Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Dearly Beloved por Yaoi Lover

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

weeeeeeeeeeeeeeeeeeee como dije, vas a matarme xDDDD pero bueno, espero que te guste nwn yaiii! este fic va para una tomo que conocí por aquí xDDDD espero que lo comentes xDD y claro, espero que a los demás les guste nwn

 

Ah si xDDDD este fic esta dedicado a mi lectora "pequeño gatito" nyooo grax x leerme!!!

Dearly Beloved


 


Sábado en la mañana. En el desayuno. Y tú, como siempre, miras alrededor tuyo como si temieras que alguien descubriera tu secreto. Un secreto que sólo yo sé, como todos los rasgos que nos caracterizan… ¿Y por qué? Por la simple y sencilla razón de que te amo, me amas y eso nos basta. Quiero decir, mirándote tomar tu té, con espasmos metódicos y sigilosa cacería. Ah, ah… canturreo para mí, ¡por los dioses Sei! ¿Hasta cuando aprenderás a ser discreto?... igual creo que nunca, amor…


 


Misantropía, según la DSM-IV y millones de doctores alrededor del mundo. Miedo absurdo, si me preguntas a mí. Resoplo descontento cuando te vuelvo a mirar y la palabrita con m me revoltea sin escrúpulos en la cabeza. Arghh…. No es que deteste los sábados por la mañana, de hecho, creo que es el único día en el que me siento cien por ciento feliz. Feliz, feliz, feliz… maldita sea, ¿quieres dejar de mirar con auténtico pánico a los chicos?  


 


De pronto, tus exquisitos ojos, tan grises como la noche a punto de ser asesinada, se clavan en los míos… y te sonrío, como sólo puedo sonreírte a ti, en la intimidad de nuestro amor: con ternura, brindándote la calma que en ese momento necesitas. Y te juro que hago acopio de todas mis fuerzas para no reírme en tu cara. Ahm… no, no eres tú… jejejeje; es que esa manía la tuya me pone loco, enserio. Me confunde los sentidos porque por un lado, Sei, eres mi sacrifice… (y más que ese conveniente título, eres mi pareja). Así que aunque queriendo y no, no puedo disfrutar de tu dolor porque de cierta forma tú y yo sabemos bien lo mal que me pongo en esos términos.


  


Muerdo el borde de mi taza de delicioso y aromático café (mmmmh… amo el café), ansioso. A decir verdad Sei, detesto ponerme a divagar en tus asuntos… y no es que no me importes, porque sabes bien que eres mi vida. Todita ella. Pero… ¡ufff..! divagar en tus asuntos me lleva a los míos, o viceversa. Y entre tantos y tantos pendientes… todo me lleva a lo mismo: los recuerdos.


  


Mhhh… otra cosa más por la cual odio pensar… (¡Y mira que aún conservo mis diplomas y medallas escolares, eh!)


 


Canturreo un débil “Buenas noches”, con melodía infantil, cuando entra por la puerta del comedor San Agatsuma (que por cierto acaba de levantarse y por eso mantengo que es un descarado…) liando con Kio (otra vez…) sobre quién hizo qué y dónde. Giro los ojos, restándole importancia. Dioses… ¿algún día uno de los dos podrá decir ¡Ey, sí, fui yo porque son mis cosas! o algo que se le parezca?


  


Tú ríes por lo bajo, tensando la espalda. Ajá, la hora problemática… a ese raro jamás se le escapa detalle alguno, por muy pequeño que sea… ¡Pero venga! Estamos hablando de nosotros, y dime, ¿quién es el master en el arte del engaño?: no respondas. Todo mundo lo sabe… bueno, al menos los que deben… eso está asegurado.


 


Decido pasar por altos sus gritos amistosos, al fin y al cabo, creo que mi café es más interesante… Ah, pero estábamos explicando sobre nosotros, ¿cierto? Mhhh… de cualquier forma, bajo mi taza (blanca con decorado de ositos, que por cierto, tuviste el detalle de regalarme en Navidad…), para fijar parte de mi atención en los Zeros, que ya están en el postre, dedicándose esas miradas fogosas y furtivas que creen que nadie nota. Pero nosotros no somos nadie, Sei… nosotros somos Beloved.


 


Te sonrojas, notándolo como siempre sólo yo, y decides clavar tu mirada en la taza de té que sostienes ahora entre tus manos. Ahm… adoro hacer eso con tan sólo mirarte. Juar juar. Y sé que sabes que lo sé.  


