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Lienzo de Guerra por AkiraHilar

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Notas del fanfic:

Había dicho por la encuesta que el primero en escribir sería Más que Amigos, pero en estos momentos mis hormonas andan medio Angst y no puedo escribir comedia, así que mientras espero que se estabilicen, empece con este titulo, que es el queme guía las musas. Igual, ¡Más que amigos será escrito en cuanto pueda! y tendra prioridad...

Dedicado a Athena Arianna, Ale_Chan, Stardust y Karin

Ligo personajes The Lost Canvas y Saint Seiya. No es un crosorver porque pertenecen al mismo universo, pero los personajes The Lost Canvas tendrán más edad que los de Saint Seiya original

Notas del capitulo:

El reino Alhenas ha invadido al reino de Auva, donde Asmita de 20 años y Shaka de 5 años son príncipes. Defteros como príncipe de Alhenas ha conquistado el lugar, matando a los reyes y los príncipes en la huida fueron atrapados por el general Aldebaran del reino de Alhenas. Como esclavos de guerra son enviados hasta la capital de Alhenas, donde Aspros, el rey, toma a Asmita como esclavo real y viendo el estilo de vida que debía soportar, ayuda a sacar a Shaka del lugar. Veinte años más tarde, luego de 5 años de una revuelta que destronó a los verdaderos reyes y donde Youma de Mefis se hizo cargo del reino, después de ser invadido por el Rey Aioros del Rukbat; Shaka ahora lidera una revolución en busca de devolverle el trono al verdadero heredero, Saga, hijo de Aspros, de quien se desconoce su paradero desde la revuelta. Por ello el pueblo lo aclama, diciendo que Asmita ha regresado para devolverle la paz al pueblo de Alhenas. ¿Qué sucedió en esos veinte años? ¿Por qué Shaka esta peleando por restaurar el reino que destruyó el propio? ¿Y que fue de la vida de Asmita como esclavo real?

Contiene Rape y Violencia

Cabellos de oro, ojos de cielo, con el brillo de dos zafiros incrustados en piel de marfil. La belleza que engalanaba a los reyes y príncipes del reino de Auva sólo era comparable a la riqueza y prosperidad de su pequeño reino. Ominando las colinas verdes y hermosos lagos azules, entre los sembradíos de trigo, musgo y maíz, especias varias y criaderos de diversas aves, el reino azul de Auva se erigía como una de las más maravillosas potencias ecológicas y naturales del continente. Hermosas edificaciones hechas de barro blanco para los ciudadanos y mármol para la corona, se levantaban en ciudades amuralladas que a pesar de ser reservas militares, estaban diseñadas con una belleza extraordinaria que daba culto a la luna, su máximo dios. En las noches de luna llena donde se vestía de oro, se realizaban festejos donde todos compartían lo recolectado de sus siembras y los reyes entregaban obsequios a los más necesitados. Una nación pacífica, que vivía de la siembra y la caza, comerciaba especias y adoraba a dioses. Una nación pequeña, santa, pura, tal cual como los herederos de la corona… Una nación que como virgen fue vejada…


El rechinar de los caballos y el sonido de los galopes lo tenían asustado, sujetándose con fuerza del manto zafiro que cubría el cuerpo de su hermano mayor. Sus expresivos ojos azules eran resguardados con fuerza por sus parpados, enmarcados con espesas pestañas hermosas. Su cabello dorado estaba sujeto por una trenza gruesa que daba vuelta sobre su cráneo, sostenida por un bastón de oro adornado de zafiros. Su pequeña cabeza se apegaba al pecho del mayor, con sus manitas blancas más pálidas ante la presión que ejercía a la gruesa tela buscando resguardo. Sólo cinco años… sólo tenía cinco años y no entendía que estaba ocurriendo, ni porque razón… mucho menos que sucedería con ellos sino obedecían a sus padres. 


El cuerpo temblaba. Un vacío en el estomago era indicio de que ya tenía más de nueve horas sin comer. La sequedad de su garganta por sed y por temor le obligaba a abrir la boca y buscar inútilmente enjugar sus finos labios rosados con la lengua, para tratar de tener algo de alivio. Su cuerpecito de tan sólo un metro de alto estaba convertido en un ovillo de miedos y dudas, abrazado por fuertes brazos blancos, sujetado con toda la fuerza posible junto con la calidez de ese cuerpo que se le antojaba seguro. Ese era su refugio. Estaba seguro que de ninguna manera podrían hacerle daño mientras él estuviera allí. Esa era la seguridad del pequeño príncipe Shaka, quien veía en su hermano mayor y próximo rey, Asmita, su salvador, su protección, su resguardo. Siempre había sido así… siempre Asmita lo protegía de todos… siempre él lo cuidaba.


El paso de una decena de caballos acercándose lo alarmó y como respuesta se apegó más a ese manto azul, sintiendo como los brazos lo apretaban aún más a su cuerpo, el cuerpo grande, fuerte y caliente de su hermano mayor. El tintineo de la campana al final cedió y gritos voraces adornaron la escena. Escuchó golpes de hierro entre ellos, rechinar de caballos, pasos veloces y aquella carroza que era conducida con mayor rapidez. Las piedras hacían que esta saltara y de temor, Shaka se aferró con aún más fuerza, no queriendo abrir sus ojos, obedeciendo la orden de su hermano de mantenerlos cerrados. Alaridos de dolor y gritos de guerras fueron la coral que los rodeaba y en un momento dado, sintió, que aquellos brazos que lo aprisionaban con fuerza, empezaron a jalarlo para soltarlo. Se desesperó, negándose a salir de ese lugar de protección que gozaba, llorando y gritando, asustado… terriblemente asustado.


