Damián llegó a la sala de profesores con un terrible dolor de cabeza.
-¿Dami?- lo llamó Estela, su compañera de asignatura. -¿Te pasa algo?
-Tengo un dolor de cabeza horrible- admitió él, y se desplomó en una silla.-Tengo que encontrar un piso como sea; ayer me pasé toda la noche buscando, y ni uno.
-La verdad es que la cosa está cruda- comentó Estela, y le ofreció un café.- Pero creo que Máximo andaba buscando un compañero. ¿Por qué no le preguntas?
-¿Sabes donde está?
Ella le hizo un gesto con la cabeza; el susodicho entraba por la puerta en ese mismo instante.
-¿Qué tal con tus bestiecillas, Máximo?
Él simplemente esbozó una sonrisa e hizo un gesto que más o menos quería decir “podré con ellos”.
-Ah, por cierto… ¿hay alguien que esté buscando un lugar habitable?
-Esa pregunta me viene como caída del cielo- dijo Damián (por la ventana sale el típico rayo de sol en un cielo nublado, iluminando a Máximo de manera angelical)
-Genial- comentó el rubio.- ¿Te viene bien pasarte hoy y echar un vistazo?
-De fábula.
-Si tienes mucha prisa, puedes quedarte a dormir incluso- le ofreció Máximo.
Se lo pensó un poco.
-¿No te causaré ninguna molestia?- inquirió.
Él negó con la cabeza.
-Por suerte o desgracia, el dueño soy yo, así que ningún problema- contestó.
-Muchísimas gracias, Máximo. Eres mi ángel salvador.
-No hay de qué. Pásate a eso de las cinco y media; tráete lo que necesites, y ya te ayudaré con el resto de tus cosas. Ten, la dirección- y le dio un papelito.
Damián pensó que, para haber empezado el día con mal pie, aquello le daba la vuelta completamente a su situación.
5:32 pm.
Damián se había quedado parado delante de una casa bastante grande, a su gusto una casa genial; un pequeño jardín, un ventanal en el segundo piso que daba hacia el oeste, terraza… un lujo.
-¿Te gusta?
Máximo se había parado junto a él y se lo había quedado mirando con una sonrisa perfecta en sus labios.
-¿Qué si me gusta? Es la casa más a mi gusto que puede existir- se admiró.
El otro se rió suavemente.
-La verdad es que a mi también me encantó cuando la vi; lo único que cambié fue el jardín y hacer el ventanal.
-Buena decisión- dijo Damián.- Te imagino leyendo junto al cristal cada atardecer.
-Vaya, diste en el blanco. ¿Te atreves a entrar en la casa de Máximo Olmedo?- dijo, y abrió la puerta.
El moreno, con la mochila al hombro, se vio de pronto rodeado por el mar, un oleaje suave y de un azul intenso… sólo al cabo de medio minuto se dio cuenta de que estaba pintado en la pared.
-Si, suele producir ese efecto… creo que no me quedó mal después de todo- dijo Máximo.
Damián sonrió; el efecto estaba muy conseguido.
-Esta casa cada vez me gusta más.
-Eso es por que he entrado yo- aseveró el de ojos grises con una sonrisa traviesa.
-Por supuesto- contestó Damián en el mismo tono.
Ambos se miraron y se rieron. Después Máximo le enseñó el resto de la casa; él dormiría en una habitación en la que estaba pintado un precioso atardecer, con tonos rojos, amarillos y anaranjados.
-¡Whoa!- exclamó al verla. -¡Es magnífica! ¿Eres la reencarnación de algún pintor famoso o algo así?
-Quién sabe- comentó Máximo encogiéndose de hombros.-Bueno… ¿qué te parece?
-¿De verdad que no estoy soñando y puedo quedarme aquí?
-Por supuesto- le respondió Máximo. –A partir de ahora, tengo compañero.
Damián sonrió y pensó que las cosas iban realmente bien.
-Muchas gracias por dejar que me quede aquí. No sabes cuanto te lo agradezco.
Él esbozó una media sonrisa.
-En estos dos últimos años he aprendido el verdadero valor del agradecimiento; no lo derroches por algo que estoy dispuesto a hacer de muy buena gana.
El moreno echó una mirada a su habitación; cálida, amplia y limpia. Había un par de estantes repletos de libros, un escritorio de color blanco y una cama con las sábanas del mismo color; no había colocado nada en las paredes, mostrando bien cada detalle del paisaje que había pintado. Dejó la mochila apoyada contra el armario que tenía detrás y miró los títulos de los libros.
-Vaya… Kafka y Freud… Martin Gaite… ¡y Rumiko Takahashi!- dijo, divertido. Se volvió hacia Máximo. –Un seguidor de Inu Yasha, ¿eh?
-En mis tiempos, si- suspiró él.- Aún compro alguno de vez en cuando. En fin, un servidor va a preparar los instrumentos para torturar a los alumnos este año… Por si necesitas cualquier cosa, mi habitación es la del ventanal; a la derecha de las escaleras, en el segundo piso.
-Recibido. Gracias otra vez.
El otro se despidió con un gesto de la mano y salió de la habitación.
Damián se dejó caer sobre la cama, un tanto cansado; le dolía la cabeza… esperaba que no fuese a darle uno de sus ataques en aquel preciso momento.
-Hacía años que alguien no me trataba tan bien- comentó a la habitación vacía. –Debe de ser un ángel que ha caído a la tierra por equivocación.