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Desires For Christmas por akisuki

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Notas del fanfic:

he aqui mi intento de historia navideña, creo, si la memoria no me falla es la primera que escribo, tematica a una fecha.

bueno para todo hay una primera vez espero lo disfruten, lo hubiera subid antes pero ni la pagina me lo permitia, ni mi computadora ayudaba, sospecho de una cospiracion XDXD

FELIZ 2010!!!!!!

disfruten la lectura.

No era raro que por aquellas fechas del año el centro comercial estuviera atiborrado de decoraciones que hicieran alusión a la navidad, las tiendas departamentales lucían adornos de pequeños duendes vestidos con curiosos trajes verdes con gorritos llenos de cascabeles, los pasillos adornados con guirnaldas y enormes letreros con noches buenas daban a conocer las ofertas.


Por supuesto no sólo estaba lleno de adornos sino también de personas que realizaban sus compras navideñas. En el centro de esa enorme plaza estaba, cómo no, un enorme árbol navideño adornado de luces y esferas, era tan alto que tocaba el techo de aquel enorme recinto de tres pisos.


En la base de éste estaba la conocida y popular “aldea de santa”, donde como escenario habían algunas casas de cartón simulando ser de jengibre, con miles de cajas de disfrazadas de regalos. Y algunos ayudantes vestidos de duendes, organizando a los niños, que esperaban en fila para poder entrar a una de las casas y tomarse una foto en el regazo santa, luego de haberle contado su larga lista de regalos que esperaban recibir ese año.



Era una pequeña fantasía que ayudaba a los niños a mantener su ilusión, funcionaba.


Al menos con los niños pequeños.


Aunque en la fila que se hacía para poder pasar a ver a santa había niños, y no tan niños, claro que estos eran padres de niños que no podían esperar solos. Había uno no tan niño que esperaba que una de dos cosas pasaran.


La primera que un enorme agujero se abriera en el suelo y se lo tragara. O que la fila avanzara para que pudiera pasar a la que sería la mayor humillación de su vida.


Miró sobre su hombro para ver a Miguel, su mejor amigo, que se mantenía a una distancia prudencial, intentando esconder una sonrisa que luchaba por aparecer en su rostro.


“Desgraciado, al menos podrías acompañarme”, pensó mirando de nuevo al frente, “solo viniste a reírte”.


A sus diecinueve años. Eran pocas las veces que había apostado, muy pocas, pero estaba seguro que nunca olvidaría ésta.


Dos semanas atrás durante una reunión con sus amigos, una que incluyó cerveza y bocadillos, además de una enorme pantalla donde podían ver el partido de futbol de esa tarde.


Todo hubiera salido perfecto de no ser porque a mitad del juego un enorme debate sobre el futuro equipo ganador llevó a una acalorada discusión, que acabó en una apuesta y a una futura promesa de humillación pública.


Y para su mala suerte, su equipo había perdido, por un momento pensó que sus amigos lo perdonarían, que lo olvidarían, pero no. Como habían dicho: deudas de juegos son deudas de honor.


Bueno no sería su honor lo que perdería, sino su orgullo y parte de su dignidad.


Para desgracia suya, la fila avanzó mas rápido de lo que esperaba y supo que su humillación apenas comenzaba cuando la chica que era la encargada de escoltar a los niños hacia dentro de la casa lo miró de arriba abajo, como si esperase una explicación.


Una que no le dio, sólo se limitó a darle el pequeño boleto que le entregaron cuando pagó la cuota mínima para la foto con santa, la chica volvió a mirarlo curiosa, al igual que la mayoría de los adultos que se percataron de que no iba acompañado de un menor.


Por un momento deseó que se le negara la entrada, alguna regla absurda sobre la entrada a mayores de metro y medio. Pero no, le dejaron pasar.


Y entró con el rostro más rojo que una granada, con la cabeza gacha, esperando que su abrigo ocultara parte de su cara.


