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Criaturas por AthenaExclamation67

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Criaturas


By AthenaExclamation67


 


 


Uno cree que con el tiempo, los que estuvieron a su cuidado, maduran. Crecen y enfilan el camino. Hallan el sendero por el que deben seguir sus vidas, y dirigirse hacia su futuro. Uno que no está escrito. Uno que ellos mismos irán relatando al ritmo que vayan marcando. Pero lo que uno nunca espera. Es que después de tantos años de duros entrenamientos, clases y charlas hasta altas horas de la noche. Se sigan comportando como críos de parvulario.


 


 


“POV SHION”


 


Pasaba mis días meditando. Pensando en que, a pesar de que la paz era duradera, nuestras vidas, se habían vuelto demasiado monótonas.


 


Pero lo que yo no sabía, era que por una simple fecha, todo cambiaria, y que uno de mis queridos discípulos, se volvería algo alocado por un día.


 


Todo comenzó una mañana de jueves, 22 de abril concretamente, cuando al finalizar la reunión de rutina y después de que les dijera a los caballeros que podían marcharse a sus templos para poder seguir descansando y cuidando de sus casas por el resto del día. Afrodita, dio un paso adelante y habló para comunicarnos a todos algo importante.


 


- Chicos… - dijo - la cosecha de rosas fue excelente, y como todos sabréis, se acerca el día de la rosa y el libro - tomo aire - espero… - hinchó las aletas de su nariz de un modo gracioso e inspiró profundamente - que si alguno de vosotros va a regalarle rosas a alguien - exhaló - no vayáis a comprarlas a algún jardinerucho del pueblo - los ojos de Afrodita miraron a todos y cada uno de sus compañeros, a mi incluido - porque lo sabré, mis rosas tienen un aroma único, y como huela por aquí a alguno que no sea el de las mías, tendréis que veros las caras conmigo - se sonrió y sus ojos brillaron de un modo terrorífico - así que estáis advertidos… - se dio la vuelta y descendió hasta su templo, dejando al resto de caballeros algo perplejos. Caballeros que en cuando vieron que el guardián de Piscis estaba suficientemente lejos, empezaron a reír.


 


Como siempre, después del breve y conciso alegato de Afrodita, el grupo se deshizo y cada uno se marchó para sus templos. Solo quedaron unos segundos charlando Mu y Milo, que parecían planear algo.


 


- De esta vez no pasa Milo… - susurró Mu sonrojándose, sin importarle que yo pudiera escucharle - quiero conquistar a Saga - dijo tan convencido que mis ojos se abrieron como platos. Tanto como los del Caballero de Sagitario, que se había escondido detrás de unos pilares de roca desde el mismo momento en el que Mu, pronunció el nombre de Saga.


 


Milo asentía sonriendo a su compañero mientras yo les escuchaba desde la lejanía. Y mientras Sagitario, espiaba escondido como Mu, planeaba.


 


- Le voy a regalar una docena de rosas a Saga - prosiguió explicándole a Milo - venga - le agarró del brazo - ¡vayamos a hablar con Afrodita ahora mismo! - calló y jaló a Milo del brazo hasta que entraron en la doceava casa del santuario.


 


Rápidamente, caminé solo para poder ver con mis propios ojos, como Aioros salía de su escondite y así poder ver la reacción ante lo que acababa de suceder.


 


No tuve que esperar demasiado, puesto que cuando llegaba a las escaleras que descendían hacia la Casa de Piscis, Aioros salía de su escondite y empezaba a patalear contra el suelo, rabiando y renegando. Protestando una vez tras otra.


 


- ¡Pero que se ha creído! - mascullaba - que no piense ni un momento que va a pretender a MI Saga - empezó a descender furioso, cosa que me hizo pensar algo que no sucedió, puesto que tan rápido como entró a la Casa de Piscis, salió y traspasó las restantes hasta llegar a la suya y encerrarse allí hasta bien entrada la noche.


