habían cercado su destino. Alejándolos. Ahora era ya muy tarde para pedir perdón. Para rectificar, tarde incluso para decir nada.

 

A cada lágrima silenciosa retrocedía en el tiempo, hacia la época de la desesperación, hacia la época de oscuridad. Esa que le abría en el alma una herida cruel, esa que siempre estaba en su mente, la que nunca querría olvidar, por sus significados, aunque dolía. Su época de Hogwarts.

 

Era egoísta, profundamente egoísta de su parte, siempre lo había sido. Fue tan ciego. Por que no importaba que todo estuviese sumido en la sombra aquellos años y ahora se daba cuenta.  No importaba nada por que al final... Al final... Una persona estuvo siempre ahí.

 

Gran parte de su vida había girado siempre en torno a esa persona en los días de Voldemort. Dueña de esa voz, esa mirada, esa que seguía taladrando su corazón. Pese al tiempo, pese a la vida, pese a la magia incluso pese al amor.

 

Ahí estuvo siempre la respuesta al por que dolían tanto esas traiciones, por que desequilibraban tanto las dudas, por que molestaban tanto las indiferencias. Por que era tan importante esa presencia, por que no podía ser como las demás, por que tan solo esa siempre había sido necesaria. Como ninguna otra.

 

Pero fue ciego e idiota.

 

No importaba si pasaban años, siglos o millones de siglos, no nunca podría olvidarlo. Aún la herida estaba reciente. Pese al paso de los años seguía allí. Sin dar indicios de sanar alguna vez. Por que había quedado grabada en su corazón. En el fuego de su espíritu. En su magia. Y le consumía lentamente.

 

Todavía podía ver sus ojos clavados en los suyos. A penas podía recordarlo sin sentir que el alma se le rasgaba en dos. En cien.  En mil.

 

Subió el pequeño tramo que aún quedaba con ligereza y lentitud esta vez. Había ido a ese lugar algunas veces, nunca con su esposa o sus hijos, tampoco de noche. Tan solo para buscar al abrigo del bosque un poco de serenidad.

 

No sabía cuanto tiempo había estado caminando en la oscuridad del bosque, ni le importaba saberlo en realidad. Ahora había en su corazón dolor, y decisión. Cuando llegó a lo alto se detuvo y miró hacia el cielo.

 

¿Dónde podrían estar todos ellos ahora?

 

 Sus padres. James y Lily.

 

Miró al cielo con infinita nostalgia. Todos sus seres amados... Todos ellos... Golpeó con fuerza el tronco.

 

No importaba el dolor. Era bienvenido.

 

Toda su vida parecía justo ahora una mentira, un engaño. La vida misma parecía un sin sentido. Un absurdo. Todos esos años de sosegada felicidad se volvían polvo al simple roce de un recuerdo, uno simple pero devastador. El recuerdo de una mirada tan solo.

 

No había sosiego en su espíritu ni en su corazón. No era más que estúpido conformismo. Ese maldito sentido del deber que lo había metido en esa pesadilla...

 

 

Ese... Maldito... Complejo... de... Héroe...

 

 

Las palabras le martillaban no solo el orgullo, si no también el alma. Su corazón. ¿No hubiera sido mejor que todo terminara de una vez? Habría sido mejor dejarlo todo en manos de otro héroe.

 

Ya había hecho bastante, ¿Entonces? ¿Por qué demonios había tenido que volver?

 

No había garantía. Era por eso que había vuelto, solo por ese maldito orgullo Gryffindor. Por esa jodida arrogancia que no había traído a su vida nada más que dolor.

 

¿Por qué no lo había entendido antes? ¿Por qué había tenido que entenderlo solo al final? Sin duda alguna una muestra más de su profunda estupidez. Y la ironía que lo había marcado todo, que lo consumía. Nuevamente todo se quedó en silencio, solo los sonidos del bosque y del viento.

