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Mis Labios Por Tus Piernas por Songfic_Maniak

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Milo se sorprendía de verse recordando aquella noche. Lo bueno y lo malo de su vida; el antes y después lo marcaba esa noche. Nada importaba, todo le era ya indiferente. Esa noche había encontrado el verdadero significado de vivir. Esa noche que mientras se encontraba arrodillado ante Camus y este no dejaba de enredar sus manos en sus rebeldes cabellos para jalarlos descontrolado por las sensaciones que estaba experimentando, alzó la mirada y la visión le pareció la imagen más honda y verdadera que pudiera ver en su corta vida. Ni en una eternidad podría llegar a olvidarla.



Y luego, cuando consiguió llevar a Camus hasta la consumación de su placer, luego de saciarse de su calor, de su sabor, de su aroma y de todo él. Se puso de pie, dejó de ser el siervo para convertirse en el único amo del caballero de Acuario. El señor de su corazón y de sus pensamientos, el dueño de su cuerpo, el único ser humano que logró poseerlo sin freno alguno. Camus le permitió azotarlo contra una de las columnas, encimársele hasta que sus pies perdieron el piso y sus piernas se enredaron en su cintura, le permitió causarle dolor, apoderarse groseramente de lo que él quiso tomar para luego desvanecer la incomodidad y enfocarse en el placer. Camus permitió que Milo lo alzara, ambos fueron subiendo hasta que llegaron hasta el profundo enajenamiento del mundo material.



¿De qué había servido? Cuando todo acabó Camus se aseguró de que acabara de verdad. Las cenizas del fuego las había recogido y las había depositado en una urna para darlas por muertas y asegurarse de que jamás pudieran reavivarse.



Recogió su ropa, besó por última vez a Milo. Un beso muy profundo, muy pausado, como para grabarse cada trazo en su memoria y luego se disculpó con él diciéndole que estaba cansado y le pidió que volviera a su Templo. Milo estaba hipnotizado, asintió con la cabeza, obedeció con docilidad y tras vestirse lo más rápido posible salió del Templo de Acuario y bajó las escaleras sin importarle la tormenta que lo empapó de la cabeza a los pies. Al llegar a su Templo no se mudó de ropa sino que cayó en su colchón y se quedó por un tiempo indefinido observando el techo y recordando el calor de Camus que todavía estaba tan vívido en su cuerpo.



Si antes Milo se sentía nervioso de sostenerle la mirada, tras lo ocurrido la sola presencia de Camus le aterraba: tras esa noche, tras la semana febril, tras sus duras palabras, tras esa grosería de darle la espalda, tras la indiferencia, tras el tope, tras el descubrimiento del corazón de hielo, tras todo aquello. El solo hecho de recordar la imagen de Camus era doloroso. Así pasaron los días y Milo no volvió a mostrar interés en acercársele, en hablar con él o mirarlo siquiera. Olvidarlo era lo más sensato, cualquiera hubiera concluido lo mismo.



A veces miraba con el rabillo del ojo a Camus y tenía la sensación que había sido observado por él durante mucho tiempo, pero no quiso preguntarle si eso era o solo su imaginación. Sentía la gélida mirada en su nuca, detrás de él cuando compartían entrenamiento con los demás caballeros o a lo lejos cuando caminaba por los alrededores del Santuario. Parecía sentir que velaba su sueño en las noches. Milo podía sentir la presencia de Camus en su habitación como si estuviera arrodillado a la orilla de su cama observando cómo trataba de conciliar el sueño en su posición fetal. Sentía la necesidad de abrir los ojos en esos momentos, pero nunca lo hacía por miedo a descubrir que su intuición era verdadera. No sabría qué hacer, qué decir o cómo comportarse si llegara a sorprender a Camus en su habitación, observándolo.



Luego, recordaba lo sucedido y se convencía de que todo aquello formaba parte de su imaginación. Camus no lo amaba, Milo había caído en ese fatal juego del amor: amar a quien no te ama porque ese alguien ama a alguien más y ese alguien más ama a otro y así sucesivamente. Aunque Milo no estaba muy seguro que Camus fuera capaz de amar realmente a alguien. Daba la impresión de ser de esas personas incapaces de amar a nadie en el mundo.



No podía culparlo, el error aquí no era el hecho de enamorarse de alguien como Camus, sino que en sí todo el concepto de amar era imperfecto. El amar y ser correspondido de la misma forma era algo que pasaba en raras ocasiones. No podía considerarse un milagro como tal, pero esa sería la definición más cercana a ese hecho. Estar lejos del ser amado era un tormento, pero sabía que así debía ser. Camus estaba lejos y Milo se mantenía distante también y así, aunque sufría, el sufrimiento era menor que el verse una vez más rechazado.