 


 


Durante el resto del día, Aioros permaneció en su templo. Lo supe, porque estuve pendiente de ello. Deseaba saber cuál sería su estrategia. Ya era demasiado el tiempo, desde que se podía leer en sus ojos lo que sentía por el que una vez tanto daño le había hecho, pero el corazón, impredecible y traicionero, le había hecho sentir algo por alguien al cual nunca imagino que pudiera fijarse.


 


Agradecí que Aioros supiera perdonar, que pudiera olvidar y recuperar el tiempo perdido. Sentir como estaba sintiendo. Ser el niño que nunca pudo ser. Tener arrebatos de celos. Y esperaba que estos, no le llevasen a hacer locuras demasiado incoherentes.


 


 


Cuando ya la noche había caído, y la luna alumbraba con su tenue luz las frías rocas de los templos. Decidí que por fin debía ir a descansar tras ese largo día. Pero una perturbación, una ligera y casi imperceptible perturbación en el cosmo de Sagitario, me sacó la idea de la cabeza y logró llevarme hasta el balcón principal de mi templo, pudiendo apreciar plenamente, a Aioros escabulléndose entre las enormes rocas, adentrándose sin ser visto a los templos hasta que finalmente, se detuvo en la Casa de Piscis, y asaltó sus jardines, llevándose con él todas y cada una de las rosas que había florecido en los rosales. Llevándoselas por el mismo camino por el que había venido, y sin detenerse hasta el tercer templo del santuario. Géminis, en el que su guardián permanecía dormido.


 


Intuí perfectamente lo que Aioros estaba haciendo, y sin más, me retiré a mis aposentos, pensando en lo divertida que sería la reunión del día siguiente. Puesto que Afrodita reclamaría y buscaría al culpable de lo acontecido a sus rosales.


 


 


Dormía plácidamente, cuando un grito, y no los primeros rayos de sol despuntando en el nuevo día, me despertaron sobresaltándome, haciéndome recordar lo que había sucedido en la noche, por lo cual me acicalé rápidamente, para recibir a los protectores del santuario en uno de mis salones seguramente en un tiempo bastante breve.


 


“FIN POV”


 


El primero en llegar, como no podía ser de otra forma. Fue Afrodita. Que como un rayo, se plantó frente a Shion y empezó a explicarle el estado en el que había encontrado sus rosales en la mañana cuando había acudido a regarlos como cada día desde que ocupaba ese templo.


 


Después, a paso lento, fueron llegando el resto de caballeros, que escucharon repetidas veces, conforme fueron llegando, las mismas palabras que el guardián de piscis fue pronunciando.


 


- ¡¡Alguien asaltó mis pobres niñas!! - renegó una vez más cuando vio llegar a Aioros, faltando aun Saga por llegar a la reunión - un vil ladrón del pueblo - dedujo - se adentró en mi templo y arrancó de cuajo todas las rosas de mis rosales, dejando solo las ramas peladas y así poder venderlas hoy - se mordió el labio apenado, haciendo sentir mal a Aioros interiormente - ¡¡HAY QUE ENCONTRAR AL CULPABLE!! - gritó viendo llegar a Saga.


- Perdón por tardarme tanto… - susurró con un sonrojo extraño en su rostro, extraño para casi todos.


- ¡¡SAGA!! - fue a hablar de nuevo Afrodita, queriendo explicarle lo sucedido, aunque Shion le interrumpió.


- Es suficiente Afrodita… ya todos sabemos lo ocurrido - hablo con seriedad - más tarde, Aioros se encargará de encontrar una solución a este problema - alegó - esa será su primera tarea como parte de su entrenamiento para ser mi sucesor - continuó, haciendo que todos sonrieran, dejando algo más tranquilo a Afrodita ya que sabía de la eficiencia del guardián de Sagitario, aunque lo que no sabía, era que en este caso, también era el culpable del estado de los rosales de su precioso jardín.


 


Aioros se estremeció. En su interior, un pensamiento retumbó en su cerebro… ¡¡Shion lo sabía!!


 


Evitó temblar. Evitó mirar a Saga. Evitó cualquier contacto visual con sus compañeros. Solo frunció el ceño tratando de disimular, asintiendo, queriendo demostrar que estaba concentrado, pensando quizás en un plan con el que hallar a los culpables del asalto al santuario.