−Shion, toma a Shaka y corre apenas te dé la señal−la voz decidida de su hermano junto con un fuerte empujón que lo obligó a soltar ese manto fue suficiente para hacerle entender, en su infantil edad, lo que estaba a punto de ocurrir.


−No, no…−pataleó y fue sujetado por otros brazos blancos, cubierto por el manto amatista con fuerza para no dejarlo ir−. No… −lloró, intentando despegarse de ese agarre que no lo dejó volver a aquellos brazos fraternales. Escuchó el sonido de dos espadas curvas salir de sus fundas y sintió el filo de la muerte−. ¡NO!¡NO!¡NO! ¡Asmita!... –gritó y una mano logró cubrir sus labios, moviéndose rápidamente, abriendo la puerta del carruaje dispuesto a saltar−. ¡ASMITA!


−¡CIERRA LOS OJOS, SHAKA!


−¡AAASMITAAAAA!


Sus ojos azules se abrieron para ver a su hermano lanzarse contra uno de los jinetes, antes de que la caída los obligara a cerrarse de nuevo y dar varias vueltas en esa colina hasta separarse lo suficiente. El calor se sentía fuertemente y al abrir de nuevo sus ojitos, desobedeciendo una vez más la orden de su hermano, vio el fuego que consumía su alrededor. Sus ojos se proyectaron en todo su alrededor, mientras el viento golpeaba su rostro con frenesí en una carrera por la vida y el humo del fuego consumidor cubría los cielos negros de un anochecer de luna llena. Todo se estaba quemando… a lo lejos el castillo caía presa de las piedras catapultadas en la guerra y su hermano… su hermano…


−¡ASMITAAAA! –gritó, con todas las fuerzas que un niño de su edad podía entregarle a su garganta.


El príncipe y heredero al trono sólo podía ver de reojo a su fiel sirviente correr por su vida con su hermano en brazos. De él, de él quedaba la responsabilidad de darles tiempo de huir. De él… del mayor… del futuro rey… Y fue así, que sus espadas curvas y delgadas, en un movimiento circular destajó las patas de los cuadrúpedos, provocando la caída de los jinetes al piso para luego sentenciarlos a la muerte. Peleaba, peleaba por la vida de su hermano, con sus ojos azules detallando el escenario de muerte y viendo al paso del filo plateado la tinta roja llena de vida que se consumía por los pastizales. Más caballos, más jinetes… el príncipe usaba sus mayores habilidades para cortarles el paso, dejando miembros descuartizados en su paso, machando con sangre y sudor su manto zafiro que cubría su esbelto cuerpo de veinte años y permitiendo que la trenza de su cabello cayera y bailara con él, sucumbiendo a la danza mortífera de sus movimientos bélicos. 


−¡ASMITAAA! –el gritó de su pequeño sólo le motivó a pelear, con más fervor, con más fiereza.


La sangre en sus venas estaba en punto de ebullición, sintiendo su corazón latir a mil, mientras podía oír cada sonido de sus músculos, tendones y huesos moverse para cumplir la orden de su cerebro y clavar ese filo en aquel montículo de carne animal y humana, hasta separarlos. Sus ojos centellaban con furia, inyectados de sangre y su voz, melodiosa y dulce emitían un desgarrador grito que presagiaba la muerte de sus enemigos, tensando los músculos de su cuello, mostrando sus venas palpitando. Su piel blanca, cubierta de sudor y caliente por la exaltación, sentía y recibía con gozo las gotas de sangre de los bastardos que estaban ultrajando su tierra… su santa tierra. 


Sin embargo, pronto vio más caballos, más jinetes, más enemigos… Él solo no podía con ellos. Intento correr, tratar de alcanzar a aquellos que rodaron por la colina para alcanzar al menor de los príncipes, destajando patas de caballos a su paso, dispuesto a salvar a su pequeño hermano de las garras de los barbaros de Alhenas que los invadían. 


−¡Es muy rápido, Señor! –escuchó el gritó en lengua extranjera que perfectamente pudo entender y volteó, al alcanzar cierta distancia, para volver a convertirse en la pared humana de su hermano.


−¡No los maten! –escuchó la voz del general.


Otro movimiento de espada. Otro miembro separado del cuerpo. Los caballos caían a su alrededor levantando una nube de polvo y cenizas mientras el joven heredero peleaba por proteger la vida de su hermano. Hasta que, de un hombre gigantesco, cubierto con hierro y cuero como armadura y con el cabello morado largo sujeto en una cola, salió un polvillo blanco que golpeó directamente a su rostro. El dolor… insano… devastador… inhumano…


−¡AAAAAAARGGGHHHHHHHHHHH!


El siervo siguió corriendo, con lágrimas que corrían de sus ojos color almendras, con su cabello dorado moviéndose en esa carrera infernal. Escuchó el horrible alarido del heredero y no pudo voltear, sólo sosteniendo con fuerza el cuerpecito de su príncipe que clamaba por regresar. Sintió los caballos acercarse pero no… no podía rendirse… debía correr… con todas sus fuerzas, con su alma… aunque sus piernas empezaron a desfallecer y su corazón estuvo a punto de explotar por tantos latidos acumulados… Debía correr.