 

Harry Potter, el Salvador del mundo mágico, apoyó las manos contra el árbol y lloró de nuevo. El bosque mismo parecía entender su dolor, el viento se hacía cada vez más furioso, acompañándole. Siguió llorando por largo rato hasta que no quedó una sola lágrima más.

 

Fue entonces que el peso de su decisión le golpeó de manera consiente. Simplemente se desplomó sobre aquel tronco hueco y contempló la luna. Dándose plena cuenta.

 

Era libre.

 

La intención había sido firme en todo momento pero solo ahora lo entendía de forma consiente.

 

No volvería.

 

La decisión era simple. Pero poderosa.

 

No volvería. Estaba escapando.

 

De Ginny. Del mundo.

 

Que le habían puesto siempre la etiqueta de héroe. Que le habían sonreído cuando como el idiota que sin duda era hizo exactamente lo que esperaban que hiciera.

 

Esperaba que Ginny no decidiera salir a buscarle por su cuenta, sería peligroso para ella.

 

No volvería. Y sería estúpido desde luego, quedarse entonces en ese lugar. Se levantó y comenzó a caminar otra vez, rápidamente.

 

Lamentaba profundamente no poder despedirse de ella, ni de sus hijos. Hubiese querido al menos verlos a todos juntos una última vez. Sonreír para ellos de manera auténtica tan solo una vez, y  despedirse. Esta vez para siempre.

 

Pero al parecer eso ya no sería posible. La decisión estaba tomada. Desde el momento en que puso un pie fuera de su hogar lo supo, aunque solo ahora lo entendía. No volvería.

 

Ni esta noche, ni nunca más, no tenía nada que decir, ni que sentir. Tan solo el desgarrador dolor que le hundía en el sufrimiento más cruel.

 

Entonces lanzó una última mirada a lugar que había llamado casa durante tantos años, donde había vivido falsamente durante tanto tiempo, donde había formado ilusiones vagas que ya no tenían significado. Para que decir nada. Era mejor para Ginny forjase su propia conclusión a cualquier cosa que él pudiera decir.

 

¿Lamentarlo?  No lo sabía.

 

No. En realidad no lo lamentaba en absoluto, por egoísta que se escuchase eso.

 

En realidad su esposa, sus hijos habían vivido todo ese tiempo con una persona falsa, que no existía. Poco menos que un zombie.  Un cascarón vacío oculto tras una identidad errada, tras una falsa sensación de padre sereno y perfecto. Persona amable y sincera, esposo perfecto y amigo leal.

 

Ahora ya no hacía falta aquella falsa persona que llenase un hueco en la mesa, ni un cubículo privilegiado en el cuartel general de aurores. Había suficiente dinero en la cuenta familiar para Ginny no tuviese que trabajar jamás. Y los niños no sufriesen ninguna clase de privación.

 

Eran la familia de Harry Potter, por todos los magos, tenían amigos de sobra que podían ayudarles en cualquier clase de situación. Y el ministerio estaría encantado de proporcionarles cualquier atención.

 

Sin duda ya no hacía falta. Cualquier exigencia de la vida diaria que le hiciese voltear la vista había desaparecido ya.

 

Con un brusco y a la vez silencioso giro de su abrigo en la profunda oscuridad del bosque Harry desapareció del Valle de Godric para siempre. Sin una sola palabra de despedida, sin un recuerdo, ni una lágrima.

 

Exactamente una hora más tarde una linterna temblorosa en la mano de Ginny iluminó un sendero que la llevó hasta el bosque, la pelirroja llamó a su esposo una y otra vez, infructuosamente.

 

Tiritaba de frío por la nieve recién caída, pero también de miedo. Un miedo que se le aferró a la carne y a la sangre tanto como o más que el frío mismo.

 

 

***********

 

La sensación seguía siendo molesta, así pasasen diecinueve años o mil.

 

Aparecerse era la sensación más molesta que había experimentado a en su vida. No lograba acostumbrarse a ella pese a que era la forma más segura de viajar sin ser detectado. Su trabajo como auror le había enseñado eso.

