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El coleccionista de historias por Cassiel

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Notas del fanfic:

para anabel, cuyos ojos grisaceos son guardianes del secreto mas recondito sobre la faz de la tierra... te quiero pequeña

Notas del capitulo: wiiiiiiiiii creo k es la primera historia decente que escribo, si la leen y les gusta por favor dejen un comentario^^
1
El viejo Mago se levantó pesadamente del mullido sillón. Cerró el libro que antes había reposado sobre sus rodillas y contempló con aire ausente el otro extremo de la estancia, donde un niño pequeño leía bajo la luz trémula de una vela que luchaba por permanecer encendida. Sintió que una aguda tristeza emergía en su pecho y le acariciaba con sus lúgubres dedos.
De pronto, el niño se giro y lo miró con el ceño fruncido y los labios temblorosos. El Mago se acercó a él e intento sonreír para reconfortarlo, pero la sonrisa que empezaba a perfilarse en sus labios se extinguió al ver dos lágrimas escapar de sus ojos verdes.
-¿Qué sucede, Joseph?-Preguntó asustado.
El niño llevaba a su cargo varios años y a pesar del terrible don que poseía desde su nacimiento, cuyo poder poco distaba de convertirse en una maldición y que le presagiaba un destino cruel, el Mago jamás lo había visto llorar. ¿Qué sentiría alguien capaz de conferir tanto poder a sus palabras que, con solo usar una, podía destruir a otros? La vida de aquel niño debía desarrollarse en el más absoluto de los silencios. Las palabras tendrían que morir asfixiadas en su interior.
Joseph estiró su brazo y, con sus largos y blancos dedos, asió la túnica del Mago. El anciano pasó sus manos nudosas por las suaves y largas hebras de color ébano que enmarcaban el rostro de Joseph. Ignorando su impulso de alejarse del niño clavó la vista en sus ojos verdes e intento leer en ellos las profundidades de su alma. Se estremeció ligeramente. En esos ojos se reflejaba una soledad inconmensurable, solo equiparable con un deseo, surgido de las largas horas leyendo y releyendo, infinitas veces, el libro en rustica que descansaba sobre el escritorio de madera. Permaneció aterido unos instantes. Luego reacciono, negó con la cabeza y con una sonrisa indulgente explicó:
-No puedo hacer eso. No puedo darle vida al personaje de un libro. Ellos no son de esta dimensión, pertenecen al papel y una historia ya escrita. No tienen pasado ni futuro mas allá de lo estipulado en el libro.
Joseph contempló las rusticas lozas de piedra que conformaban el suelo en un orden indefinido, produciendo la sensación de un caos en perpetua persecución de una combinación estable. A renglón seguido, tomo un trozo de papel y una pluma que humedeció en el tintero y escribió. El Mago recibió la nota y leyó lo que Jospeh había escrito con su pulcra y estilizada caligrafía: “¿Alguna vez ha sentido el irrefrenable deseo de estar con alguien, un deso tan grande que se arremolina en el pecho e impide respirar? Imagino que si, pues yo lo he sentido mientras leía. Hay una persona especial. …l me necesita, y yo a él. Tu eres él único que puede sacarlo de su cárcel de papel y tinta. Trae a Cassiel a mi lado.”
El Mago se mordió el labio inferior y estuvo tentado de hacer aquello que le pedía con urgencia, aunque significara tener que usar una magia fuera de su alcance, prohibida y escondida en libros colocados en subterráneos. No le importaba convertirse en un Mago proscrito si podía, aunque fuera solo por un momento, hacer feliz a Joseph. Sin embargo, el nombre de Cassiel le causaba un secreto temor. Estaba seguro de haberlo oído antes.