Pronto los alcanzaron. El joven guerrero con armadura igual, lo habían sujetado por sus dorados cabellos hasta hacerlo caer y rodar en tierra, aún sujetando al infante entre sus brazos, sin dejarlo subir su cabeza. Los rodearon, amarrando sus manos y capturando sus tobillos en grilletes de acero para luego llevarlos a una carreta cercana donde tomaban a los próximos esclavos de guerra. Alzó su vista para ver, con horror, dibujando en esos dos puntitos carmín un leve alargamiento para denotar su sorpresa; a su príncipe siendo golpeado hasta cansarse por su vientre, mientras de sus ojos… de sus ojos salían lágrimas de sangre. Levantaron el cuerpo del heredero por su cabello y lo llevaron a rastra hasta la carroza, donde lo arrojaron, mal herido. 


Ya eran esclavos… ya eran bienes y menesteres de una guerra sin sentido que estalló sin siquiera comprender porque… Ya no eran seres vivos… 


Desde allí comenzaría su infierno…


______________Acto uno: El mensajero


−Escuchadme, ciudadanos de Alhena−la dulce voz varonil se alzaba, entre los tumultos de pueblerinos que se acercaron a escucharlo−. Recordad los banquetes que podíamos saborear con nuestros hijos. Las delicias, la carne y hortalizas, en paz, con tributos accesibles y libertades. Recordad a la antigua Alhenas que se alzaba como potencia entre los reinos. Aquella que Asmita, príncipe de Auva, protegió con su propia vida. Aquella donde se celebraban los logros del príncipe Defteros ante los reinos, donde éramos símbolos de terror, de fuerza y de poder−voz apasionada, de un joven que soñaba en algo utópico. No había forma de regresar a esos años…−. Recordad, que éramos los hijos de reyes de guerra. Hijos protegidos por el Dios Ares. ¿Hasta cuándo callaremos ante aquellos que osan esclavizarnos? ¿Hasta cuánto permitiremos que se roben el alimento de nuestros hijos? –un dulce muchacho ahora que lo vio, con un manto blanco cubriendo su cuerpo, vestido por dentro con un pantalón beige de sembrador, visiblemente mugriento−. Hemos sido sometidos por años por un traidor a la corona real, por un pueblo indigno que falló al tratado de paz. ¿Y hemos de quedarnos de brazos cruzados? ¡Solo Ares sabe las veces que en silencio hemos clamado por la salvación y la libertad! ¡Llorando por ver de nuevo la luz que nos acobijaba! Y de seguro, señores de Alhenas, que por ello habló con el mismo Hades, para traer de vuelta la esperanza−cabellos lilas que se movieron al son de sus movimientos apasionados. Quizás veinte años, joven, hermoso, con dos puntos que servían de cejas en su inmaculado rostro. Incrédulo−. ¡Ha regresado de Seol al símbolo de la igualdad, Asmita príncipe de Auva, consorte del Rey de Alhenas!


Con esas palabras, un murmullo entre los presentes se hizo protagonista, conversando uno sobre otros, discutiendo esas palabras, algunos con incredulidad, otros con esperanzas. Yo los observé desde el callejón oscuro cerca de la plazoleta, donde en una tarima simulada con cajas de maderas de los vendedores de especias y hortalizas, el muchacho hablaba con una pasión demoledora que podría, fácilmente, atraer a los incautos. Más no a mí… no a mí, el antiguo príncipe de Alhenas, hijo del Rey Aspros… Kanon. 


Han sido cinco años huyendo… cinco años desde que me separé de mi hermano en una carrera para salvaguardar nuestras vidas. Desde que Asmita, consorte real, murió y fuera exhibido como la muestra de la nueva toma de poder. Cinco años huyendo entre las sombras, ocultando mi rostro para que nadie supiera mi procedencia, entre las migajas de pan que algunos lanzaron en la calle, sobreviviendo a los fríos inviernos en los establos… rogando por morir. Cinco años de humillaciones, cinco largos años. Y ahora, por fin, encontré a uno de esos falsos profetas que dicen haber visto a Asmita, dispuesto a liberar nuestro pueblo de la esclavitud del reino de Rukbat. Falacia, la peor de ellas, al tratar de engañar al pueblo con la falsa esperanza del regreso de un príncipe de tierras lejanas que terminó siendo esclavo de nuestro país. Y aún si fuera así, aún si Asmita hubiera regresado del Seol, ¿qué lo motivaría a liberar el reino que destruyó el propio?


−He de entender a los que, incrédulos, no dan fe a las palabras de este profeta. Pero he de decirles, que una de estas noches, un manto dorado como los rayos del sol, sólo proveniente del antiguo reino de Auva, cabalgara entre la oscuridad de estas calles, con el símbolo de su identidad.