 


- Buenos días, hermano… - saluda una molesta y francamente insoportable vocecita somnolienta, proveniente del gato arisco piyamudo.   


 


Ay sí… cierro los ojos, contando hasta un millón chorro cientos mil quinientos treinta y seis. (¿Y cómo diantres llegué tan rápido a ese número?). Odio y detesto, estrictamente esa hora de la mañana. Diez y media. ¡Ja! Menuda hora para levantarse… mejor dicho, el toque de queda para el verdugo que me mata cuando obtiene tu atención. Tu absoluta y pura atención.


 


- Buenos días, Ritsuka – y aparto la vista bruscamente. Odio, pero enserio odio cuando sonríes así, porque te puedo apostar que le estás sonriendo, ¿cierto?


 


De alguna forma extraña, me las arreglo para bloquear la frecuencia en que transmite, así que me ahorro la insoportable molestia de responderle “Buenos Días”. A propósito del caso, ¿qué tienen de buenos?  


 


- Nisei… - me llamas, arrastrando las palabras… molesto, asesinándome con la mirada (que puedo apostar la cabeza) se ha convertido en rendijas escrutadoras, cargadas de reproche (Oh, sí… seguro que genial, ¿no?)


 


- ¿Qué? – respondo sin mirarte, con el mayor descaro posible, tomando otro sorbo de café… ¿ya te había dicho que es americano? Me deleito momentáneamente en el silencio tenso que me das por respuesta, y me sonrío, con cinismo. ¿Esta vez hasta qué número contarás tú, para no estallar, uh? - ¿A qué no es fácil, verdad? – sonrío, sin despegar los labios de mi taza ni la mirada de su contenido. Suerte la mía que decides ignorarme… mhhh, no está mal. Empiezo a acostumbrarme. 


 


- Ritsuka te ha dicho Bue…  


 


- ¿Enserio? – finjo sorpresa, volteando a verlo, mientras algo en mi alma se esfuerza por no delatarme con la mirada. Y, mientras, también me esfuerzo sobrehumanamente para que aquel tono cortante con el que te he interrumpido, no se vea electrizado por mi odio – oh, Ritsuka, discúlpame – murmuro, apartando la taza, con un “sincero” (sincerísimo…) tono afectado por la culpa – es… es que últimamente no he dormido bien… – susurro, a modo de explicación ante tu encendido atisbo y su estúpido gesto de incredulidad; pegando a mi forzada máscara una sonrisa digna de un Óscar.


 


- No te preocupes, Nisei – me sonríe, tragándose otro de mis cuentos chinos – pero descansa, ¿sí? 


 


- I promise it… - asiento en el acto, y amplío la sonrisa, recibiendo de él otra… y te juro que no sé cómo es que no he vomitado el desayuno. Su sola presencia me repugna. Pero vale… que por ti soy capaz de cohabitar la misma casa que ese si eso te hace feliz (nota: cohabitar, nunca dijiste soportar… y de ahí al suicidio… créelo que me valoro mucho…)   


 


No volteo a verte, así que mantengo la cara vuelta a mi taza de café.


 


¿Qué quieres que te diga, eh? ¿Qué no soporto que siempre esté pegado como vil babosa a ti y me limite de tu presencia? ¿Qué soy celoso maniático y posesivo, a expensas de que te sabes mi historial clínico al derecho y al revés, en francés o en italiano? ¿Qué por más que me esfuerce para no odiarlo, es algo natural que me nace con tan solo oírte mencionarlo? ¿Qué mis peores miedos son nada a su lado? ¿Qué entre tú, él y yo, no hay más que una delgada línea temblorosa? ¿Qué nos está destruyendo? ¿Qué no te das cuenta en lo que te ha convertido? ¿Qué es algo egoísta y hasta aberrante pensarlo, pero que nunca llegará a conocerte tanto como yo lo hago? ¿Qué tú eres mío y de nadie más? ¿Qué te amo con una locura que nos supera a ambos? ¿Qué el amarte a ti, Seimei, no parece bastarte? ¿Qué mi alma tiembla cuando aparece, porque en él radica la raíz del problema? ¿Qué lo odio por hacernos esto? ¿Eso quieres oírme decir, por quién sabe qué número de vez? ¿Eso quieres? ¿¡Qué detenga la hemorragia cuando las heridas sangren!?  


