A salvo detrás de los enormes muros de mármol y roca del Santuario, no me atrevía a ir más allá de Rodorio. Desde allí, sentado en la saliente de un risco admiraba la gran ciudad de Atenas con su puerto maravilloso.
A diario me tomaba un tiempo para pensar que se sentiría pasar un día entre la gente “normal”. Imaginaba las historias que podrían contarme, sus experiencias, sus alegrías y sus tristezas. Tanto tiempo viví en aislamiento que ahora la vida bulliciosa de la ciudad me parece encantadora.
Anhelaba pasear por las calles atenienses disfrutando del sol mediterráneo en mi piel, sentir la brisa marina y su sabor a sal. Comer algo en algún restaurantito que encontrara en mi camino y simplemente deambular y experimentar esa vida. Hmmm todas esas personas tienen tanto y no lo saben, no lo valoran.
Imaginaba los rostros de la gente, pensando en que lo mas seguro era que todos ellos nunca conocerían el mío. Disfrutaba viendo las idas y venidas de los autos, y como había momentos en que hombres y mujeres abarrotaban las calles, a veces en armonía, otras veces quejándose de sus problemas; si yo fuera ellos me olvidaría de quejarme y atesoraría cada instante.
Caminar por esa avenida que corre a lo largo de la costa, y llegar hasta el puerto, en donde a diario decenas de grandes barcos zarpan y atracan, unos llevando gente hacia las islas, otros cargados de mercancías, y también estaban las embarcaciones pequeñitas de pescadores locales que muy temprano por las mañanas regresaban con sus redes repletas de peces, crustáceos, moluscos.... El puerto… el mar me llama mucho la atención, su constante movimiento, su fuerza y su nobleza., los misterios que se ocultan en él.
Quería encontrar el valor para aventurarme a vivir al menos sólo un día en la ciudad y después de eso, no pediría nada mas, lo que fuera que me deparara el destino lo aceptaría sin problemas, y sin quejarme.
Y ahora estoy aquí en el puerto, sentado en un pequeño muelle, viendo el va y ven de las olas del mar. El sol se pone en el horizonte y las primeras estrellas comienzan a salir.
No puedo quedarme con el crédito de haber encontrado el valor para venir aquí, fuiste tú el que me animó y el que logró lo que parecía imposible.
Me observabas mientras yo soñaba despierto, y con sumo cuidado y la ayuda de nuestros amigos, lo planeaste todo para que yo no pudiera encontrar un pretexto para negarme.
Te lo agradezco, me hiciste vivir el mejor y más especial día de mi vida, paseamos por la calles, me tomaste de la mano y tratabas de responder cada una de mis preguntas sobre la vida en la ciudad, pues yo sabía que tu venías con frecuencia. Demostraste infinita paciencia cuando me detenía a admirar mi alrededor. Comimos juntos en una hostería encantadora; y para el final dejaste lo mejor. El puerto. Me trajiste hasta este pequeño muelle, corrí hasta llegar al final del muelle y tú te quedaste atrás observándome. El viento soplaba e hizo flotar mi largo cabello, las olas al romperse en contra de los pilotes que sostienen la estructura de madera me salpicaron con su espuma blanca. Y en silencio admiro el paisaje y lo guardo para siempre en mi corazón. El olor de la brisa marina es tan especial…
- Mü, debemos irnos…
Me levanto y giro para mirarte. Sobrio, con tu característica seriedad eres tan guapo. Con timidez me acerco y te abrazo, siento tus brazos rodeando mi cintura y una de tus manos se mete dentro del bolsillo trasero de mi pantalón, lo que me hace sonrojar. Te inclinas para besarme con dulzura y yo me paro de puntitas para estar casi a tu altura. Perdido en tus labios trato de hacerte sentir todo el amor que siento por ti, y mi enorme agradecimiento. Al separarnos no dejo de mirarte.
- De no ser por ti, dudo mucho que me hubiera atrevido a bajar solo…Gracias Saga.
Tu sonrisa, tu largo cabello azul flotando con la brisa del mar, nuestras manos entrelazadas, el horizonte encendido por el atardecer y el puerto de Atenas, son recuerdos que atesoraré hasta el ultimo día de mi vida.
FIN
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