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Salir al sol por Aphrodita

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Intuía que Ichigo estaba esperando a que comenzase a contarle de su vida, pero no le apetecía bucear en esa porquería.

Aborrecía los miércoles, era el día que la enfermera más joven tenía franco. Una chica admiradora de él, según supo, y que le permitía fumar un cigarrillo por las noches.

Por fortuna le habían quitado los yesos, a duras penas podía caminar luego de estar más de un mes en cama, pero se las ingenió para llegar hasta la ventana no sin antes retirar el paquete de cigarrillos escondido bajo el colchón.

Se recargó en ella observando el panorama ante sus ojos. La tranquila Karakura, en silencio. La diferencia con la bulliciosa Tokyo era sobrecogedora, recordó así cuanto le gustaba vivir en ese sitio; ¿y por qué se había ido? Claro, para estudiar.

Le dio una fuerte pitada al cigarrillo, detestaba fumar a las apuradas pero no tenía demasiadas opciones, tampoco era su intención comprometer a las enfermeras.

El cigarrillo se consumía lentamente entre sus dedos mientras permanecía absorto, perdido en los recuerdos. Odiaba pensar en la Guerra de Invierno, pero siempre fue consciente de que pisar otra vez Karakura representaba despertar esas reminiscencias.

Recordó el domo y a Orihime. Kurosaki no estaba casado con ella pero tenía una hija. ¿Por qué pensaba en eso? Había dejado de ser adolescente desde hacía bastante, no estaba en ese momento de su vida para enrollarse y buscarse más problemas de los que tenía; pero su mente parecía no estar dispuesta a hacerle caso y los recuerdos manaban sin control.

La puerta se abrió, la enfermera de turno no podía ser, hacia quince minutos había pasado y a la noche los pasillos solían estar desiertos. Trató de tirar el cigarro por la ventana sabiendo que de todos modos el característico olor lo delataría.

 

—Fumando —reprochó el invasor viendo como el otro agitaba la mano tratando de disipar el humo en un intento vano de ocultar lo evidente.

—¿Qué quieres Kurosaki? —fue lo único que pudo decir, sabía que estaba en falta.

—Fumando —repitió en la penumbra, más allá de la sorpresa que le causó ver al chico que en un pasado era tan quisquilloso con la salud, no podía creerlo que fuese capaz de tener esos vicios en un lugar como ese y en esas circunstancias—. Es un hospital público. De más está decir que no puedes fumar y menos en tu estado.

—Entendido doctor —llevó una mano a la sien, cual saludo militar.

—Conoces las consecuencias de fumar ¿cierto? —reprochó, y pensaba valerse del mismo Ryuuken.

—No molestes, Kurosaki —solicitó hastiado. —Lo último que me faltaba, que tú vengas a sermonearme.

—No puedo creerlo de Ishida Uryuu —hubo algo de gracia en sus palabras—, siempre un chico tan sano —resaltó con fingido tono solemne.

—Ya has visto, las personas cambian —fue a recordárselo, para ver si de esa forma entendía que por mucho que quisiese no volverían el tiempo atrás.

—Veo —asintió tragándose todo lo que quería decirle, pero no pudo con su genio—Consumes drogas…

—Son pastillas nada más.

—Drogas al fin —remarcó—, alcohol —continuó enumerando—, cigarrillos —arqueó las cejas—¿Qué más? ¿Qué ha sido del Ishida que conocí?

—Tú no tienes una idea —musitó de manera apenas audible.

—¿De qué?

—Nada —negó, no tenía sentido hablar al respecto—, te puedo asegurar que en el mundo donde me muevo —dijo haciendo referencia a su profesión—no es nada, soy un niño de probeta.

—Oh, puedes ser si quieres un chico rudo ¿no? —se burló.

 

Ishida frunció la frente.

 

—Tuve posibilidades de probar otras cosas pero no soy tan idiota como para caer en esas.

 

Se conocía, de aceptar las drogas que mil veces le ofrecían y circulaban frente a sus narices se hubiese vuelto irremediablemente adicto. Él era consciente de lo dependiente que solía ser, lo obsesivo-compulsivo y maniaco. En una época fue adicción a los libros, luego al estudio, más tarde a todo lo demás. No, sí caía en esas redes no saldría jamás, por eso nunca se atrevió siquiera a probar algo más fuerte que una pastilla comercial.

 

—DJ siempre andaba detrás mío vigilándome —rememoró, con una sonrisa nostálgica, diciéndoselo más a si mismo que a su interlocutor. —DJ es mi… —no supo cómo llamarlo—mi mano derecha —aclaró, ahora sí, mirando al sustituto.

—El chico que murió —Kurosaki no fue sutil, cierto, pero no encontraba otra forma de preguntarlo—¿también estaba en las mismas?

 

Ishida no entendió la pregunta y aunque quiso molestarse no le salió gritarle como la vez que le hizo una interrogación similar. Se limitó a callar, Ichigo tomó ese silencio como algo positivo y le dio tiempo, el que necesitase para hablar.

 

—Él consumía de todo —vio que el muchacho de pelo naranja se recargaba contra la pared dispuesto a escucharlo. —Vivía drogado —chistó con una mueca que simulaba una sonrisa.

—¿Y qué hacías con una persona así?

 

Uryuu elevó un hombro y trató de buscar la respuesta, como si nunca antes se hubiese hecho esa pregunta. Dio la vuelta para recargarse contra la ventana.

 

—No sé… supongo que… —calló de repente para mirarlo—supongo que me recordaba un poco a ti —luego le fue menester aclarar en qué—: físicamente hablando, además tenía tu mismo carácter de mierda.

 

Bien, eso por fin había callado al latoso shinigami. Sin embargo, pasada la sorpresa, Ishida caminó con cierta dificultad hacia la cama para acostarse, sentía que las piernas le flaqueaban por la falta de costumbre.

 

—Me agradaba estar con él —reanudó, tapándose con las frazadas—, al principio por lo menos —percibió que Kurosaki lo estaba dejando hablar así que prosiguió sin esperar acotación alguna—, él no era parte del mundo de la moda. Era un inmigrante, un chico de barrio, común y corriente, ni siquiera tenía donde caerse muerto.

—Era menor de edad ¿cierto? —Ishida asintió.

—Tenía diecisiete cuando lo conocí, yo en ese entonces contaba con veinticinco —evocó.

—¿Lo querías?

 

Breve elipsis. De nuevo Ishida parecía estar buscando la respuesta a una pregunta nunca antes hecha.

 

—¿Sabes? —fue su réplica—cuando pasó lo que pasó no lloré, supongo que siempre supe en el fondo que él iba a terminar así. Como cuando tienes a un ser querido con una enfermedad terminal, sabes que en cualquier momento va a morir —lo miró con reserva—, sí, supongo que lo quería… y tanto que prefería verlo muerto, por duro que suene —sonrió—, antes que en ese estado deplorable prefería verlo muerto —reiteró con convicción.

 

Acomodó la almohada tras la espalda, a duras penas podía ver el rostro de Kurosaki en la media luz pero percibía de igual modo la impaciencia de éste.

 

—Él estaba conmigo quizás porque obtenía todo eso. Cuando organizaba fiestas iba gente de todo tipo y él se daba un gran banquete —dijo haciendo alusión a las drogas. —Eso nunca le faltó a mi lado.

 

Se cuestionaba el detalle en el presente. Se sentía responsable, desde ya; de forma directa o indirecta.

 

—La policía te busca por eso ¿no?

—¿Qué pasa Kurosaki? —preguntó extrañado—¿Por qué tanto interés?

—Porque quiero saber de ti —respondió con calma—, quiero tratar de entenderte, nunca pude hacerlo pero tengo fe en que algún día podré.

—¿Y por qué? —la pregunta fue capciosa.

 

Ichigo sonrió de una forma muy nítida, lo habían cachado. Uryuu ignoró el gesto para continuar hablando, recién comprendía cuanto necesitaba hacerlo, cuanto necesitaba hablar de ese tema tan delicado con alguien como Kurosaki, que sólo lo escuchase, sin juzgarlo. Conocía a ese shinigami lo suficiente como para animarse a revelarle todas esas cosas que tenía guardadas.

 

—La policía me está investigando por una supuesta red de narcotráfico —vio el rictus de Ichigo y se apresuró a aclarar—, no tengo nada que ver con eso aunque… —dudó en revelarlo—, aunque en un inicio necesité hacer algunos trabajos “sucios” —realizó un leve movimiento con la cabeza cual asentimiento—, vender —aclaró. —Necesitaba dinero —parecía estar excusándose.

