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En el corazón de un ángel por Eryseus

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Notas del fanfic:

Esta historia no es un caso real, pero si que es totalmente de mi invención. Espero que os guste, y se agradecerán todos los reviews.

¡Arigato!

Advertencias

-Angst, sobre todo en la parte media del relato

-Posible lemon (muy, muy suave)

Notas del capitulo:

Un capitulo de presentación, para irse haciendo a la historia...

Espero que os guste ^^

 

 

 

 

-Samu, vas a llegar tarde…eh, ¿me estás oyendo?

 

El chico gruñó y se revolvió entre las sábanas; se tapó los oídos con la almohada y se puso de espaldas a la puerta.

 

-Creo que ya va siendo hora de ¡¡DESPERTARSE!!

 

El chico pegó un bote y quedó sentado encima de las mantas, completamente aturdido por el berrido de su padre.

“Si serás…” pensó, mirándolo con todo el rencor que pudo poner en una sola mirada. Con esfuerzo, muchísimo esfuerzo, logró levantarse y llegar hasta la ducha; el agua fría lo despejó un poco. Se secó lentamente con la toalla, con la cabeza todavía soñando encima de la almohada. Se puso los pantalones piratas negros; primero un pie, estirar, luego el otro pie y estirar…

 

-Brillante, Samu- se dijo al contemplar el satisfactorio resultado.-Increíble que lo hayas hecho tú solito.

 

Ahora la camiseta sin mangas, negra también; el brazo derecho por este hueco, el izquierdo por este otro y la cabeza… pues por donde quepa. Calcetines negros y zapatillas negras para variar. O para no variar, es igual.

 

-…nos días- saludó al entrar en la cocina.

 

Pilló una tostada del plato y se sirvió un vaso de zumo. Su padre escuchaba las noticias, pero se le había quedado mirando con una sonrisa en los labios.

 

-¿Paghfa…?- tragó con dificultad.- ¿Pasa algo, papá?

 

-Bueno, nada, si consideras que llevar la camiseta al revés es normal…- le comentó.

 

El chico refunfuñó por su descuido y se la colocó en su sitio y cara correspondiente. Como siempre, le faltaba tiempo para poder desayunar tranquilo, asi que mientras comía aprovechó para coger lo que necesitaba para el primer día; es decir, la mochila y nada más. Por supuesto, la mochila era negra.

 

-Que te vaya bien- se despidió su madre.

 

-Si, a ver si te tocan unos profesores buenos este año- añadió el Gran Padre cuando salía por la puerta.

 

Se soltó un poco las correas de la mochila y se estiró al tiempo que miraba el reloj.

 

-Parece que tendré que echar una carrerita.

 

“Carrerita”. Llevaba muchos años haciendo parcour, y le encantaba experimentar en su recorrido al instituto; entre saltos y acrobacias llegó con el tiempo justo.

 

-¡Samuuuuu!- le gritó alguien cuando cruzó el muro de un salto. Oyó pasos y de repente le hicieron un brutal placaje lateral.

 

-Hey- dijo el chico, algo aturdido. Enfocó un poco a su agresor.- ¿Qué tal, Carlos?

 

-Aquí, placando gente. ¿Tú?

 

-Aquí, planeando venganza.

 

El otro le sonrió burlonamente y luego le echó una mano para levantarse. Juntos se dirigieron a la Sala y se sentaron en uno de los laterales; los profesores esperaban a los últimos rezagados.

Samuel conocía a casi todos; Rubén, de matemáticas, viejo y cascarrabias como ninguno; Aurora de biología, bajita y nerviosa, conocida simplemente por “Tic” (debido al tic nervioso que le salía al hablar). También estaban el jefe de estudios, macarra como siempre (con su súper chupa de cuero y su botas…) y el profesor de E.F., Damián: sin duda el mejor profesor que habían tenido; joven, simpático, enrollado, no muy duro, con el pelo negro larguísimo que le caía por los hombros y la espalda. Muchas (y muchos) adolescentes estaban coladas/os por él. Y al lado de Damián había otro hombre, más o menos de su misma edad, al que Samuel recordaba vagamente de haberlo visto el primer año que entró al instituto; casi todos lo miraban embobados (“casi todos” engloba también a gran parte del profesorado).

Tenía los ojos grises brillantes, que pegaban muy bien con una brillante melena dorada que le llegaba un poco más allá de los hombros; era bastante alto, ni muy grande ni hecho un tirillas, y transmitía una seguridad y una tranquilidad impresionantes.

 

-Ejem, ejem… jem, cof cof cof COUGH COUGH…- se veía que el director seguía con sus problemas de garganta.- Bienvenidos todos, nuevos y viejos- chiste malo.- Soy Rodrigo Jerez, director de este instituto, aunque la mayoría ya me conocéis. Estamos aquí para nombrar a los alumnos de cada curso y al tutor correspondiente.

 

Cogió una lista que tenía encima de la mesa y empezó a nombrar a los alumnos; a Carlos y a Samuel les tocó en 4ªA, como todos los años. Quedaba saber qué profesor les haría de tutor este año.

