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Me gusta el color blanco. por Tim William

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Notas del capitulo:

¡ATENCIÓN!: Este fic he querido enfocarlo, más que hacia un fanfic de Harry Potter en sí, hacia la tragedia de la guerra, y las horribles consecuencias que ésta suele conllevar. Al leer el fic, siempre tenemos que tener en cuenta que "color blanco", desde mi óptica, se relaciona con magia blanca, con Dumbledore, con esos ideales por los que Potter y los suyos lucharon. Lo contrario pasa con "color negro", identificable con Voldemort, los mortífagos y la guerra en sí misma.

Gracias por leer (espero que les guste)!:) timm.'10

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 Me gusta el color blanco

 

La habitación daba vueltas a su alrededor. El color blanco de las paredes se confundía con el color negro de la puerta. Era imposible distinguir donde empezaba el blanco y donde acababa el negro. El bien, el mal.

-Levántate –obedeció sin plantearse nada al respeto.

Debía salir de allí, demasiado tiempo encerrado entre los mismos colores. Estaba delirando. No podía soportar aquel dolor. Le dolían el pecho, las piernas y los brazos, la cara y el cuero cabelludo, sus partes más intimas.

-Ven –se puso completamente de pie y empezó a andar.

Ya no estaba tumbado en la cama, lo sabía. Sus piernas no podían estar quietas y la sangre circulaba con mayor rapidez por sus moratones. No podía mirar atrás, pero quería. Porque quería ver aquella cama blanca como la pared, con sus sabanas, y poder correr hasta ellas y esconderse debajo.

-Desnúdate.

Esconderse y estar a salvo. Ya no podía imaginar huir más lejos de lo que estaba esa cama; ya no recordaba como era el mundo sin ese penetrante color blanco. A veces recordaba algunos colores. Creía que el color de los morados era el color del mar. Y su piel, su piel tampoco era blanca. También sabía que existía el color negro, porque la puerta era de ese color y se confundía con todo aquello que la rodeaba.

Un golpe muy fuerte fue a parar a su cara y la chico cayó al suelo. No se podía levantar. Posó una mano en su mejilla y lloró un poco. Solo algunas lágrimas sin importancia. A nadie parecían importarle.

-Te he ordenado algo. Desnúdate.

Otra vez esa voz y esa orden. No le gustaba. Le daba miedo.

-¿A qué estás esperando?

Esa voz no era blanca, no era buena como su cama. Quería ir a la cama y descansar, estaba cansado. Esa voz era negra como la puerta, y confusa. Se confundía con todo un poco y nunca sabías por donde vendría la próxima vez. Pero a él le gustaba el blanco, el blanco de su cama y de sus sabanas. Porque ese blanco era igual que el de las paredes.

Un pie, calzado, le piso la mano en la que se estaba apoyando. Gritó un poco y también soltó algunas lágrimas más. Pero a ese zapato no le importaba. Miró el suelo: el suelo era blanco, pero el zapato era negro y su mano tampoco era blanca. Por eso a él le pasaban esas cosas; no era blanco, no era puro. Quizá el negro también fuese un color bueno y él no lo supiera. Pero no, no podía ser. Blanco, sólo blanco.

-Levántate, venga –ahora hizo caso.

Se levantó como pudo, le dolía la mano, y la cara, la mejilla. Ojalá fuese blanco, como las sabanas. Seguro que si fuera bueno y puro no le pasarían todas esas cosas.

-Mira allí, ¿lo ves? O cumples mis ordenes o alguno de ellos deberá morir, aquí y ahora. ¿Entendido?

Levantó la mirada hacia donde el hombre de negro le indicaba. Pero allí no había nadie. Solo blanco. Su pared blanca. Le miró otra vez, tras parpadear fuertemente, también le dolían los ojos de llorar. Pero a nadie le importaba. Sólo a su cama, porque era blanca, ella le secaba las lágrimas con sus sabanas y sus cojines blancos. Eran buenos y puros. Muy buenos con ella.

-¿No ves lo que hay? Son tus amigos. Escoge quien debe morir primero, a no ser que quieras entregarte a mí. Podríamos disfrutar juntos.

Él lo escuchaba, escuchaba a esa voz negra como la puerta y que no estaba nada bien definida. ¿Pasarlo bien? ¿Juntos? No estaba solo, la voz negra había dicho juntos. Pero la voz era negra y el color negro le daba miedo. Si todo fuera negro no veríamos nada. Le daba miedo la oscuridad. No, no. Él prefería la luz, el color blanco. Él quería ser bueno y puro, como el color blanco.

-¡Harry, no lo escuches! No te preocupes por nosotros...

Levantó la cabeza, otra vez. Esa no era la voz negra. Miró hacia la pared de antes y allí había gente, mucha gente. Dos hombres con pistolas, negras, en las manos y con dos personas cogidas por el brazo. Eran un chico y una chica. Eran… Ellos eran blancos, si, seguro. Eran buenas personas, y él lo sabia mejor que nadie. Ellos no debían sufrir mucho, quizás un poco, como todo el mundo, pero no mucho. Mucho no.

-¿Te vas a entregar a mi?

Negó con la cabeza, frenéticamente: buenos, buenos. Ellos eran buenos.

-Está bien. Matadlos.

La puerta negra se abrió y los zapatos y la voz se fueron. Ahora las paredes blancas le protegían.

Oyó dos disparos, de las pistolas de color negro, los chicos. ¡Los chicos! Se los habían llevado, los dos hombres se los habían llevado. Miró la puerta y empezó a gritar. Ya estaba cerrada. Sus manos en la cabeza, arrancando el poco pelo que le quedaba. Miró la pared otra vez. Ya no era blanca. Roja, era roja. No le gustaba el rojo.

Esas personas, esas personas... Se fue andando, como pudo, hasta su cama. Blanca, toda blanca. Y se escondió debajo de las sabanas, allí nadie le encontraría jamás. Esos chicos; sus chicos. Él era malo, muy malo. Sus chicos eran buenos y no debían sufrir.

-Malo, malo.

Se dijo, antes de pensar que la próxima vez que le fueran a ver los chicos les pediría perdón y les explicaría que él no era de color blanco y que era malo, muy malo.

Y, de momento, se durmió. Porque no quería pensar más en esas personas, ni en colores, ni en voces ni zapatos. Solamente quería saber porque estaba allí. Él nunca había deseado aquella guerra absurda, ni le gustaba que ese hombre, con cara de serpiente, le tocase y abusase de él. No, no le gustaba y nunca le había gustado. Él no quería eso, no más. Pero, de momento, solo podía pensar en colores y en personas, y en voces y zapatos, en nada más. No quería pensar en nada más. No quería saber nada más. Ya no, ya no más, ya ni siquiera le importaba.

-Si no sé nada, no pasa nada.

Se dijo y, entonces sí, se durmió de verdad.


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