La pequeña habitación era justo lo que esperaba, un pequeño escenario montado con una silla en medio, en la que estaba un hombre vestido con el típico traje rojo de santa y unas enormes barbas blancas, por un momento, se preguntó si aquel hombre no tendría calor, o le picarían aquellas barbas.


A pesar del disfraz pudo ver claramente como aquel hombre alzaba una ceja al notar que sólo iba él.


-Estás consiente de que esto no es más que un teatro para niños ¿verdad?- y así había empezado aquel santa con sus bromas.


Vaya espíritu navideño.


-Perdí una apuesta ¿de acuerdo?- aquello había sonado algo agresivo pero qué más daba, su humillación recién empezaba.


Ambos se miraron.


-Entonces… - empezó santa en espera de que terminara la frase. Pero no lo hizo sólo se quedó mirando.


-¿Te vas a tomar la foto?- preguntó el chico encargado de la cámara.


Cinco minutos después salía de la casa con una prueba irrefutable de que había cumplido con su castigo.


-Déjame verla- pidió Miguel en cuanto lo tuvo cerca. Se la mostró, no porque quisiera, si no porque sabía que tarde o temprano la vería, le mostró la foto instantánea donde aparecía sentado en las piernas de santa -. Casi te ves tierno.


-Cállate- dijo Santiago dándole un ligero empujón- .Aparte de todo, el imbécil me preguntó qué era lo que quería para navidad.


-¿Y que le respondiste?- le devolvió la fotografía, sabiendo que volvería a verla en unos días cuando la mostrara en la reunión navideña con sus amigos.


-Que se fuera al infierno- mentira, no le había respondido eso, le había pedido un novio, sí, eso… un chico alto, de buena complexión, y con buen sentido del humor, eso había pedido.


Tras decir aquello se había levantado, tomando su foto y huyendo lo más rápido que pudo.


Quizá debió haberse callado aquellas palabras, pero no pudo, si ya pensaban que estaba loco qué más daba que lo confirmara un poco más.


Igual sabía que era algo que no se haría realidad.


El 25 llegó mas rápido de lo que esperaba, tras pasar la noche buena con su familia, el 25 era para sus amigos, la reunión sería de nuevo en la casa maldita donde había perdido la apuesta, desde ese entonces no había vuelto, y debía hacerlo en navidad, no es que fuera supersticioso, quizá un poco, pero sentía que algo pasaría, y no sería necesariamente bueno.


De acuerdo no lo era, debía entregar la fotografía de su más grande humillación, aguantar las burlas y desear que la noche pasara rápido.


Miguel lo recibió en cuanto cruzó la puerta, la sala y la cocina estaban abarrotadas de personas, algunas conocidas y otras no tanto, sabía el porqué de eso, no sólo eran amigos de Miguel, también lo eran de su hermano y amigos de los amigos… y algún otro colado, o eso pensaba.


-¿La tienes?- preguntó Ismael, quien era contra el que había hecho la apuesta. Claro que la tenía.


Y se la mostró, como lo había hecho con Miguel.


-La verdad no pensé que lo harías- dijo cuando la fotografía estuvo en sus manos.


-Yo también lo pensé- dijo Santiago dándole un largo trago su bebida- Miguel me obligó a ir.


-Para eso son los amigos- respondió Miguel defendiéndose a sí mismo.


-No, un amigo me hubiera acompañado en la fila- Santiago aprovechó para reclamarle- no sólo se hubiera quedado esperando a lo lejos para reírse y fingir que no me conocía.


-Oye, sólo uno de nosotros debía aparentar ser pedófilo- aquello fue suficiente para que Santiago le diera un zape cariñoso al grito de “cierra el pico”.


-¿Y la foto?- preguntó al darse cuenta de que no estaba en manos de Ismael o de Miguel.


-Aaahhh- entre los tres la buscaron y cuando la encontraron estaba en manos de la madre de Miguel que no se cansaba de decir lo lindo que se veía.