—Bueno, lo de chico rudo se queda corto —bromeó elevando las cejas.

—Es un mundo de mierda el de la moda —reconoció, cuestionándose qué demonios hacia él metido en ese mundo.

 

Ichigo parecía estar haciéndose la misma interrogación. No lo supo, Ishida Uryuu no podía precisar con exactitud cómo fue que terminó en esas, sólo se encontró un día rodeado de gente importante, con conexiones, que él necesitaba para poder triunfar y salir del anonimato.

 

—Estuviste preso —pareció una pregunta pero fue una afirmación.

—No, preso no —negó con firmeza—; detenido, que es distinto. Me indagaron por la muerte, desde ya, pero mi abogado arregló todo.

—¿Y para qué te buscaban el otro día? —se sentó en la cama, cansado de estar de pie.

—Había sido citado a declarar y no me presenté. Por fortuna pasó lo del accidente así que tuve excusa.

Por fortuna dices… —murmuró en son de reproche.

 

Se produjo otro silencio en el que pudieron observarse en la penumbra con una curiosidad nunca antes experimentada. Ichigo sonrió y pareció estar a punto de decir algo, se daba cuenta de la situación, el tema era saber si Ishida lo aceptaba, porque era claro para él también que se había instalado cierto clima entre ambos.

Uryuu desvió la mirada cruzándose de brazos, tratando con el gesto de poner cierta distancia.

 

—¿Inoue-san como está?

 

La risa de Kurosaki fue transparente, Ishida se percató de lo poco sutil que había sido, y a esas alturas no le importaba.

 

—Mira Ishida —se rascó la cabeza en un gesto quizás de nerviosismo—, ella y yo no somos nada en la actualidad —aclaró.

 

El mentado lo miró arqueando las cejas en un rictus de altanería suprema.

 

—¿Y?

 

Ichigo negó con la cabeza. Ishida era incorregible, por momentos parecía tener quince o diecisiete años todavía.

 

—Es la madre de tu hija.

—Pero nada más —aclaró con gravedad, mirándolo de una forma tan intensa que le obligaba a cortar el contacto visual.

—¿Y qué pasó? —preguntó con tono casual, como si estuviese haciendo la pregunta por mera obligación y no por fidedigno interés.

—Pues —suspiró, era largo y difícil de contar, pero luego de las revelaciones de Uryuu sentía que era lo mínimo que podía hacer a cambio—, empezamos a salir desde muy chicos.

—¿Sí?

—Sí —afirmó protestando—, éramos muy chicos, ni sabíamos lo que era el amor —parecía estar quejándose.

—¿Alguien lo sabe? —percibió la carcajada apagada del shinigami.

—No sé, estuvimos de novios como por seis o siete años antes de que llegase Amaya —rememoró perdido en el recuerdo, asintiendo reiteradas veces con la cabeza. —Siete años —susurró, parecía tanto y tan poco a la vez.

—Ya, ella quedó embarazada y decidiste dejarla, muy lindo de tu parte —sintió que había sido un error bromar con eso al sentir la mirada de Kurosaki fulminándolo.

 

Se tomó unos segundos en continuar hablando, tanto que Ishida estuvo a punto de pedirle perdón, sin embargo no fue necesario.

 

—Como era lógico, teníamos que casarnos —remarcó el “teníamos” como una obligación. —Yo acepté, era lo más coherente ¿no? Sin embargo cuando empezamos a preparar todo, ya sabes… buscar salones, el buffet, las invitaciones —enumeró—me aterré.

—No lo puedo creer de ti, Kurosaki.

—Sí, me asusté. Me di cuenta de que mi vida iba a ser de una manera por siempre y no podía con la idea—negó casi con molestia por tener que reconocer el detalle—, sencillamente no podía. Había algo en mí que me decía frenar con todo cuanto antes porque después iba a ser peor.

—¿Qué hiciste? ¿La dejaste plantada en el altar?

—¡No! —se espantó con la idea—No llegué a eso. —Lanzó una risa de lástima—Mi papá casi me mata, no le gustó mucho saber que yo no quería casarme, me dijo “¡Te vas a casar igual Ichigo!” pero después de la primera bronca comprendió que no podía obligarme. La única que me apoyó y me entendió en ese entonces fue Karin.

—Seguramente destrozaste a Inoue-san —sonó como un reproche con toda la intención de serlo.

—Al principio sí —reconoció—, al principio incluso se enojó —remarcó con energía. —Las personas más tranquilas cuando explotan, explotan.

—¿Qué te hizo? —preguntó con gracia.

—No, nada —se frotó un ojo, como si estuviese agotado por tan sólo hacer el esfuerzo mental de recordar—; pero tuvo que pasar mucho tiempo para que me perdonase y entendiese que era lo mejor; no le quedaba otra de todos modos porque Amaya ya estaba en el mundo.

—¿Y ahora?

—Ahora —entendió la pregunta—, ahora las cosas están ahí, hablamos bien pero siempre por causa de fuerza mayor, la nena y esas cosas. Pasamos las fiestas juntos, en casa de mi papá —explicó. —Bueno, pero tu papá ya te debe haber contado como es el asunto —sonrió—, somos una familia rara ¿no?

 

Ishida arqueó las cejas ¿por qué su papá debía saber cómo eran las fiestas de los Kurosaki? Ichigo entendió enseguida que había metido la pata hasta el fondo, tragó saliva buscando algo que le ayudase a salir del trance.

 

—Ya sabes, tu papá no tiene a nadie, tú estás en Tokyo —elevó los hombros en un gesto de obviedad—, y con mi papá tienen una buena relación dentro de todo, y bueno… lo invitó hace unos años y ahora viene siempre…

 

Ishida no dijo nada, se había dado cuenta de que trataba de ocultarle algo pero intentó no hacerse la cabeza con el tema, quizás era verdad eso de la invitación en plan de amigos. No obstante necesitó saberlo:

 

—Conque “somos una familia rara” —repitió, y antes de que pudiese hacer la pregunta a rajatabla el buscador del doctor sonó.

 

Salvado por la campana. Ichigo, sin perder el tiempo, se puso de pie excusándose. Elevó el aparato con una sonrisa en los labios, “Trabajo, debo irme. Nos vemos después Ishida” y se marchó con notable prisa.

A primera hora de la mañana apareció su padre, y tuvo tiempo entonces de darle vueltas a la frase, a atar cabos y rememorar viejas llamadas telefónicas, en cuanto lo vio lo primero que le nació fue el regaño:

 

—¿Cuándo pensabas contarme de Isshin Kurosaki?

 

Sabía que podía equivocarse, sin embargo también sabía que a Ryuuken no lograría sonsacarle nada si no era directo. Fue sutil, si sus conjeturas eran erróneas la pregunta no había sido por demás entrometida.

El doctor guardó silencio, en un inicio se quedó inmóvil en el lugar, pero se acercó a la planilla al pie de la cama sin posar la vista en su hijo.

 

—¿Y por qué debía contarte? —cuestionó sin saber bien que debía decir en un momento como ese.

 

Había estado pensando al respecto, qué decir llegado el día de tener que enfrentar a Uryuu, pero sus fantasías estaban lejos de la realidad. No era fácil conversar de un tema así pese a ser consciente de que el menor no tenía derecho alguno a recriminarle nada, aun más teniendo en cuenta la vida que llevaba.

 

—¿Por qué soy tu hijo? —increpó con tono de obviedad.

—Mi vida amorosa es algo que sólo me concierne a mí —maldijo a Kurosaki hijo en su interior.

—¿Desde hace cuanto? —fue la siguiente preguntan incisiva.

—Unos años —dudó en responder, pero quería o más bien necesitaba sacarse ese peso.

—¿Cuántos?

—¿Importa? —ahora sí lo miró, con seriedad pero a la vez con culpa—Unos cinco años.

 

Uryuu volvió a descansar la espalda en la almohada, aflojando los músculos tensos y perdiendo la mirada. ¿Por qué estaba tan molesto? No le perturbaba en sí descubrir que su padre se había hecho gay a la vejez, ¿qué era, entonces? Celos, tal vez bronca de comprobar que otras personas sabían más de su padre (como Ichigo) que él mismo.

 

—Felicitaciones —quiso decirlo para darle a entender a Ryuuken que no le molestaba conocerle una pareja hombre, no obstante el tono fue duro y dio a entender lo contrario.

—Tú no puedes decir nada —se valió de eso, o era matarlo por idiota.

