Sintió con pesadumbre la luz del sol en sus pupilas, dañando las retinas, no le apetecía despertar aun, no deseaba ser real aun, en la realidad podía sentir el dolor de verdad, el martirio del que solo conseguía huir durmiendo.
Dormía casi todo el día, el sufrimiento lo acosaba cuando estaba despierto, pero el sueño era la falsedad, una dulce mentira creada por el subconsciente, en sus sueños no podía experimentar dolor alguno.
Aunque en sus sueños veía solo sombras, siluetas de miles de colores. Luces y oscuridades; sonidos como susurros del universo. Como millones de rayos se hacían sentir, todos cayendo sobre el, haciendo explotar sus sentidos, pero nunca nada era claro; excepto uno, entre tantos rostros indefinidos, uno se veía perspicuo, una de tantas voces que escuchaba era perceptible.
Justo lo acababa de ver entre sueños, “ven conmigo”, le decía con su dulce voz, pero no podía ir con el, por mas que intentara, en sus sueños nunca lograba llegar a el.
Y ahora no deseaba levantarse, quería seguir durmiendo, dormir hasta que lograra llegar a el era todo lo que deseaba, dormir para soñar otra vez con aquella deliciosa sonrisa, con esos ojos de oscuridad y sus calidos labios, siempre invitándolo a seguirlo hasta el fin, como anhelaba seguir a esos labios.
Abría los ojos y volvía a cerrarlos con pereza, creyó que no podía seguir durmiendo, se sentía cansado de dormir, tendría que ir de vuelta al mundo real, su cuerpo le exigía comer algo, tal vez después podría volver a dormir.
Se levanto con extrema lentitud, no había nada en el mundo esperándolo, podría vivir en una infinidad de vació, poro eso no tenia importancia ya, por que aquel mundo de afuera no tenia nada que ofrecerle, lo único que había llegado a querer no se encontraba mas en aquel mundo, sino muy lejos, en sus sueños.
Su cerebro enviaba fuertes punzadas de dolor hacia su estomago, recordándole que existía y que necesitaba de alimento, dirigió sus pasos a la cocina para saciar su hambre, en el camino recordó que llevaba mas de una semana sin cambiarse de ropa.
No encontró nada comestible en el refrigerador, hacia dos semanas su vida se había congelado completamente con la muerte de su amante, no salía de se departamento desde entonces, su comida se acabo pronto, no estaba seguro si aun tenia servicio de electricidad o agua.
Se sentó al lado de una pequeña mesita a observar las fotografías que reposaban en esta, estaban cubiertas de polvo, una de ellas exhibía el rostro sonriente de un muchacho con el cabello desordenado y una bufanda a cuadros rojos cubriendo su cuello. La otra mostraba a este mismo joven junto a otro, abrazándose por los hombros. El pie de la fotografía rezaba “Martín, espero que nunca dejes de sonreír” y un poco mas a bajo, en la esquina inferior se leía el nombre “Alan”.
El Martín de la fotografía no se parecía en mucho al Martín observándola, el Martín sentado a la mesa se veía demacrado, tenía los ojos rojos de llorar y dormir, y observaba fijamente al Alan en la imagen, la foto fue tomada cuatro meses antes su muerte.
Siempre que despertaba de su perenne sueño miraba aquellas fotos de Alan, a veces sentía miedo de olvidar su rostro y no volver a soñar con el.
Sintió una oleada de hastio invadirlo, tenia que encontrar una manera de llegar hasta el, tan solo así mitigaría su dolor, pero en sus sueños no llegaba hasta el, cuando dormía Alan se aparecía perennemente alejado su amorl, si tan solo hubiera muerto con el.
— Pero yo aún puedo morir—. Pensó desesperadamente buscando un modo de sosegar su dolor, dormir por siempre. Se imagino a si mismo viviendo en el perpetuo sueño en el que Alan se encontraba. — Morir...
Con solo una cosa clara en mente, tomo la foto en sus manos y con toda la fuerza que le quedaba se dirigió de vuelta a la cocina, a buscar la muerte en el cajón de cubiertos.
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