 

El viento era mucho más fuerte en ese lugar que al abrigo del bosque ya no existía, el aroma del viento también era distinto. Quizá las emociones también fueran diferentes. Ahora eran mucho más intensas. Por que estaba allí. A tan solo unos metros.

 

Continuó su caminar hasta llegar hasta ella. Sin pensar en nada, solo sintiendo el dolor que le devastaba por dentro. Ese que le carcomía el alma desde hacía tantos años.

 

Sin poderlo soportar más se derrumbó a sus pies. Contempló su belleza fría y muerta. 

 

Extrajo de su abrigo la varita mágica, conjuró un ramo de rosas blancas y lo depositó en el suelo, a su lado, una ofrenda. La más humilde para tan maravillosa y extraordinaria persona.

 

Y los recuerdos volvieron a su mente, violentamente sin que el pudiera detenerlos.

 

---Perdóname, llego tarde otra vez-dijo contemplando su reloj- Es verdad -le dijo-Siempre tuviste razón sobre mí, pero nunca quise darme cuenta-Extendió la mano para tocarla y sintió el frío contacto del mármol de la tumba en sus dedos.

 

Era una tumba hermosa. Negra.

 

Majestuosa y orgullosa se alzaba contra el cielo. Nuboso y gris. Pronto quizá también aquí comenzaría a nevar. Recorrió con cuidado la superficie lisa hasta llegar al grabado.

Ahí estaba escrito el nombre de quien amaba más que a nadie, de quien había amado siempre sin darse cuenta.

 

De la persona que más lo había protegido, aún cuando ponía su propia vida en peligro para hacerlo y él. El que no se daba cuenta. Nunca lo supo, hasta ese momento.

 

El momento final. Las últimas páginas antes de llegar al fin. Mucho antes de escribir el tan ansiado y vivieron felices...

 

--- ¿Por qué?-se preguntó mientras cerraba el puño, odiando el destino. Odiándose a si mismo.

 

¿Por qué no podía estar muerto en su lugar?

 

Se sentó abatido sobre el césped húmedo y recién cortado. Congelándose más que en el cuerpo, en el alma.

 

--- ¡Incendio!-exclamó Harry y un fuego mágico flotó frente a él. Iluminando un poco su cansado rostro. Su envejecida alma. Su moribundo corazón.

 

Allí a centímetros de él yacía el cuerpo sin vida de la persona que más amaba. Que estúpido había sido siempre. Una mezcla de amor y dolor desgarraron su corazón.

 

La única persona que le defendió a toda costa aún con su propia vida, aún cuando él nunca reconocería en sus acciones lo que estas en verdad significaban.

 

Por que era un imbécil, no había sido nunca más que un niñato ególatra y engreído. Aún cuando sabía que nunca agradecería tan solo una de sus acciones.

 

Había luchado por él hasta el último instante. Y él lo sabía. Su último pensamiento su último latido habían sido dedicados a él.

 

---Mírame...--había dicho entonces, con el último aliento, con las últimas fuerzas de su vida.  Esas manos delgadas y blancas aferrando su túnica con fuerza, con desesperación, pero también con un profundo dolor. Pero sobre todo esa mirada, que le gritó sin todo sin decirle nada, aquellos ojos que se quedaron en su alma y en su corazón clavados desde entonces.

 

Que eran y serían por siempre su herida, su tormento.

 

Por que justo en ese momento, Harry Potter el todavía ingenuo y tonto Harry Potter se dio cuenta de lo que en verdad sentía, de que lo amaba. Que lo había amado desde hacía tanto tiempo. Tratando de engañarse, tratando...

 

El invencible Severus Snape había caído. Tan solo un segundo después de mirarlo. Y con él, murió parte de su vida misma.

 

Desde ese momento la ira y el odio más profundo llenaron su corazón, su vida había tenido solo un objetivo claro: Destruir a Voldemort sin importar como. 