—Yo no dije nada —se ofendió, que ganas sentía, por momentos, de molerlo a golpes—; te dije “felicitaciones”, por fin tienes a alguien en tu vida que no soy yo —lo dijo con verdadera aspereza.

 

Ryuuken lo contempló, como si recién comprendiese el verdadero mensaje detrás de las palabras de su hijo. Quizás debía pedirle perdón, explicarle que todo ese tiempo había sido un cobarde incapaz de decirle al menos por teléfono que tenía pareja. No lo dijo porque sabía que Uryuu de igual modo lo conocía lo suficiente para adivinarlo.

 

—Te darán el alta —musitó el doctor para cambiar de tema.

 

El semblante de Ishida hijo varió de manera abrupta al oír esas palabras, su rostro se relajó y sus ojos ya no mostraron ira. Suspiró aliviado pero de inmediato sintió algo similar a la desesperación. Eso implicaba dejar el hospital, y aunque estaba harto de permanecer postrado, caminando del baño a la cama y viceversa, algo en todo eso le agradaba. Tal vez las atenciones de su padre, tan mal acostumbrado que estaba a su descortesía, o quizás a la presencia de Ichigo y a las conversaciones tan “amenas” que mantenía. Le ayudaban a recordar que él, en una época, tenía a su alrededor personas que quería, valoraba y necesitaba.

 

 

Era el día o que tenía pocas ganas de trabajar, pero se le hizo intolerable. Ansiedad. En cuanto pudo despachar a sus pacientes haciendo la ronda diaria se encaminó al cuarto de Ishida, tenía las fotos para mostrarle.

Sabía que pronto le darían el alta pero no imaginó que tan rápido. La cama vacía y la enfermera cambiando las sabanas le daban la pauta de que había llegado tarde.

 

—¿Por qué no me avisaron?

 

La mujer regordeta, entrada en años, lo miró cual estiércol de vaca, “¿qué, había que avisarle al doctorcito?” parecía decir la expresión de su cara. Kurosaki, sin decir nada, dio la vuelta y se marchó.

Cerró la puerta sintiendo ese vacío, como el que se experimenta cuando se saluda por última vez a alguien que se va de viaje para no volver jamás. Disipó enseguida esa extraña sensación para ir hasta la oficina del director.

 

 

Parecía un preso que acababa de recuperar la añorada libertad. Paseó un rato por la ciudad notándola cambiada, algunas casas ya no estaban y muchas eran nuevas. Tenían cine, algo que cuando él era más joven no pudo disfrutar en Karakura.

Dio un par de vueltas hasta que se cansó, estar tanto tiempo en cama había mermado la fuerza de sus piernas. Volvió al hotel solicitando lo mismo de siempre y se encerró en su cuarto.

Revisó el teléfono del trabajo esta vez prestando entera atención a los mensajes, había nuevos, casi todos de DJ, que le arrancaron alguna que otra sonrisa. Más allá de los insultos podía rescatar la sincera preocupación, más tarde lo llamaría.

Se acomodó en la cama con la botella y prendió el televisor, sin embargo el ruido del teléfono del cuarto sonando le llevó a estirarse un poco para alcanzarlo.

 

—Señor Ishida, aquí en la sala hay alguien que quiere subir, ¿lo dejo pasar?

—¿Quién es? —preguntó con verdadero asombro, nadie sabía donde se hospedaba a excepción de su padre.

 

Parecía ser que la chica estaba conversando con el visitante, pues tardó en responder.

 

—Dice que… —dudó, casi a punto de soltar una risita—dice que es “su mejor enemigo

—Kurosaki —se le escapó en un suspiro—, déjelo subir.

 

¿Por qué aceptaba la visita? quizás lo más conveniente hubiese sido negarse, al menos sabiendo las intenciones del shinigami. ¿No se hartaba? ¿Qué tenía que hacer para saturarlo? Observó el panorama a su alrededor, si bien la limpieza diaria había sido efectuaba quedaban botellas a medio vaciar de distintos colores y sabores. Lo único que pudo hacer fue tirar las colillas del cenicero antes de que golpeasen a su puerta.

¿Qué demonios le importaba lo que opinase Ichigo respecto a la clase de vida que llevaba? Volvía a reprenderse, empero el humano es así por mucho que en su orgullo luche por aparentar que no le importa la opinión de los demás.

 

—Qué raro verte sin la bata —reparó el Quincy observando el atuendo del otro, un jean clásico, una camiseta blanca y una campera negra de esas que parecen aptas para usar en el Polo sur.

 

Cuando el muchacho de pelo naranja pasó al cuarto en lo primero que posó los ojos fue en las botellas que decoraban la mesa, Ishida pudo leer en la mirada el reproche escondido en una expresión de indiferencia.

 

—No soy un alcohólico.

—Veo —ironizó.

—Bebo casualmente —se cruzó de brazos no sin antes ajustarse la bata de baño—, nada más cuando estoy solo —reparó en lo que decía, idiota de su parte resaltar el detalle, ahora sí había quedado como un beodo.

—¿Por qué? ¿con personas te cohíbes? —bromeó, tratando de picarlo.

—¿A qué has venido Kurosaki? —todavía no había cerrado la puerta, esperanzado; tal vez el shinigami se daba por vencido antes de recurrir a actitudes más extremas de descortesía.

—Las fotos —elevó la mano y el Quincy reparó en la bolsa que traía.

 

Ahora no podría ser grosero con él. Cerró la puerta y caminó hasta la mesa para vaciarla. Tomó un par de botellas con cada mano y las dejó sobre el suelo, sintiendo que Ichigo se situaba a su lado para hacer lo mismo.

 

—¿Las vas a guardar? —preguntó para saber que hacía, no porque de nuevo estuviese reprochándole la existencia de ellas. Ishida sólo lo miró con el ceño fruncido, no llevaba los lentes y se le hacía raro verlo así—Qué olor a cigarro, ¿no abres las ventanas?

—Ya maldición, eres peor que DJ —se quejó, sin él perdía el rumbo—¿Has venido a romperme la paciencia o a mostrarme las fotos? Si no te gusta el lugar puedes irte, yo no te pedí que vengas.

—Qué carácter —se quejó con una sonrisa, contento por haberle arrebatado esa emoción. Se acercó a la ventana y, pese al frío del exterior, la abrió.

—¿Quieres algo? —preguntó tratando de ser cortés pero el tono no dejaba de ser duro, como si dejase por sentado la molestia que representaba tenerlo al sustituto allí.

—Si me lo preguntas así: No, gracias.

 

Ishida suspiró en señal de fastidio y se sentó en la silla, Ichigo arrimó una sacando de la bolsa un pequeño álbum de fotos. El Quincy, entonces, se encontró preguntándose por qué hacía eso. Claro que le agradaba la idea de ver los cambios en las personas que hacía diez años no veía, por simple curiosidad, pero tolerar todo eso por tan sólo unas fotos era irrisorio.

 

—Esta no es tan nueva, están en orden —lo miró con un rictus gracioso de resignación—, Yuzu me las acomodó amablemente en forma cronológica.

—Muy bien, es coherente —para Uryuu no tenía nada de insólito, era algo que incluso él mismo hubiese hecho.

 

Ichigo aguantó la risa, había olvidado lo estructurado que era su amigo. Pidieron una merienda para dos y se perdieron la tarde mirando fotos, la mayoría familiares aunque había algunas de Keigo, Mizuiro y demás. Le sorprendió ver los cambios a medida que se acercaban a las fotos más recientes. Karin se veía totalmente distinta, muy mujer, muy femenina pero sin perder esa mirada y porte férreo, Yuzu seguía pareciendo tan dulce como siempre, y Kon, fue la sorpresa más grande de todas.

 

—Qué raro que se ve… —dijo por enésima vez sin dejar de contemplar la imagen.

—La sacó Yuzu en un cumpleaños de Chaddo, estábamos en su casa, poco antes de que Karin y él fuesen a vivir juntos.

 

Siguieron adelante hasta que se toparon con una de Ryuuken, sentado en la mesa de los Kurosaki con cara de pocos amigos, a su lado estaba Isshin riéndose a mandíbula abierta. Ichigo pasó esa rápido, el Quincy lo miró como si le estuviese diciendo “ya lo sé, gracias por ser tan sutil”. Se produjo un breve silencio, el único que habló de igual modo había sido Kurosaki, comentando sobre las fotografías.

En ese silencio incómodo Uryuu buscó y tomó la de su padre para mirarla más detenidamente.

 

—Fue en el último año nuevo —Ichigo necesitó decir algo que los liberase del elipsis. —¿Sabes? —continuó con tacto—Sería bueno que vengas alguna Navidad o Año Nuevo a pasarlo con nosotros.