Fue en ese momento cuando Santiago supo que su humillación siempre podía empeorar más y más…


La fotografía nunca regresó a manos de Santiago, más bien pasó por las manos de todos los presentes, ya fueran conocidos o no, lo único que temía era que la fotografía terminara misteriosamente en la red personal de alguno de los presentes.


Reconsideró que quizá, sólo quizá, debía recuperar la fotografía, y vaya que lo intentó, sólo que no logró dar con ella. Cuando le preguntaba a alguien, ese alguien le señalaba a la persona a la que se la había entregado y así sucesivamente.


En ese momento cayó en la cuenta de que había demasiadas personas, y seguramente todas recordarían su rostro, y el rubor que lo cubría cuando recibía miradas divertidas, dentro de nada empezarían los sobrenombres.


Así que se oculto en el baño. El baño del segundo piso, el que estaba reservado sólo para visitas especiales, lo sabía porque llevaba años visitando la casa, quizá no era especial, pero nadie subiría para averiguar si estaba ocupado, o si la persona de dentro era especial.


Sí, se estaba escondiendo, era un gesto cobarde pero no estaba seguro de poder soportar más humillaciones, al menos no por ese día.


Así que sólo se sentó en una de las orillas de la enorme tina con la espalda apoyada contra los azulejos blancos de la pared, y se quedó mirando al techo, con la mente en blanco, deseando olvidar la fotografía y quizá estar un poco colado, eso sin duda ayudaría a olvidar.


Borró ese pensamiento en cuanto escuchó la puerta abrirse, no se molestó en levantarse, pero si dio un pequeño salto cuando la puerta se cerró igual de rápido a como se había abierto.


No lo había visto antes, o quizá sí, cuando buscaba la fotografía, no lo sabía, lo que si sabía era que no lo olvidaría en algún tiempo, bastante alto, quizá metro ochenta, o un poco más, su cabello oscuro lucía un corte moderno que resaltaba sus facciones, moreno, el chico podía ser modelo.


-Hola- vaya, hasta su dentadura era perfecta o eso aparentaba- lamento interrumpir pero creo que tengo algo tuyo.


Y sacó del bolsillo de su camisa la horrorosa y humillante fotografía.


No había ni abierto la boca y ya se sentía demasiado humillado para mirarlo a la cara.


-Me dijeron que la estabas buscando- y sin más se la tendió.


-Sí, la estaba buscando- no pudo evitar notar que las manos de ese hombre eran grandes, ¿qué edad tendría? Sin duda más de veinte-. Gracias… - dejó el espacio abierto esperando que el otro entendiera la indirecta.


-De nada, me llamo Antonio- le tendió la mano y Santiago pudo comprobar lo grande que era su mano- soy amigo de José- que era el hermano mayor de Miguel.


Santiago se presentó y a pesar de su vergüenza sonrió. –De nuevo gracias por devolverla- guardó la foto dentro de su pantalón, más tarde la quemaría.


-Puedo preguntar qué haces aquí- Antonio no parecía ansioso por volver a la fiesta.


-Me oculto- confesó, nada podía ser más humillante que la foto y ya la había visto.


-Imagino por qué- se sentó frente a él, también con la espalda apoyada contra los azulejos. Por un momento a Santiago se le cruzó por la cabeza que quizá, solo quizá, alguien había cumplido su deseo navideño.


Se obligó a sí mismo a cortar esa línea de pensamiento, no iba a humillarse más de lo que ya lo había hecho. Eso sin contar lo absurdo que sonaba.


-¿Y tú?- se atrevió a preguntar- ¿no planeas regresar?-


-la verdad preferiría no hacerlo- supuso que la risa que escapó de sus labios se debía al recuerdo de la fotografía- ¿vas a salir?


-Sí, pero sólo por que debo hacerlo para abandonar la casa- respondió levantándose perezosamente- no creo que me agrade vivir en el baño de Miguel.


Antonio también se levantó.


- Si no te molesta, seguiré tu ejemplo.


No le molestaba, en absoluto.