 

Pero la historia del Príncipe era y sería una daga en su corazón.

 

Hasta hoy.

 

Por que había amado a Lily con todo su corazón. Y eso dolía como el infierno mismo.

 

Tener celos de una madre muerta hacía tantos años.

 

Desear...

 

Pero fue tonto, por que jamás vio más allá que al enemigo de su padre. Al grasiento profesor del que sin saberlo dependió siempre, del que estuvo siempre enamorado.

 

-Perdóname mi querido Severus-dijo Harry-Nunca me di cuenta de todo lo que tu hacías por mí. Que ingenuo. Soy el idiota más grande del universo, si tan solo hubiese dejado de lado mi estúpida arrogancia, ese complejo de héroe del que siempre hablaste, quizá hubiese podido ver quien eras en realidad.  Nada de lo que tengo es real para mi, tan solo son reales para mí todos tus recuerdos. Vivo con ellos, de ellos y para ellos. Se repiten constantemente y pese a que me hacen daño me permiten seguir vivo, me permiten respirar.

 

Diecinueve años habían pasado desde que la guerra terminara, diecinueve años que habían pasado ciegos para Harry Potter. Años que no importaban en absoluto, tan solo eran un segundo, el latido de un corazón.

 

Tiempo. Vida.

 

Que se extinguía lentamente.

 

Iría a su encuentro. Por que su corazón ya no permitiría que viviera un segundo más. No ahora que se había arrancado la máscara.

 

---Diffindo-susurró el mago suavemente apuntándose a las venas, el cálido líquido se deslizó por su piel. La otra mano, temblorosa sostuvo tan firme como le era posible la varita-Diffindo...--susurró de nuevo, cansado.

 

Cansado como si en esos diecinueve años no hubiese dormido ni un solo segundo.

 

Pero ahora ya no importaba nada más. Tan solo estar junto a esa tumba hasta el final mismo.

 

El fuego cálido, la somnolencia que sentía inundaron su cuerpo. Estaba muy cansado...

 

Su cuerpo se acomodó sobre la tumba de Severus Snape con perfecta naturalidad.

 

El agotamiento era demasiado. Casi infinito. Sus manos resbalaron hacia sus costados. La sangre seguía fluyendo lenta de las muñecas rotas de Harry. El encantamiento había producido rasgaduras profundas, los tendones estaban rotos. Pero no sentía dolor, tan solo un tibio calor y una piadosa somnolencia que le hacía deslizarse en la inconciencia. En la oscuridad.

 

Una última sonrisa sosegada y finalmente apacible apareció en su rostro agotado.

 

---Severus...--murmuró dificultosamente Harry mientras sus ojos perdían el brillo que les caracterizaba-Mírame...- pidió con sus últimas fuerzas y cerró los ojos sintiendo como la oscuridad se apoderaba de él, pero jurando tan solo unos segundos antes tanto como si era real como si era solo su mente tratando de satisfacer su deseo que unas manos grandes y delgadas le aferraban la túnica y luego las manos, casi podía sentir su calidez, su suavidad.

 

Eran las manos sedosas del mago más valiente del mundo. Su esencia, su alma que se había quedado por tan solo un asunto. Uno último, que cumplir.

 

Una presión indicó a Harry que estaba muriendo. Sin embargo las manos le sostenían aún. Unos labios, invisibles, se posaron en los suyos, aún tibios para robarle el último beso. La sonrisa se pronunció en el rostro de Harry Potter por última vez.

 

Y supo en ese instante toda la verdad. La historia del príncipe. Dumbledore. Lily. James.

 

No hacían falta más palabras, ni siquiera pensamientos. Se aferró a las manos que estaban sobre su cuerpo y devolvió el beso que acababan de arrebatarle.

 

Suspiró al oí en la lejanía la voz que le dijo todo, que ahora pronunciaba su nombre, una y otra vez, llamándolo.