 


Pero en su interior sabía que al finalizar la reunión, Shion le llamaría para concretar el plan a seguir, y entonces, le llamaría la atención y también le aplicaría el consiguiente castigo por la acción cometida.


 


No fue capaz de prestar atención en toda la reunión, solo pensaba, meditaba. Estaba completamente metido en su mundo. Tratando de imaginar el momento en el que Shion le había descubierto. Y tan distraído estaba, que ni cuenta se daba que Saga lo miraba y se sonreía sonrojado, mirándole extrañado, intuyendo que algo le pasaba.


 


Finalmente. Y como había intuido, cuando la reunión toco a su fin, Shion le hizo esperar para poder hablarle unos segundos, dejando que el resto de caballeros se marchasen, no sin antes entregarles a todos ellos un libro en señal de amistad, celebrando la festividad de San Jorge.


 


Cuando quedaron a solas, y una vez logró que Afrodita dejara de increpar con el tema de los rosales, Shion le hizo un gesto a Aioros. Gesto que comprendió perfectamente y le siguió al interior de sus salones privados, acompañándole, preparando las respuestas a las preguntas que creería que iba a hacerle.


 


- Aioros… - dijo serio, rotundo, dándole la espalda - ¿quieres contarme algo? - preguntó aun sin girarse, tratando de aguantar la risa, inspirando profundamente para aguantar la compostura, girando sobre sus talones finalmente y con una mirada penetrante que fue directa a los ojos de Aioros, espero.


- Shi… - balbuceó Aioros, pensando una mentira. Mentira que sabía que no serviría y se sonrojó - Shion… - se puso rojo como un tomate y continuó - yo… yo… - apretó sus puños con fuerza, nervioso - ¡¡no podía consentir que Mu se le declarara!! - espetó - ¡¡Saga es mío!! - dijo furioso - ¡¡MIO!! ¡¡MIO!! ¡¡MIO!! - salto y pataleó como un niño, provocando la risa de Shion, haciendo que se diera cuenta de lo penoso de su comportamiento.


 


Shion no sabía cómo parar de reírse. No podía contener las carcajadas que le salían de la boca después de ver como Aioros, al que hacía tiempo había elegido como su sucesor, perdía los nervios por un arranque de celos, aunque en el fondo, entendía muy bien lo que le estaba sucediendo, y solo quería hacerle una pequeña broma. Pero lo que nunca imaginó, es que tuviera que ver lo que estaba sucediendo.


 


- No te preocupes - sonrió acercándose a Aioros que respiraba agitado - te entiendo perfectamente - dijo sin mirarle a los ojos o sabía que debería explicarse - pero deberás ayudar a Afrodita con sus rosales - rió una última vez - puedes inventar cualquier mentirijilla para explicarte… - quiso continuar pero se vio interrumpido súbitamente.


- ¡No! - dijo rotundamente - ya metí demasiado la pata hoy - resoplo enojando - iré a disculparme con Afrodita, y yo me encargaré de que sus rosas vuelvan a florecer… - dijo apenado.


- No esperaba menos de ti - sonrió Shion - espero que Afrodita no te pida demasiadas explicaciones - trato de no reírse - aunque lo veo complicado, ya le conoces - se le escapó una carcajada imaginándose a Aioros explicándole.


- Será un justo castigo - se sonrojó - si me disculpas Shion… - hizo una leve reverencia, despidiéndose de su superior.


 


Aioros espero unos segundos. Segundos que fueron escasos hasta que Shion le dio el permiso para que se fuera y se volvió a incorporar. Dejándole ver al patriarca su rostro preocupado, haciéndole entender, que su  preocupación no era el cómo decirle a Afrodita lo que le había hecho a sus rosales, incluso decirle que le daba vergüenza pedirle las rosas y admitir que eran para Saga. Sino que temía, en lo más profundo de su corazón declararse. Decirle a Saga lo que sentía por él y que lo rechazase.


 


Por unos instantes pensó en darle aliento, en animarle. Pero rápidamente, la idea se disipó, desapareció de su mente ya que creyó que era mejor que él solo decidiera lo que debía hacer, o no.