La sombra de este callejón resguardó mi identidad, junto con el manto negro que ya corroído por el sol y la humedad, mantenía un olor a moho del que ya me he acostumbrado. Mis pantalones azules ya estaban deshilvanados, mis botas de cuero de toro ya estaban rotas por mis talones, y mi franela de tela blanca transparente a causa de las innumerables lavadas. De mí, no quedó nada del lujo que mi renombre y familia me otorgaron en un pasado. Sólo tengo el sabor añorado del buen vino y de buena cama, el recuerdo añejado de los lujos de antaño. Sólo recuerdos, sólo quimeras…


Vi que el joven, al escuchar el sonido de los caballos acercarse, se perdió entre la multitud hasta correr justo al pasillo donde me encontraba vigilándolo, sentado con un bastón de madera viejo entre mis manos y cubriendo mi rostro con el manto y algunos mechones azules ya desabrido por el hambre. Logré ver ojos esmeralda en ese rostro nacarado, corriendo para esconderse entre los recovecos de la ciudad de Geminga, pero, este pequeño no supo que yo no había venido de simple espectador… vine a terminar esta farsa que ha sumido al reino a una guerra destinada a perder desde que nació. Por ello, había venido a este lugar, donde oí que se reunían parte de ese grupo que dice ejecutar una revolución en nombre del verdadero Rey, Saga y con el patrocinio del antiguo consorte real, Asmita.


Corrí tras él, cuidando no ser visto y vigilando cada uno de los alrededores para evitar sorpresa. Lo vi entrar a una taberna oscura y fui preparando el puñal que había creado para defenderme, con el acero de una espada herida y ya con el filo oxidado pero con el suficiente corte para destajar una garganta. Me acerqué sigilosamente al lugar. Abri la puerta de madera, la cual creó un chirrido audible para mis sentidos en alerta, mientras sentí una gota de sudor caer de mi frente y alojarse en la punta de mi nariz. La saliva se me antojó de color salado y mi corazón parecía desbocarse al nerviosismo. Entré al lugar, oscuro y siniestro, apestando a tabaco y opio, con las mesas vacías y sólo el cantinero que me observó con cierto aire enemigo. Vi la capa blanca esconderse entre una de las puertas y sin esperar, le seguí, dispuesto a llegar al final del asunto. No importaba si al final de este camino conseguía la muerte, creía, que sería el mejor de los resultados.


Entré, encontrando una escalera de madera que descendía hasta las penumbras. Saqué a la vista mi puñal, bajando lentamente, dispuesto a usarlo con el primero que se me acerque, como acto de sobrevivencia. Un peldaño… dos… las gotas de sudor recorrieron con prisa mi frente, cayendo a mi mandíbula luego de humedecer mi barba hasta caer a la madera. Bajé, escuchando el chirrido de mis botas a la madera húmeda y viendo por todos lados, pendiente de cualquier ruido, mínimo que fuera, para hacer mover a mi puñal. Un ruido… algo que cayó sobre mí… muevo mi puñal en un movimiento diagonal descendente hasta sentir que su filo fue capaz de desmembrar lo que quiera que me había asustado y justo en ese instante, una mano fría sujetó mi muñeca derecha y un cuerpo en mis espaldas apresó mis dos brazos y con el peso de su cuerpo me hizo caer de bruces al suelo, golpeando mi mejilla derecha contra el húmedo piso de madera, hediondo a orín. 


−Vaya Mu, tenías razón, ¡si te seguían! –escuché una voz a mis espalda y de inmediato sentí unas botas de cuero posarse sobre mi cabeza. ¡Demonios! ¡Estaba inmovilizado!


−Te lo dije, DeathMask. 


Una luz quebró la espesa oscuridad que me rodeaba y pude ver un rostro, muy cerca de mí. Hermosas pestañas abundantes, un lunar en su mejilla izquierda, cerca de sus ojos aguamarinas y el espeso cabello celeste que caía en ondas de luz abrillantadas por los rastros del fuego de aquella lámpara de aceite.


−¡Por los Dioses! –murmuró aquel que tenía labios brillantes y sensuales, muy cerca de mí, dejándome sentir con mi olfato su dulce aliento a menta−. ¡Es uno de los hijos de Aspros!


−¡A LA MIERDA! –gritó el que estaba a mis espaldas, soltando mis brazos y quitando el pie de mi cabeza.


Como impulso innato, me hice a un lado apuntando con mi puñal, dispuesto a defenderme de aquellos. La luz de la lámpara de aceite no era suficiente más que para alumbrar el manto blanco del chico que perseguía y dibujar sombras en su rostro de marfil. Ese joven, a quien escuché llamar Mu, tomó la lámpara de aceite para acercarla y alumbrar mi rostro. No podía permitir que me siguieran viendo, me oculté a esos ojos esmeraldas… esperando que la muerte viniese… tal vez aquel que me apresó por detrás pueda dármela…


______________Acto dos: La Esclavitud


///Hace 20 años atrás///


Oscuridad… espesa y cruda oscuridad… Mi esfuerzo por protegerlo fue en vano. Ahora, de nuevo, mi pequeño Shaka estaba entre mis brazos, temblando y llorando por nuestra suerte. ¡Maldita Suerte! ¡Maldita la hora que las hordas de Alhenas vinieron a tocar nuestras tierras y a codiciar nuestros prados! ¡Malditos todos ellos! Y ahora, ni siquiera podía verlo de nuevo… ni siquiera podía verme reflejado en esos ojos azules que tanto amo. ¡Maldito sea todo Alhenas!


Ahora, gracias a mi ceguera, todo sonido aturdía mi cabeza. El movimiento de la rueda de madera, que aplastaba cada piedra en el camino, más el paso lento y firme de los caballos, su respiración, la respiración de Shaka y el llanto de Shion, a mi lado, rezando a los dioses de nuestra dinastía por un poco de piedad. Tenía miedo, tenía dolor y tenía al mismo tiempo, deseos de no odiar y deseos de morir. ¿Qué clase de destino nos esperaba en la capital de Alhenas, Pólux? Esperaba, que fuera la muerte…


El fuerte olor a aserrín y plasta de caballo me asqueaba. Ya nada queda de nuestros perfumes de arándolos, canela y vainilla. Sólo el sudor y nuestras defecaciones en ese ambiente infrahumano, sólo el orín y el alcohol fermentado que los soldados de Alhenas tomaban para festejar su triunfo. Sólo el hedor, sólo la inmundicia, la humillación. 