-¿No te agrada la reunión?-Antonio se encogió de hombros.


- Preferiría hacer otra cosa, esta clase de reuniones no me agradan, las platicas son algo aburridas.


-¿No se supone que los universitarios sostienen charlas sobre temas interesantes o algo así?


-Creo que ves mucha televisión-Antonio negó divertido con la cabeza.-Espera ¿Qué edad tienes?


-Tengo diecinueve- Santiago lo miró curioso- empezaré la universidad el próximo año- en realidad pudo haber comenzado ese año pero había sido indeciso a la hora de elegir carrera.


-No te ofendas, pero te ves mayor- no se ofendió, para nada, luego de haberse sentado en el regazo de santa que le dijeran que se veía mayor era una bendición- .Yo tengo veintidós.


¿En qué momento habían llegado a la puerta de la casa?


-¿No te despedirás?


-No, luego le llamo-qué extraño, Santiago no quería despedirse, la platica era… no era interesante, ni era particularmente diferente, pero había algo que lo hacía querer continuar charlando con Antonio.


-Gran idea, yo esperaré a la fiesta de año nuevo para
hablarle, aunque quizá ni siquiera noten que me fui.


Y no lo notaron, así como tampoco notaron que Santiago también se había marchado, junto con Antonio.


De alguna manera ambos habían acabado tomando un café en el centro comercial donde días atrás se había hecho esa horrenda fotografía.


Las servilletas del local llamaron la atención de Santiago, además del eslogan del lugar también llevaban inscrita la frase “Feliz Navidad” adornada con un peculiar dibujo de esferas.


No pudo evitar una pequeña mueca en sus labios.


-En verdad no te gusta la navidad- aquella afirmación de Antonio era demasiado exacta, Santiago miró los adornos del local antes de mirarlo y responder.


-Prefiero la noche de brujas.


-Eres un grinch- imaginarse verde no era de su agrado.


-¡Claro que no!- se defendió dando un pequeño golpe a la mesa, que derramó un poco del café de la taza.-Sólo que no me agrada, siento que todo se ha vuelto un circo, uno que tiene como meta venderle cosas a los niños, no lo sé, “es la época de dar, cuanto más costoso el objeto mejor”.


-Tú eres de esos niños que no creían en santa ¿verdad?- Antonio le dio un sorbo a su bebida- y aun así terminas sentado en su regazo- vio que Santiago iba a responder así que se le adelanto-lo sé, lo sé, fue por una apuesta, no porque quisieras, pero vamos, seguro que aprecias la ironía del asunto.


No pudo evitar reír, simplemente la risa salió de sus labios, era cierto, era bastante irónica la situación.


-Supongo que si yo soy un grinch, tú debes ser uno de los ayudantes del gordo- quiso contraatacar pero la risa que aún salía de sus labios impedía que sonara como un reclamo o una contestación.


-¿Me imaginas en pantaloncillos cortos y con un gorrito con cascabeles?- el café salió involuntariamente por su nariz. –Sí, lo imaginaste- y vaya que lo hizo, sólo que no como un pequeño duende de un metro de altura. Si no como el hombre alto y fornido que era.


-Mejor cambiemos de tema- sugirió Santiago aún rojo por la imagen que no desaparecía de su mente, y por la sensación del café en su nariz.


-Como quieras…


-Entonces… a ti sí te gusta la navidad- comentó tímidamente, temiendo que de alguna manera esas palabras se volvieran contra él.


-Es mi época favorita del año, ya sabes, a pesar de la mercadotecnia.


-Comienzo a creer que usarás todo lo que diga en mi contra.


-No todo, sólo algunas partes.


Algunos cafés y varias horas después aún seguían platicando. Aunque ya no se encontraban en la cafetería, en lugar de eso se habían dedicado a pasear por el lugar, parecía que había más personas que cualquier otro día.


-Hay demasiadas personas- dijo Antonio confirmando su pensamiento.