 

La oscuridad definitiva se acercaba lentamente y el se dejó llevar...

 

 

****************************************

 

 

Al despuntar el alba un sonoro crack interrumpió el silencio y Draco Malfoy apareció a las puertas del cementerio local. Abrió la puerta con la modalidad no verbal del alohomora.

 

Chirriando las puertas se abrieron para él. Vestía una negra gabardina de piel. Y su larga cabellera rubia peinada en una coleta se agitaba con su paso. En las manos un gran ramo de rosas rojas brillaba con el sol.

 

Al llegar a la cima de la pequeña colina miró a la tumba que había venido a visitar.

 

Contuvo una exclamación.

 

Tendido sobre la inmaculada tumba se hallaba Potter. Lo supo, aquella figura era inconfundible.

 

Las impolutas rosas se deslizaron de sus manos y fueron a parar sobre el césped.

 

Corrió hacia Potter pero su rostro, horriblemente pálido, sus labios azules y las manchas en el suelo confirmaron la verdad, ya nada había que hacer.

 

Al lado de Potter, sobre la tumba se hallaba el ramo de rosas blancas que hallaba ya puestas cada año sobre la tumba de Severus cuando le visitaba.

 

Era obvio, dolorosamente obvio ahora que lo veía. Potter era la respuesta al misterio de las rosas blancas.

 

Se arrodilló ante el cadáver y lo colocó boca arriba, sobre el mármol.

 

 

Si, Potter estaba muerto. Se había... suicidado.

 

Los largos desgarrones en sus muñecas así se lo indicaron. Potter se había suicidado desgarrándose las venas, sin duda largo tiempo debió haber estado ahí, desangrándose, lenta pero inexorablemente.

 

Terrible.

 

Harry Potter se había suicidado, frente a la tumba de Severus Snape sin ninguna razón aparente. Para él sin embargo no era un choque de conceptos. Lo sabía, siempre lo supo.

 

Potter estuvo siempre enamorado de Severus. Desde cuando exactamente no lo sabía pero era obvio. Sobre todo en los últimos tiempos.

 

Era increíble que nadie lo notara. Aún peor parecía que ni el mismo Potter se daba cuenta.

 

Severus sin embargo siempre protegió a Potter, engañando a todos como de costumbre, solamente él, Draco Malfoy supo exactamente qué tanto era el amor que su padrino tuvo a Potter. Y ciertamente era mucho más del que le tuvo nunca a Evans, la madre de Potter.

 

Severus mismo se lo dijo bajo el Juramento Inquebrantable. Nunca se lo dijo a nadie. Ese era el deseo de Severus. Y su juramento.

 

Murió por protegerlo. Para serle útil. Vivía para salvarlo. Para espiar en su beneficio al mago oscuro más poderoso y peligroso de todos los tiempos. Quería librarlo del yugo que creía haberle puesto.

 

Al final los dos se amaban, que lástima-se dijo Draco-La muerte se interpuso entre ellos. Que lástima que Potter se diera cuenta tan tarde de su verdad. De a quién amaba.  Mejor aún, que siempre lo había amado. Y por qué. 

 

Era una cruel verdad. Que había sumido a Salvador del mundo mágico en la oscuridad. Murieron juntos en realidad aquella noche.

 

De Potter sólo quedó su máscara. Un cascarón vacío. Su alma en constante penar.

 

Suspiró y fijó sus ojos en el helado cuerpo que se hallaba frente a él.

 

---No pudiste soportarlo más ¿Eh, Potter?-dijo al cadáver que no le miró, pero para sorpresa del rubio pareció esbozar una sonrisa-Un cuento de hadas que llega a su final.

 

El sol asomó tímido por entre las nubes y el frío viento pareció remitir.

 

---Querías estar a su lado-murmuró el rubio y levantó su varita y levitó el cadáver más famoso del mundo, depositándolo junto a la tumba, sobre el pasto del suelo-Bueno, concederé entonces tu último deseo-le dijo.

