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Isla de Nadie. por Stric39

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Notas del fanfic:

Aquí traigo un Original más, fruto de ver tanto LOST y de ...Otra cosa más, que he olvidado. Ya véis, se me olvidan mis fuentes de inspiración.

Ehm. Llevo un capítulo más del fic, y sigo con mi otro Original, Reality Show (podéis pasaros :D), pero si tiene buena acogida seguiré con él encantadísima de la vida.

Gracias alos que vayáis a leer. =)

Notas del capitulo:

Nada que decir ;)

 

I

Vuelo, paracaídas, caída y...Dylan.

 

Debo irme.

—No debes ir.

 

Bast miró a un lado y a otro antes de volver a fijar su mirada en el chico de cabellos rubios.

 

—¿Tengo que irme?

—Eso suena mejor—acarició la espalda desnuda—. Pero no. Quieres es la palabra.

 

Bast se levantó y se colocó una camiseta negra, seguida de una sudadera de color azul. Se peinó el pelo hacia atrás y se puso la gorra que su hermano le regaló. Decía que le daría suerte, y así no se reventaría contra el suelo en uno de sus saltos. Eso demostraba lo muchísimo que le quería su hermano. Se echó la espalda a la mochila y miró a Peter.

 

—Vale, pues quiero irme—sonrió—. No me mires así, que lo has dicho tú.

 

Se acercó para darle un beso, aunque no sabía, que ese sería el último.

 

---

 

—¿A cuánto estamos?—gritó por encima del ruido de los motores y del viento.

—A unos tres mil quinientos—el piloto parecía nervioso—. Podrás saltar en un par de minutos.

 

Bast sonrió. Era su último salto. Le había prometido a Peter que lo dejaría el día de su cumpleaños. Aunque solo cumplía veintiséis, llevaba desde los quince saltando en paracaídas. Abrió la puerta del helicóptero y miró abajo. Estaban sobrevolando una isla que no había visto nunca, pero parecía muy imponente. Los árboles eran, posiblemente, los más altos que había visto en su vida, no divisaba rastro de edificios o...

 

—¡Tienes que saltar!—le gritó el piloto histérico—. ¡Si llegas a los mil metros el paracaídas no se va a abrir, y si pasas...

 

Bast se quedó pálido y el estómago se le revolvió. Se dio cuenta de que estaban cayendo en picado. No era el tipo de persona que se quedaría paralizada en una situación así, así que abrió la puerta y sin ni siquiera despedirse del piloto, saltó. Había saltado cientos de veces, pero esa sensación era extraña. Vio el helicóptero bajar rozando los árboles y comerse unos cuántos antes de perderle de vista. El paracaídas tiró de él y le presionó la entrepierna y el estómago.

 

—¡Joder!—lo dirigió lo más que pudo hacia donde había perdido al helicóptero.

 

Aun con su experiencia, sus cientos de saltos, sus grandes aventuras...sus...

 

—¡Dios, joder, como duele!

 

Vamos, que por poco se rompió un pie cuando cayó al suelo. Se desabrochó el paracaídas y el casco y los dejó tirados mientras andaba con el traje, el arnés y las gafas, de un lado para otro. Cojeaba un poco, y ni siquiera se daba cuenta de que se estaba adentrando en un bosque profundo al buscar el humo del helicóptero.

 

—¿Jerry?—llamó al piloto—. ¿Sabes que estás...bueno...medio grillado? Casi nos matamos.

Bast divisó las hélices dando vueltas lentamente detrás de unos enormes, enormes árboles y cojeó hasta la posición. La sonrisa que llevaba puesta se le borró de la cara al ver el estado del helicóptero. Y más aún cuando se acerco y vio el estado de Jerry.

 

---

 

Dylan andaba rápida pero parsimoniosamente por la selva. No podía decir que se la conocía como la palma de su mano, porque la selva cambiaba y se retorcía sobre ella misma, y alguien inexperto nunca sabría que camino coger. Pero él sabía los trucos que esa puta tenía reservados, aunque no sabía si ya había sacado todos a relucir. Por eso siempre tenía cuidado, y por eso se dirigía hacia donde pensaba que había caído el helicóptero. En todo el tiempo que había pasado ahí, era la primera persona que le visitaba, y estaba seguro de que ella le había hecho venir por alguna razón. Y tendría que averiguar por cual.