 

Ishida asintió por compromiso, dándole la foto para que la guardase. No se habían dado cuenta de la cercanía, aunque sólo eran unas fotos y no necesitaban estar pegados para mirarlas y comentarlas, lo estaban. Ichigo lo miró fijo, sonriendo con picardía.

 

—Te ves bien sin lentes.

—Ok, creo que llegó la hora de echarte, Shakespeare —sentenció poniéndose de pie.

 

Ichigo carcajeó con mesura, si quería una salida a lo Shakespeare él podría, que no lo tentase.

 

—Vamos, eso está lejos de ser algo shakesperiano —bromeó—, es más de barrio.

 

Ishida rió internamente, era cierto. Un clásico piropo que cualquiera podría decir; para ser algo digno del escritor se necesitaba un poco más de ingenio.

 

—Pero es cierto, te ves bien —arremetió poniéndose de pie para seguirlo—, aunque es raro.

—Tengo lentes —afirmó señalándose los ojos—de contacto.

 

No es que Ishida Uryuu no supiese a qué iban las palabras de Kurosaki, desde ya que se daba cuenta, y por eso mismo hacia acotaciones rayanas la estupidez y obviedad. ¿Qué importaba si tenía lentes o no de contacto?

 

—Ah, entonces ¿por qué usas esos lentes tan raros?

—¿Raros? —arqueó las cejas, algo molesto por el mote dado—Tengo lentes iguales, la única diferencia radica en los marcos de colores. —Al ver la risa a punto de escapársele aclaró con brío—Combinan con la ropa.

—Oh, qué importante.

—Ya Kurosaki, debes pensar que soy un ser frívolo o superficial —necesitó decirlo, porque no soportaba más suponer que el otro tenía esa visión de él—, pero en mi lugar de trabajo la apariencia es algo muy importante, algo a considerar.

—Bueno, no te mosquees, sólo estaba… bromeando. Quería molestarte pero no ofenderte.

—Necesito verme bien no por narcisismo, soy un diseñador y toda mi ropa tiene que lucirse.

—Ya, Ishida, lo entiendo.

—Además no tienen nada de malo querer verse bien —lo habían atacado y ahora nada ni nadie pararía su momento de crisis—¿Qué te crees, que me agrada tener que andar fijándome en detalles como esos? ¿Crees que me hace feliz?

 

Silenció de golpe, ese fue un pensamiento que se le escapó y que recién al hacerse verbal reparaba en su significado. Ichigo pareció caer en la cuenta de lo mismo, de manera rápida acotó:

 

—¿Si no eres feliz con la vida que llevas para qué insistes entonces con lo mismo?

—¿Y tú que sabes de mi vida? Déjame en paz, Dios, no te cansas —lo pidió con verdadero sentimiento.

 

Kurosaki mostró un semblante serio, más que el de Ishida, el ruido del teléfono sonó interrumpiendo los pensamientos.

 

—¿Vas a atender?

 

Ishida reparó en que era el celular, no el del cuarto, buscó en la campera hasta dar con el aparatito. Miró el visor y suspiró, debía atender o sería algo de nunca acabar, además se lo debía a DJ.

 

—¿Quién es? —preguntó enfadado por la inoportuna intromisión.

—DJ —respondió con desidia atendiendo la llamada.

 

No percibió el fruncimiento de ceño que le había dedicado el sustituto. Estaba harto de ese tal DJ, ¿quién demonios era? ¿Por qué el quincy tenía que nombrarlo tanto? Parecía algo más que un amigo, socio o empleado. Olvidaba que en la vida de Ishida Uryuu tener un amigo era algo similar a un milagro místico.

 

Oh Darling, hasta que te dignas a dar señales de vida —fue lo primero que se escuchó del otro lado.

—Lo siento DJ, tuve un mes complicado —se ahorró lo del accidente para evitar tener que hacer la conversación más larga.

—¿Dónde te has metido? Los de la compañía están muy freaks. Hoy han llamado por novísima vez para decirnos "que mañana Sugiyama esté presente o se olvidan del contrato".

 

La desventaja de los teléfonos celulares es que en perfecto silencio no hace falta poner en alta voz para que otra persona escuche. Ichigo supuso acertadamente que “Sugiyama” era la marca de ropa.

 

Está todo listo, sólo falta tu cara bonita.

—No creo que vuelva para mañana —rechazó el Quincy frotándose la frente.

—¡HORROR! Ishida Uryuu —espetó con formalidad para luego usar un tono zalamero—: mi querido Ushi, no nos hagas esto, no te hagas esto —remarcó con énfasis. —Cualquiera que sea la crisis que estés atravesando ahora —propuso—, ve a un spa, nada por horas en una piscina súper grande para ti solo, pide turno con una de esas masajistas especiales, consíguete un novio que te des-estrese, wherever, pero RE-GRE-SA.

—No es eso DJ —consoló—, nada más quiero estar un poco lejos de todo. Hazte cargo ¿sí?

Pero...

—Hazte cargo.

No, no, no —fue rotundo—, ya sabes querido: sé que soy hermoso pero es tu cara la que quieren ver. O sea —resaltó con gracia—los hombres suspiran por mí, ya lo sabemos pero all the girls gritan y claman por Ishida Uryuu, date cuenta de lo que eso significa si no estás aquí para mañana.

 

Kurosaki palideció ante el recuerdo de Don Kannonji y esa fijación con mezclar dos idiomas. Esa clase de personas ¿Qué se creían? ¿Qué eran mejores? ¿Qué quedaba bien, súper cool? ¿Buscaban dejar por sentado que eran poliglotas? No hacía más que hacerlos parecer idiotas.

Estaba molesto, había que reconocerlo.

 

—Es que no llego —se lamentó el Quincy.

—¡¿Dónde estás?! Te mando un avión —exageró remarcando la "v"—, te mando un "Caza".

—Estoy en… —miró a Kurosaki plasmando una sonrisa—otro planeta.

Hablo con la NASA, dame unas horas —dramatizó.

—No, DJ esta vez es en serio, no me vas a convencer —la presencia de Ichigo parecía darle esa fuerza necesaria para negarse y no ser persuadido.

Está bien... —aceptó resignado—espero que no te estés comiendo la cabecita con lo de Immanuel.

—No te preocupes —desvió enseguida al percibir que Ichigo podía escuchar la conversación con claridad.

Y que estés en tus cabales —resaltó—, cosa difícil estando lejos de mí.

—No te preocupes —reiteró sonriendo con franqueza.

—¿Eso que siento a través del tubo es tu aliento a alcohol?

—No estoy borracho DJ, deja de comportarte como mi madre.

Ay está bien, que humor tenemos hoy, así me tratas —simuló un llanto lastimoso—, con todo lo que sufrí éste mes buscándote hasta debajo de las piedras.

—Lo siento —se disculpó con sinceridad—, lamento haberte preocupado, pero si te decía que me iba o a donde... —sonrió con más amplitud arrancándole una mueca de fastidio al sustituto—, te conozco.

No, hiciste bien —reconoció—, no iba a dejarte en paz.

—Adiós.

Cuídate Ushi, bye —se apresuró a acotar antes de que le cortase—: cualquier cosa llama —Uryuu alejó el teléfono del oído— pero LLAMA.

 

Alcanzó a escuchar lo último antes de cortar definitivamente. Se quedó perdido, parecía ser que en sus pensamientos, porque tardó en reparar que no estaba solo en el cuarto. La sonrisita no se había ido de sus labios.

 

—¿Quién es ese?

—Ya te dije —la mueca de los labios se borró.

—Qué pesado.

 

Ishida ahogó la risa y luego asintió, tenía que aceptarlo. Buscó en el bolso algunas prendas, tratando de que Kurosaki cayese en la cuenta por si solo que quería bañarse y que era hora de irse.

 

—Me daré un baño —resaltó cuando notó que el shinigami permanecía inamovible.

—¿Qué con eso? —se mofó sonriendo con maldad—¿Quieres que te ayude?

—Vete —pidió entre dientes.

—Ok, no te cabrees —la risa fue un hecho. —Pero si quieres, yo necesito un baño.

—Ve a bañarte a tu casa, sucio —dio la vuelta, furibundo.

 

Una parte de él quiso aceptar el ofrecimiento pero sabía lo que ese implicaría; y no, no sólo sexo, con Ichigo no sería sólo sexo, había demasiada historia entre los dos y ya tenía demasiados asuntos en la cabeza como para condimentarlo con un enamoramiento. Además podía ser sólo en son de broma, para mosquearlo en verdad, no lo veía a Ichigo envuelto en un romance homosexual, tan heterosexual que parecía, o al menos siempre lo había visto como un ser incluso asexual.