El ruido cesó. Shaka despertó de su somnolencia al sentir que los caballos se habían detenido. Quiso levantarse pero lo apreté entre mis brazos coartando cualquier movimiento, asustado ante nuestro futuro. No me importaba sufrir todas las penalidades juntas. Pero mi pequeño hermano, mi pequeño Shaka, a él debía salvarlo. Sus pequeñas manos lograron zafarse de mi agarre severo para posarse en mi rostro. La textura fría y tierna de su palma estremeció mi piel, provocando unas intensas ansias de llorar. Pero no podía hacerlo… en ese momento yo era su sostén, su fortaleza. No podía derrumbarme ante mi pequeño lucero. Así que le sonreí, tratando de calmar su temor y lo logré, porque se recostó en mi pecho tomando con sus pequeñas manos mi túnica manchada de sangre y cenizas. Lo abracé de nuevo, intentando darle fuerza a su infantil cuerpo.


−Papá vendrá a buscarnos, ¿verdad? –su voz, su dulce voz de niño, retumbó en mi corazón, lacerándolo de impotencia.


−Todo estará bien−le dije, en un intento de ser fuerte.


No había modo de que nuestro padre nos salvara. A esa altura podía asegurar que el castillo de nuestra capital habría sucumbido y de seguro, nuestro padre y madre estarían muertos. Aprisioné más su pequeño cuerpo, acariciando su corta cabellera dorada al nivel de sus hombros con mis largos dedos sucios aún con el rastro de sangre seca que sentía pegada a mi dermis.


−Tengo que mantener los ojos cerrados como tú, ¿verdad?


−Sí, cierra tus ojos Shaka. No los abras sin importar que ocurra, no los abras…


El dolor que quemó en mis retinas al momento de sentir ese polvillo en mis ojos no había forma de ser descrito. Era como si un fuego quemó cada nervio, desahuciándolo hasta quedar en la completa oscuridad. La desesperación me embargó en el momento, no logrando otra forma de liberarme del dolor más que lastimando a mi propia garganta con un grito agónico que raspó mis pulmones contraídos y sin aire. En ese momento, mi voz resentía dicho esfuerzo.


Escuché el sonido de las cadenas moverse y supe que ya habíamos llegados. Rogué a la luna y Buda que nos ampare.


______________Acto tres: El desheredado


En otras oportunidades habíamos buscado por cielo y tierra a los malditos herederos de la corona que escaparon en medio de las revueltas. Incluso, habíamos creído que estaban muertos y de verdad, tampoco afectaba nuestra causa. Mientras él estuviera con nosotros, con sólo su cabello dorado y la señal de los dioses, todo el pueblo lo aclamaría y luego de librarnos, podríamos coronarlo a él como el sucesor de la corona. Después de todo, él también fue un príncipe. 


Sin embargo, la vida nos ha dado la buena fortuna. El hombre con aquella capa oscura que tenía bajo mis pies resulto ser uno de los herederos. La suerte no podía estar lejos de nosotros. Esto debe ser una señal de Ares.


−Pues sí… es uno de los herederos. ¿Quién eres? ¿Kanon o …?


El aludido bajó su rostro aún más, intentando que no viéramos las facciones ya evidentes. Incrédulo si creyó que por ser el hijo del antiguo rey tendremos pleitesía. Era un cobarde, un traidor y lo trataría como tal. Por ello, agarré el manto echándolo para atrás y en el momento que intentó apuntarme con su graciosa arma lo desarmé, con una patada que golpeó su noble semblante. Lo vi vomitar sangre y me reí, divertido al tener el honor del golpear a uno de esos monarcas que odiaba de niño y que sólo por ese hombre estaba ahora tratando de regresarlo al trono. Sí… sólo por ese hombre que amo soy capaz de bajar a los infiernos.


−¡DeathMask! ¡No lo golpees!


−¡Calla Mu! ¡El maldito quiso lastimarme! –tomé su cabello azul desordenado para verlo directamente a la cara y él, irónicamente, me escupió como recuerdo de una vez que hice los mismo hace años. Lo golpeé fuertemente en el rostro hasta atontarlo.


−¡Delio! ¡No lo hagas!


La dulce voz llamándome por el nombre que sólo tengo reservado en nuestro escondite llamó mi atención molesto. Fijé mi mirada en Afrodita, ese hombre hermoso que nos acompañaba y que es mi cuñado, intentando calmarme para no golpearlo con mis manos. Si Shaka se enteraba que lo había lastimado, estaba seguro que me castraría.


−¡Dita! ¡No vuelvas a llamarme por ese nombre o no respondo!


−¡Entonces no lo golpees! ¡Es hijo del rey!


−¡Me vale una mierda eso…!


−¿QUIÉNES SON USTEDES?


Todos volteamos a verlo. Tal parece que aún en su ronca voz hay vestigios de su soberana autoridad. Fue imposible no sentirnos intimidados al escuchar esa pregunta dicha con tanta determinación.