 


Despacio, Aioros descendió desde el templo mayor. Caminó cabizbajo, pensando en cómo explicarse con Afrodita, meditando las palaras justas para evitar las evidentes preguntas que le haría. Pero tan dispersa estaba su mente, que cuando se dio cuenta y todo el plan estaba perfectamente dibujado en su cerebro. Se encontró frente a la entrada de Piscis y fue recibido con un efusivo abrazo por parte de su guardián. El cual esperaba que el valeroso Aioros, diera con el culpable de tal desastre.


 


Y todo desapareció tan rápido de su cerebro, que tras el jalón de Afrodita que lo hizo entrar inmediatamente en el templo, se puso a hablar nervioso, torpemente, algo que no era demasiado habitual en el guardián de Sagitario, pero cuando se trataba de cualquier cosa que pudiera estar relacionada con Saga, su cuerpo y mente, reaccionaban de formas extrañas.


 


- Afrodita… yo… yo… - empezó a sonrojarse, más bien, el color de sus mejillas, que ascendía hasta sus orejas, era rojo pimentón - lo siento - miró al suelo muerto de la vergüenza - fui yo - confesó sin que Afrodita pudiera decir o preguntar nada - pero te juro que haré lo que sea para arreglar el estropicio… - acabó.


 


El rostro de Afrodita se transformó.


 


Primero, frunció el ceño, mostrándole un gran enojo, después, cuando pudo ver lo apenado que estaba Aioros, siguió con el ceño fruncido, aunque más levemente y unos segundos más tarde, cuando vio que Aioros miraba con tristeza al suelo, entendió que seguramente él, habría hecho algo parecido, pero pensaba sonsacarle alguna información, antes de decirle que le ayudara con los rosales.


 


- Ah, ya entiendo… - dijo con tono serio, fingiendo - entonces para que tú pudieras regalarle a cualquier mujerzuela unas rosas hermosas como las mías, viniste en la noche y organizaste todo este desastre… - se cruzó de brazos, mirándole amenazante, provocándole.


- ¡¡NO!! - gritó Aioros contestándole - no eran para una mujerzuela… ¡¡cómo crees!! - se descubrió a sí mismo, y quedó completamente callado.


- ¡¡Ahá!! - sonrió Afrodita, casi queriendo saltar de la emoción - y… ¿para quién son? - preguntó y no pensaba quedarse sin saberlo, insistiría o le castigaría hasta que le confesara el nombre de la persona que le gustaba.


- ¡¡Afrodita!! - espetó - eso no es de tu incumbencia… - alegó.


- Está bien, puedo reconocer el olor de mis rosas, así que creo - sonrió pícaramente - que si empiezo a descender lentamente por los templos, encontraré al susodicho… - la sonrisa de Afrodita se hizo inmensa, tanto que mostró todos y cada uno de sus perfectos dientes.


 


En ese momento, Aioros no sabía que era mejor, si confesarle el nombre, o dejar que Afrodita fuese de templo en templo hasta que llegara al que evidentemente encontraría repleto de rosas. Y estaba casi convencido que, ya que él no le habría dicho el nombre, iría haciendo escándalo, para que todos le siguieran.


 


Aioros suspiró y se llevó las manos a las mejillas. No recordaba algún día similar en el que hubiera pasado tanta vergüenza, y las frotó levemente, tratando de que ese calor abrumador descendiera, tratando de encontrar un segundo de fuerza para poder hacer que sus labios dijeran el nombre de esa persona a la que le había entregado todas las rosas rojas del jardín de Afrodita.


 


- E… Es… - balbuceó viendo como Afrodita sonreía victorioso - es Sa… - se ocultó detrás de sus manos - Saga… - respiró aliviado, sintiendo que se quitaba un peso de encima.


 


Afrodita parpadeó asombrado, no podía creer lo que acababa de escuchar. Sorprendentemente, el nombre pronunciado era el último que creyó oír, pero él, sabía que el amor, era más caprichoso que nadie. Aún así, le costaba un mundo, creer lo que acababa de oír.