Abrió el libro que tenía en las manos y palideció. Creía haber perdido ese manuscrito hace muchos siglos, cuando todavía era joven. Se trataba de las aventuras de un joven mago, uno de sus ancestros, engañado por un demonio que respondía al nombre de Cassiel. Que luego, al descubrir el engaño, uso sus poderes y lo encerró en aquel libro que se heredaba al cabeza de familia de cada generación para que mantuvieran al maligno demonio atado con tinta.
-¡Joseph!-Exclamo el Mago, con los ojos muy abiertos-¡Cassiel es un demonio! ¡No puedes querer a un demonio, ni mucho menos pensar en traerlo aquí! ¡Además, éstas páginas nunca deben estar vacías!
Joseph lo miro con ojos inexpresivos. Abrió su boca e intento articular una palabra, que murió antes de alcanzar el exterior. El Mago sintió que su enjuto cuerpo tiritaba de miedo.
-¡No hables!-Gritó.
-Cassiel es un ser perfecto-Murmuro Joseph, desafiando con la mirada al Mago-Cuando sonríe es un ángel, cuando habla es un humano y cuando te pide hacer un trato es un demonio. Quiero que viva. …l es como yo, nadie lo acepta, nadie lo ama. Yo quiero que ambos seamos felices.
El Mago se llevo las manos a la boca y ahogó un grito. Joseph había usado el poder de sus palabras para revivir a un ser que solo debería existir en la imaginación de retorcidos autores y en páginas de libros fuera del alcance de un niño.
Fuera, un carruaje repto perezosamente sobre las pulidas lozas de piedra de las calles y se detuvo en el porche de la casa del Mago. A través de las ventanas Joseph pudo ver la negra testuz de un caballo agitarse con violencia. Corrió hacia la puerta dispuesto a marcharse. Antes de salir se giro hacia el Mago, que arrodillado en el suelo se veía impotente y humillado, y le agradeció con una sonrisa el haber cuidado de él durante tantos años.
El carruaje comenzó a moverse de nuevo una vez Jospeh penetró en el oscuro interior. Frente a él había un hombre joven y apuesto de cabellos castaños y sonrisa enigmática. El corazón de Joseph pareció alegrarse al reconocer en él a Cassiel y comenzó una acelerada marcha.
Cassiel se quito su larga capa y la puso sobre los hombros del niño para que no tuviera frío, obsequiándole a la vez una sonrisa. Es él ángel, pensó. Ambos permanecieron mirándose en silencio. Joseph tuvo la sensación de estar bordeando un profundo y oscuro abismo, cuyo suelo era inestable y podía deshacerse entre sus pies en cualquier momento; tuvo miedo de caer al abismo mientras avanzaba por la linea que separaban las oscuras pupilas del iris azulado de los ojos de Cassiel. Pero a la vez anhelaba que sus pies se tambalearan y su cuerpo entero fuera absorbido por la insondable profundidad de esas pupilas.
-Sabía que tenias un gran poder-Comento Cassiel-,Pero no que fueras tan solo un niño.
Ha aparecido el humano, se dijo Joseph a si mismo. Cassiel rebuscó en el bolsillo de su frac y extrajo un baraja con extrañas figuras grabadas en cada carta. Durante varios minutos le explicó las reglas del juego, luego le dio un puñado de cartas y comenzaron la partida sobre el asiento del carruaje, que de vez en cuando daba algún bandazo.
Cuando solo les quedaban un par de cartas en la mano, Cassiel, que estaba seguro de su victoria, inquirió con una sonrisa ladina:
-¿Qué te parece si hacemos un trato?
-¿Qué trato?-Pregunto, fingiendo ingenuidad mientras observaba la aparición del demonio sumergido en Cassiel. La sonrisa del demonio se hizo mas amplia.
-Si tú ganas te daré diez monedas de oro-Dijo. El niño asintió-Y si yo gano tú me darás lo mas valioso que poseas.
Joseph permaneció pensativo unos instantes.
-No es un trato justo-Sentenció. Cassiel lo miro desconcertado-Solo aceptaré si tú también prometes darme lo mas valioso que tengas.