 

-Primero, presentaré a los profesores aquí presentes:

 

“Aurora Mistral, de biología”

“Miguel Pérez, de música”

“Rubén Arce, de matemáticas”

 

Y así con unos cuantos más, hasta que llegó a los dos profesores jóvenes.

 

“Damián Salvador, profesor de Educación Física”

 

“Y aquí tenemos a un compañero que ha vuelto de un viaje de dos años al Tíbet; tal vez alguno le recordéis. Se trata de Máximo Olmedo, y será profesor de Lengua Castellana y Literatura. ¿Te gustaría decir algo, Máximo?”

 

El joven se levantó y agradeció al director sus palabras. Luego se volvió con una suave sonrisa hacia ellos.

 

-La verdad es que me siento bastante feliz de haber vuelto. No, no estoy loco ni nada por el estilo, pero a veces se echa de menos la vida de todos los días; la ducha, el café recién hecho, la vecina de enfrente, no estar a punto de morir congelado cuando tienes que ir a comprar… cosas sutiles y sin importancia, ¿verdad?

“Como sé que siendo un profesor va a ser imposible que no me odiéis por instinto, creo que voy a tener que dar mucho de mí, pero voy a intentar que entre nosotros haya respeto y comprensión, y, si se puede, amistad.”

 

Su voz era suave y melodiosa, como si estuviese cantando o recitando un poema muy bonito; los alumnos le aplaudieron sin dudar, lo que dejó claro que se había ganado su simpatía.

 

-Bien, bien- el jefe de estudios retomó la palabra.- Los tutores son los siguientes: para 4ºD, Ramón Castellet; para 4ºC, Aurora Mistral; para 4ºB, Damián Salvador; y para 4ºA, Máximo Olmedo.

 

Samuel sonrió; le había tocado uno de los dos mejores. Toma ya.

 

-Ahora id con vuestro tutor al aula correspondiente.

 

Máximo los llevó hasta el final del segundo piso, a una de las aulas más nuevas. En total eran quince alumnos. Cada uno escogió el sitio que le gustaba más y se sentaron.

 

-Bueno, pues aquí estamos. Otra vez de cabeza al infierno- comentó el joven con una sonrisa.- Ya que tenemos bastante tiempo, se me ocurre que podríamos presentarnos un poco. A ver, por allí.

 

-Soy Carlos Díez, tengo quince años y me mola placar a los amigos en cuanto los veo- dijo su amigo, sonriente.

 

-Vaya, efusivo que ha salido el chico; supongo que es una forma de demostrar tu cariño a tus seres queridos… pero ten cuidado con tu abuela- comentó Máximo, y los demás se rieron.- A ver, la chica de su izquierda.

 

-Yo soy Alba Casado, también tengo quince y me encanta ir de compras.

 

Máximo asintió.

 

-El de detrás.

 

Samu se levantó, y se escuchó alguien que susurraba “friki” por detrás.

 

-Soy Samuel Aguilar, tengo quince y me gusta dibujar manga y hacer parcour. Tengo poco de normal y mucho de friki, y precisamente por eso no hago caso a los que perdieron hace mucho la capacidad de inventarse insultos originales.

 

Los demás le aplaudieron y vitorearon; el que lo había llamado friki se hizo más pequeño en su silla. El joven profesor sonrió.

Así se presentaron todos, incluida la mejor amiga de Samu, Diana. Cuando terminaron, Máximo se levantó.

 

-Yo soy Máximo Olmedo, soy unos cuantos años mayor que vosotros (tengo veinticinco), soy budista a medias y hay tres cosas que me encantan en este mundo: dibujar, leer y aplastar a mis alumnos bajo el peso de la cultura. Es broma- añadió al ver las caras alarmadas de los chavales. Se rieron. –Bueno, pues antes de empezar con los horarios, ¿tenéis alguna duda, algo que preguntarme?

 

Se levantaron muchas manos.

 

-Resolveré un par de cosas antes de pasar uno por uno: primero; no, no estoy casado ni tengo pareja. Segundo; no, tampoco saldré con ninguno.

 

Samuel pensó que era un tanto pretencioso, pero al volverse descubrió que no quedaba ninguna mano levantada y que la mayoría tenían una triste cara de decepción.

La siguiente media hora que pasaron con él fue genial; sabía hacer ameno todo lo aburrido de aquel proceso, aunque no hiciese comentarios. Medía bien sus palabras, y cuando hablaba se notaba que había estudiado y tratado mucho con las personas.

 

-Pues esto es todo- les dijo cuando tocó el timbre.- Tenemos clases de Lengua cuatro días a la semana y tres clases de tutoría, así que nos veremos todos los días. Ahora hablando en serio, espero que podamos llevarnos bien y que saquéis algo de mis clases. Cuidaos, y hasta mañana.

 

Con un “hasta mañana” colectivo, los compañeros de clase se fueron marchando; Samu se quedó el último, y al pasar por la puerta rozó sin querer la manos de Máximo. En ese momento, una especia de descarga le recorrió todo el cuerpo, de pies a la cabeza, y la mente se le quedó fija en una imagen de la sonrisa de Máximo.

La sonrisa de un ángel.

 

 

Notas finales: ¡Espero que os haya gustado! Acepto sugerencias, correcciones, criticas, mazazos en la cabeza... lo que se os ocurra.

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