 

Limpió su cuerpo con un hechizo y arregló con otro su ropa. Era lo menos que podría hacer por él, si iba a cumplir su última voluntad.

 

Estaría con Severus para siempre.

 

Realizó luego un complicado movimiento. La tierra a sus pies rugió al ser abierta y el  mármol al ser partido. Hasta los oídos muertos de Harry Potter llegó el chasquido de la madera rota, que sin duda alguna no pudo escuchar.

 

Entonces, descansando sobre el interior satinado del ataúd, con su gesto inflexible de siempre, descansaba otro hombre, preservado mágicamente parecía dormir tan solo. No se movió sin embargo ni un milímetro. Llevaba muerto casi veinte años.

 

Levitó de nuevo a Potter con algo de desagrado, no tenía idea, no entendía por que estaba haciendo aquello pero no lo iba a cuestionar. No ahora.

 

Introdujo a Potter en el ataúd y un escalofrío recorrió su cuerpo.

 

Parecía que el hombre que había estado ahí los últimos veinte años se esforzaba por moverse para hacer sitio al nuevo inquilino.

 

Era su imaginación. Tenía que ser su imaginación.

 

Tembló definitivamente aterrado cuando los hombres muertos acomodados por el hechizo frente a frente en el ataúd para tener espacio se sonrieron a escasos centímetros de distancia y parecieron abrazarse ligeramente, parecía que iba a besarse...

 

--- ¡Reparo!-gritó el rubio con más fuerza de la necesaria. El astillado ataúd se selló frente a sus ojos. La parálisis se rompió en ese momento y se reprendió a sí mismo. Lo que había visto era necrofílico. Perturbador.

 

Cubrió el ataúd con tierra y colocó todo en orden. Por último con un reparo, el mármol de la tumba se selló también. Nadie, ni muggle ni mago sospecharía nada. Su trabajo era limpio. Perfecto.

 

El hechizo de aguamenti solucionó las manchas de sangre del suelo y del mármol, un simple hechizo de limpieza borró las otras evidencias.

 

Había sin embargo una última cosa que quería hacer. Levantó su varita y al instante apareció en la parte baja de la placa de mármol negro una especie de cenefa. Un adorno que era una inscripción en realidad, escrita en runas, el idioma era latín, pequeña, fácilmente pasada por alto rezaba: Descansan también aquí los restos de H quien amaba a S y era amado por S

 

Levantó las rosas del suelo, las suyas rojas y las blancas de Harry, se acercó con ellas a la tumba.

 

---Feliz Cumpleaños, Severus-murmuró dejándolas sobre el mármol-Potter... hazlo feliz en el más allá.

 

Se dio la vuelta, pero mientras giraba, sintió claramente como un par de manos de posaban en sus hombros, una débil, la otra fuerte pero delicada.

 

---Bien, me voy-anunció a la nada sintiéndose algo estúpido. Sin embargo sabía que se despedía de Severus y de Potter.  Sabía que le escuchaban.

 

Agitó la cabeza con mucha fuerza, tratando de ahuyentar esos extraños pensamientos, y echó andar hacia la salida.

 

Ya fuera se giró para mirar por las rejas por última vez al menos en una temporada, la tumba de mármol negra. Y le pareció ver por un brevísimo instante que había dos figuras sentadas sobre ella, abrazadas que se desvanecían.

 

Un cuento de hadas... No-pensó Draco- Más bien ha resultado ser uno de terror.

 

Se giró entonces sobre si mismo y desapareció.

 

 

FIN

Notas finales:

PARA SEVERUS. MI RETORCIDA FORMA DE DESEARTE ¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS!! ERA EL UNICO MODO POR QUE LO MERECES, PARA TI, A PESAR DE LAS ADVERSIDADES Y LA CRUELDAD DE TU DESTINO. CON ADMIRACIÓN PARA EL MAGO MÁS VALIENTE.


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