Los ojos azules de Cassiel brillaron.
-¿Te gusta escribir historias, Joseph?-Preguntó.
-Si.
El demonio asintió especialmente alegre. Miro sus cartas y arrojo una a la pila sobre el asiento. En ella había un calavera de cristal que le ofrecía una sonrisa a cualquiera que la mirara. Era el joker de aquel particular juego. Joseph estiro la mano y la tomo. Sabía que era una trampa. Lo sabía, pero aun así decidió picar el anzuelo. Y ganó usando la nueva carta.
Cassiel dejo caer un libro en las manos del niño. El mismo del que provenía.
Jospeh lo abrió. Tenía las paginas en blanco. Sin comprender miro al demonio, entonces, como si siempre lo hubiera sabido, tuvo la certeza de que debía llenarlo de historias, alimentarlo de tinta.
2
Joseph despertó enfadado. Odiaba recordar, y mas si era durante sus sueños. Se levanto sin demasiados ánimos de la cama. Corrió las cortinas de la ventana y observo con apatía el cielo gris.
Se recostó contra la balaustrada, atrapada entre la de hiedra que trepaba decididamente el muro, cruzo los brazos sobre el pecho y miro hacia el interior de su minúscula habitación. Había una cama pequeña, un armario y un escritorio con papeles diseminados bajo un flexo. Sobre el escritorio había, también, un libro viejo y desgastado y una pluma. Detestaba escribir con bolígrafos aunque estos eran mas cómodos. Podría parecer una estancia normal de no ser por los centenares de fotos y dibujos que estaban colgados en la pared. Cada imagen mostraba niños con ojos tristes, que provocaban zozobra en la mayoría de las personas y que daban la macabra impresión de suplicar con la mirada algo de ayuda.
Joseph ignoro sus silenciosas suplicas, cogió el viejo libro del escritorio y salio al pasillo. Vivía en un austero edificio cuyos rellanos eran el centro de reunión de las vecinas cotillas, que callaron al verlo aparecer. Cuando estuvo lo suficientemente lejos oyó que comenzaban a hablar en susurro. Pudo captar algunos fragmentos de la conversación, que no le agradaron.
-...Si, es un chico muy inquietante, no me gustan nada las fotografías que tiene... nunca habla... se pasa el día entero con Adeleit... las historias que cuenta esa chica sobre ese hombre... no recuerdo su nombre... pero eran relatos aterradores...
3
Adeleit era un chica delgada de grandes ojos castaños y cabello dorado que caía sobre su espalda en perfectos y hermosos tirabuzones. Se había despertado muy temprano y observaba el jardín por la ventana. No se sorprendió cuando la puerta se abrió sin que llamaran y un joven muchacho, con dos esmeraldas reluciendo en su rostro, entró. El muchacho se sentó en la cama junto a ella y la miro de forma inquisitiva, con aquel extraño brillo en sus ojos.
-Joseph, somos amigos ¿Verdad?-Pregunto.
El muchacho asintió. Ella también asintió, aunque no parecía demasiado convencida.
Adeleit contemplo la pared. Joseph siguió su mirada y se topo con un cuadro. En él había un amplio sendero rodeado de árboles, que llegaba hasta una enorme mansión con postigos blancos y techo rojo. En el comienzo del sendero había dos niñas, de cabellos dorados, abrazadas, que le daban la espalda al pintor y miraban la mansión. Ambas llevaban vaporosos vestidos de verano de color marfil. La de la izquierda tenía un sombrero que sujetaba para que no se lo llevara el viento.
-La historia que te voy a contar hoy comienza el día que pintaron ese cuadro-Explico la chica con la voz temblorosa-Es una historia acerca de unas gemelas-Adeleit miro fijamente la pintura y se sumergio en sus recuerdos- El señor Wilson, un prospero empresario, decidió comprar una casa...