 


- ¿Saga? - le miró pudiendo ver como apartaba las manos de sus mejillas, acordándose de algo, pero prefirió callarlo - en verdad la vida es sorprendente - se acercó algo más a Aioros, pasándole un brazo por los hombros, empujándole un poco - vamos… creo que necesitas charlar… ¿me equivoco? - calló mientras daba unos pasos cortitos, sintiendo como Aioros le seguía y caminaban juntos hacia su jardín. El mismo que había destrozado en la noche.


 


Durante la mañana, Afrodita y Aioros estuvieron ocupados tratando de arreglar el jardín. Dejando preparadas las ramas peladas de los rosales, para que si el tiempo era favorable, pudieran volver a florecer y así lograr que tuvieran de nuevo ese aspecto formidable.


 


Los primeros minutos fueron algo estresantes. La estancia en el jardín, que solía ser relajante para todo el que allí estaba, para Aioros solo suponía una cosa, pensar en cómo decirle a Saga que lo amaba, y por otro lado, también se sentía culpable por el modo en el que salvajemente y por culpa de los celos, había arrancado todas y cada una de las rosas de los rosales de Afrodita, y el pesar era bastante grande, puesto que sabía que el Guardián de Piscis, le dedicaba mucho tiempo a cuidarlos.


 


Pero lentamente, los nervios se fueron desvaneciendo. Afrodita logró sin saber demasiado bien como meterse dentro de ese campo de fuerza que siempre rodeaba a Aioros y lograr así que por lo menos de desahogara un poco.


 


Charlaron de todo y de nada, explicándose el uno al otro diversas tonterías mientras trabajaban en el jardín, hasta que la conversación se puso algo más seria y tras las risas, las palabras fueron algo más sensatas, más profundas. Palabras que pusieron en situación a Afrodita. Y que le hicieron conocer la debacle interior por la que tuvo que pasar el Guardián de Sagitario cuando murió amando, resucitó dolido y comprobó que no podía ocultar que seguía sintiendo a pesar de lo pasado.


 


Afrodita no pudo evitarlo. Y emocionado, abrazó a su amigo y compañero de armas. Entendiendo el sufrimiento de Aioros que ni de lejos se acercaba al que alguno de ellos había pasado.


 


Realmente no sabía cómo alentarle, como animarle. Todos estaban muy cambiados desde que reinaba la paz en el santuario, desde que la guerra santa había terminado. Pero ni de lejos sabía lo que sentiría Saga. Y por otro lado, debía callar, tal y como Mu le había pedido cuando en la noche anterior había acudido con Milo a su templo para realizarle su “encargo especial”.


 


Se giró un instante y mordió su labio, inspirando lento y profundo, regresando rápidamente la mirada a Aioros para que no sospechase y sonrió.


 


- ¡¡Todo saldrá bien!! - espetó espantándole, sin que Aioros lo esperara - verás que sí - dijo queriendo disimular, aunque no sabía cómo acabaría ese día - ¿Crees que Saga sepa? - le miró de reojo, poniendo un poco más de arena con abono en el último de los rosales.


- Quién sabe Afro… - susurró - podría decirse que debería saberlo - miró triste al suelo - aunque quizás no se acuerde de ello…


 


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Aioros quedó completamente mudo, recordando las  noches de hacía demasiados años, 13 concretamente, en las que ambos eran jóvenes, muy jóvenes y nada les preocupaba, nada malo se cernía sobre el santuario y se veían a escondidas de sus maestros. Disfrutando de la compañía del otro, demostrando en silencio, sin palabras, solo con actos, sus sentimientos. Pero un día todo se volvió gris. Y ya no hubo más que dolor y sufrimiento.


 


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La piel de Afrodita quedó más pálida de lo que solía ser. Creyó haber metido la pata puesto que jamás tuvo indicio de esos encuentros. Él era demasiado pequeño cuando ellos ya empezaban a descubrir ciertos sentimientos. Sentimientos que él descubrió más adelante y que nadie le arrebató.


 


- Lo lamento… - dijo triste - no quería hacerte recordar aquello… - susurró nervioso, aplastando la tierra del rosal, acabando su tarea.


- No te preocupes - sonrió aunque triste - hace tiempo que no pienso en ello… - dijo aunque obviamente también dio a entender que no lo había olvidado.