 


Tú y yo, somos Beloved, Sei… ¡Tú y yo!


 


Él no estuvo allí cuando sucedieron las cosas. Él no te sostuvo en sus brazos tantas y tantas noches para calmar tu llanto.  Él no arriesgó la vida por ti cuando fue necesario. Él no soportó tu dolor en aquella plancha metálica. Él nunca ha sabido lo que es estar al límite del límite. Él jamás se ha desvelado cuidando de tu salud. Él nunca ha puesto en duda tus planteamientos… cuando ya ni sé cuál de los dos tiene más razón. Él no ha visto cómo es un Reclusorio de paredes blancas por dentro, ni ha sentido el helado placer del dolor. No ha combatido días y noches enteras contra la muerte. No ha probado el sabor agrio y salado de la sangre. No ha sido llamado para comprobar su capacidad respiratoria. Ni ha sido sometido a pruebas y diversas investigaciones “que aportarán grandes beneficios a la ciencia y la humanidad…”


 


Tu hermano, como tú le llamas, jamás ha sentido el lento proceso al rasgarse la piel. Jamás ha llorado lágrimas de sangre, intentando no gritar para pedir piedad. Él no sabe lo que es ese frío y oscuro recuerdo. Lo que significa una aguja, un doctor, una pastilla… Ritsuka, nunca, pero nunca, ha sabido lo que es la verdadera soledad…


 


No ha sido envuelto en las densas y oscuras tinieblas de la depresión. No ha incurrido en desahogar su temple mediante aquello que no se olvida… Él no ha explorado cada rincón del infierno. Ni sabe lo que significa en verdad la ley del más fuerte… Jamás ha sabido en verdad lo que es estar asustado.


  


Ritsuka… Ritsuka… ¿qué puede conocer él del dolor, de la soledad, de la locura, de la depresión, de la muerte, de la frialdad, de la oscuridad, de la tortura, de la represión, de la violencia…?


  


¡Respóndeme tú, que bien lo sabes!


 


¿Y me preguntas por qué el odio? ¿Y te atreves a mirarme después de responderte? ¿Y acaso no sabes, qué es lo que nos ha hecho…? Nos destruyó, Seimei…Porque tú y yo, ya no somos más el Beloved que fuimos antaño.


  


Porque me traicionaste cuando por primera vez, mientras él te exigía una respuesta con su asquerosa y patética mirada anegada en lágrimas, decidiste contar tu pasado. Un pasado que, hasta ese momento, no existía. Un pasado que sólo me pertenecía a mí, ¡A MÍ!


 


¿Qué puede él saber de la oscuridad que acompañó a dos niños en su caída? ¿Qué puede él saber, de los horrores de la profundidad del abismo?  ¿Qué puede entender, de lo que nos llevó a ser quienes somos? ¿¡QUÉ!?


 


Él no luchó contra tus miedos mientras llorabas. Él no amoldó su paso al tuyo, cansado y sangrante. Él no renunció a su vida para dártela a ti… Él no respiró de tu aliento la esperanza de un nuevo día… Ni creyó en el cielo tras acariciar tu ternura. Él jamás, puedo apostarte, ha debido pasar una, sólo una noche despierto… con el temor de aquellas sombras y las sienes palpitantes. Él no bajado al despeñadero con tan sólo aventarse. Él no se ha visto obligado a mentir, ni a engañar, ni a robar, ni a matar…


 


Él no renació de sus cenizas, cuando nadie creyó que jamás lo haría. Él no ha debido enfrentar al destino cara a cara. Ni peleado a mano limpia, cuerpo a cuerpo, contra verdaderos demonios. Él no ha sido llamado monstruo… asesino.  


 


- Nisei… - me llamas, suavemente, como si fuese tan solo ayer cuando éramos nosotros; conteniéndome al instante para no prorrumpir en infernales gritos. Compostura. Nunca hay que perderla. Nunca.


 


- Mandarás tú – respondo, despegando con violencia mi mirada de la taza, asiéndola con fuerza. Una fuerza que amenaza romperla y empero, estás decidido a ignorarla. Nuestras miradas chocan, sí; pero no soy más yo a quién tú miras.  


