Hoy he dejado de hablar,
quiero callar,
disimular.
sólo me queda esperar,
verte pasar,
reinventar.
quiero sentir algo y no sé por donde empezar,
quiero que mi mundo deje de girar,
quiero que mis manos tengan fuerza para dar,
quiero asustarme si no estás.
(La paz de tus ojos, La oreja de Van Gogh)
Sálvame.
Sálvame de esta tortura de estar atado a tus sentimientos, de quererte más cada día, de necesitarte tanto, de desear tus ojos sobre mi, de pensar en cada segundo en dónde estarás, si piensas en mi y si siempre lo harás. Te he obsequiada mi alma, mi vida y cada minuto de mi existencia, mi dignidad y mi orgullo endeble, sólo para estar más cerca de ti, te he permitido todo aún cuando apenas haces nada.
Extravié mi corazón y la oportunidad de ser feliz. Perdí mi destino y lo que pude haber sido.
Y lo hice por ti.
Nunca me lo pediste, nunca lo exigiste, ni siquiera lo mencionaste. Pero yo estaba ahí, y yo te lo di todo. Los resquicios de mi alma que no han sido torturados por ti ruegan que lo hagas, que los martirices y los destruyas, te suplican que termines con ellos… porque todo es mucho mejor que ser nada para tus ojos de oscuro pasado. De honda soledad.
Tú me quieres.
A veces quisiera que no lo hicieras, porque cuando lo haces es peor. Porque vuelo sobre nubes doradas, y vuelvo a creer que mi mundo, no importa cuan oscuro esté, siempre será feliz si estás a mi lado. Pero luego, cuando decides que el amor no es una aventura suficiente para ti, que mi cariño irrisorio es demasiado cálido para tu corazón frío, y te vas y me dejas solo, mi vida se rompe. Se triza creyendo que nunca más volverás aquí, a mi lecho cálido, a mi regazo que está dispuesto a quererte por siempre. A mis labios que siempre buscaran los tuyos.
Tú te pierdes y no vuelvo a encontrarte hasta que son tus manos las que, a tientas, buscan mi cintura y me envuelven en un abrazo tan efímero que ni me puedo aferrar a él. Todavía no estás aquí y ya sé que te irás pronto.
Quiéreme.
Bésame y ámame todo el tiempo que puedas, no me importa si te vas una y otra vez y con ello te robas mi vida, lo único en lo que pienso es en la placidez de tu regreso, en el placer de tu partida y en la agonía de mi esperanza. Me he convertido en un despojo que prefiere el dolor que le proporcionas que la felicidad de alejarme y odiarte.
Este día, un catorce de tantos meses que hemos pasado atados por el alma el uno al otro, no es un día diferente. Es el mismo y triste catorce de cada mes, en el que te espero sentado en la butaca de la ventana, deseando que vuelvas, rogando hacia el viento que aparezcas frente a mi y consueles mi alma, al mismo tiempo que sé con vergüenza que amo tanto tus regresos sólo por el hecho de la espera dolorosa. Si es febrero es un apunte realmente innecesario, totalmente ignorable. Nunca me importaron los días de la semana, ni como trascurría mi vida o la de lo demás en un día como aquel.
Yo únicamente tomo en cuenta los días en los que tus manos me acarician.
Esta vez partiste hace dos meses, no sé donde tu alma llora desde entonces. Quizás intentas fingir que tú si puedes alejarte, y lo intentas por ello. Tal vez quieres deshacerte de mi dependencia ridícula, o de mi corazón amargo que grita una y otra vez que te quedes.
Tal vez sólo estás jugando a lo mismo que yo.
No estás.
Mi taza de chocolate casi se acaba, ya está fría y los bombones están en el fondo, medio derretidos, mi corazón también está a punto de enfriarse, porque esta vez la espera ha sido tan larga que no recuerdo muy bien porque este dolor me gusta tanto. Mi cabeza tendida sobre el mantón sucio de la butaca piensa y piensa en tus palabras, y rememora a cada segundo tu rostro, cada gesto realizado, cada mirada que me dirigiste en toda nuestra vida juntos.
Te extraño.
Una sonrisa tosca por falta de protagonismo se dibuja en mi rostro cuando la idea de buscarte me cruza la mente. Antes lo hacía, te buscaba hasta encontrarte asustado y con tu vida quemada en las manos, solitario y temeroso de no encontrar las mías de nuevo. Pero ya no lo hago, ahora espero, porque el alifafe de esperarte pasivo y ebrio de desconsuelo es demasiado tortuoso como para no sentirlo a cada segundo. Por eso te espero, por eso no me muevo de casa, por eso estoy cada tarde en esta ventana que ya no da a ningún lado.
Quiero verte.
Es catorce de febrero, y escucho las baladas que en las casa de al lado se escuchan, y veo pasar a enamorados tomados de la mano, luciendo su feliz y fugaz amor saludable. Tú y yo escogimos el camino difícil. Pudimos amarnos muchísimo durante unos años, querernos y tomarnos las manos, y besarnos largamente, pero no bastaría eso.
Necesitábamos lastimarnos, alejarnos y luego reencontrarnos y volver a separarnos. El amor se nos acabaría si no seguíamos este orden. Entonces empezamos a esclavizarnos el uno al otro. Tú me manejas por mi anhelo de cariño, y yo lo hago con mi amor desbordado, que nunca sabes controlar.
Y vuelves.
Es una coincidencia, lo sé, este catorce de febrero no es más que un día cualquiera. Pudiste volver mañana pero quizás tus pies se apresuraron a mi encuentro, o tu alma no soporto un día más la tortura de pensar que quizás voy a olvidarte.
El reencuentro que esperé durante dos meses no se produce con gran alboroto, ni tú ni yo admitimos jamás que este juego repulsivo es una realidad tangible entre lo dos. Simplemente sonrío y te observo como si apenas te hubieses marchado hace unas horas, tú me devuelves la mirada como si creyeras que no te extrañé y no te importara.
-¿Chocolate, Sasuke?-ofrezco alegre, dando un salto para levantarme de la butaca.
-Siempre-respondes tomando mi lugar en el asiento-sin bombones, por favor-
Voy a la cocina, evitando topar mi mirada con la maleta que está en el pasillo, fingiendo que no has vuelto de un largo viaje. Tampoco vi las manchas de tu ropa, ni las heridas nuevas de tu rostro.
Sólo vi tus ojos. Sólo vi lo que quise ver. Tú tampoco has visto mis lágrimas.
-Toma-te tiendo una taza grande, llena de la caliente bebida. Tú la sorbes con cuidado, disfrutando como cauteriza todos esos días que pasaste en soledad, me acurruco sobre tus piernas, esperando que el mundo tome forma de nuevo y mi corazón cicatrice mágicamente por tu presencia.
-No me volveré a marchar, Naruto-prometes.
Yo asiento, creyéndote como crees que el cielo está cubierto de verbena.
Volverás a marcharte, una y otra vez, hasta que nunca puedas volver o yo no pueda recordarte.
Porque el amor se termina pronto, y el nuestro se ha prolongado por demasiado tiempo. Por eso te suelto lo único que mi garganta puede articular sinceramente, antes de que también eso se acabe:
-Te amo-
No vas a responderme, ni siquiera te harás el enterado, pero tu corazón me ha escuchado.
Nuestro amor va a terminarse, por eso tienes que irte antes de que recuerde que la longevidad de mis propios sentimientos se debe solamente al dolor de la espera.
Pero al menos hoy, te juro que te amo.