-Me imagino que será por las ofertas- respondió sin
pensarlo mucho.


-Vaya que resultaste ser un amargado, algo raro en alguien que pide deseos de navidad.


-Yo no ped…-se mordió la lengua por varias razones, primera sabía que lo que iba a decir era mentira, sí había pedido algo, involuntariamente y con muy poca, si no es que nada, de fe. Segunda, porque no había manera de que Antonio supiera eso, y tercera porque si por alguna cosa del destino, casualidad o alguna de esas chorradas fuera cierto… entonces lo que había pedido, estaba frente a él.


No supo que había dejado de caminar hasta que notó la mirada preocupada del otro sobre él, y acto seguido soltó una alegre carcajada.


-¿Si pediste algo?- aún seguía riendo- Vaya, no pensé que sí fuera cierto.


Sólo era una broma, ¡una broma! ¡Maldición! ¿Qué demonios pasaba con él?


-Oye ¿estás bien? Creo que estás pálido- notó la mano de Antonio en su frente.


-Ah sí, en realidad, creo que debería irme a casa, ya es tarde y me parece que tanto café me hizo daño- eso sonaba a excusa, pero no lo era, bueno de acuerdo, sí lo era. Pero era una buena.


-De acuerdo- ambos caminaron a la salida del centro, ya había oscurecido, quizá era mas tarde de lo que pensaban.


-Bueno, debo admitir que ha sido una de las mejores citas que he tenido- ¿eso era una cita?, ¿lo había sido? Es decir ¿aún lo era? Técnicamente todavía no terminaba.
¿Qué tenía ese hombre que hacía sentirse tan confundido e infantil?


Sintió como tomaban su barbilla.


- Feliz Navidad- lo siguiente que sintió fueron unos labios sobre los suyos.


Acaban de besarlo, así de simple y él se había quedado quieto como una piedra, sintiendo como sus labios eran acariciados casi con ternura, duró poco.


-No hay nadie en mi casa.


-¿Esa es una proposición?, si es así eres mas fácil de lo que pensaba…


-Oh, cállate- Santiago lo tomó de la mano para después arrastrarlo a la zona de los taxis.


Ciertamente no tenía ni idea de que su día terminaría así, sabía que empezaría con una humillación, se preparó para ella, pero jamás pensó que acabar así. Ni Que conocería alguien que le haría perder la cabeza en menos tiempo del que jamás nadie lo había hecho.


Al menos esa fue la idea que cruzó por su cabeza cuando se sentó a horcajadas sobre él.


En cuanto habían cruzado la puerta se habían fundido en un demandante y salvaje beso, uno en el que ninguna de las dos partes parecía dispuesta a ceder.


Antonio tenía experiencia, eso podía saberlo por la manera en que sus manos se movían sobre él, por su forma de besar, y sobre todo porque parecía saber exactamente cuándo y dónde tocar.


Santiago no quería quedarse atrás, por eso se esforzaba por devolver cada beso y cada caricia recibida, pero era muy difícil hacerlo, lo obligaron a incorporarse sobre sus rodillas justo antes de sentir cómo se quedaba sin camisa.


Un gemido se ahogó en su garganta cuando sintió una lengua sobre su pezón, comenzó a mover su cadera, como si cabalgara, y sabía que eso estaba provocando Antonio, sus gemidos eran prueba de ello.


Enredó los dedos en los cabellos de la nuca del hombre que estaba debajo de él, antes de comenzar a moverse con más fuerza, podía sentir claramente su miembro despierto y eso lo estaba enloqueciendo, para suerte de
Santiago, Antonio tampoco quería esperar más, así que en una maniobra que no creía posible le incorporó para bajarle los pantalones junto con la ropa interior hasta la mitad de sus muslos y justo después desabrochar su propio pantalón y dejar libre su miembro.