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El señor Wilson, un prospero empresario, decidió comprar una casa de campo para pasar las vacaciones de verano con su familia en un lugar tranquilo. Su mujer y sus hijas, dos gemelas traviesas de once años, accedieron encantadas.
El día de su llegada, las gemelas, aprovecharon que sus padres y los empleados estaban ocupados terminando la restauración de la casa para salir a dar un paseo. Adeleit, la mayor, tomo de la mano a Sophie y la condujo por un colorido camino que tenía a cada lado varias casas, distribuidas a considerable distancia. Adeleit era una niña muy curiosa, por eso, cuando diviso una casa que no tenía alegres tonos pasteles y que tenía en la cornisa enormes y horribles gárgolas de afiladas garras y ojos desorbitados, no pudo evitar internarse en el jardín.
Mientras las gemelas incursionaban entre los rosales, su vecino, un hombre joven de hermosa sonrisa y cabellos castaños que se agitaban con el viento, decidió ir a su encuentro. Las gemelas quedaron fascinadas con él de inmediato. Embelesadas por su voz de terciopelo aceptaron la invitación de tomar té y bollos. Durante la estancia, aquel hombre, les contó varias historias divertidas. Cuando llego la hora de marcharse le hizo prometer a Adeleit que volverían a visitarlo.
Al otro día se escaparon de nuevo y fueron a ver al extraño, pero agradable hombre. Adeleit parecía disfrutar cada segundo de su compañía, sin embargo Sophie se sentía algo inquieta. Mientras su hermana y su anfitrión hablaban Sophie fue al baño, de camino le pareció ver una sombra que se escabullía entre algún rincón de la casa. Temerosa, avanzó corriendo por lo pasillos de regreso al salón donde se encontraba Adeleit, sin embargo se perdió y termino por entrar a una estancia llena de fotos y dibujos de niños. Todos eran hermosos, y se encontraban en lugares de gran belleza, pero ninguno parecía feliz, eso alarmo mucho a Sophie. Los contempló durante mucho tiempo. Tenía la sensación de que le hablaban, de que le gritaban. Cerro los ojos y agudizo el oído. Y entonces lo oyó. Al principio era un murmullo suave. Poco a poco fue cobrando fuerza, hasta convertirse en en voces desesperadas.
¡Ayudanos! ¡No te acerque a él! ¡Huye!
Horrorizada, Sophie giro en redondo para marcharse, pero no pudo. Aquel hombre estaba de pie en la puerta, contemplándola con un brillo maléfico en la mirada azul.
-Veo que los has encontrado Sophie. Es mi colección personal-Afirmo el hombre con una sonrisa. Luego fue hasta un sillón y se sentó. Desde allí comenzó a narrarle una historia.
-¿Dónde esta Adeleit?-Pregunto Sophie, interrumpiéndolo. El hombre la miro con fiereza. Sophie se echo a temblar y guardo silencio.
Durante las siguientes horas le contó numerosas historias, cuyos protagonistas eran los niños de las fotos y los dibujos. Eran relatos aterradores, lúgubres, sobre niños que habían hecho tratos con un demonio y habían acabado por transformarse en imágenes grabadas sobre el papel. Cuando el hombre la dejo marchar, Sophie, corrió a su casa y se encerró llorando en su habitación.
Adeleit no quiso escuchar sus palabras y siguió frecuentando la casa del misterioso y malvado hombre. A Sophie se le erizaban los vellos de la nuca al verla salir cantando alegremente. Trato de convencerla de muchos modos, pero ella la ignoraba. O por lo menos así fue hasta que un día Sophie la vio salir con su preciada colección de figuras de cristal. Estaba triste.
Adeleit, sin que Sophie lo supiera, había hecho una apuesta con aquel hombre y había perdido, ahora tendría que entregarle su posesión mas valiosa. Adeleit regreso ese día mas temprano de lo normal, había perdido su sombrero favorito y llevaba el cabello revuelto. Cuando Sophie intento preguntar qué había sucedido solo fue capaz de darle un montón de excusas vacías e inverosímiles. Durante los días siguientes Adeleit estaba nerviosa en todo momento, no dormía por las noche y tenía los ojos rojos al día siguiente. No salia de casa. Sophie comenzó a preocuparse mas.