 

---

 

Jerry no tenía cabeza; eso para empezar. Su cuerpo era una masa irreconocible de sangre, huesos, músculos...Todo aplastado contra el cristal frontal del helicóptero. Y Bast sabía que eso no lo había podido hacer la caída. Por eso estaba acurrucado en los asientos de atrás, temblando y llorando como un crío. No pudo evitar acurrucarse aún más cuando oyó que la puerta se abría despacio. No había oído pasos, así que, tal vez lo que había matado a Jerry, había venido a matarlo a él también. Se puso en tensión y se dispuso a luchar al menos hasta que se cansase. La puerta seguía abriéndose a una velocidad de intriga, y cuando estuvo a medio abrir, Bast saltó contra la amenazadora sombra que le acechaba.

 

Pataleó, pegó puñetazos, mordió e incluso escupió.

 

—¡Quita de encima, joder! ¡Quítate!

 

Bast notó como el brazo se le pegaba a la espalda y de un momento a otro estaba comiendo tierra. Gritó y volvió a patalear.

 

—¡Estate quieto y te suelto! Te prometo que no te haré daño.

 

Dylan levantó a Bast del suelo para darle la vuelta—haciendo que él mismo se aplastase el brazo—y se colocó sobre él. Tenía unos ojos oscuros que podían pasar por negros en mitad de la noche, y daban miedo. Podían incitar a pensar que era un monstruo. Por eso Bast no se fiaba un pelo.

 

—No te vas a revolver, ¿vale?—medio sentenció—. Por favor.

 

Bast no dijo nada, pero quedó libre. Se tocó el hombro adolorido y puso una mala cara.

 

—¿Cómo te llamas?—No obtuvo respuesta, y se puso a registrar el helicóptero—. Seguro que sufres un shock postraumático y por eso no hablas. Eso o que...Bueno, que he perdido mi don de tratar a la gente—Cogió una linterna, la mochila que Jerry llevaba y un maletín cerrado que había debajo de los asientos—. Yo me llamo Dylan. Posiblemente—dijo saliendo del helicóptero—tengas ante ti al único habitante de esta isla. Es bastante grande y la he recorrido entera, pero nunca sabes donde se va a esconder alguien. Y si es tan cagado como tú.

 

Bast siguió callado. Nunca había sido desconfiado, pero después de ver a Jerry, después de caer en una isla casi desierta...Estaba seguro de que no podría salir de allí, aunque supuso que a Dylan no le iba tan mal cuando iba perfectamente afeitado y con el pelo corto. No era muy posible que, habiendo dicho que esa isla era grande y que el la había recorrido entera, llevase allí...Dos días .

 

—Verás—comentó Dylan poniéndose serio—. Esto no es ninguna broma. Sé que tu amigo está destrozado, literalmente, y que tu tienes miedo, pero yo soy el único que sabe sobrevivir aquí. Esta isla no es una simple isla, ¿vale? No quiero asustarte más aún pero...Tienes que venir conmigo, porque si no...—hizo un gesto significativo, pasándose el dedo gordo por el cuello—. Como tu amigo, ¿entiendes?

 

Le palmeó el hombro amistosamente.

 

—Vamos, mi casa está a unos...Ocho kilómetros.

 

Dylan empezó a andar, pero sin embargo Bast no estaba muy por la labor de seguirle.

 

—Vamos—sonrió, tirante.

 

Bast negó con la cabeza y le hizo un corte de mangas a su nuevo amigo.

 

—Tú te lo has buscado.

 

Dylan avanzó hacia él, pero Bast se puso a correr como un loco. Miró hacia atrás y sonrió porque no vio a Cocodrilo Dundee. Se dispuso a pasar entre dos árboles cuando estos dos se cerraron, doblándose sobre sí mismos. Si no lo había soñado, sí, eso acababa de pasar. Giró a la derecha para pasar debajo de un tronco, pero este desapareció, y le hizo retroceder.

