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Esos días grises del Otoño por Gadya

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Notas del fanfic:

ACLARACIÓN: Por más que la gente diga lo contrario NO es Shota

*ESOS DIAS  GRISES DE OTOÑO

 

“Cómo sopla el viento en las ventanas,

Cómo llueve hoy

Cómo está la calle vacía,

Como muere el sol,

 

Estos días grises del otoño me ponen triste

Y al calor del fuego de mi hoguera

Te recuerdo hoy”

 

("Canción de otoño"- José Luis Perales)

 

                  

-Kiki, cierra las ventanas!!!- gritó Mu desde adentro del Templo, esperando que, aquella vez,  su distraído discípulo obedeciera.

 

Cierto era que, desde la última visita a los Kido, el pelirrojo se encontraba más ido que nunca, paseando entre las nubes de sus secretas fantasías, que cubrían su natural risa con melancolía. Aries miró de reojo a su pupilo, sentado a la entrada de la Casa, y suspiró preocupado. No podía evitar pensar que algo le hubiese lastimado en aquel viaje, y la sola idea de aquella pena le hería en el silencio y la distancia que su pequeño ponía entre ambos, en la confianza que habían perdido luego de aquel nefasto viaje y que le estaba siendo imposible de recuperar. Extrañaba aquella risa, las sonrisas de su quinceañero aprendiz ante cada comentario, cada tontería que dijera; le faltaban irremediablemente sus travesuras, sus interminables cuestionarios que no arribaban a ninguna conclusión, y mirando su pequeña figura recortada en el plomizo gris de la tarde, maldijo otra vez aquel tiempo que había pasado en el país extranjero, en la tierra que le había robado su infantil alegría, y deseó con toda su alma, que aquello que tenía en mente le ayudara a recuperarlo.

 

Kiki volteó a ver  a su mentor con aire desganado, y resignado, suspiró regresando su mirada a la nada del agreste paisaje griego. Él no le comprendía, y jamás podría hacerlo… ¿Cómo hacerle entender lo que sentía? ¿Cómo decirle que ya no tenía razón para reír, para fastidiarlo, para vivir? No, Mu jamás lo aceptaría, y meneando la cabeza se concentró nuevamente en el cielo, mudo reflejo de lo que sentía por dentro.

 

Las nubes tristemente de agrupaban, encapotando el celeste reino del sol, que huía de su presencia, y amenazando, convencidas, a los pocos aprendices que aún quedaban en el Coliseo. Kiki los vio partir raudos a sus cabañas corriendo ante los negros nubarrones que parecían perseguirlos, y por un momento cerró los ojos, intentando olvidarse de todo y de  todos, y tan sólo sentir su existencia fluir por sus venas.

 

El viento meció su cobriza  cabellera, que, entre juegos, hizo cosquillas en su rostro, en su cuello, en su espalda. El muchacho lo dejó hacer, concentrado en la negrura de su acompañada soledad, de su espera sin sentido, de su secreto oculto del mundo y evocado inconscientemente por todos, a modo de tortura a su propia conciencia.

 

-Kiki, te dije que cerraras las ventanas!!!- volvió a escuchar el grito histérico de Mu, trayéndolo de nuevo a su dolorosa realidad, a la ausencia de su universo,   del otro lado del  mar.

 

Resoplando se puso de pie, y corrió a cerrar las ventanas, con sus pies descalzos apenas mojados por la tímida lluvia que comenzaba a caer; sus manos se aferraron fuertemente al húmedo vidrio, compitiendo con el viento, que  pugnaba por mantenerlo abierto y ser testigo de su tristeza, y mucho tuvo que luchar para cerrarlos sin hacerlos añicos en el proceso. La tormenta se quejó, golpeteando con sus manos el cristal, frente al decidido rostro del lemuriano, dispuesto a no dejarla entrar más que por la puerta principal del Templo, imposible de negarle.