 


El niño que fue, que luchó, que hizo, que deseó; que te tuvo… ese niño, Sei, murió en el momento en que dijiste: “Eso somos, Ritsuka. Eso es lo que significa Beloved…” Pero no te culpo por asesinarle… al fin y al cabo, él lo dijo una vez, cuando mi conciencia obnubilada recibía por ti, lo que tu maltratado cuerpo ya no soportaba. Él lo dijo Sei… y no sabes cuánto coraje me provoca comprobarlo… el saber que es y siempre fue cierto.  


 


Se puede resistir valientemente al ataque enemigo, pero no eternamente. Un niño, Sei… un niño… un niño no es más que un pobre débil, resiste, sí… ¿pero cuánto tiempo…? ¿Cuánto es lo que vale su ímpetu? ¿Quizá diez, cinco, veinte… dos años? ¿Cuánto te habrá costado a ti maquilar aquella encrucijada sin salida? ¿Qué pudo más que nosotros, amor…? ¿¡Qué!?


  


Me sostienes con tus ojos, siempre bellos y tan grises, los míos; destensando mi rostro y obligándome a detener el proceso de mis pensamientos. Compostura, la lección principal y que no debe olvidarse, ¿recuerdas?


 


Parpadeo con parsimonia, canalizando la ira hacia el centro de mi cuerpo. Compostura y autocontrol. Los dos principios básicos de cinco decretados. Me relajo… y te sonrío.


 - ¿Qué te pasa? – murmuras burlonamente, sopesándome con la mirada… una mirada que ya no es más mía. Guárdate el calor de tus ojos para tu hermano… yo ya no necesito necesitarlo.  


 


¿Qué me pasa?... A mí, puedes apostarlo que nada.


 


Te revuelves límpidamente en tu asiento, llevando el tenedor con tu desayuno a la boca, sonriéndole una vez más a Ritsuka cuando cruzan miradas; sí, porque como verás, decidiste que la mía no valía tanto como la de él… por eso he de deducir por ti que el premio de tu mejor sonrisa a la mirada más… ¿cómo dices tú? ¡Ah, sí!, más arrebatadora, lo ha ganado tu hermano.  


 


Sonrío con desdén y tomo el último trago de mi bebida… que por alguna extraña razón ha perdido su aroma y delicia.


  


- Nada, Sei – consigo migas de tu atención, cuando volteas a verme de reojo, concentrado ahora en compartir el postre con “Ritsukita…” – ha de ser el exceso de cafeína – murmuro, parándome de la mesa y tomando mi grueso libro de Medicina.


  


- Mmhhh… - acomodas tu cabello, justo detrás de tu oreja, como cuando… ¿estás feliz…? Bueno, pregunta estúpida… cómo no vas a estarlo, si junto a ti, pegado en un abrazo, está tu hermano… Tu amado y comprensivo hermano.


 


¿Y qué mierda sabe él de comprender? ¿De entender? ¿De intentar pensar, bajo el efecto de diversos estupefacientes puestos a prueba? ¿Qué puede él amar cuando ni siquiera sabe lo que es perder? ¿De qué puede entender, cuando ni siquiera ha conocido sus propias voces en la penumbra de una habitación?  


 


- ¿Mmmh…? – te remedo, con los brazos en jarra, en un verdadero patético intento de arrancarte una sonrisa… Por los viejos tiempos, mi amor. Cuando éramos lo que fuimos.


  


- Te lo dije – saltas de pronto, y decides premiarme con tu sonrisa. Tan blanca… tan hermosa, tan libre…, girando en mi dirección y apartando la vista de ese mocoso - llegaría el día en que tu cuerpo al fin resintiera sus efectos, pero no me creíste, ¡pues bien! – te regodeas en tu recién descubierto fallo, desafiándome la cordura con aquel brillo en tus ojos – ese día es hoy


  


Vacilo… sin atreverme a juntar los labios; semiabiertos y húmedos del líquido que ha sido mi sustento todo este tiempo. ¿Por qué cafeína? Porque si lo analizas bien, Sei, la cafeína es un estimulante… me motiva. El café ha sido lo que me ha impedido tener un ataque de ansiedad o de pánico. El café es lo que me permite despertarme a tu lado, acariciarte el rostro y suspirar mientras digo tu nombre; por el simple hecho de darme un motivo para no ser obligado a verte con él. A su lado.


  


Puedo seguir leyendo. Puedo seguir manteniendo en el límite de lo que fue el nuestro, al dolor. Y puedo dejar de pensar en todo aquello que nos hizo ser lo que fuimos. En todo, absolutamente TODO, lo que simboliza este escrito a lo largo de nuestro dedo, en la misma mano, mismo lugar; como una copia exacta de una obra de arte sublime.