Siento tus miradas

Que hoy me duelen más que tus palabras

Siento que te alejas…



O tal vez soy yo quien no se acerca





Creyó poder vivir así por siempre. Camus solo sería un espectro en su vida, su amor platónico, pero luego pasó algo que lo cambió todo. Fue un día en particular, no parecía ser diferente a ningún otro. Aunque ellos ya habían sido advertidos de que el Santuario estaba en peligro y debían estar preparados para cualquier sorpresa.



¡Esa mañana Camus tomó vida nuevamente! Dejó de ser solo una imagen a lo lejos en la existencia de Milo y se presentó en su Templo. …l no salió a su encuentro ¿cómo podría? Después de que lo había hecho sentir tan avergonzado, después de hablarle como lo había hecho y de destrozar sus esperanzas y jugar con él. ¿Cómo comportarse? Lo llamó en un par de ocasiones y esperó, pero él se quedó detrás de una columna sin querer salir.



–Milo, necesito hablar contigo.



Pero ni aún así salió. No por descortesía o por devolverle el favor. No, no fue eso. Fue sencillamente que se había esforzado tanto por olvidarlo y mantenerse lo más lejos de él que aquella petición le pareció irreal. Le dio miedo a lo que pudiera pasar si se presentara delante de él, así que se aferró a la columna y apoyó su frente en ella. Cerró los ojos esperando a que se fuera.



Y es que hay veces que me muestro

Y otras que es mejor no dar la cara





Y como si Camus hubiera podido leer su pensamiento, le dijo:



–No puedo irme sin hablar contigo. Sé que fui yo quien decidió que no hubo nada entre nosotros cuando ambos sabemos que lo que ocurrió fue lo más grande que hemos… – no pudo terminar. Sabía que no podía hablar en nombre de Milo, por lo que se apresuró a corregir sus palabras –, fue lo más grande que he podido sentir en mi vida. Quiero que entiendas que no fue fácil para mí aceptarlo, tú eres mi compañero y… no se supone que tú y yo debamos…



– ¿Tuviste miedo?



Camus alzó el rostro cuando escuchó la voz de Milo resonar tenue en las paredes del Templo. Había escuchado atento cada palabra. Ahora el guardián de aquel Templo apoyaba su espalda y las palmas de sus manos en la columna. Con su figura encorvada y el rostro gacho meditaba lo que Camus había tratado de darle a entender.



–Fui cobarde, Milo. Esa es la verdad.



–Somos un par de cobardes. Dejamos que el miedo pudiera más que lo que sentíamos – reflexionó Milo desde su escondite –. Entonces, ¿quieres intentarlo?



–No – contestó Camus ante la sorpresa del otro –. Malgasté el tiempo.



–No importa, Camus. Sabes bien que sólo debes pedírmelo y no dudaré en concederte una segunda oportunidad.



–Se me acabaron las oportunidades, Milo. He venido a pedirte perdón. Tú no merecías la forma en que te traté…



Decidió que lo mejor era salir Templo de Escorpión. Ya no había tiempo y no podía perder ni un minuto más en ese lugar. Un segundo más y se arrepentiría de seguir con lo que el destino le tenía preparado. Antes de salir giró inesperadamente y alcanzó a ver la figura de Milo a algunos metros de distancia, protegido en la oscuridad, con ciertos trazos claroscuros y el brillo de su mirada sobre todo lo demás, el cual que le daba un aire de misterio.



–Je t'aime, Milo – le dijo con una voz tan frágil que logró estremecer la piel del otro.



“Agapo se, Camus” le correspondió en pensamiento.



Milo no entendía su actitud, aunque no podía reprocharle nada. No tenía derecho a decir “te perdono” porque Camus en ningún momento le había prometido nada esa noche. Siempre supo que era un riesgo y en todo momento estuvo consciente de lo que podía llegar a darle y también a negarle. Nadie estaba en deuda con nadie. Sin embargo no comprendería las últimas palabras de Camus, esas en las que se refería a la falta de tiempo y oportunidades hasta que la noche cayó en el Santuario.



No es momento de hacer cuentas

Sabes bien que no me debes nada





Cinco compañeros caídos en una batalla sin precedentes, siendo derrotados por cinco caballeros de menor rango. En cuanto llegó al Templo de Acuario observó al muchachito al que le había perdonado la vida por respeto a su maestro el cual estaba en el otro extremo del Templo, pálido y agonizante. Caminó con pasos presurosos hacia él. Se dejó caer a su lado, lo abrazó y le besó los cabellos. Camus había perdido su tiara en la batalla. El príncipe de los hielos había sido derrotado y Milo sintió pena al darse cuenta que era solo un jovencito como él, que contaba con veinte años. Sus heridas carmesí le demostraban que no tenía sangre azul, el dificultoso latir en su pecho probaba que si tenía corazón. Su cosmos, tan pequeño como la llama de una vela, le advertía que se estaba muriendo.