Kurosaki hizo el último intento:

 

—Los sábados nos juntamos en el karaoke que está frente a la estación de tren —tomó la bolsa con los álbumes y caminó hasta la puerta—; si tienes ganas y todavía estás en Karakura, ve a vernos. Estarán mis hermanas, Kon, Chaddo… y yo, por supuesto.

 

Ishida asintió con reserva.

 

—Ven ¿sí? —parecía que rogaba o lo estaba haciendo, ¿cuál era la diferencia?

—Veo —sin embargo, dentro de él algo le decía que iba a ir, que quería ir.

 

¿A qué? No tenía la más pálida idea, no le interesaba recuperar lo perdido, eso siempre lo tuvo bien en claro, sin embargo no podía dejar de lado todo lo que su visita había despertado en su aletargado espíritu.

Ichigo se fue y ese vacío, al que tan acostumbrado había estado en esos años, volvía a acosarlo. Maldijo al sustituto por venir a recordarle y a resaltarle eso, en lo solo que estaba, lo desdichado que era; y peor aún: lo ciego e hipócrita que había sido todo ese tiempo.

Era como despertar, literalmente; darse cuenta que durante esos diez años había estado muerto por dentro, inmerso en un mundo superficial con el único fin de ganar ¿qué? reconocimiento, dinero, pero no felicidad como él, ilusamente, creía.

El ser humano está en constante búsqueda de la felicidad sin comprender que esta se compone de momentos, efímeros, pero momentos al fin, que pasan y se olvidan, mientras que los malos recuerdos quedan arraigados en la piel y en la historia personal de cada individuo.

Ishida Uryuu no se daba cuenta de que era feliz con esos pequeños momentos que Kurosaki le regalaba, que era mucho más feliz con él, discutiendo, que planeando diseños. En una época, cuando había empezado a estudiar, creía que lo era; tal vez sí, tal vez se sentía completo y satisfecho de hacer algo que le agradaba, pensar en vivir de ello es un lujo que pocos pueden darse. ¿En qué momento se desvió de ese camino? Él siempre creyó haber seguido ese rumbo, pero era evidente que en algún momento, que no sabía precisar, se había desviado dejando de encontrar dicha en lo que hacía.

No tenía muchas opciones a esas alturas de su vida. Debía volver a Tokyo y seguir adelante, tenía un lugar, un trabajo y una vida a la que retornar y poner en marcha, huir cual adolescente no sería nada positivo a la larga o a la corta.

Sin dudas haber ido a Karakura había sido el peor error. No sabía qué pensar, si el recuerdo de lo dejado atrás le hacía bien o le hacía mal.

 

 

Sábado a la medianoche, el constante trajín de jóvenes. Observó el cartel de la entrada y dio unas fuertes pitadas antes de apagarlo bajo la suela de la zapatilla. Se acomodó la campera de gabardina observándose en el espejo de la entrada, una visión fugaz para cerciorarse por enésima vez de que estaba vestido acorde a la ocasión.

Estuvo todo el día dándole vueltas al asunto, aunque no lo quiso reconocer le ponía nervioso ir y sobre todo encontrar algo afín, porque no quería que lo juzgasen de estrafalario ni de exagerado. Terminó por elegir algo sencillo y clásico: Un jean, zapatillas negras marca topper todoterreno (porque se podían usar en cualquier sitio y ocasión), aunque eran informales las amaba. Se colocó una camiseta negra y encima una playera de su autoría, blanca, cuyas raya vertical y otra horizontal en color celeste formaban una cruz (inspirado en la cruz Quincy, desde ya). Por último los anteojos, eran los clásicos, los de siempre.

El primero en verlo fue Kurosaki quien se puso de pie enseguida, la sonrisa que adornó su rostro parecía decirle “viniste” con sentida emoción, a su lado Kon reparó en el Quincy y abrió grande los ojos.

Por reflejo, los que estaban sentados frente a ellos voltearon para encontrarse con el semblante dubitativo del muchacho. Uryuu elevó una mano en señal de saludo, y si bien Kurosaki fue a su encuentro Chaddo le ganó de mano.

Ishida parpadeó, el coloso se había situado frente a él con una seriedad que aterraba.

 

—Sado, tanto tiempo.

 

El mentado lo tomó de los hombros y le propinó un abrazo corto pero intenso, para luego palmearle la espalda con más energía (casi se quedó sin pulmones). La capacidad de decirlo todo sin hablar era una de las virtudes de Yasutora.

 

—Es bueno verte Ishida —dijo asintiendo.

—Ven, siéntate —Ichigo lo tomó de la muñeca y lo condujo hasta su lado.

—Hola Kon —saludó con nerviosismo, que sí, estar allí le causaba una extraña sensación. Ganas de salir corriendo.

—¡Ah! Sabes quién soy —le sonrió cerrando los ojos.

—Hazte a un lado Kon —pidió el shinigami para darle lugar al Quincy.

—Estás igual —resaltó Karin.

—¿Sí? —fue la pregunta de Ishida, trató de sonreír pero no pudo—Todos me dicen lo contrario, que estoy cambiado —miró a Ichigo, cual recriminación. —Ustedes están… —no supo cómo calificarlo—enormes.

Yuzu rió sin dejar de mirarlo:

—Combina —resaltó, haciendo que Ishida se mirase a sí mismo—dos gamas acromáticas y un color.

—Sí —sonrió emocionado, era algo básico que enseñaban en la universidad: a no vestirse como la bandera de Francia—, Ichigo me dijo que estás estudiando. —Se obligó a ser una persona más social, en Tokyo había aprendido a la fuerza y por necesidad a serlo—: ¿en qué año vas?

 

Poco a poco logró distenderse, fue mucho más fácil de lo que creyó, nadie lo miraba acusador, ni tampoco nadie tenía porqué acusarlo. Yuzu fue la que se mostró más interesada en su vida y en su trabajo ahora que era medianamente famoso, pero Uryuu enseguida desviaba la conversación, no le gustaba hablar sobre eso; más que nada desembocar en temas turbios o que lo situasen en una situación incómoda.

Pidieron tragos y la hora pasó sin que se dieran cuenta, Ishida seguía siendo el mismo chico serio y reticente a hablar pero notaron todos que sonreía, no con la típica sonrisa altanera, sino con franqueza. Bueno, al menos en eso repararon Chaddo y Kurosaki, ya que Karin y Yuzu no conocían a Uryuu más que como el compañero de su hermano, mientras que Kon tenía recuerdos (muy malos por cierto) y en el pasado no había sido más que su costurero oficial cuando quedaba hecho piltrafa.

 

—Voy a pedir los tragos —dijo Karin cuando vio que el local estaba repleto y por ende los mozos muy ocupados.

 

Era más fácil y rápido ir hasta la barra. Sado se puso de pie para acompañarla o sola no podría traer todo.

 

—Yo iré a preguntar a qué hora empieza el karaoke —Yuzu miró su reloj de pulsera, nunca se había atrasado tanto.

—Te acompaño —se apresuró a decir Kon.

 

Ichigo frunció la frente, molesto, ¿por qué tenía que seguirla como si de un novio se tratase? En realidad Kon buscaba escapar de la situación, que no era idiota y notaba cierta tensión entre esos dos, no lo atribuyó a una sexual, pero era tensión al fin… y mejor lejos de ellos que cerca y a solas.

 

—Al final has venido —murmuró Kurosaki mirándolo con una sonrisa.

—No, en realidad estoy en el hotel, esto que vez es un holograma tridimensional.

—Ja, ja, muy gracioso —dio un sorbo a su vaso terminando con el trago—, me pone contento tenerte aquí.

—¿Sí? —jugó nervioso con la servilleta, doblándola.

—¿Cuándo vuelves a Tokyo?

—Mañana —en realidad no tenía fecha pero acababa de comprender que debía irse cuanto antes o no se iría nunca.

—No quiero que te vayas.

 

Ishida lo miró, tragando saliva.

 

—¿Te das cuenta de lo que haces Kurosaki? —inquirió entre divertido e importunado.

—¿Qué cosa?

—Estás coqueteando con un hombre.

—No cualquiera —arqueó las cejas arrancándole una sonrisa—, siempre me pareciste atractivo.

—Sí, claro… —ironizó—No mientas —pidió, molesto.