 


Beloved. Tú y yo… cuando éramos uno.


  


- Eso creo – te digo, acompañado de un intento de sonrisa… pero creo que he olvidado la sensación que conlleva hacerlas – en fin – te retiro la vista, “entreteniéndome” en mirar un título que ya me sé; sin notar tú que acabo de recuperar la fingida alegría… sin notar tú, mi compañero inseparable, que estoy destrozando lo poco que me queda de sensatez, para postrarla a tus pies, como todo yo  – todavía tengo mucho por hacer… y si no las hago yo… – me sonríes. Me sonríes amor, me sonríes… ¿Y qué diablos hago yo todavía vivo? ¿Cómo puedes creer que soporte el mismo gesto, que a partir de tu primer asesinato sin mi ayuda, osaste darle también a él? ¿Cómo pretendes que respire, cuando todo lo que teníamos, lo has vulnerabilizado? ¿Cómo, amor, es que puedes hacerlo? ¿Cómo es que sólo yo me doy cuenta de que nos estamos viniendo abajo? – si no lo hago yo – puntualizo, haciéndote el mohín que tendrás ya previsto, porque “siempre reacciono así…”; sintiéndome miserablemente feliz al incrementar en tu rostro el resplandor de alegría tan poco común en ti cuando te guiño el ojo – pues no estará bien hecho – y a la palabra, te ríes.


Sí. Cuando aún éramos uno. Y no importaba que volviera a casa tan tarde, porque estarías tú, sentado en el sofá leyendo alguna novela romántica que recién hubieras comprado en tu adorada tienda de antigüedades, feliz por una nueva intervención del Dr. Akame y una exitosa finalización de operación en quirófano…


  


Cuando nuestro secreto, era nuestra fuerza, nuestro poder… nuestra vida. Cuando era nuestro…


  


Yo no soy quién para juzgarte, porque incluso, aunque naciera mil ciento un veces… mil ciento un veces te elegiría para amarte todos los grises días de mi vida; y volvería a ser yo quien ardiera en la hoguera de cualquier Suma Inquisición por ti. Volvería a protegerte con mi cuerpo, con cada pedazo sangrado y con cada pedazo cosido.


  


- Emmm… Nisei… - me detienes en el umbral de la puerta, rogándole yo a todos mis santos que tengan piedad de mí y no me obligues a mirarte. No allí y no en ese instante… no en este momento en que siento una opresión que me impide respirar… un dolor agudo que atraviesa con lentitud mi corazón hecho pedazos; con los ojos cristalizados y con la voz álgidamente quebrada; con el pendiente de haber olvidado tomarme la medicina de ayer en la noche, de las noches y días y tardes de toda la semana pasada. Con las incansables y sonoras voces discutiendo dentro de mi cabeza, desgarrando mis oídos.


  


Titubeo, pero son sólo instantes… y he aprendido tan bien el arte de la compostura y del autocontrol, que incluso necesitarías más de otros dieciséis años de mi vida para descomponer lo que soy ahora. Pero no lo notas. ¡Y qué más da!


  


- ¿Qué pasa, Sei? – antepongo mi dolor para darte fuerza a ti, porque yo si he percibido la duda en tu voz. Una duda que, de nueva cuenta, no es por ni para mí.


 


Me giro despacio, muy, muy despacio; pero lo suficientemente rápido para engañarte. Sigues sonriendo. Y yo paso saliva lentamente, tragándome el dolor y las lágrimas. ¿Pero y qué importa? Lo he hecho miles, millones de veces a lo largo de mi y nuestra vida… ¿Qué es una vez más?


  


- Nada… - sacudes con suavidad tu cabeza, negando; aún dispuesto a seguirme atacando con esa deslumbrante sonrisa – suerte…


  


Y ya camino a la puerta, las risas de los zeros, de Kio, de Agatsuma… incluso de Ritsuka, se ven opacadas por la tuya. Musical y hermosa, como la recuerdo en mis más hermosos sueños. Sonrío de lado, con amargura, pero continúo hasta alcanzar la perilla y girarla. El aire frío, a pesar de ser aún de día, estremece hasta el último recoveco de mis huesos. Sábado por la mañana. El único día de la semana en que algunas cuantas horas de la misma, les brindas a los demás – a excepción mía y de Ritsuka – el honorable privilegio de compartir tu mundo.