Lo besó y no fue correspondido. No era que Camus no quisiera, era que no tenía fuerza para hacerlo. Un contraste gigantesco entre aquella cálida noche llena de besos a ese momento frígido donde no quedaba nada de la pasión del guardián de aquella casa que había sido la única testigo de lo ocurrido entre ambos caballeros.





¡Y te marchas y me dejas!

¡Otro beso que se estrella!

Contra mi canción que me recuerda





Milo esta vez, pese a todo, lloró. Y derramó las lágrimas más amargas que había llegado a probar. El amor dolía porque cuando uno ama a alguien más allá de lo impensable, perderlo para siempre significa también perder una parte de tu ser. ¿Qué parte? Quién sabe, por eso mismo yo jamás me he arriesgado a amar de esa forma a ningún ser humano. Se necesita valor para amar con tal magnitud. Es arriesgarlo todo sabiendo que de un momento a otro todo se puede perder. A Milo le había tocado perder ¡y qué pérdida!



>> ¿Milo?



Milo escuchó aquella voz en su cabeza. Asintió con la cabeza, acarició su rostro y besó la curvatura de su cuello. Camus le hablaba a través de sus cosmos.



–Aquí estoy.



>> ¿Có-cómo fue?



– ¿…l qué?



>>Aquella noche. ¿Qué recuerdas de ella?



–Mis labios sobre los tuyos. Lo mucho que me gustó tu boca…





Un beso en tu escalera





–Tu piel erizándose cuando empecé a acariciarte apenas con las yemas de mis dedos.



Camus pareció sonreír y Milo se enterneció al presenciar aquel gesto. Lo abrazó más a él en un vano intento de que se quedara a su lado. De sus labios salió una risa angustiosa y un par de nuevas lágrimas se perdieron en los lacios cabellos de Camus.





Mi mano en tus caderas

Tu sangre por mis venas…





>> ¿Qué más, Milo?



–Camus, no…, no puedo…



Su cuerpo comenzó a convulsionar a causa de los sollozos. Abrazó a su compañero de batallas, ¡al ser humano que más amaba! ¡Aquel que se había ganado su corazón! Era un suplicio recordar la noche en que lo había sentido más unido a él, en ese momento que el temor de perderlo para siempre lo acechaba.



>> Fue... fue la única ocasión en la que me sentí vivo, Milo. Tú me enseñaste a vivir… yo solo… solo quiero recordarlo antes de…



Milo no lo dejó continuar, gimió de sufrimiento e inspiró en un vano intento de frenar sus sollozos antes de cumplir el último deseo de Camus:



– ¿Quieres saber que más recuerdo? ¿En verdad quieres que te lo diga? ¡Todo, Camus, todo! Porque has sido lo más importante, lo más grande y lo más incomprensible que he llegado a tener. Recuerdo cada detalle: las palabras que me susurraste, tu forma de entregarte, lo cálida que fue tu piel, la manera en la que enredaste tus piernas en mi cuerpo, tu cuello enrojecido por mis besos, tus manos acariciando mi espalda, tus gemidos, tus gritos, tu voz resonando en mi garganta cuando intenté silenciarte con un beso, la sonrisa de satisfacción que no dejaste de mostrar pese a que todos creen que tú no sabes sonreír, tu aliento rozando mi rostro, el loco deseo que me invadió de caer de rodillas ante ti como muestra de mi amor y mi entrega, el sobresalto de tu cuerpo cuando fui recorriendo tus piernas primero con mis manos y luego con mis labios hasta… hasta llegar a…





Mis labios por tus piernas





Milo se detuvo de inmediato cuando sintió que Camus inhalaba más profundamente que las veces anteriores y luego, soltaba una última exhalación. Trágica, trágica exhalación. Se había quedado dormido. Apacible y eterno sueño. Milo cerró los ojos y apretó la mandíbula. Solo habían dos caminos: controlarse y usar su valor para superarlo o dejarse llevar por el dolor hasta perder la razón. Entonces, tomó la decisión: conservarse cuerdo. Abrazó a Camus, besó su rostro exánime en varias ocasiones antes de abrazarlo con toda la fuerza que tenía y no dejó caer ni una lágrima más.



¡Ya sé que todo puedo ser mejor!

Ya sé que todo pudo… ¡pero no!



¡Pero no!







Notas finales: Último capítulo el próximo viernes. ¡Gracias por la lectura y comentarios de antemano! =)

XOXOXO

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