 


Sin darse apenas cuenta, las horas del día habían pasado, y el sol empezaba a ocultarse tras las casas del santuario, dejando que el atardecer adornara con una nueva tonalidad cada rincón del lugar, dejando ver la hermosura que reflejaba.


 


Cansados, aunque satisfechos por el trabajo realizado, Afrodita y Aioros descansaron un rato comiendo un poco de queso, embutidos, pan fresco y algunas frutas, acompañadas con “Retsina” que les alivió la sed y les dio un poco de color a sus mejillas. Cosa que les provoco la risa, más cuando finalmente Aioros le explico a Afrodita el porqué de los cortes de sus manos y este, ya sin saber cómo aguantar la risa, le explicó por si alguna vez se le ocurría volver a arrancar cualquier flor el modo correcto de hacerlo sin destrozarse las manos y de paso, la pobre planta.


 


Cuando pudieron dejar de reírse. Tomaron un café fuerte, para despejarse, acicalándose un poco las ropas que estaban bastante manchadas de arena y barro.


 


- Creo que será mejor que me vaya Afrodita… - dijo Aioros - desde hace un rato siento una presencia que desea entrar a tu casa - sonrió viendo como su compañero se sonrojaba. Notando como esa presencia se evaporaba rápidamente y entraba en la décima casa, quedándose allí estática - volveré mañana - sonrió dándole unas palmadas en la espalda, caminando hasta desaparecer por la puerta que daba acceso a las escaleras que descendían hasta la casa de Acuario, sintiendo como Afrodita corría por su templo. Y supuso que sería para poder bañarse y estar listo para cuando Shura se presentase ante él.


 


Aioros se sonrió mientras descendía las escaleras, pensando en donde se metería Shura para que no lo viera, imaginando en qué lugar estaría también Camus, ya que cuando paso por Acuario no lo encontró allí, hasta que finalmente, se encontró en su templo, y suspiró aliviado. Sintiéndose algo más relajado, agradeciendo mentalmente a Afrodita por el día que habían pasado y se fue directo a su baño, necesitando lavarse las manos que le ardían a pesar de estar cubiertas con sus vendas. Ocultando los cortes que habían producido las espinas de los rosales de Afrodita la noche anterior. Rosales que le habían provocado un extraño escozor. Extraño hasta que recordó el veneno que llevaban impregnado las rosas que eran las armas de Afrodita.


 


Las sensaciones que dominaban el cuerpo de Aioros eran infinitas. Y estas mismas, eran las que hacían que estuviera algo distraído. No era demasiado importante, puesto que era poco probable que alguien atacase, pero aun así, no bajaba del todo la guardia, aunque aquel preciso día, el agotamiento, le hacía percibir todo de un modo diferente.


 


Sus compañeros andaban de un lado a otro visitando seguramente a otros de sus compañeros, o eso intuía, pero él, se encontraba exhausto. Solo esperaba que Saga hubiese visto las rosas, cosa que era difícil que no hubiera ocurrido puesto que las había esparcido por todo su templo antes de que se despertara. Pero lo que más deseaba, aunque no supiera que se las había dejado él, era que le hicieran sonreír. Que se dibujara esa preciosa sonrisa. La misma que solía poder apreciar en aquellas tardes que compartían juntos a escondidas cuando aun las preocupaciones, las obligaciones no dominaban sus vidas.


 


Suspiró…


 


Sus pulmones exhalaron todo el aire que podían retener y lentamente empezó a deshacer los vendajes de sus manos. Los que siempre solía llevar para protegerlas en los duros entrenamientos, pero en esta ocasión, también ocultaban los arañazos producidos por las afiladas espinas de las rosas de Afrodita cuando sin preocuparse de nada, las arrancó sin piedad, solo pensando en agasajar a Saga.


 


Una vez libres de cualquier atadura, observo sus manos fuertes, viendo todos los cortes, dejando después que una de ellas abriera la canilla del agua caliente y las dejo debajo del agua, limpiándolas de cualquier rastro de suciedad, de un poco de sangre que había salido, relajándose mientras el jabón se deslizaba entre sus dedos lentamente y posteriormente, al aclararlas.