 

Lluvia… el sonido del llanto de las nubes evocando sus propias lágrimas amargas de ocultar un sentimiento que, a  gritos, pedía libertad. Un sentimiento de cabello oscuro como el velo de la noche, y ojos profundos que le ahogaban con tan sólo un recuerdo, una mirada que desataba revoluciones en su alma, aplastadas por la cobardía… Una pesadilla y un sueño, alegría y dolor mezcladas en un solo nombre… Shiryu.

 

Suspiró, recargando su cabeza sobre el frío cristal de la ventana, Shiryu era tan sólo un imposible… aún no entendía cómo era que había llegado a enamorarse sin remedio de se hombre, pero algo si tenía en claro jamás sería correspondido… Shiryu nunca podría verlo como algo más que un pequeño hermano, y aquello torturaba su corazón con indescriptible eficacia. Las nubes lloraban su pena en el vidrio empañando por su melancólica respiración, atrapando por completo sus pensamientos, usurpando, por un momento, la imagen del Dragón, proyectada borrosa en la distancia, como reflejo de sus deseos incumplidos,   y en el trance que aquel sueño diurno le produjo, Kiki atinó, apenas, a escribir el deseado nombre en el vaho de la ventana, como una súplica a  los dioses para que arrancaran todo recuerdo de aquel hombre  de su mísera existencia… no quería amarlo, no quería  necesitarlo porque sabía que él jamás podría darle lo único que le pedía… El torrencial aguacero cubrió con sus gemidos los suspiros del muchacho, y cargando su pena, el cielo hizo luto por la muerte de todas sus sonrisas no natas, asesinadas por la lejanía de Shiryu, por aquel miedo que le atenazaba el alma, impidiéndole confesarse, para no ser rechazado. Aspiró con parsimonia la humedad del aire, que se mezclaba en su pelo con la tristeza que se negaba a correr por sus mejillas, y sus párpados se cerraron con fuerza para deshacerse de aquella imagen que lo atormentaba, que acudía a sus pensamientos, aun, sin que él la llamara.

 

Aún no comprendía por qué, por qué aquel deprimente  paisaje lo retenía en la ventana si tanto le recordaba a su pesar, y abriendo nuevamente los ojos, se quedó largo rato contemplado el maravilloso cuadro que la naturaleza le ofrecía, sublime pintura en grises, que retrataba sin palabras, su propia alma angustiada,   Y recordó su estadía en  Japón, sus días junto a Shiryu, riendo, aprendiendo, enamorándose del Dragón  sin darse cuenta, imbuido en el paso inclemente del tiempo hechizado con su presencia, hasta que una particular sonrisa, le revelara la verdad. Una sonrisa simple, sin motivo aparente, cuyo contexto se había perdido en la mente del joven aprendiz de Aries, diluida en aquel brillo blanquecino, en la dulzura que la simple curva de sus labios le había provocado. Y pasarse desde entonces los días acobardado, escondiendo de los ojos de los hombres un amor imposible, separado por el tiempo y la distancia, por la lealtad a la Diosa, y su propia misión dentro de la Orden.

 

-Kiki!! Rápido, separa algo de mi ropa y trae un par de toallas limpias, tenemos visitas!!!!!!!- La voz de Mu volvió  a despertarlo, cortando su sinfonía de silencios compartidos con la nada, sus pensamientos mudos de temores imposibles de curar.

 

Raudo partió el muchacho a cumplir el encargo de su mentor, su tono había sido urgente, y no era para menos, si el extraño había atravesado todo el camino hasta Aries bajo aquel inclemente aguacero. Tomó unos pantalones finos, una camiseta blanca y dos toallones, y corrió a la entrada del Templo, sin imaginarse lo que allí hallaría.