Santiago gimió cuando lo sintió posarse en su entrada, pero a pesar de su excitación sabía que aún no estaba preparado para recibirlo, una mirada de alerta fue suficiente para que su compañero comprendiera el mensaje, una mano se encargó de acariciar su miembro, Santiago comenzó a retorcerse ante las sensaciones que embargaban su cuerpo, no tardó demasiado en venirse sobre el estómago del otro.


Antonio sonrió cuando su mano estuvo llena de la semilla del menor, y con los dedos húmedos comenzó a acariciar su entrada. No pasó mucho antes de que la sintiera dilatarse junto con una nueva erección.


La penetración comenzó, lentamente, quizá demasiado, pero no era algo en lo que Santiago opinara, en esos casos prefería estar callado y dejar que su pareja lo hiciera como el lo prefiriera.


Aunque eso era lo que pensaba no pudo evitar comenzar a moverse por voluntad propia cuando sintió como Antonio tomaba sus caderas y lo obligaba a incorporarse y a descender de nuevo sobre él, una y otra vez, de manera rítmica, una y otra vez, hasta que el mismo notó que se movía solo.


El segundo orgasmo de la noche estuvo acompañado de alguien más, casi al mismo tiempo, era la primera vez que lo hacía así. Sintió un escalofrío post orgásmico aún con el miembro de Antonio dentro. Era una sensación agradable.
La sala estaba caliente, muy caliente, a pesar del probable frío que había fuera.

Inesperadamente contra cualquier pronóstico, Antonio comenzó a reír mientras pasaba sus manos por la cintura del otro.


-¿Qué es lo divertido?- Santiago estaba cansado pero no demasiado como para pasar por alto el repentino ataque de risa.


-¿Te cuento un secreto?- aquella voz aterciopelada era realmente deliciosa, no era como la voz que había usado durante todo el día, era como la mantequilla derritiéndose lentamente en una sartén.


-¿Cuál?


-¿Prometes no enfadarte?- siempre que alguien decía eso sentía que debía comenzar a enojarse, pero estaba demasiado satisfecho para molestarse, apoyó su barbilla en el hombro de Antonio y cerró los ojos.


-Es la segunda vez que te sientas en mi regazo- Santiago tardó varios minutos en comprender aquellas palabras y cuando lo hizo no le agradaron en lo más mínimo.


-¿Te estabas burlando de mí?- su voz sonó mas fuerte pero no lo soltó o alejó.


-No, claro que no- respondió Antonio, sintiéndose atrapado entre el cuerpo del chico y el sillón, así, medio desnudos, no tenía ganas de levantarse, igual algo le decía que no hubiera podido hacerlo aunque hubiera querido.


-¿Entonces…?


-El mundo es un lugar muy pequeño, al menos esta ciudad lo es.


-Nunca imaginé que la navidad te gustara tanto- Santiago sentía varias emociones, vergüenza, enojo, alegría, un poco de ira, éxtasis y cansancio. Sobre todo lo último- mañana voy a querer una larga explicación.


¿Qué era lo que tenía que explica? Ah sí… que trabajaba medio tiempo en el centro comercial, que había reconocido a Santiago como el mismo tipo que había estado en su trabajo días antes, la comidilla de los empleados y sus compañeros, y que el último lugar donde esperaba verlo era en la reunión de navidad de sus amigos.


No había esperado que esto pasara cuando decidió devolverle la foto, en verdad sólo quería saber qué apuesta había perdido. Pero el niño tenía encanto, demasiado, lo notó la primera vez que lo vio, además su petición había sido la más original que había escuchado desde que trabajaba de santa en ese lugar, y ya llevaba tres años escuchando a niños, bueno él los había superado a todos con esa petición.


Claro que estaba el tecnicismo de que él ya no era un niño, un niño pequeño... Nunca esperó cumplir con ese deseo, quién sabe, quizá después a Santiago comenzara a gustarle más la navidad, de ahora en adelante, quizá…


-Mañana hablaremos- Antonio suspiró- de todo.


-Estúpida navidad- fue lo ultimo que escuchó antes de quedarse dormido entre el chico semidesnudo y un sofá.

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