 


Tomo la toalla de la repisa, lugar en el que siempre estaba colocada y se miró al espejo, perdiéndose en la inmensidad, en la profundidad de la oscuridad que había a su espalda. La que reinaba en su templo puesto que no solía utilizar fuentes de luz innecesarias, sino que únicamente se acompañaba de las lámparas que tenuemente, alumbraban la estancia que ocupaba.


 


Perdido en sus pensamientos, secaba sus manos, pensando en que sería más adecuado dejarlas sin cubrir para que las heridas se ventilaran, cuando algo se reflejó en el espejo.


 


Aturdido, y sin creer lo que estaba viendo, agitó su cabeza. Pensando que tanto trabajo y el cansancio, le estaban haciendo ver cosas que no eran. Pero se giró. Y entonces pudo ver a la perfección que realmente, sus ojos no le engañaban, y lo que se había reflejado, realmente ahí estaba.


 


- Hola… - susurró una voz aterciopelada, algo temblorosa, adentrándose en el baño privado de Aioros - eso debe dolerte… - añadió tomando aire, queriendo tranquilizarse, pegándose casi a Aioros, que sin darse cuenta, retrocedió hasta que el lavamanos le acorraló.


 


Estaba completamente asombrado, su cuerpo, no respondía a lo que su mente le decía. Y esta, a su vez, le enviaba mensajes a su cuerpo. Cuerpo que reaccionaba de formas completamente incomprensibles para él, aunque ya se sintió así, al lado de Saga cuando eran jóvenes.


 


Era casi como un sueño, como si aquellas noches de hacia tantos años, regresaran para que pudieran estar juntos, pero Aioros, no sabía si Saga se acordaba. Deseaba preguntarle, deseaba saber si guardaba aquel hermoso recuerdo. Anhelaba saber, si podían seguir adelante, olvidando lo pasado, borrando todo lo ocurrido. Empezando como si nada malo hubiera sucedido.


 


Las manos le temblaban, sus ojos no podían apartarse de los de Saga, de las preciosas orbes adornadas de ese azul verduzco, de ese brillo con el que la lámpara iluminaba escasamente la estancia. Deseaba gritarle que le amaba, lanzarse y abrazarle, besarle, poder tomar sus manos, y que estas acariciaran la piel de su cuerpo. Pero estas mismas manos, las de Saga, fueron las que hicieron que al verlas, la magia que empezaba a reinar el momento se esfumara.


 


- Vaya… - frunció el ceño - veo que eres muy querido - acotó viendo una rosa azul hermosísima, una que no había visto cuando en la noche anterior había asaltado el jardín de Afrodita y un paquete, uno que no había abierto, uno que dedujo que también le habían obsequiado.


 


Saga abrió los ojos ampliamente y sonrió. Alzó la preciosa y olorosa rosa azul, dejó que su nariz se impregnara con su aroma y la poso sobre el lavamanos. Sin dejar un solo segundo de sonreír, viendo como al gesto de Aioros, se le sumaba un sonrojo de ofuscación que le pareció bastante gracioso, le miró fijamente, y alzó el paquete después de tomarlo con ambas manos, poniéndolo entre ambos, dejándolo a la altura de sus torsos, haciendo que el espacio que había entre ellos, se redujera un poco más.


 


- Pues verás… - se sonrojó un poco - esa rosa - miró a un lado algo apenado - me la dio Mu - suspiró - y aunque le dije que no podía aceptarla, porque no significaba lo mismo para mí que para él, insistió en que me la quedara… - volvió a mirarle a los ojos, esperando las siguientes palabras, que no demoraron en pronunciarse.


- Claro, ya entiendo… - dijo irónico Aioros - seguro que preferías al pretendiente que te regalo eso - entrecerró los ojos más enojado, apretando los puños, haciendo que los pequeños cortes producidos por las espinas sangraran levemente - aunque podrías haberlo abierto… - calló y respiró agitado, poniéndose celoso, deseando matar a Mu, y de paso, al que le hubiese regalado ese paquete del que desconocía el contenido.