Una noche, antes de irse a dormir, Sophie tuvo el valor de encarar a su hermana y preguntar sobre lo que había ocurrido en realidad. …sta gimió y mientras lloraba le contó la apuesta.
-Por eso llevabas tus figuras de cristal-Afirmo Sophie comenzando a comprender.
-Pero eso no era lo que él quería-Repuso Adeleit-…l quiere que le entregue lo mas valioso para mi y eso eres tú Sophie, eres lo mas valioso que tengo. Y él te quiere a ti.
Sophie abrió los ojos desmesuradamente, sintiendo una oleada de pánico recorrer su cuerpo y contagiar incluso a su hermana. Ambas permanecieron abrazadas en la cama.
A la media noche de ese día las luces se apagaron y oyeron unos pasos acercarse a ellas. Sophie cogió la mano de Adeleit y corrió en busca de una salida, de una forma de escapar. Los pasos las seguían en la oscuridad. Ellas siempre habían pensado que mientras permanecieran juntas su noche sería tan clara como un día, que no habría nada que temer, que el mundo era un lugar inofensivo. Trataron de salir por las ventanas, pero no se abrían. Así que continuaron corriendo hasta llegar a la biblioteca, seguras de que aquel lobo de ojos azules las seguía de cerca; sentían como sus zarpas se extendían hacia ellas y rasgaban con sus garras la estela de miedo que dejaban. En la biblioteca Sophie quito un panel de uno de los estantes y obligó a Adeleit a meterse en un estrecho agujero.
-Te quiero Adeleit-Dijo, con una sonrisa tierna iluminándole el rostro. Luego coloco el panel en su sitio ocultando a su hermana. Adeleit intento escapar, pero su hermana había obstruido la salida. La puerta de la biblioteca se abrió de golpe. Sophie y el hombre intercambiaron unas palabras que no pudo comprender. Desde su escondite, Adelit, oyó como los pasos de su hermana desaparecían tras los del hombre y un último te quiero se arrastraba por el viento hasta sus oídos.
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Cuando Adeleit termino de contar su nueva historia tenía los ojos anegados de lágrimas. Jospeh limpio con un pañuelo el líquido cristalino y salado que descendía por las mejillas de la chica.
-La de la derecha es Sophie, la otra soy yo-Dijo, señalando el cuadro.
Después permanecieron en silencio. Al cabo de un rato Adeliet lo miro con intensidad.
-Todas las historias que te he contado hasta ahora son las que me contó aquel hombre.
-Lo sé-Dijo Joseph. Adeleit se sorprendió. Era la primera vez que hablaba.
-Tú eres la sombra que Sophie vio esa vez ¿Verdad?-Pregunto ansiosa.
-Si-Contesto Joseph, con la vista aun fija en el cuadro-Tranquila, Cassiel no te llevara a ti.
Al ver su rostro, antes de marcharse, Jospeh estuvo seguro de que esperaba precisamente lo contrario.
Nada mas entrar en su habitación, Jospeh buscó entre las centenares de fotos la de Sophie. La encontró fácilmente porque tenía el mismo rostro delgado y de facciones armoniosas de Adeleit, aunque parecía unos cinco años mas joven. Incluso tenía el mismo brillo melancólico en la mirada. Sophie parecía la estatua de un ángel tallado sobre mármol, que extendía sus manos en constante suplica. Por primera vez en su vida se sintió culpable de haber traído a Cassiel.
"¿Te conmueve la historia del sacrificio de dos hermanas?" Inquirió la aterciopelada voz de Cassiel dentro de su cabeza. Guardo silencio. "Deberíamos ayudarlas".