 


Un mundo que, hacía poco… muy, muy poco en realidad; nos pertenecía. A ti… y a mí.


  


Sí… los sábados por la mañana es el único momento en que me siento feliz. Los sábados, en la mañana, mi desayuno consiste en ocho litros de café americano. Generalmente, los sábados por la mañana toda la familia – nuestra, a pedido tuyo – se reúne en la mesa. Excepto yo, que debo atender las labores de médico. O el pretexto que me sirve para huir de aquella tortura.


 


De los siete días que tiene la semana, seis son exclusivos para que mi cuerpo se inmole en presencia de Ritsuka. Al menos dame un descanso, ¿no? … Muraki lo hacía… y eso que era él. ¿O es que acaso también piensas negármelo? Bueno, da igual, no importa qué me contestes… porque siempre, los sábados por la mañana, suelo quedarme en casa; al igual que el resto del día.


  


Hoy he podido salir, sólo por el deseo de mi arañada alma, suplicando clemencia ante tu indiferente importancia… ¿Verdad?... Porque no te importó revelarle todo de nosotros. Porque no te importó si era un sí o un no. Simplemente, Seimei, le entregaste a tu hermano todo de nosotros en aquella tu frase que finalizó la explicación que por años, te negaste a darle. Pero… ¿no tenía él razón?... cediste. Al final… cediste, como todos. Como uno más.


  


Y es increíble, Seimei… cómo es que habiendo resistido tantas y tantas torturas, aquella fortaleza que mostrases se fuera por la borda con un par de lagrimitas y sollozos.


 


Los sábados; en la mañana, mi mente y las voces dentro de mi cabeza logran estar en paz… y la cafeína fungiendo de sangre me mantiene a salvo: Un sábado, por la mañana, yo tuve un día hace ya mucho tiempo mi propia estrella, un Sol incluso más brillante que el que ha sido opacado por las nubes que amenazan ahora con romperse. Un sábado, por la mañana; dos desconocidos tuvieron el fanático placer de conocerse el alma, con tan sólo verse. Un sábado, por la mañana, te amé como nunca he amado nada… entregándote en cada poro de mi cuerpo mi alma y mi vida. Un sábado, también por la mañana, Beloved tuvo en su piel la base de su surgimiento.


  


Un sábado, pulcramente por la mañana, Beloved escapó del lugar donde fue adiestrado… llevando a cabo el primer juego que realizarían fuera de su encierro. Amor… un sábado, por la mañana, ha sido el pilar de nuestra vida, de nuestro pasado, de nuestro presente y también de nuestro futuro. Pero no olvides, aunque deba mirarte a los ojos con este último secreto, que sólo a mí me pertenece ahora; que también, un sábado por la mañana… sentenciaste a pique lo que fuimos. Y pasó a convertirse en un “lo que fue”, aunque no tengas conocimiento de ello. Un sábado, por la mañana, mi amor… decidiste violar el juramento que Beloved se prometió no romper ni aún “salvo caso necesario”.


 


Por fin detengo mis pasos, justo frente a un parque, ese que tanto te gusta por la sombra que ofrecen a los lectores sus hermosos, gruesos y frondosos robles. Camino hacia el centro, con el ceño fruncido y las manos metidas en las bolsas laterales de la gabardina. Sí, la misma gabardina negra que nos salvara la vida en tres ocasiones… y es tan hermoso tenerla aquí, sobre mi piel. Y no por el hecho del cómo me veo; no… sino porque así, al menos, tengo una parte… un trocito de lo que tu hermano no sabe: porque esta gabardina ha sido testigo de tantas cosas… de nuestra experiencia, de nuestras victorias, de nuestras esperanzas e ilusiones, de nuestras palabras… y de nuestros errores.


  


Entrecierro los ojos cuando veo pasar una joven pareja frente a mí, sentado en la banca blanca que tanto detestas… y todo porque  - recuerdo que justo aquí –  te besé frente a toda una multitud de gente que nos miraba. ¿Te acuerdas?