—Bueno, quizás me di cuenta ahora de que siempre me pareciste atractivo.

—¿Y qué, te hiciste gay de la noche a la mañana?

—Yo nunca te hablé de mi sexualidad. Así que no sabes lo que me gusta o no.

—Y me tiene sin cuidado.

—No me gustan los hombres.

—¿No? Y yo que soy, entonces.

—Un Quincy.

—Ah, y te gustan los quincys —sonrió, cayendo en la cuenta de que le estaba siguiendo el juego, en pocas palabras: filtreando con él.

—No, me gustas tú —se acercó más elevando la mano para acariciarle una mejilla.

—Kurosaki —tomó cierta distancia, en ese lugar aunque estaban a oscuras podían verlos—Estás borracho, contrólate.

—Quizás lo esté pero qué importa —elevó un hombro restándole importancia.

—Importa mucho —dijo con enojo contenido.

 

Lo miró tratando de decirle con los ojos eso que su boca no se atrevía a soltar. ¿Es que no se daba cuenta de la situación? No podían jugar, no eran dos desconocidos.

 

—¿Qué pasa? —consultó el shinigami asombrado por la reacción del otro—Es tu culpa.

—¿Qué cosa?

—Tú dijiste que estabas con ese chico de nombre raro porque te recordaba a mí.

 

Ishida reparó en eso y abrió la boca para luego plantar un gesto que parecía decir “así que era eso”. Claro, Ichigo después de esa revelación se había quedado con las palabras del Quincy dándole vueltas y acabó por decirse ¿por qué no? ¿Qué había de malo? Para Ishida, mucho.

 

—Eso era cuando tenía quince años Kurosaki —rió alterado.

—¿Qué? ¿Ya no te gusto?

—No se trata de eso.

—Bueno, hagamos una cosa, porque parece ser que tú no tienes muy en claro lo que quieres —antes de que el otro montase en cólera por decirle eso con tanta soltura, agregó—: Ven a mi casa y veamos qué pasa.

—¿Qué?

—Ahora, vamos, te invito —la sorpresa de Ishida le llevó a aclarar—: Vivo solo, Amaya vive con Orihime.

—No, Kurosaki.

—¿Qué? ¿Me tienes miedo?

—Por supuesto que no...

—¿Entonces?

 

Ishida silenció, no sabía qué responder y de nuevo volvía a decirse que haber ido a Karakura, y sobre todo aceptar la invitación de Ichigo, había sido una gran equivocación. Soltó lo primero que se le cruzó por la mente:

 

—No me compliques más la vida de lo que ya la tengo.

—Pero no quiero complicártela, al contrario.

—A ver Kurosaki —giró un poco para encararlo—, ¿por qué estás emperrado en perseguirme?

—Porque te quiero.

 

Eso pareció ser suficiente para callar al hablador del Quincy, Ishida se lo quedó contemplándolo con asombro para luego reír con falsedad. Lo que quería ese shinigami era sexo.

 

—No me vengas con esas que no soy una nena de secundaria. Y NO voy a ir a tu departamento a follar.

—¿Eh? —se extrañó, había sido natural y sincero—Te quiero —reiteró elevando los hombros—¿Qué tiene de raro o malo?

—¿Tú, a mi? —volvió a reír incrédulo.

—Ishida… —musitó—después de todo lo que atravesamos, las guerras, la escuela…

—Ni siquiera fuimos amigos.

—Porque nunca quisimos. ¿No te pusiste a pensar en eso?

—¿En qué?

—En que por algo nunca quisimos ser amigos. Porque tal vez queríamos ser otra cosa, yo en ese entonces no pensaba en chicas, mucho menos en chicos, pero cuando te vi apenas regresaste sentí cosas que antes no sentía.

—Estás verdaderamente borracho.

—No puedes ser tan necio —se quejó, y sí, estaba borracho, pero los borrachos siempre dicen la verdad—Cuando te vi me sentí contento de poder verte, tenía ganas de seguir viéndote, tenía ganas de conversar contigo.

—Me di cuenta —lo pesado que había sido desde su llegada lo confirmaba.

—Después, reparé en que tenía ganas de abrazarte, sobre todo cuando hablábamos de cosas personales y del pasado.

—A mi… también me pasaba algo similar —le tocó su turno para ser sincero, aun sabiendo lo negativo que podía resultarle serlo, por fortuna visualizó a Kon y Yuzu regresando.

—Y ahora me doy cuenta de que quiero besarte.

 

Con esas palabras y esa cercanía Ishida se puso de pie, tomó la campera y se encaminó apresurado hacia la salida. Le hubiese gustado despedirse de Chaddo pero la situación sencillamente le superaba. Lo peor de todo era que él había vislumbrado las intenciones de Ichigo, idiota de su parte ceder, aunque ¿para qué mentirse?, había ido allí precisamente en busca de eso, por mucho que se negase a aceptarlo.

Ichigo, por inercia, lo siguió, alcanzó a tomarlo de un brazo antes de que cruzase la puerta.

 

—Por favor no te vayas.

—Déjame ir Kurosaki.

—Quédate —le rogó.

 

Ishida parecía querer ceder, una parte de él quería ceder, le gustaba estar allí.

 

—Si me prometes que no volverás a… —no supo como tildarlo—a salirme con algo similar.

—Está bien, pero quédate. Chaddo está contento de verte y además no puedes irte así como así sin saludar, en un rato empieza el karaoke.

—No voy a cantar.

—No importa, yo tampoco canto, me quedo viendo como lo hacen Yuzu y Kon.

 

Logró ser convencido, cuando regresaron a la mesa el grupo se había dispersado. Yuzu y Kon estaban en el sector destinado a los que iban a cantar, mientras que Karin y Yasutora se habían quedado cerca de la barra. El lugar estaba repleto, así que Ichigo se las ingenió para hallar un lugar apartado desde donde se podía ver el pequeño escenario.

Tomó con naturalidad a Ishida de la cintura y lo acomodó enfrente, pudiendo sentir el aroma de sus cabellos. Uryuu primero reaccionó con sorpresa, pero le permitió la cercanía, en especial porque nadie les prestaba atención y por otro lado porque era agradable sentir los brazos del shinigami rodeándolo.

Empezó una chica a cantar, muy mal por cierto, pero Uryuu estaba más concentrado en regularizar el ritmo cardiaco o iba a tener un infarto, demasiados nervios. ¿Por qué se sentía así? Hacía años que no se sentía tan nervioso, con mariposas en el estomago cual adolescente. Ichigo recargó la barbilla en su hombro y teniéndolo tan cerca todas sus defensas flaquearon.

Se cansó de mantener una distancia que ya no le interesaba tener con el shinigami, estaba derrotado y así mandó todo al averno, al final fue él quien, en la incómoda posición, buscó los labios de Ichigo para rozarlos apenas. Kurosaki quiso girarlo para tenerlo de frente, pero fue una equivocación cortar el contacto puesto que el Quincy pareció volver en sí y reparar en lo que estaba haciendo.

 

—Espera, ¿qué pasa? —consultó cuando percibió que el otro tomaba distancia.

—Voy al baño.

 

Dijo eso por decir, pero aprovechando que tenía la campera puesta y que dicho baño quedaba cerca de la salida se marchó, observó hacia atrás para asegurarse que Kurosaki no lo seguía. Era la madrugada pero lo mejor sería volver al hotel, armar el bolso e ir de inmediato, sin dormir, al aeropuerto; porque esa voz en su interior le gritaba que si no lo hacía, para cuando quisiese darse cuenta, sería muy tarde.

 

 

Sus pies no quisieron llevarlo hasta el hotel. No podía irse de Karakura sin antes visitar ese lugar. Llegó al río en donde había compartido momentos con su abuelo y se sentó sobre una roca. La luz de la luna era suficiente para iluminar la zona, de igual modo se sabía el camino de memoria e intuía que podía hacerlo incluso con los ojos cerrados.

Casi diez años habían pasado y seguía recordando ese lugar tal como estaba. No reparó, tan ensimismado que estaba, en que lo habían seguido.

 

—Un poco lejos queda tu baño, ¿no?

—Kurosaki —suspiró hastiado—; no te cansas, eh —negó poniéndose de pie—, ni aquí me dejas en paz.

—¿Qué te pasa Ishida? De verdad te pregunto, ¿por qué de repente está todo bien y de repente está todo mal contigo?

—Porque me sacas de quicio —explicó—, porque no tengo ganas de soportar tus arranques telenovelescos, porque no estoy para jugar. No quiero sexo.

—Yo tampoco, ¿o no te das cuenta? Contigo quiero más que eso.