Asintió incapaz de contradecirlo. Cogió el cuaderno y comenzó a escribir.
“...En sueños, Adeleit oyó los pasos que recorrían el vestíbulo, abrió sus grandes ojos castaños y con una sonrisa recibió a Cassiel.
-Ya me estaba cansando de esperar-Dijo. El demonio sonrió.”
Al escribir el punto final, el libro absorbió la tinta volviendo a estar en blanco y apareció en la foto de Sophie un nuevo ángel de mármol: Adeleit, que abrazaba a su hermana alegre de encontrarla tras una larga separación. Ambas comenzaron a a llorar. Y sin saber muy bien por qué Joseph las acompaño liberando un caudal infinito de lágrimas.
-Últimamente te entristeces cada vez que escribes una historia-Susurro alguien en su oído. Jospeh sintió las manos cálidas de Cassiel acariciándole el rostro y sus labios firmes posarse sobre su boca. Mientras lo besaba vio una serie de imágenes. Una nueva historia que contar.
-El libro debe estar lleno de palabras. Siempre-Recordó el demonio-Tú lo ganaste, es tu deber hacerlo.
Joseph se sintió apesadumbrado al contemplar la cansada imagen que el demonio ofrecía.
-¿No quieres continuar?-Preguntó, molesto. Jospeh continuo llorando. Cassiel tiro el libro a la papelera-Si no quieres escribir, no lo hagas.
-Pero, entonces morirás-Dijo el chico de ojos verdes, alarmado. Cassiel le dio un último beso y se marcho con su eterna sonrisa en los labios.
Jospeh seguía sin poder contener las lágrimas. No era justo tener que destruir otros mundos para mantener el suyo intacto. Saco el cuaderno de la papelera, empuño su pluma y empezó a rasgar el papel para plasmar las imágenes que aun estaban en su cabeza.
“El niño estaba en una esquina, contemplando la lluvia que caía y golpeaba su rostro, disimulando las lágrimas. Un hombre que pasaba se detuvo a su lado y le acaricio la cabeza.
-No estés triste-Dijo-Yo puedo ayudarte, pequeño. Solo tienes que hacer un trato conmigo...”
Mientras escribía Joseph se pregunto qué pensaría Cassiel, su querido Cassiel, si supiera el verdadero motivo de su tristeza. A Jélno le importaba tener que robar las vidas de otros para mantener a Cassiel a su lado, sin embargo, al haber escuchado la historia de las gemelas, había comprendido que su amor era egoísta, infantil. El amor de un niño solitario, que pasa horas leyendo un mismo libro, hacia un demonio atado por tinta, que quizás también se sentía solo entre las páginas donde residía, y busco en él algo de compañía. Había condenado a Cassiel a un eterno sufrimiento, reduciendo su poder a la única misión de sobrevivir. Qué pensaría Caseiel si supiera, que a pesar de todo, lo amaba. Allí el malo era él. Intento hacérselo saber a los niños de las fotos con la mirada. Cassiel solo hacia lo que él quería.
Su mano siguió llenando hojas y hojas sin parar. Sin que lo supiera, Cassiel lo observaba desde el balcón. Recordó la primera vez que vio sus ojos verdes. Aun permanecía sin resolver el enigma de por qué aquel niño lo quería. Aun no sabía por qué, al mirar eso ojos que no le temían, deseo permanecer a su lado. Tampoco conocía la razón por la cual lo había dejado ganar el juego y le había entregado su posesión mas valiosa: su propia vida.
-Escribe, porque a pesar de ser doloroso y difícil, yo quiero estar contigo-Dijo. Sonrió. Y pensar que todo había empezado por una simple frase: “quiero que ambos seamos felices”. Eso había dicho. Habían pasado siglos y solo conseguían sufrir, pero, por lo menos, ya no estaban solos.
Notas finales: ya saben, si les gusta(aunk sea un poquito) dejen un comentario, si no les gusta pueden abuchearmeXDDDDDD

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