 

Apenas atravesando el umbral, se hallaba él, como traído por sus deseos, sonriéndole como siempre, mientras el agua de la tormenta lo acariciaba con deleite, tal   y como el pelirrojo hubiera deseado hacer. El empapado cabello negro caía pesadamente sobre sus hombros, enmarcando tan sutil obra de arte que era aquel momento, aquel joven recién llegado, como una cura enviada por los dioses a su tormento. Kiki no atinó a reaccionar   ante aquel espectáculo… el hombre que tanto había añorado,  por el que tanto había pedido, se hallaba, ahora, frente a sus ojos,   sonriendo y riendo de su cómica situación, y sintió que sus mejillas ardían. Agachó la cabeza al entregarle las toallas, deseando que no reparara en sus encendidos colores, e intentando encontrar el valor para dirigirse a él sin ponerse en evidencia.

 

-De momento estoy muy ocupado- dijo Aries con una curiosa sonrisa en el rostro –pero mi discípulo te ayudará en lo que necesites.- y con una mal escondida diversión, volteó a ver a su aprendiz. –Kiki, qué esperas? Llévalo a mi habitación para que se cambie.-

 

-Si, Maestro- respondió el muchacho con pudor, y guió a un empapado Dragón hasta los aposentos de su Instructor.

 

Le vio entrar con confianza, y recatadamente dejó las ropas sobre una silla, intentando escapar de tan penosa  situación   que no podía manejar, sumado ahora   a esas  molestas mariposas que no dejaban de revolotear en su estómago.

 

-No te vayas por favor- pidió Shiryu, al ver el amague del pequeño de irse de la habitación.

 

Kiki dudó un momento, pero al fin accedió, viendo al Dragón esconderse detrás de un biombo para cambiarse. Por largo rato permaneció en silencio,   alcanzando las cosas que  Shiryu le solicitaba, y de a tantos se permitía ver su silueta, estampada en el papel amarillento como un teatro de sombras chinescas. Recorrió con parsimonia el camino sinuoso de su cuerpo, insinuado por la contorneada figura oscura, y odió aquella mampara que le separaba de él, de su torso desnudo, de sus brazos que siempre soñaba dispuestos a abrazarle.

 

-¿Por qué viniste?- se atrevió, por fin, a preguntarle, viéndole aparecer con el toallón frotando su pelo, en un vano intento por secarle de la húmeda tortura que arreciaba afuera.

 

-Por muchas cosas- contestó Shiryu, dejando aquella tela a un  lado, y con ternura buscó aquella mirada, esos ojos claros que tanto había extrañado, por los que había cruzado un continente entero sin dudar. –Tu, entre ellas…-

 

-Yo…- murmuró Kiki, escondiéndose de aquellas orbes que le perseguían con insistencia, sabía que ya no podría ocultarle nada si seguía mirándole así, y francamente ya no estaba seguro de querer hacerlo... –Yo… repitió, dispuesto a delatarse, y los dedos de su huésped   le impidieron seguir hablando.

 

-Shh…-le calló el Dragón –Tu silencio es la más hermosa de las pablaras-

 

-No- se negó el pelirrojo, cansado ya de esconderse. Ya no tenía miedo al rechazo, ni a nada que pudiera decirle, y tomando la iniciativa, rozó los orientales labios con los suyos, en un beso que, sin palabras, confesó todo aquel amor escondido por el miedo. –Te amo…-

                  

-Shh- volvió a callarle Shiryu. –Tu silencio es la más hermosa de las palabras.-  Y con dulzura emboscó sus labios, sumiéndolo en su muda confesión, el más perfecto de los besos, la más hermosa de las palabras, el más blanco de todos los silencios.

 

Kiki se aferró a él, y le entregó su corazón al Dragón, que, en silencio, le prometía el amor que tanto había soñado, mientras, por la ventana, otro día gris de otoño era   cómplice testigo de  aquel romance.

                  

 Tras la puerta, Mu sonreía satisfecho... las cosas si había funcionado después de todo.

Notas finales:

Sin comentarios...

 

AMO ESTA PAREJA!!


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