 

—¿Qué...

—¡Boh!

 

Dylan se descolgó de un árbol y antes de que Bast pudiese respirar una vez, el maletín del helicóptero le había dejado K.O

 

---

—Para una vez que esta zorra trae a uno, y se pone chulo. ¿Tan mala pinta tengo? Bueno, aquí no hay espejos pero...Encima pesa de la hostia.

 

Dylan hablaba solo mientras cargaba con el cuerpo de su invitado hasta...Casa. Si se podía llamar así. Llevaba tres años—más o menos—en esa asquerosa, repugnante y preciosa, preciosa isla. La conocía, la odiaba y...Bueno, a veces la quería como si fuese suya. En realidad era casi suya, porque, ¿había pasado alguien por allí a reclamarla? No. Pues era suya.

 

Bast abrió los ojos y quiso gritar, pero la voz no le salió, y de todas formas, nadie le iba a oír. La lengua le sabía a sangre y tenía las piernas dormidas, pero aún así arremetió con las rodillas en la espalda de su secuestrador.

 

—Cabrón—dijo en voz baja.

—¿Ahora me hablas, paracaidista?

—Suéltame.

 

Dylan se paró un momento y plantó en el suelo a su amigo. Bast tuvo que, muy a su pesar, agarrarse al hombro del otro si no quería caer desmayado.

 

—Uuh, también te agarras a mí como una damisela.

—Perdona.

 

Bast se puso a andar hacia no sabía donde y Dylan lo agarró, casi tirándole al suelo.

 

—No tienes por que pedirme perdón. Y no es por ahí—señaló un camino casi imperceptible—, es por ahí. ¿Qué tal si vuelvo a cargar contigo hasta que lleguemos a mi casa?

—No. ¿Tienes una casa aquí?

—No es...Bueno, una casa literal. Es...más bien...¿por qué no la ves tú mismo?

 

Bast se encogió de hombros.

 

—Oye. A lo mejor suena...No sé, raro, pero tienes que darme la mano—Bast negó enérgicamente con la cabeza—. ¿Lo has visto verdad? Has visto a Jerry...Y has visto como la isla se revolvió cuando tú intentabas pasar. Yo la conozco...Venga, dame la mano.

 

El paracaidista agarró la mano morena que se le ofrecía. Hacía un buen contraste con la suya, menos morena pero sin llegar a ser para nada pálida. Así anduvieron por la selva hasta llegar a lo que parecía ser, la casa de Dylan.

 

---

 

—¿Esto se supone que es una casa?

—Pues sí. Y además es preciosa.

—¿Cuánto tardaste en construirla? ¿Dos o tres días?

 

La cara de Dylan reflejó la vergüenza por unos momentos.

 

—Casi un año.

 

Era un muro de piedras irregulares selladas con no sé qué cosa. Estaba cubierto por varias capotas amarillas, que podía ser un bote salvavidas rajado. Tendría unos tres metros de ancho, y al otro lado había otro muro de piedras. Todo cubierto por hojas enormes de palmeras. Se supuso que había tardado tanto porque tuvo que encontrar como pegar las piedras.

 

—¿Como pegaste las piedras?

—Tardé mucho en encontrar algo que se secase y las dejase perfectas. Es savia de un árbol tropical. …se—señaló a su derecha y sonrió.

—¿Tienes una cama mullida hecha de hojas?—preguntó—. Necesito...descansar.

 

Al parecer Dylan no tenía una mullida cama hecha de hojas. Tenía un bote salvavidas dado la vuelta, cubierto con ropa mugrienta y rota. Dylan dijo que él dormiría fuera porque no sería la primera vez. Cuando oyó la lenta respiración del otro, por fin pudo desmoronarse. Pasó casi toda la noche llorando, y cuando conseguía dormir, veía la macabra imagen de Jerry muerto. Cuando estaba amaneciendo sacó la cabeza fuera de la casa de Dylan, observó al muchacho y se dio cuenta de que por alguna extraña razón, este dormía con un puñal.

 


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