−¿Nosotros? –le susurré con aire triunfante. Ese maldito era mejor llevarlo frente a frente al gestor de esta revuelta que promete mucha sangre−. Somos tus verdugos.


Lo golpeé entonces con una patada en el estomago para que se reclinará sobre sus rodillas, antes de asestarle un golpe en su cuello que lo desmayara frente a nosotros. No había duda de ello, debíamos llevarlo frente a él.  Lo cargué sobre mí, usando mi cuerpo como carretilla humana mientras me di la señal a los otros dos que me siguen. Debían obedecerme sin chistar, yo soy el segundo al mando en esta revuelta y mi voz, es orden y es justicia. Era hora de regresar…


______________Acto cuarto: El Odio


///Hace 20 años///


Zavihaj, segunda fortaleza de Auva, cayó bajo nuestros pies. Mi ejército de guerreros tomaron entre los hierros de nuestros caballos y el filo de nuestras espadas a la ciudad donde los reyes de este pequeño país se había ido a resguardar. Observé de lejos la estela de fuego y azufre de nuestras catapultas, los muros que cayeron bajo nuestra fuerza y algunos gritos de personas que no me importaban en lo más mínimo. Este reino sería de mi hermano. Sólo podía pensar en ello.


−Príncipe Defteros.


Escuché a mi lado y al voltear vi enmascarado a Dohko, mi principal general y mano derecha. Kardia, el segundo al mando se nos adelantó esperando la señal de retomar al ejercito y llevarlo en contra del castillo que ya iba cediendo a las piedras que arrojábamos desde nuestra posición, usando las maquinas de desastre que crearon nuestros militantes en Alhenas.


Todos estábamos ataviados con nuestras armaduras. Acero grueso sostenido con cuerdas de cuero, protegiendo nuestros hombros, pecho y espalda, piernas y brazos. Una máscara que cubría desde nuestra nariz hasta las mandíbulas, nuestra señal y sello como ejercito de Alhenas. Nuestros cabellos alborotados y llenos de tierra, ceniza, sudor y sangre, justo como nuestros ropajes y nuestras armas. Estábamos a un paso de terminar la conquista y era hora de destrozar la familia real. Mi vista estaba fija en ese castillo que caía a nuestro paso, viendo derrumbarse la torre de la izquierda ante el fuego que lo consumía. Ya era hora de aparecer.


−Ha llegado la hora, su majestad−la voz de Dohko resonaba emocionada. Veía en sus ojos verdes la sed de sangre.


−Denos la orden, ¡ya quiero seguir bailando! –pidió Kardia, con sus ojos azules inundados de ansias de más muertes. Podía ver incluso un fuego emanando de su ser y consumiendo todo nuestro alrededor. La misma adrenalina, el mismo éxtasis, esto que nos une como soldados de guerra. El deseo de ver la muerte y mofarnos de ella.


−¡ADELANTE! ¡POR EL REY ASPROS!


La coral que repitió este último grito hizo que mi sangre hirviera en mis venas y mi corazón ya acelerado retumbara de la emoción. Pronto con un sólo movimiento de mis manos y piernas el caballo que me sostenía se abalanzó sobre aquellos antiguos prados de trigo para adentrarse a la ciudad, seguido por mí ejercito de 1500 hombres. Podía sentir el fuego de la muerte bullir mis carnes y el sudor correr por mi cuerpo mientras me excitaba, viendo como tomaba otro reino para ofrecerle de tributo a mi hermano, el rey de Alhenas, Aspros. Los alaridos de guerra y victoria me acompañaban y corría contra el viento que golpeaba y lavaba mi rostro. El humo y el hollín quisieron nublarme la vista, pero jamás, alguna cosa, podría quitarme el dulce sabor de la sangre


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El bullicio del alrededor me aturdía. Estaba asustado, terriblemente asustado. Fui alejado de mi pequeño hermano, separado de él y sólo podía escuchar el sonido de su voz llamándome desesperadamente. ¡Buda! ¡Por favor apiádate de nosotros y danos una muerte digna! ¡A nosotros que te hemos servido con nuestra vida! ¡Apiádate!


Fui empujado y la música de aquel lugar sonaba con fuerza, junto el pase de bailes dado a los sonidos de los pasos armoniosos y las risas de un centenar de personas. Estaba amarrado de pie y manos, con un collarín que me habían colocado en mi cuello y que aún me dolía por la irritación que me creaba la fricción a mi piel. Escuché palmadas y se hizo de inmediato silencio. No tenía idea de donde estaba, pero el mutismo precipitado puso mi piel a temblar, mis piernas a desfallecer. Pero no, no mostraría miedo… aún no…


−¿Quién es? –escuché desde lo lejos. El eco de salón hizo que esa voz gruesa resonara en mi oído más de una vez.


−Asmita, príncipe de Auva.


Al escucharlo, un leve murmullo se hizo presente en el salón y fue acallado por otra palmada. Mi corazón latía con velocidad, mi sangre se congelaba en mi pecho y sentía que la saliva se secaba de mi garganta. Empecé a temer cuando escuché los pasos acercarse desde el sitio donde se ejecutó la pregunta. Pasos finos, de zapatos de realeza y una tela que rodaba en el suelo al ritmo del acercamiento. Pronto el aliento a alcohol embargó mis sentidos, sintiendo que aquella persona se había acercado tanto que hasta mis poros podían sentir que lo estaban tocando aún a pesar de no haber contacto alguno. Estaba asustado y ahora el temblor en mi cuerpo y el respirar apresurado me delataban. La presencia de esa persona me presagiaba el peor de los castigos.