- Por preferir… - calló unos segundos - prefiero a quien sembró mi templo en la noche con esas preciosas rosas rojas - se sonrojó más de lo que hubiera deseado, sabiendo, más después de ver los cortes, después de ver la actitud y reacciones, que había sido él - pero claro - continuó manteniéndole la mirada, sin saber cómo logró hacerlo, esperando que no notara los nervios - no sé quien es - añadió sintiendo que el corazón se le salía por la boca, mintiendo descaradamente respecto al desconocido intruso que sembró su templo con las rosas - por eso vine hasta tu templo - su cuerpo empezó a temblar levemente - para ver si podías ayudarme a descubrirlo - tembló algo más intensamente - por eso y para.. Para… - los nervios no solo empezaron a hacerse intensamente visibles en él, además eran perfectamente visibles en Aioros - para darte esto - el paquete que Saga alzaba con sus manos quedó a la altura de la nariz de Aioros que abrió completamente sus ojos.


 


En ese momento, todo se vino abajo. Su plan mental, ese que rápidamente al ver la rosa se había propuesto, el de hacerse el duro, se desmorono. No supo qué hacer, no supo cómo actuar. Solo siguió el impulso que ganó a su mente. El que le dictó su corazón, el que le gritó. Abrir ese paquete.


 


Sus manos visiblemente nerviosas, tomaron el paquete de las manos de Saga. Sintiendo una pequeña descarga eléctrica cuando sin poder evitarlo, sus dedos se acariciaron. Descarga que conocía, pero que hacía demasiado que no sentía. Y lentamente, deshizo el envoltorio. Primero desató el cordel, después, muy lentamente rompió el papel, y finalmente, pudo comprobar lo que Saga acababa de entregarle cuando más despacio, desquiciando a Saga por la lentitud, o al menos eso le parecía, le dio la vuelta, y pudo ver algo, un libro, que hacía más de 13 años que no veía.


 


- Como… ¿Cómo es posible? - le miró fijamente, sintiendo que su corazón latía desbocado - lo guardaste todo este tiempo… - añadió más no era una pregunta.


-Sí… - contestó - lo he leído todas y cada una de las noches que no nos hemos visto, todas desde que yo ordené… - quedó completamente mudo, recordando el terrible pasado, las acciones que el ansia de poder le hicieron cometer.


- Eso ya no importa… - le tapó los labios con dos de los dedos de su mano derecha - creí que lo habías olvidado… - susurró acariciándole la mejilla con la zurda, pudiendo disfrutar el cálido contacto con la pálida piel de Saga, perfectamente contrastada con el bronce de sus manos - creí - inspiró fuerte - que me habías olvidado… - apoyo su frente contra la de Saga, eliminando cualquier distancia entre ellos.


- ¿Cómo iba a olvidarlo? - suspiró besándole los dedos - ¿Cómo podría olvidarte? - sintió la mano derecha de Aioros rodear su cuello, enredarse con sus cabellos - ¿Cómo podrás perdonarme, y volver a amarme de nuevo? - cerró sus ojos, sintiendo el aliento de Aioros chocar contra el suyo.


-Yo no tengo nada que perdonar… - sus dedos presionaron suavemente el cuello y el cuero cabelludo de Saga como queriendo comprobar que no se trataba de un espejismo - porque aquí nada ha sucedido… - acercó sus labios más y más, casi posándolos sobre los de Saga, dejándolos a escasos milímetros antes de poderlos acariciar - ¿Porqué debería volver a amarte? - cerró sus ojos, sintiendo como Saga se erizaba al mismo tiempo que él - si nunca deje de hacerlo… si por más que traté de olvidarte, de odiarte… - tomo aliento y acaricio con su labio inferior los de Saga - lo único que conseguí fue que lo que sentía por ti, se hiciera más grande… - calló, uniendo sus labios a los de Saga, entregándole en ese beso, su alma. Sintiendo como Saga le correspondía y se abrazaba con fuerza a su cuerpo después de tanto tiempo. Algo que ambos habían deseado desde hacía demasiado, y por fin, por un motivo, u otro, habían encontrado el valor para realizarlo…


 


 


- Fin -


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