—¿Sigues borracho?

—Si quieres te lo digo mañana, sin una gota de alcohol en la sangre pero… es lo mismo, lo vengo pensando desde hace dos semanas.

—¿Por qué vine a Karakura? —se lamentó llevándose las manos a la frente.

—¿Cuál es el problema? Dime, ¿te molesta que te quieran?

—Idiota —insultó con la voz quebrada. —No te das una idea de cómo me haces mierda.

—Explícate.

—Yo… —no iba a llorar, oh, Dios, no iba a llorar, antes muerto—Yo tengo una vida en Tokyo ¿sabes?, tengo una carrera, un trabajo, gente que me espera… y no tengo quince años como para tirar todo eso por la borda.

—Nadie te pide que hagas eso.

—Es que no entiendes —negó al borde del colapso—, que hagas todo esto no hace más que confundirme.

—¿No te pusiste a pensar en el porqué?

—¿Eh?

—A mi me parece más que obvio —elevó los hombros—, nadie te pide que dejes nada, eres tú el que se lo está cuestionando ¿por qué?

—No vengas a hacerte el psicólogo conmigo.

—Está bien, no voy a molestarte mas —asintió, con seriedad—pero quiero dejarte en claro algo antes de irme: Me gustas, te quiero, me importas. No es sólo sexo o una calentura del momento. Para mi eres demasiado importante, siempre lo fuiste en mi vida y no me gusta verte así.

—¿Así como?

—Triste —remarcó—, siempre fuiste un chico solitario y retraído, pero antes nunca había visto tanta tristeza en tus ojos; y vales mucho para que malgastes tu vida haciendo algo que no te hace feliz. Y no —se atajó antes de que se lo reprochase—y no te pido que dejes tu vida en Tokyo y vengas a Karakura a vivir conmigo, sólo que te dejes querer… que no luches más.

 

Ishida asintió ya resignado, bajó la vista sintiendo que todo el cuerpo le fallaba. Ichigo llegó a su lado y lo tomó entre sus brazos, Uryuu lo permitió y se quedaron así en silencio por un tiempo considerable, escuchando sólo el ruido de los grillos y demás seres nocturnos.

 

—¿De veras te irás?

—Sí Kurosaki —elevó la mirada para posarla en la del mentado.

—¿Un beso de despedida? —vio la sonrisa y el asentimiento del Quincy.

 

Acercó los labios a los de él en un contacto cálido y, al inicio, superficial, que se tornó irremediablemente en un acercamiento más directo y osado. Ichigo irrumpió la boca de Ishida, descubriéndolo poco a poco, saboreándolo con emoción; y esas mariposas en el estomago no se iban, al contrario, revoloteaban más que nunca.

Sí, maldición, le gustaba el shinigami, quizás nunca le había dejado de gustar. Sí, lo quería, se moría de ganas por estar con él, pero no podía tirar a la basura todo el esfuerzo hecho en esos diez años.

Se preguntó si lo valía, si valía la pena dejar todo de lado. Si bien era consciente de que Ichigo no iba a jugar con él, las cosas entre ellos podían salir muy mal y ¿qué hacía, en ese caso? Cuando todo ya había sido arrojado por la borda.

Se separaron para contemplarse unos instantes, Ishida rompió el abrazo y caminó con calma por el sendero, no sin antes preguntarle si sabía cómo salir de allí. Ichigo rió y asintió, de alguna forma había llegado. Fueron juntos de todas formas hasta la salida pero sus caminos debían separarse. No se dijeron nada, no hubo palabras, ni una mirada, ni gestos que coronasen la despedida. Sería intolerable algo así y al fin de cuentas no sabían qué decir o hacer.

Ichigo lo vio alejarse y cuando desapareció de su rango visual se marchó a su casa con esa sensación en el pecho de que se había quedado con ganas de decirle muchas cosas más, de hacerle sentir tantas otras y, sobre todo, de exigirle que se quedase pese a comprender que no era nadie en la vida del Quincy y que no tenía derecho de pedirle semejante sacrificio.

 

 

No aguantó mucho, al otro día, luego de pasar una mala noche, se bañó, desayunó a las apuradas y se encaminó hacia el hotel Kirai. La empleada le dijo con delicadeza que el cliente por el cual pedía había dejado la llave en la mañana.

Maldición, era el mediodía, fue al aeropuerto pero no lo halló, al final se había ido. Llamó a Ryuuken, quizás estaba con él, eso lo esperanzaba, no obstante Ishida padre le confirmó lo que tan temía: ya estaba en vuelo, lo había llamado hacia dos horas para avisarle que estaba a punto de subirse al avión.

Quedaba resignarse, entonces.

 

 

El tiempo pasó y con el tiempo esa horrible sensación de haber perdido algo irrecuperable se iba supliendo por una apatía extrema hacia todo y todos. Vivir casi por inercia, porque el aire es gratis.

Ichigo tenía su vida, su hija —que era su principal motor— y toda su familia. Ishida tenía su trabajo, que le ocupaba todo el tiempo y no le permitía pensar en todo lo que había dejado atrás, otra vez.

Era especialista en eso, en no mirar atrás.

Fue como volver a comenzar, como volver a edificar luego de una catástrofe natural; colocar ladrillo por ladrillo, trabajando duro, para erigirse de vuelta.

Ya para cuando habían pasado más de seis meses Ishida recibió una invitación, DJ lo observó con una curiosidad muy propia de él.

Una boda.

Le preguntó si pensaba asistir.

 

—No te olvides que en agosto tenemos la presentación de la línea infantil —lo miró con sincero reproche—que tú te vas y desapareces por dos meses.

 

Le daba miedo eso de que la boda fuese celebrada en Karakura, conociéndolo a Uryuu y teniendo de referencia la anterior visita a dicho pueblo corría el riesgo de perderlo. ¿Qué demonios tenía ese pueblucho?

 

—Lo sé.

—¿Qué vas a hacer?

 

Pregunta clásica, a la que Ishida por el momento no tenía respuesta. Ir, tal vez. La carta venía a recordarle una vez más que allí, en algún lugar, había personas que aguardaban por él. Regresar a Tokyo no había sido lo que él creyó, tan fácil; si bien trabajar a sol y sombra lo mantenía ocupado, había momentos, como en la noche antes de dormir, que caía en la cuenta de todo eso que con tanto empeño durante el día trataba de no pensar.

De lo relajado que se sintió en Karakura, por ejemplo. O de lo hermoso que se veía el cielo tan limpio, sin rascacielos. La tranquilidad, la belleza natural del río. Había muchas cosas que le agradaba de Karakura, y eso incluía a la gente.

Estuvo tentado en ir a pasar las fiestas con los Kurosaki pero no había reunido coraje suficiente y a más de medio año de su partida ya había tenido suficiente para comprenderlo.

Sí, tenía miedo, le aterraba la idea de dejar todo, perder su “imperio” en pos del amor, no era un adolescente, estaba por cumplir treinta años, debía pensar en tener un futuro, uno firme sin altibajos.

Al final fue DJ el que se lo hizo ver.

 

—No sé porque te mortificas tanto.

—¿Qué?

—Ve a ese casamiento, quédate en Karakura el tiempo que quieras, ¿qué puede pasar? El mundo no se caerá porque el magnánimo Ishida Uryuu se tome unas vacaciones.

—Es que si voy no sé si volveré.

—¡Y no vuelvas querido! Si lo que quieres es quedarte. Te soy sincero, aquí te necesitamos en persona —se llevó una mano al pecho—, pero tenerte así no nos sirve de nada.

—¿A qué te refieres?

—Cielo, ¿de verdad no lo ves? Cuando volviste de Karakura tuviste así como un aluvión de ideas, que resultó ser la línea infantil femenina… súper glamorosa.

—Sí —musitó para alentarlo a seguir.

—Y después ¡pum! Te apagaste —notó la turbación en Ishida—, hace meses que te vengo diciendo que no estás igual, no sé qué te pasa pero tus musas han muerto. ¡Dead! —hizo el gesto del pulgar hacia abajo.

 

Uryuu se recargó en la silla, había mucho de verdad en eso.

 

—Creí que te dabas cuenta.

—¿De qué?

—De lo que te está pasando —argumento no queriéndolo herir en su orgullo pero sin poder evitar ser sincero—; Ushi, querido, nunca antes nos habían rechazado, desde hace meses que ya llevamos ocho rechazos. ¡Ocho!

—Ya, pero si no les gustan nuestros diseños es problema de ellos no nuestro.