  


Mis pies van y vienen, en un intento de distraerme en algo. Pero no puedo. Antes… tú y yo solíamos pasear como ellos; sin prisas, sin rumbo, sin preocupaciones. Sólo tú y yo, cada uno disfrutando la compañía del otro. Y desde entonces, Sei… tantas cosas son las que han cambiado…


  


Pero… no me importa mucho, si te soy sincero. Mi felicidad es la tuya, aunque eso signifique sacrificio… ¿Y ahora ves lo irónico de nosotros?; así que, mientras fijo la vista en una flor pequeña y exuberante, me digo que no es tan malo, si con eso… si tan sólo con eso consigo un poco de lo que alguna vez fue solo mío. Así que no importará que llegue en un rato a casa, cuando todo se haya calmado… y no importará que el polvo de mi corazón se haga más fino a medida que la situación con tu hermano mejore. Pero era de esperarse, ¿no? ¿Quién soy yo, de todas maneras…?


  


Nadie. Salvo tu fighter y el chico que vivió a tu lado toda su vida. Sí. Porque yo no tenía nada hasta que conocí el mar gris de tu mirada; que fue justo allí donde mi vida empieza a contarse. Nada importante si lo piensas detenidamente.  


 


Dejo que las lágrimas escurran por mi rostro, sabiéndose de sobra ya el camino que las conduce al suelo; donde se evaporarán hasta convertirse en hielo. De todas formas, este es uno de los pocos momentos en que me permito desahogar el dolor cuando se vuelve insoportable. Disimularlo ante ti, es distinto… ¿Por qué? Sencillo: porque de los siete días de la semana, catorce le dedicas a Ritsuka, dándome a mí lo poco de tiempo que te sobre. Las sobras… o las migas.


 


A veces llego a sentirme como uno de esos estúpidos adornos sin razón de ser… de esos que la gente cuelga en los aparadores, sólo por el placer de verlos allí. Pero no importa, enserio. Tú eres feliz y yo debo aprender a serlo a través de ti… a fuerza de querer a Ritsuka, aún cuando nos haya hecho mayor daño que aquel desgraciado…


  


Me pierdo momentáneamente en la lejanía y en los recuerdos, mientras más y más gotas aperladas y transparentes acuden a reemplazar prestas a las que se han ido rodando al frío suelo, sin prisa. Supongo entonces que, como cada sábado por la mañana, debo volver a casa… a mirarte a ti y al pequeño verdugo. Y ser feliz con alguna repentina mirada tuya o alguna acción que me indique que aún sabes que sigo aquí… a tu lado. Como siempre. Cuidándote, protegiéndote. Amándote desde las sombras tardías que muchas veces se me antojan a las mismas que nos envolvieron hace ya bastante tiempo.   


 


Los sábados, por la mañana… es el único momento del tiempo, que tengo para respirar este aire que ya nunca más me pertenecerá… pero que me sirve para darte la cara, resguardando mi corazón herido. Pero… no importa ya, en realidad. Tú eres feliz. Y eso es lo que más me importa… Aunque deba enterrar en lo más hondo de mí, cuán importantes fueron los sábados por la mañana, hace mucho tiempo, cuando tú y yo, éramos uno.


 


Así que volveré y me sentaré en algún lugar de la casa, mirándote en silencio… fingiendo que leo o hago algo más que eso… y estarás feliz y sonriente a su lado. Está bien, Sei. Si el precio de tu felicidad es mi lenta muerte, con una casi imperceptible agonía que cada día me asfixia más… sea, pues. 


 


Los sábados por la mañana de cada mes, vengo a este frío y tranquilo parque. A sentarme y a imaginar que calmo el dolor, dejando a mi mente perderse entre voces y delirios de aquellos momentos que me devolvieron la vida. Tratando de absorber un poco de fuerza, para tener algo a lo que aferrarme para mirarte a la cara, sin romperme más de lo que a la vida no le ha bastado hacerlo.  Pero no me importa.


 


Me gusta reinventar mi paraíso perdido aquí; en este apartado lugar donde solíamos tirarnos al pasto y dejarnos calentar por el Sol, bromeando o simplemente permaneciendo abrazados.


 


Me gustan los sábados por la mañana, que es cuando cada semana, mi memoria se empeña en mantenerme con vida.


 


Principalmente, amor, me gustan los sábados por la mañana… no por el clima ni por el parque. Sino por ti, y por tu hermosa mirada. Porque aunque ya no sea mía y se la des a alguien más; conserva el mismo encanto de aquellos días. Cuando nada dolía y cada uno de nosotros era la felicidad del otro.


 


Cuando tú y yo, fuimos Beloved…

Notas finales:

LOL hasta a mi me dolió poner éso xDDD fhghfdhg espero que les haya gustado nwn


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).