−¿Príncipe dices? Pero mi hermano no acostumbra a tomar rehenes reales…


−Lo encontré escapando y al verlo, supuse que a usted, mi rey, le gustaría tener el honor.


−Bien has hecho… muy bien… ciertamente…−su mano tocó mi mejilla y de inmediato me retiré, recibiendo de recompensa un fuerte agarre de mi mentón que me acercó aún más a su faz. Me detuve, congelado, abrumado por el terror−, no había visto hombre tan hermoso. ¿Tu nombre, soldado?


−Aldebarán, hijo de Taurus.


−Bien, Aldebarán. Serás recompensado por este obsequio. ¡Preparadlo para el espectáculo!


Mi cuerpo me alarmaba. Presagiaba que algo horrible ocurriría si no me defendía. Intenté en vano liberarme de mis ataduras, forcejear evitando que me llevaran al sitio donde querían colocarme. Mordí mis labios con rabia, para hacerlos sangrar hasta que sentí, que varias manos comenzaron a despojarme de mis atuendos. Abrí mis parpados aterrorizado… No… ¡No quería creer que esa fuera mi maldita suerte!


Moví mi cuerpo entero en un desesperado esfuerzo de resistirme. Pronto mi obstinación me hizo merecedor de una bofetada que partió mi labio en dos. Mis manos fueron separadas y extendidas en forma diagonal en una mesa de madera y mis pies sujetos a la misma base, con mis piernas flexionadas y abiertas. Desnudo, aún intentado mover de lado a lado mi cabeza. Prefería entonces morir… prefería suicidarme antes y estaba dispuesto a arrancarme de un tajo mi legua para desangrarme cuando un cinto evitó el proceso, obligándome a tener la boca abierta y ahogando mis gritos de auxilio. Las lágrimas empezaron a brotar de mis cuencas heridas, ahora sólo viendo oscuridad, mientras mis gritos eran sofocados por aquel cinto. Herí mis muñecas y tobillos en un intento en vano por soltarme. Las risas y aplausos del lugar me dieron indicios de que esto, este destino para ellos era todo un teatro. Un maldito teatro. Forcejeé aún más, grité con todas mis fuerzas humanas. No podía… no podía dejar que me hicieran esto… no podía… 


Sentí que alguien subió en mí, sin tocarme. Una mano tomó mi rostro acariciando mi frente y pasando mi flequillo a un lado. Luego lamió con lascivia una de mis mejillas enjugadas de lágrimas y yo… temblaba presa del más profundo y sincero horror.


−¿Quieres sentir…−le escuche decir en mi oído, antes de clavarme la lengua en él erizando toda mi piel− lo que sintió tu país ahora que lo hemos invadido? –mi cuerpo vibraba de terror… aterrado… ¡estaba aterrado! −. Te haré sentir en carne propia el sufrimiento de tu pueblo.


Aplausos, gritos de éxtasis y de placer de aquellos que eran testigos de lo que sería mi desgracia. Todo eso ahogó mi quejido de dolor cuando sentí aquello penetrarme sin demora, lastimando mis entrañas y golpeando mis vísceras al punto que sentí que mis intestinos fueron empujados al estomago. Salió… Entró con más fuerza. Mi grito de dolor de nuevo fue ahogado por la música de aquella fiesta. Salió… penetró aún más dentro. Un hilo de sangre brotaba de mis piernas y sentí como unos dedos aplastaban mis testículos hasta hacerme llorar del dolor. Intenso y profundo, el calor que abrazaba el dolor era descomunal. Sentía que con cada estocada me partía el cuerpo en dos y mis manos, sangraron heridas por mis propias uñas. No podía morder mis labios para acallar los gritos de auxilio a Buda. Nada podía evitar profanar mi garganta con los alaridos animales que salían en busca de salvación. Las lágrimas corrieron, mi sangre brotó y sentí que el odio tomaba forma en mí. El vil odio…


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Allí estaba, frente a mí, el rey de estas tierras que ya tiene nuevo dueño. Hemos destruido todo a su paso, sólo queda aquel salón que se incendiaba al paso del fuego que hemos provocado. Ataviado con un enorme traje azul zafiro y joyas, el hombre estaba frente al trono con el cuerpo de su mujer, la reina, inerte en sus piernas. La había matado con sus propias manos bajo la desesperación. 


−Rey de Auva. Venid y pelead con honor−le dije, arrojando una espada en medio nuestro.


El hombre de cabellos dorados ya emblanquecidos por el paso de algunas canas, besó la mujer en sus piernas antes de tomar el cuerpo y dejarlo a un lado. Se levantó, con todo el honor que profesa un rey de tierras lejanas, hasta tomar la espada con sus manos y posar su posición de ataque. Apunté mi espada larga, dispuesto a tomar la vida de ese hombre y llevarle la corona como muestra de la conquista a mi hermano. Y así, empezó el combate.


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Quien dijo ser el rey había dejado su esencia plasmada dentro de mi cuerpo ya por tercera vez, mordiendo mis tetillas hasta hacerlas sangrar, aplastando mi intimidad, sangrando por las aruñadas y mordidas que habían abierto herida a lo largo y ancho de mi cuerpo y esas manos que tomaron mis caderas una vez más, para volver a penetrar mis ya heridas entrañas y escuché de lejos las voces que animaban mi castigo. Sentí que en un momento estaba a punto de perder el conocimiento y anhelé ese descanso. Pero un montón de agua fría a mi cuerpo y rostro casi me ahogó y me hizo despertar. Los aplausos continuaron hasta que al final, el rey se cansó.