—No, no, no —realizó el gesto agitando un dedo—, ese no es el Uryuu que yo conozco. Siempre te esforzabas para exprimir todas las gotas, una a una. Eras nuestra pesadilla andante, el jefe que nadie quiere tener.

—Gracias —ironizó.

—Pero así llegamos hasta la cima.

—No tanto.

—Bueno, estamos a medio camino pero casi en la cima…

—¿Cuál es tu punto? Deja de dar vueltas.

—Que no sé —desvió, incapaz de darle un nombre a lo que veía—; ve a hacer yoga, vuelve a Karakura, búscate un novio lindo, pero necesitas hacer algo para volver a ser el de antes. Claro, si es que quieres.

 

El punto residía en que no quería. No quería ser el de antes, no quería volver a la vida de antes. Deseaba ir a Karakura, claro. Deseaba asistir al casamiento de Yasutora y Karin, deseaba ver a su padre, pasar una fiesta en familia sin sentir esa presión de que tenía mucho trabajo. ¿Y todo ese esfuerzo realizado en ese año para qué? Para recibir ocho rechazos.

 

—Te las arreglaste bien solo mientras no estuve ¿no?

 

DJ elevó los brazos señalando la oficina.

 

—No se cayó a pedazos, al menos.

 

Ishida asintió y DJ palideció, murmuró un “no, Uryuu” pero no fue necesario para frenarlo, supo que en esa ocasión no podría convencerlo y en parte sabía que no debía, en esa ocasión al menos no debía.

Ishida preparó todo antes de asistir al casamiento.

 

 

La ceremonia era para la familia así que no se sintió con el derecho de asistir, fue a horario cuando comenzaba la reunión en la casa de los Kurosaki. Lo recibió Amaya con la típica alegría de todo niño.

 

—Que grande estás.

—Sí, ya voy a primaria —resaltó con una sonrisa y cierto orgullo.

—Ishida —Yasutora se acercó a él para abrazarlo.

—F-felicitaciones —todavía no se acostumbraba a los modos cálidos de ser del coloso. Costumbres distintas.

—¿Por qué no viniste a la ceremonia? —reprochó.

 

Karin apareció para salvarlo de esa, vestida con tonos rojos y blancos, colores de boda. Estaba hermosa, llevaba el largo cabello negro recogido y se le veían los hombros. La felicitó y ella lo condujo hasta la sala, allí Yuzu estaba terminando de preparar los platos siendo acompañada por Kon. Pudo ver cierta complicidad entre ambos, como la que tiene cualquier pareja.

Enseguida se apersonó Isshin saludándolo con efusividad, y su propio padre apareció por el mismo camino.

 

—Espero que si te arrepientes y piensas irte —reprochó, conociendo los planes de Uryuu gracias al último llamado telefónico—, te acuerdes de despedirte.

—Lo siento, es que me surgió algo urgente y tuve que irme —ya se lo había dicho pero necesitó recordárselo en apariencias.

—Uryuu —la familiaridad con la que fue tratado no era acorde al tono, volteó para encontrarse con el shinigami sustituto sonriéndole.

—Kurosaki, tanto tiempo.

—Bueno, todos afuera que está listo —apremió Yuzu llevándoselos al jardín.

 

Ichigo se quedó en el lugar y, siendo los últimos, Ishida apuró el paso pero fue detenido. Kurosaki lo tomó de un brazo haciéndolo voltear.

 

—¿Por cuánto tiempo te quedarás esta vez? —le soltó poco a poco el brazo.

—Espero que por siempre —se ajustó los lentes.

—¿Qué pasó en Tokyo? ¿Quebró tu empresa? —la emoción de escuchar aquello fue sofocada por la sorpresa de tan drástica decisión.

—Nada de eso, DJ se hará cargo, yo me quedaré aquí y empezaré, digamos que, de nuevo —una sonrisa se le escapó, fugaz, pero sonrisa al fin. —Por lo poco que hablé con Yuzu ella tiene talento para los pantalones, cosa que a mí no se me da.

—Qué lástima.

—¿Qué cosa?

—No, es que pensé que venías a quedarte por otra cosa.

 

Ishida sonrió entendiendo las palabras del otro; asintió con la cabeza y consultó ladino:

 

—¿Qué esperabas escuchar Kurosaki? —lo tomó de la corbata para acercarlo a su cuerpo—¿Qué venía a quedarme por ti?

—Por ejemplo.

—¿Qué vine porque en verdad quería verte y te extrañaba horrores?

—Eso sería lindo de oír.

—¿O por qué me di cuenta de que te quería?

—Cualquiera de esas me vienen bien.

 

Lo soltó para escudriñarlo con la mirada, el traje que llevaba puesto le sentaba de maravillas. Ichigo elevó su barbilla para que la mirada dejase de estar prendida en sus prendas y en cambio se posasen en sus ojos.

 

—Es bueno tenerte de vuelta —lo rodeó por la cintura para estrecharlo contra su cuerpo, pero antes de que pudiese alcanzar su boca Ishida reprochó:

—Ey, no hace ni una hora que estoy en Karakura y ya estás acosándome.

—Bien que te gusta —llegó a sus labios con verdadera ganas, ansiedad y meses de necesitar tener ese contacto, no con cualquiera, sino con Uryuu.

—¿Vamos? —propuso el Quincy—Que nos deben estar esperando —pero de nuevo volvían a impedirle la partida.

—¿Dónde te estás quedando?

—Todavía no tengo lugar fijo, pero me buscaré algo para alquilar.

—Entonces —dudó en proponerlo, pero no perdía nada intentándolo—, quédate conmigo hasta que encuentres lugar.

—Kurosaki —reprochó entendiendo el fin. —Tienes una hija.

—No vive conmigo, Orihime ni siquiera la deja quedarse a dormir.

—Eso ¿Inoue-san? —reparó en el detalle de que no estaba en una fiesta que debía incluirla.

—Fue a la ceremonia pero tuvo que volver al trabajo, dijo que a la salida pasaba a saludar a los novios —le sonrió—, sabe que estás aquí y aunque primero se enojó por no haberle dicho que habías venido hacia un año, se puso muy contenta y quiere verte.

—¿De verdad?

—Está insoportable, me llamó al celular cien veces para recalcarme de que te mantuviese vigilado para que no te fueras antes de que ella llegase, como si quisiera o tuviese la intención de apartarme de ti.

—Oh, que romántico.

—Vamos ¿qué dices? Te ayudaré a buscar departamento, pero quédate… es mejor la compañía que estar solo en un hotel ¿no te parece?

—Lo pensaré.

—¿Qué —bromeó—te fijarás en tu agenda si hay espacio para mí en tu vida?

 

Ishida no dijo nada porque era para mandarlo a freír espárragos, en cambio rió y tomándolo de la corbata intentó sacarlo de una condenada vez afuera, que irían a buscarlos a ellos si seguían tardándose.

 

—Me debes un café Ishida.

—Te dije que no me gusta el café. —resopló—Pero después de la fiesta puedes invitarme a tomar una taza de té a tu casa si quieres.

—Hecho.

 

Llegaron al exterior en donde todo estaba acomodado para comenzar con una fiesta íntima, ver a su padre allí al principio le causaba extrañeza, como supuso le debía resultar a Ryuuken mismo, pero poco a poco todo le pareció natural, incluso estar ahí, rodeado de esas personas. Como si sintiese que era parte de ellos, de la familia, como asimismo Kon debía sentirse.

Los Kurosaki tenían la particularidad de hacerle sentir a uno bienvenido, siempre; y ahora que había llegado a esa familia no pensaba irse. Debajo de la mesa alcanzó la mano de Ichigo y la apretó, como si en el gesto le estuviese diciendo “aquí estoy y aquí me quedaré”.

 

 

Fin

 

Notas finales:

Gracias por leer =) Espero que les haya gustado.

 

 

Las bodas en Japón suelen ser un poco distintas, en la ceremonia se visten como antes, los hombres con hakama y las mujeres con kimono, y sólo asisten los familiares. En el momento de entregar los anillos ellos usan un lazo, y brindan con sake para sellar en encuentro, luego los invitados beben también en honor a los novios.

Después se celebra la fiesta en la casa de familia, el hombre se coloca un traje y la mujer se viste de forma más moderna pero siempre en tonos rojos y blanco, que es el color de boda allá. Vale aclarar que hoy en día en Japón también se celebran bodas al estilo occidental pero algunos prefieren la tradicional.

 

 

Nada más que aclarar, si me olvido de algo cualquier cosa pregunten.

 

21 de junio de 2010

 

Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.


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