−Ya me cansé, por ahora…−dijo victorioso, orgulloso de haberme tomado hasta matarme de dolor. Pensé que ya había acabado−Ahora… disfrútenlo ustedes también ¡En mi nombre!


Escuchar eso creó un vacío en mi estomago. La voz que ya había callado por falta de fuerzas dio otro alarido clamando piedad, cuando sentí que varias manos se acercaron, labios desconocidos empezaron a recorrer mi cuerpo. Una mordida en ambas tetilla, dos lenguas en mis oídos, otra más recorriendo mi vientre. Una boca que engullo mi hombría y otro más que me penetró en el momento….


Enloquecí… 


−¡DEMONIOS! ¡MALDITOS DEMONIOS! –logré gritar, desesperado por el dolor− ¡AAAAARGGHHHHH! –aquello que me penetraba era más de lo que podía soportar−. ¡MALDITOOSSS! ¡MIIIIL VECESS! ¡MIIIIIIL VEEEECEEEES! ¡AAAAAARGHHHHH!


Grité y de respuesta sólo tuve risas, aplausos y gemidos roncos de aquellos que tomaron y laceraron mi cuerpo virgen. Grité por varios minutos, hasta que de nuevo, me quedé sin aire…


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El filo de mi espada penetró por su barbilla, abriendo la carne hasta bajar por el cuello y salir por la base del cuello en la espalda y así, cercenar la cabeza del resto del cuerpo. Pude escuchar, complacido, el sonido del hueso ceder a la velocidad y el golpe, la piel desprendiéndose de los músculos, los tendones y nervios cediendo al paso del hierro. ¡Música a mis oídos! Y luego de eso… el golpe secó de una cabeza rodar con el sonido del oro caer en un lado, dejando un charco de sangre a su paso y por el otro, el sonido de un cuerpo inerte caer sin vida a mis espaldas. La sangre golpeó mi rostro y dejó una gota en la comisura de mis labios. La lamí, gustoso, como si fuera a recibir vida al hacerlo.


Volteé y vi a mis dos más fieles acompañantes, Dohko y Kardia, con su rostro llenó de sangre y sudor de aquellos que se interponen en nuestro camino. Dibujaron sonrisas complacidas. En sus rostros. Hemos ganado.


−Y con esto, hemos matado honorablemente al rey de Auva.


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Mi cuerpo estaba adormilado, mis piernas dormidas ante el dolor y la posición. Era el sexto… el sexto de distinto espesor y longitud que estuvo manchando mi cuerpo con su asquerosa y viscosa semilla. Dientes que mordieron mi piel, labios y bocas que chuparon mis dedos. Una lengua que penetró en lo que pudo en mis labios que ya no hacían movimiento alguno. Me había rendido… me había rendido a mi penitencia… Sólo podía ver oscuridad… la oscuridad más espesa y horrible que pudo haber existido y el fuego negro que penetraba en mis entrañas. Odio… el más profundo y puro estado de odio… odio a esta nación… odio al rey… odio a quien nos conquistó… odio a Buda que me abandonó… odio… 


Entonces, sentí la voz de mi padre llamándome a lo lejos… Vi de nuevo las praderas de nuestro país iluminándose con los rayos del sol. Shaka corría en medio de las planicies, con su cabello dorado y su sonrisa de plata, con sus ojos zafiros llamándome y convidándome a seguirle. Shaka… Mi pequeño Shaka… La luz del sol… los colores del amanecer… los verdes prados… las flores y plantas… nuestro reino… nuestro país… nuestro hogar… 


Me había ido… Mi alma había abandonado mi cuerpo y se había ido, muy lejos, lejos del dolor y la humillación. Lejos de aquellos que usaban mi cuerpo como carne de carroña… Muy lejos… Y en ese momento, el fuego negro comenzó a devorar toda la imagen. Vi que todo se consumía en llamas oscuras, dejándome en la nada. Sentí frio y de nuevo me estaba ahogando. Me habían despertado con otro poco de agua y vinagre, para hacer arder mis heridas. 


Odio…


El más profundo odio…


Otro más pequeño estuvo penetrándome… ya no sentía dolor… ya no sentía nada… mi cuerpo ardía y desfallecía y yo sólo podía pensar en una cosa… 


Odiar…


No podía ver… ellos me quitaron la vista y ahora, este maldito odio que ha germinado en mí, no tenía rostro… mi odio no tenía forma… era amorfo… era mutante… era aterrador y es mío.


Odio…


Y Locura…


Mataré a Shaka…


Tenía que matarlo… no podía permitir que él pasara por este infierno…

Notas finales:

Este es mi nueva propuesta de un Universo Alterno. Espero que les guste y me dejen sus reviews.

Ligo personajes The Lost Canvas y Saint Seiya. No es un crosorver porque pertenecen al mismo universo, pero los personajes The Lost Canvas tendrán más edad que los de Saint Seiya original

Los nombres de las ciudades y paises estan basados en las estrellas de las contelaciones de los reyes. En este caso el reino de Amsita y Shaka en estrellas de virgo y el de Aspros y Defterso en estrellas de Geminis


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